La revista “Dimensión Desconocida” recordó un extraño suceso que habría ocurrido en el año 1970 en los Cerros del Rosario. Según la publicación, un pastor descubrió una ciudad subterránea dentro de la montaña, con edificios de arquitectura nunca vista y con seres de hasta cuatro metros de altura. La experiencia del pastor habría sido corroborada por integrantes de una comunidad cristiana que se asentó en la zona.
El 12 de agosto de 2008, en el ejemplar número tres de la revista “Dimensión Desconocida”, el periodista Stephens Wrapp escribió una alucinante nota. Está relacionada con la Provincia de San Luis, más precisamente con la localidad de La Toma, ubicada en el Departamento Pringles, la “Capital Provincial del Mármol Ónix”. El texto narra una historia relacionada con una supuesta ciudad subterránea en las entrañas mismas de los Cerros del Rosario.
Dicen que en el mundo existen acontecimientos que escapan a la razón humana, llenos de misterio y sin una aparente explicación. Mitos, leyendas, episodios sobrenaturales, vida extraterrestre, fenómenos climáticos, apariciones, fenómenos paranormales.
En la nota de “Dimensión Desconocida” se asegura que en el año 1970, un cura jesuita de nombre Guillermo, piensa llevar a cabo una experiencia de vida con una comunidad cristiana. Expone la idea a los fieles de su parroquia y deciden llevar a la práctica la propuesta.
Para confirmar la comunidad cristiana, el sacerdote habría obtenido de una familia amiga un predio muy amplio en el Cerro del Rosario. Partieron cinco familias, un médico y un arquitecto, conjuntamente con el padre Guillermo.
Comenzaron a construir sus propias casas, a realizar una nueva etapa, que ellos designaron con el nombre de Comunidad Cristiana, una experiencia que dejaría innumerables incógnitas.
En setiembre de 1970 los escasos pobladores de la Comunidad Cristiana estaban instalados en sus viviendas. En la noche del 23 de setiembre ocurrió algo que no tiene explicación, según los parámetros que se manejan dentro de los límites de nuestro viejo amigo, el planeta Tierra.
Aseguran que aquella noche el padre Guillermo, el arquitecto, se encontraban comiendo en la casa del médico. Eran las dos de la madrugada y conversaban sobre los futuros planes de urbanización del poblado. Las horas pasaban volando; el café se agotaba en los pocillos. De pronto, hay un golpe débil, pero insistente, en la puerta. El médico acudió a abrirla y se encontró con un hombre con principio de infarto y oclusión laríngea. A pesar de su estado, con voz ronca y segura, pidió auxilio. Fue atendido y reanimado por el médico y sus invitados.
Una vez recuperado, relató lo siguiente: aquel día 23 de setiembre, alrededor de las seis de la tarde, se encontraba junto a sus cabras, a las que había llevado a pastorear sobre la ladera del Cerro del Rosario. Apenas comenzó su tarea de arreo, un viento empezó a soplar, con ráfagas muy fuertes. Esperó unos minutos, pero el temporal de viento no amainaba. Cansado de esperar, comenzó a recorrer la cueva en la que se había refugiado.
Llamó su atención una serie de peldaños practicados en la piedra y que bajaban hacia las entrañas de la montaña. Pensando que se trataría de una mina abandonada, y ante la imposibilidad de salir de la cueva, dado que el temporal seguía creciendo en intensidad, comenzó a caminar por los escalones, que descendían en forma de caracol.
También le llamó la atención el hecho de que a medida que descendía la oscuridad, en vez de intensificarse, una tenue claridad de color anaranjado iba iluminando el camino. La temperatura aumentaba, convirtiendo el ambiente reinante en un lugar cálido. Contó trescientos sesenta escalones; pero su asombro no tuvo límites al llegar al final de la escalera.
Señalan que ante sus ojos apareció una ciudad perfectamente conformada; con un sistema edilicio desconocido en la superficie. Edificios brillantes como de aluminio o acero. Todos terminaban en cúpulas que recordaban las mezquitas orientales o los monasterios del Tíbet.
Las calles parecían de acrílico transparente, bajo el cual corrían hilos de agua de variados colores. Los vehículos no circulaban por la superficie, sino que se desplazaban silenciosos flotando a tres o cuatro metros sobre su cabeza.
Pero lo que terminó de asombrar al arriero fueron los habitantes de ese lugar. Seres cuya estatura sobrepasaba la de un ser humano normal en dos o tres metros y medio. Vestían túnicas blancas las mujeres y negras los hombres.
Estos seres en ningún momento prestaron atención al pastor, al punto que él comenzó a caminar siguiendo la calle de acrílico, cuya iluminación provenía de unas bolas del tamaño de un balón de fútbol.
Eran iridiscentes y flotaban en el espacio dando una tonalidad naranja a todo el ambiente; no irradiaban ni calor ni frío.
El pastor afirmó que cruzó ese mundo subterráneo de lado a lado, siguiendo siempre su camino por la extraña calle de acrílico. No se atrevió a internarse por las calles laterales que cruzaban las que él transitaba. Llegó al final de la misma y se encontró con otra escalera de caracol, idéntica a la que utilizó para descender.
Despavorido, comenzó a ascender, pero casi desfalleció por el esfuerzo. La ascensión implicaba subir trescientos sesenta escalones. Salió a la superficie, pero apareció en la cara opuesta del cerro del Rosario a la que había descendido.
Aseguran que una vez repuesto de su aventura, divisó el poblado de la Comunidad Cristiana, hacia el cual se dirigió en busca de ayuda. Al descubrir el cartel de “médico” en la puerta, no vaciló en llamar a la misma.
Dudando de la veracidad de la historia contada por el pastor, el padre Guillermo y el médico le pidieron que indicara el lugar exacto por donde había ascendido a la superficie, con la finalidad de investigar “in situ”.
En la nota indican que al día siguiente partieron Guillermo y el médico con cámaras fotográficas y magnetófonos, a fin de, en caso de ser verídica la historia, traer pruebas fehacientes de la existencia de un país del que la ONU no sabe nada.
Encontraron el lugar, la escalera de caracol; bajaron. El médico se internó en aquel poblado enclavado en las entrañas de la tierra. Guillermo quedó al pie de la escalera tomando fotos del lugar. Regresaron en silencio.
No había palabras para describir lo indescriptible. Wrapp dice que hablaron con funcionarios del gobierno con el fin de informar sobre su hallazgo, quienes pusieron a disposición de los investigadores, equipo de hombres y un equipo técnico adecuado para investigar el caso.
Sin embargo, afirman que cuando llegaron al sitio donde se estaba la escalera de caracol, sólo se veían tres escalones. El resto se encontraba tras un muro de piedra que cubría la entrada de forma total. Rodearon el cerro y se dirigieron a la otra entrada: idéntica sorpresa. Hasta el día de hoy distintos investigadores se han acercado al lugar, pero el muro continúa impenetrable e inexpugnable.
¿Fantasía pura? ¿Ingenuidad ¿Credulidad? ¿Otro fenómeno de quienes dicen que no estamos solos en el mundo? Fabio Zerpa suele decir: “No tengan dudas, los hombres de negro, existen”.
Fuente: El Diario de la Republica
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