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domingo, 26 de mayo de 2013
GIGANTES
Los gigantes podrían haber sido la consecuencia de una incompatibilidad genética entre los seres humanos y los extraterrestres. Profundamente arraigados en las más remotas tradiciones, los gigantes han transitado por la historia envueltos por el confuso velo que separa fantasía de realidad.
Sin embargo, cabe destacar la opinión vertida por el Dr. L. Burkhalter cuando siendo delegado de la Sociedad Prehistórica Francesa, en un ensayo publicado en 1950 en la “Revue du Museè de Beyrouth” afirmó: “Queremos dejar bien claro que la existencia de razas humanas gigantescas en la época acheuliana (fase de la Edad de Piedra que ocupaba la mayor parte de la época glaciar) debe ser admitida como un hecho científicamente probado”.
Los gigantes en las imágenes rupestres
En Dorset, Inglaterra, cerca de la aldea de Cerne Abbas, una milenaria figura humana de 55 metros de largo, totalmente desnuda, empuña en amenazante gesto un garrote. Simboliza a un gigante. Para su realización, los artistas prehistóricos debieron remover unas 25 toneladas de placas de hierba hasta dejar al descubierto la capa de piedra caliza. Sin duda una ingeniosa forma de “grabado”, pero ¿obedeciendo qué impulso?, ¿qué mensaje escondido?
Por lo que se sabe, “el gigante de Cerne Abbas” es hasta la fecha un enigma. Y como tal ha dado de hecho lugar a las más atrevidas especulaciones. Para el arqueólogo Stuart Piggott, por ejemplo, éste se relaciona con el culto a Hércules que se extendió a Gran Bretaña durante el siglo II, en la época del emperador Commodus, y se piensa también que su origen podría estar ligado con un culto local de la fertilidad, anterior a la invasión romana.
Si bien la idea de tal culto local a la fertilidad puede quedar sugerida por el enorme miembro viril erecto del gigante, será oportuno señalar ahora que, conforme a la evidencia que a continuación veremos, el tema que involucra la representación simbólica de este gigantesco personaje no se agota en modo alguno con eso. En todo caso, la relación “fertilidad-agresividad” plasmada en la obra en cuestión tal vez no sólo encierre el concepto viril primitivo sino que además evoca una situación de amenaza cierta…
Mitos, leyendas y textos sagrados: Los indicios documentales.
Si los dioses de las estrellas aparecen invariablemente en el mosaico de las antiguas culturas, los gigantes, como seres vinculados a éstos, no se quedan atrás.
En consecuencia, pretender realizar un análisis minucioso, partiendo de una enunciación de toda la documentación relativa a los gigantes, sería por demás excesivo a los fines aquí perseguidos. Alternativamente, veremos sí varios ejemplos sobradamente ilustrativos que le permitirán al lector abrir luego su propio juicio.
De entre el cúmulo de textos sagrados de histórica importancia, la Biblia se encuentra, sin duda, entre los más influyentes, aunque más no sea por razones estrictamente socio-culturales. Por lo tanto, quizá resulte inmejorable partir de sus páginas a fin de dar con el ovillo de Ariadna imprescindible para incursionar en tan laberíntico aspecto de nuestro pasado como es aquel que avalan las pruebas, pero rechazan muchos hombres de ciencia hoy.
Leemos pues del Génesis (6,4): “En aquel tiempo había gigantes sobre la Tierra (y también después), cuando los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres, y ellas concibieron; estos fueron los héroes del tiempo antiguo, jayanes de nombradía”
De esta simple referencia nos está permitido extraer “ab initio” dos posibles conclusiones:
1) los gigantes habrían sido el fruto de la unión carnal de los Elohim con mujeres terrestres, es decir, el resultado de una marcada incompatibilidad genética entre aquellos tomados por dioses y las mujeres, hijas de los hombres, y 2) estos gigantes, lejos de constituir una excepción – como casos aislados -, llegaron a convertirse en una nueva raza cuya degeneración implicaba consecuencias mediatas de peligrosidad extrema. Ambos puntos serán desarrollados en breve, pero dejémoslos por ahora en suspenso.
No obstante, siendo que la misma historia nos impone su camino, y aunque aún no se lo haya fundamentado aquí, el lector podrá comprobar seguidamente que tras haber transcurrido un tiempo (que no es ni más ni menos que aquel “y también después” mencionado en el Génesis) los gigantes, como raza, eran una incuestionable realidad.
