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miércoles, 30 de julio de 2014

Las momias del hielo




De vez en cuando el hielo nos devuelve personas que han permanecido durante siglos o, incluso, miles de años congelados. Estos descubrimientos no sólo son un interesantísimo hallazgo arqueológico sino que resultan siempre una visión sobrecogedora. Las actuales investigaciones permiten conocer cuál fue la causa de la muerte e, incluso, cuáles fueron los últimos alimentos ingeridos antes de fallecer.

Dos fascinantes casos de personas congeladas son: Oetzi, la momia más antigua del mundo, de 5.300 años de edad, que se descubrió en los alpes tiroleses; y las momias de los niños del Llullaillaco, de unos 500 años de edad.
Oetzi, el “Hombre de los hielos”
Oetzi fue encontrado hace 16 años por un matrimonio de alpinistas, los Simon, durante una excursión en los Alpes. Se trata de un cazador prehistórico que, según las más recientes investigaciones, murió tras luchar contra varios rivales. Al parecer, fue objeto de una emboscada y un arquero acabó con su vida disparándole una flecha en la espalda.

64 equipos de expertos de todo el mundo analizan su esqueleto, los dientes, el estómago, la piel, sus tatuajes, su ropa (hecha de cuero y de hierba), las armas (un hacha de cobre y un arco y flechas) y otros objetos que portaba. Estas investigaciones han generado espectaculares resultados: por una parte, a través de los análisis del contenido del intestino se ha descubierto que su última comida consistió en granos de cereales y carne de venado; el espectro del polen hallado en Oetzi ha permitido deducir que murió durante la primavera; y unos análisis de ADN han puesto de manifiesto que en su armas había sangre de cuatro personas distintas que lucharon con él.
Los arqueólogos retiran a Oetzi del lugar en el que permaneció 5.300 años 
El otro hallazgo arqueológico nos lleva hasta la cordillera andina. Una expedición, liderada por los arqueólogos Johan Reinhard y Constanza Ceruti, descubrió hace ocho años tres momias, de unos 500 años, en el volcán Llullaillaco de la Cordillera de los Andes, en la provincia de Salta (Argentina). Los cuerpos pertenecían a una adolescente de 15 años, a la que llamaron La Doncella; una niña de unos 6 años, la Niña del Rayo; y un niño de 7 años.

Según Constanza Ceruti:
Uno de los cuerpos, que pertenecía a un niño de siete años se encontraba sentado sobre una túnica o uncu plegado, y presentaba distintos elementos del ajuar acompañante, tales como sandalias o ushutas, bolsitas de piel de animal conteniendo cabello del niño, un saquillo tejido o chuspa, engarzado con plumas blancas, estatuillas masculinas de valva de spondylus y un aríbalo de cerámica. La víctima enterrada en la tumba norte era una joven mujer de quince años, que llevaba un tocado de plumas blancas. Estaba acompañada de un uncu o túnica tejida, de objetos de cerámica de formas y estilos típicos incaicos – aríbalo, vasija con pie, jarrito, platos ornitomorfos – y de elementos textiles tales como chuspas, fajas arrolladas y una pequeña vincha. Presentaba keros de madera en miniatura, un peine de espinas y trozos de carne seca o charqui. De su tumba se recuperaron asimismo estatuillas femeninas de oro, plata y valva de spondylus. En la tercer tumba se descubrió el cuerpo de una niña de seis años, dañado por la descarga de un rayo. La niña se encontraba rodeada de varios elementos de cerámica en miniatura, de típico estilo incaico. Llevaba consigo bolsas o chuspas; mocasines de cuero y sandalias, vasos o keros, y un conjunto de estatuillas femeninas alineadas.
Constanza Ceruti
“La Doncella”
El niño
“La Niña del Rayo”
Parace ser que los niños de 6 y 7 años pertenecían a familias nobles incas y, desde su nacimiento, fueron elegidos para ser sacrificados u ofrendados a los dioses.

Según Ceruti, la adolescente era una “elegida” que desde los 8 a los 14 años fue criada en la casa de las Vírgenes del Sol. Una vez que esta joven salió de ese lugar, pasó mucho tiempo preparándose para su propio sacrificio. La antropóloga mantiene que la Doncella era consciente de que iba a ser una de las ofrendas a los dioses.

Los cronistas de la época sostenían que unos 2000 niños participaban en estas ceremonias sacrificales de los incas. Muchos eran sacrificados en el Inca en Coricancha (templo de oro), otros eran llevados hacia los confines del territorio dominado.

Este fue el caso de los tres niños momificados que debieron partir a pie desde el Cuzco caminando durante meses hasta el volcán Llullaillaco (avanzaban unos 10 o 15 km por día). Muchas personas acompañaron a los niños hasta la base del volcán. Después, un grupo más reducido, el sacerdote, sus auxiliares, cargadores de las ofrendas, los niños y algunos acompañantes ascendieron hasta la cima, que se encuentra a 6.500 metros de altura.

En la cumbre, los niños, adormecidos por efecto de la ingestión de chicha (una bebida a base de maíz fermentado) y coca, el frío y la altura, fueron depositados en sus tumbas con su ajuar y murieron congelados.

El niño fue depositado en una tumba de un metro de diámetro y 1,70 metro de profundidad. Le ataron las piernas y el tronco con cuerdas y su cabeza quedó entre las piernas.

La Doncella fue colocada en su tumba sentada, con el torso flexionado, con las piernas cruzadas y las manos juntas.

La Niña del Rayo fue colocada en una tumba en posición sedente, con las piernas flexionadas y cruzadas y las manos sobre los muslos.

Finalmente, las tumbas se rellenaron con sedimento de granulometría fina y fueron cerradas utilizando muros de piedra.
via--maestroviejo

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