En tal sentido, bastará con remitirnos a los acontecimientos narrados en “Números”, “Deuteronomio” y “Samuel”. Del primero de dichos libros obtenemos información acerca de la “exploración de la tierra prometida” que ordenó se llevara a cabo el “Señor” a Moisés diciendo: “Envía sujetos principales, uno de cada tribu, a explorar la tierra de Canaán, la cual tengo que dar a los hijos de Israel” (Números 13,3).
Así pues, los exploradores partieron y a su regreso…:
“…dieron cuenta de su viaje, diciendo: Llegamos a la tierra que nos enviaste; la cual realmente mana leche y miel, como se puede ver por estos frutos. Pero tiene unos habitantes muy valerosos y ciudades grandes y fortificadas. Allí hemos visto la raza de Enac”. (Números 13, 28-29).
Según la tradición árabe, Enac era un gigante de Palestina conocido por los hebreos también con el nombre de Anakim. Se asegura que este gigantesco individuo, y su pueblo, la raza de Enac, descendía de Ad, nieto de Cam, hijo de Noé. De Ad se decía que su estatura era tal que para construir su tienda fue necesario el empleo de los árboles más fuertes y altos de los bosques. Al parecer, por lo que siguió en el informe de los exploradores no existen indicios que nos obliguen a desestimar las tradiciones árabes. En efecto, ante el arremetedor impulso de conquista nacido en Moisés los exploradores manifestaron:
“La tierra que recorrido se traga a sus habitantes; el pueblo que hemos visto es de una estatura agigantada. Allí vimos unos hombres descomunales, hijos de Enac, de raza gigantesca, en cuya comparación nosotros parecíamos langostas.” (Números 13, 33-34)
Asimismo, en el “Deuteronomio”, pasajes no menos significativos confirman la presencia de gigantes como raza notablemente diferenciada. Tal confirmación apunta, y va la aclaración dirigida al lector no informado sobre las escrituras del Antiguo Testamento, a rescatar el valor histórico de este libro, el Deuteronomio, donde Moisés reitera en el primer discurso, que abarca justamente la “Sección Histórica”, todo cuanto tuvo lugar durante la búsqueda de la “Tierra Prometida”.
Así, jugando limpio con el pasado, deberemos comprometer nuestra actitud en un sentido o en otro. Es decir, o tenemos por cierto que contamos con un libro que está reflejando en sus páginas la historia de un pueblo o concluimos que todo es un fraude. Los términos medios sales sobrando…
A título informativo, simplemente, diremos que es oportuno tener en cuenta que en el resumen introductorio al Deuteronomio de la “Sagrada Biblia” de la Editorial Herder de Barcelona, edición de 1970, podemos leer en sus primeras líneas: “Contiene este libro tres grandes discursos de Moisés, recordando la historia de Israel…”
En tal sentido, a la siguiente descripción, en cierto modo detallada, del rey Og, incluida en el relato de lo acontecido cuando se produjo el reparto de Transjordania, ¿no cabría tildarla de referencia histórica? Leemos: “Y tomamos todas las ciudades de la llanura, y la tierra toda de Galaad y de Basán hasta Selca y Edrai, ciudades del reino de Og, en Basán. Es de saber que Og, rey de Basán, era el único que había quedado de la casta de los gigantes. Se muestra su lecho de hierro en Rabbat, ciudad de los hijos de Ammón, el cual tiene nueve codos de largo y cuatro de ancho, según la medida del codo ordinario de un hombre.” (Deuteronomio 3, 10-11).
Atendiendo a la necesidad de evitar inútiles exageraciones, y en virtud a la aclaración que indica el tomar en consideración la medida del codo ordinario de un hombre, es prudente limitar el cálculo a la medida aproximada de 0,444 metros por codo. De este modo, aunque el resultado al convertir codos en metros no sea tan espectacular, alcanza sobradamente para destacar la significativa talla de Og, e incluirla dentro del concepto de “gigantesca”. Al menos, y es ésta la opinión de quien esto escribe, un personaje que necesite un lecho de 3,996 metros de largo por 1,776 de ancho es un gigante…
“Todo el país de Basán es llamado tierra de los gigantes” (Deuteronomio 3,13)
Al parecer, otros, mucho antes, ya tenían la misma opinión.
En el primer libro de Samuel hallamos otras descripciones de pesos y medidas cuya minuciosidad tiene por objeto identificar a otro gigante bíblico… seguramente no el más robusto, pero sí el más famoso: Goliat. Leemos: “Un hombre de las tropas de choque salió del campamento de los filisteos; se llamaba Goliat, de Gat, cuya estatura era de seis codos y un palmo” (Samuel 17,4).
No cabe duda de que el temor reinante entre los israelitas al ver al guerrero filisteo no era en modo alguno gratuito. Siempre sujetándonos a los más modestos cálculos (es decir considerando un codo de 0,444 y un palmo de 0,222), el buen Goliat medía, en números redondos, unos 2,90 metros.
Asimismo, su fortaleza física no era menos considerable…
“Traía sobre su cabeza un morrión de bronce, e iba vestido de una coraza escamada, del mismo metal, que pesaba cinco mil siclos” (I Samuel 17,5). “El astil de su lanza era grueso como el enjullo de un telar, y el hierro de la misma pesaba seiscientos siclos…” (I Samuel 17,7).
Según una equivalencia promedio, un siclo es igual a 11,424 gramos, de aquí se desprende que Goliat se paseaba vestido con una coraza de bronce de 57 kilos, empuñando una lanza de un peso no inferior a los 7 kilos… ¿Qué hubiera sido del joven David de haber fallado el tiro con su honda?
Como quiera que la Biblia, como valioso documento histórico, abunda en referencias sobre pueblos de alta estatura, como por ejemplo los Emitas, Enaquitas, Perisitas, Refaitas, etc., incursionar en un estudio más profundo de todos ellos equivaldría a un abuso de citas que bien puede evitarse invitando al lector a recurrir al texto original de las sagradas escrituras y, de este modo, aprovecharemos las siguientes páginas ampliando nuestra información con los recuerdos de otras culturas.
Así, en la mitología grecorromana se nos relatan sobradas experiencias que incluyen a titánicos protagonistas como Polifemo, aquel famoso carcelero que mantuvo prisionero a Ulises y sus doce compañeros en una cueva, tal y como nos lo contó Homero en su Odisea, u otros como Titio, Orión, Gerión, Euritión, etc.
En Egipto, Tifón, hermano de Osiris, es recordado como un gigante.
Sobre la mitología germana, no podemos dejar de mencionar, por ejemplo, los conocidos episodios ocurridos entre el gigante Thrym y el dios Thor, cuando el primero se apodera del martillo Mjolnir, o Mimir, el gigante consejero de la máxima divinidad Odín.
En la bella epopeya sumeria de Gilgamesh, concretamente en la primera tabla, se nos presenta el héroe como un semidiós de cinco brazas de alto y nueve palmos de ancho, es decir, unos cinco metros y medio por dos metros.
La leyenda de Melu en Oceanía o la de Litaclane entre las tribus de África sudoriental, u Ocun adorado en África central como introductor del hierro entre los hombres, no escapan a la regla general.
También el incansable Herodoto nos habla de gigantes en sus “Historias” al mencionar el hallazgo, en Tegea, una antigua ciudad de la Arcadia, de un sarcófago de siete codos de longitud (aproximadamente 3,10 metros) cuyo interior contenía un cuerpo de idéntico tamaño.
Purusa es el nombre del “gigante primario, el varón cósmico de cuyo sacrificio ritual surgió el mundo”, según lo describe un himno del Rig-Veda.
P’an Ku es recordado en China no sólo como el “gran creador” sino también como un gigante. Asimismo en Japón, colosos como Soki o los guardianes de las puertas celestiales, conocidos como Nyo, han sido representados en numerosos templos.
En Europa septentrional es conocida la leyenda del gigante Ogro y su poca agradable costumbre de alimentarse con carne humana.
La historia de los pueblos americanos no es ajena a la cuestión y recoge datos de su existencia. Tal es el caso de los aztecas, quienes en el llamado “Segundo Periodo del Mundo” relatan: “En aquella época vivían gigantes. Los antiguos hablaban de su pasado…Tezcatlipoca se convirtió gracias a su divinidad en Sol, y todos los demás dioses crearon a los gigantes, que eran hombres de gran altura y fuerza, que podían arrancar a los árboles de cuajo”.
A su vez, el Popol-Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, nos dice que en los tres periodos, entre los diluvios, hubo gigantes. Asimismo, en el “Manuscrito mexicano de Pedro de los Ríos” leemos: “Antes del diluvio, que se produjo 4.008 años después de la creación del mundo, la tierra de Anahuac estaba habitada por los tzocuillixecos, seres gigantescos, uno de los cuales tenía por nombre Xelua…”
Por su parte, el cronista Bernal Díaz del Castillo, integrante de la nefasta incursión de Hernán Cortés, fue informado por los sabios indígenas que en otro tiempo habían existido hombres de elevada estatura y muy malvados, que fueron muertos en gran número. Como prueba, se dice, entregaron a Cortés un fémur que igualaba en altura a un hombre de talla normal, el cual el conquistador envió a su rey.
Ciertamente, referencias histórico-mitológicas como éstas abundan hasta lo increíble en todos los rincones del mundo y requerirían volúmenes su completa mención. No obstante, llegado este punto, dedicaremos aún nuestra atención a un valioso documento histórico que nos acerca la visión de gigantes a tiempos menos remotos.
“Notizie del Mondo Nuovo con le figure de paesi scoperti descritte de Antonio Pigafetta, vicentino, Cavagliero di Rodi” es el título original de la obra de aquel joven secretario de Hernando de Magallanes donde quedaron relatados interesantes testimonios, de primera mano, acerca de gigantes vivos. Cabe acotar que la cita que a continuación se transcribe, según la traducción del reconocido filólogo chileno José Toribio Medina, es la resultante del testimonio directo de Pigafetta como tripulante de la nave almirante de Magallanes, al tocar puerto en la actual República Argentina exactamente a los 49 grados y 30 minutos de latitud Sur.
“Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno de los habitantes del país (alrededor del 20 de abril). Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz; lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos manifestó mucha admiración y levantando un dedo hacia lo alto quería sin duda significar que él pensaba que habíamos descendido del cielo. Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura…”
Resulta conveniente aquí dejar constancia de que el joven autor italiano, lejos de ser afecto a las exageraciones, era sí un atento observador que sabía hacer gala de un minucioso poder de descripción, evidenciado no sólo cuando informa acerca de la vestimenta y utensilios que portaba el gigante sino cuando detalla el aspecto de la piel de guanaco que colgaba de sus hombros, un animal del todo desconocido por los europeos: “Su vestido, o mejor dicho, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tenía la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita.”
En tal sentido, debemos otorgar validez también a las otras descripciones de Pigafetta que nos hablan de la enorme fortaleza física de estos titanes que luego pasaron a la historia con el nombre de Patagones. Leemos al respecto: “El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por primera vez veía su figura, retrocedió tan espantado que arrojó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él.”
Pero más significativos resultarán estos otros fragmentos: “Seis días después, algunos de nuestros marineros vieron otro gigante… Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas en la arena.”
No obstante, quizá la demostración más acabada de la fuerza de estos descomunales nativos tuvo lugar cuando Magallanes ordenó capturar a dos de los más jóvenes exponentes de esta raza para ser llevados a Europa, para asombro de los aristócratas. Escribió Pigafetta: “Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante el viaje a España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza usó el artificio siguiente: dióles gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos llenas; enseguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones (grilletes encadenados) y cuando vio que deseaban mucho ponérselos porque les gusta muchísimo el hierro, y que no podían tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas…consintieron…y entonces nuestros hombres les aplicaron las argollas de hierro de manera que se encontraron encadenados. Tan pronto como notaron la superchería se pusieron furiosos, aullando e invocando a Setebos, que es su demonio principal…habiendo nueve de nuestros hombres más fuertes bastado apenas para arrojarlos al suelo y atarlos, aun así uno de ellos lograba desatarse en tanto que otro hacía tan violentos esfuerzos que nuestros hombres le hirieron en la cabeza…”
Por cierto que este capítulo de la historia de la conquista del Nuevo Mundo no terminó de manera muy distinta que otros. Los Patagones consiguieron huir bajo el fuego de los españoles mientras que los dos jóvenes gigantes capturados perecieron en alta mar antes de que la nave atravesara el Ecuador.
Ahora bien, si de hecho Pigafetta tuvo su “primicia” al narrar sobre la existencia de estos titanes sudamericanos, en modo alguno conservó la “exclusiva”. Ya que, en efecto, algunos años más tarde un desconocido compañero de viaje del Capitán Byron, del buque inglés “Delfín”, escribía en su libro titulado “Viaje alrededor del mundo” con referencia a los Patagones: “Su estatura media nos pareció ser de diez pies y aun mayor en muchos casos. No empleamos ninguna medida para comprobarlo, pero tenemos motivos para creer que más bien disminuimos que exageramos la talla.”
Es decir, que tales nativos contemplaban el mundo desde los 2,80 a 3 metros de altura…
Ya en 1578 se suma el testimonio del famoso Sir Francis Drake y luego el de otros conocidos viajeros como Pedro Sarmiento.
Por el recordado Peter Kolosimo (“No es Terrestre”) nos enteramos que “a comienzos de 1700, los gigantes habían desaparecido de la costa, pero las autoridades españolas de Valdivia, Chile, hablaron repetidamente, en 1712, de una tribu de seres de casi 3 metros de altura, establecidos en el interior de la Patagonia.”
Hallazgos arqueológicos: Los indicios tangibles. Dado que nada nos obliga a seguir una cronología que siga cada uno de los blancos en los que se clava la “flecha del tiempo”, y siendo que de los Patagones estábamos hablando, bien podemos con ellos. Y enterarnos que, en 1962, en la Patagonia chilena, un indígena de nombre Hueichatureo Chicuy cumplía con su diaria faena como obrero agrícola en una estancia en las “Torres del Paine”, no lejos de la ciudad de Punta Arenas, cuando se topó con un sospechoso túmulo que despertó su curiosidad como entusiasta coleccionista de boleadoras y puntas de fecha que era. Al cavar no fueron precisamente boleadoras lo que halló, sino una enorme y negruzca tibia humana. Los cálculos antropométricos efectuados posteriormente lograron determinar la estatura del extinto dueño de tan descomunal extremidad: ¡3 metros!
No obstante, como consta en los mitos y leyendas, la talla de estos seres es bastante variada, ignoramos por qué, y lo mismo se evidencia en los restos descubiertos hasta el presente. Veamos.
En el Sudeste de China, el paleontólogo Dr. Pei Wen Chung desenterró restos, en buen estado de conservación, pertenecientes a un hombre cuya estatura se aproxima a los tres metros y medio.
Frágiles y ennegrecidos huesos humanos, incluyendo el cráneo, salieron a la luz en Gargayán, Filipinas. Su dueño había alcanzado los cinco metros y medio de altura.
En Túnez, exactamente en Chenini, se encontró un cementerio de gigantes cuyos esqueletos medían algo más de tres metros.
Cerca de la ciudad de Bathurst en Australia, el director del Mount York Natural History Museum, Dr. Rex Gilroy, descubrió huellas gigantes de 60 x 18 cm. Además de una enorme columna vertebral, una muela de casi 6 cm de largo y enormes hachas, garrotes y utensilios.
Por su parte, enormes picos con un peso aproximado de cuatro kilos se hallaron en Siria, en las cercanías de Safita, como así también en Ain Fritisa, Marruecos.
En Norteamérica, significativos descubrimientos merecen atención. Durante unos trabajos de excavación realizados en la localidad californiana de Lampock Ranch algunos soldados extrajeron, en 1833, un esqueleto de 3,65 metros, junto a hachas y ¡bloques grabados con extrañas inscripciones!
En Nevada, en las colinas de Spring Valley, cerca de Eureka, durante 1887, buscadores de metales preciosos desenterraron una pierna humana seccionada a la altura de la rodilla con una medida de 99 cm. Según los cálculos correspondía a un ser similar en estatura al citado precedentemente, es decir, de unos 3,65 metros…
En Glen Rose, Texas, en el lecho del río Paluxy, el Dr. C.N. Dougherty descubrió enormes pisadas humanas de 54,61 cm. de largo por 13,97 cm. de ancho; algunas de ellas pueden ser observadas por los turistas en el interior de ese parque nacional.
No menos intrigantes resultan las huellas a las que hace referencia Peter Kolosimo en “No es Terrestre”, citando a Ronald Charles Calais: “En las cercanías de Brayton, en las fuentes del río Tenessee, pueden admirarse huellas de pies humanos en lo que hoy es roca sólida. Tales pies tendrían seis dedos y una longitud de 33 centímetros. Junto a ellos se advierten las señales dejadas por unos zapatos gigantescos, de 20 a 26,5 centímetros de anchura, más o menos.”
¿Pies de seis dedos? Pues sí, semejantes a los descritos en la Biblia, en el “Segundo Libro de Samuel” (21,20): “La cuarta guerra fue en Get, donde se presentó un hombre de estatura descomunal, que tenía seis dedos en cada mano y en cada pie, esto es, veinticuatro dedos, y era de la raza de Arafa.”
Y es también Kolosimo, en su obra citada, quien nos recuerda que: “en Crittenden, Arizona, una brigada de obreros descubrió, en 1891, excavando cimientos de un edificio, un sarcófago que contenía un ser humano de tres metros de estatura y con seis dedos en los pies.” CREOREVIENTA
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