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domingo, 3 de noviembre de 2013
K’A’R’: El héroe olvidado de la Atlántida
Mencioné en la Primera Parte que sospechaba una relación puntual entre los carios y la Caverna de Los Tayos. Seré concreto: a la habitual descripción, entre los hipotéticos tesoros de su interior, de placas con ilustraciones sumerias, babilónicas y tal vez de otros horizontes culturales de la Antigüedad, geográficamente muy lejanos a las Américas, mi suposición es que fueron los carios quienes, precisamente, llevaron ese material documental al Ecuador prehistórico y tal vez, los responsables de elegir o decidir dónde serían ocultos. Recordemos que Moricz siempre llamó la atención sobre la etnia indígena de los “colorados”, llamados así por la habitual coloración natural de sus cabellos, con los cuales, se dice, se pudo comunicar en magyar. Y los antiguos magyares (hoy, húngaros) no están geográficamente tan lejos de las regiones de Asia Menor que aún académica y oficialmente se consideran parte de la Unión Caria.
La afamada investigadora Ruth Rodríguez Sotomayor, en su recuperaciòn e inventariado del Runa Simi, la lengua ancestral, señala que el vocablo “kara” tanto en sánscrito como en runa simi significa “el guerrero que va a la cabeza”. Algo que cae muy bien a la legendaria imagen de K’a’r’. Y es el investigador ecuatoriano y experto en Los Tayos Manuel Palacios, quien apunta que la historia habla de una etnia, los “shillis”, que habrían llegado al Ecuador provenientes del mar y fundan la mítica ciudad de “Karakés”. Su primer rey se llamó Shilli-Karan, y estableció la Confederación Kitu Kara, en tantos aspectos similar a la Unión Caria. (de ese “Kitu” proviene “Quito”, nombre de la ciudad capital).
Más al sur, entre Bolivia y Perú, la leyenda cuenta que los misteriosos hombres blancos con barbas que habrían fundado Tiwanaku fueron atacados por un jefe llamado Cari, venido del valle de Coquimbo. En una batalla entablada en una de las islas del lago Titicaca, esta raza rubia quedó aniquilada, pero el propio Kon-Tiki y sus más adictos compañeros escaparon y bajaron luego a las costas del Pacífico (sigo aquí el relato del etnólogo y explorador Thor Heyerdahl). Y no olvidemos el misterio de la “Fuente Magna”, en exhibición en el Museo del Oro de La Paz (Bolivia), extraña pieza labrada en roca que presenta abundantes signos cuneiformes, presumiblemente mesopotámicos.
El siguiente hecho es igualmente digno de interés: todas las tribus autóctonas cuyo nombre contiene el prefijo “Car” llaman a los hombres blancos “cara”, aunque la palabra tupí-avañée generalmente adoptada por ellos para designar el color blanco sea “tinga”. Otro hecho que hay que anotar: Diodoro de Sicilia refiere que los carios llevaban adornos sobre la cabeza compuestos de plumas (de hecho, son ellos los que imponen en el Mar Egeo la costumbre de la cresta plumífera en los cascos de batalla) y que sabemos que todos los pueblos originarios, de Alaska a la Patagonia, tienen la costumbre de llevar esos adornos, sobre todo en tiempos de guerra; esta particularidad es quizás una indicación sobre el origen americano de los carios a menos que éstos hubiesen adquirido esta costumbre durante sus viajes a América. (De hecho, Moricz mismo se preguntaba si no se trataría que los ecuatorianos originales habrían llegado en épocas remotísimas a Europa y de allí retornado con costumbres e idioma). Hablamos de la antigua leyenda de la isla de Caraíba, hundida en el mar. Según esa leyenda, siete tribus de raza caria fueron a instalarse a esa isla huyendo de una catástrofe, aunque la leyenda no indica de modo alguno el origen de esas tribus. Esas gentes se daban el nombre de “Cari” pero sus sacerdotes lo cambiaron por el de “Tupi”, que significa “hijos de Tupán”. Quizás el mismo Tu-Pan cario, del que hablamos antes. Y recordemos Tupán, Tollán, Tula y sus “atlantes”… Referidos en el artículo precedente. Muchos siglos antes de la era cristiana, la isla de Caraíba fue a su vez tragada por las aguas (¿cuántos siglos? ¿Diez, doce? Así estaríamos en la fecha de la explosión de Santorín, que mencionamos en el artículo anterior). Los tupíes sobrevivientes emigraron al continente sudamericano, desembarcaron en el litoral de Venezuela y fundaron su asentamiento en Caracas. Algunos centenares de años más tarde, marinos aventureros llegados de un país lejano situado al Este llegaron al mismo lugar y por la fuerza y poco a poco erradicaron toda la población local hacia el Brasil; únicamente un reducido grupo de tupinambás dejó alguno de sus clanes en territorio venezolano. Parece que los tupíes desembarcaron en la isla de Marajó, en el delta del Amazonas. El nombre de esa isla, que se parece al del alto curso del Amazonas, “Marañón”, fue pronunciado antiguamente “Maraio” o “Maraion” y luego modificado por los portugueses, que hicieron de él “Marajo”, que responde mucho más al espíritu de su lengua. El profesor Varnhagen más de un siglo atrás opinó que las palabras “Mara Ion” quieren decir en cario “un gran río”, pero “Ion” tiene el mismo sonido que el nombre de cierto pequeño estado de Ion en el archipiélago (las islas Jonias) que perteneció en su momento a la Unión Caria. La explicación de Schwennhagen es quizás más plausible; según él, esos recién llegados al Brasil entendían por “Gran Ion” (“Mara Ion”) su país de origen, es decir, las islas Jonias. Caru-Taperu, nombre de una localidad de la isla de Marajo, nos lleva nuevamente a los carios; hace algunos años se descubrió allí ruinas ciclópeas de estilo etrusco.
Es aquí cuando adquiere otra relevancia ciertas particularidades del famoso Manuscrito 512, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro desde 1839, aunque data de 1753. Comenta el investigador Yuri Leveratto en su blog, que en él se narra sobre un grupo de aventureros portugueses que buscaron por mucho tiempo las legendarias minas de Muribeca, viajando durante unos diez años al interior de Brasil. Durante su extraordinario viaje descubrieron las ruinas de una gran ciudad perdida cuya arquitectura recuerda lejanamente el estilo greco-romano. Leveratto ha encarado su propia traducción de dicho manuscrito (que puede consultarse por el enlace señalado) pero puntualmente cita un párrafo donde: “En el pórtico principal de la calle había una figura humana en bajorrelieve adornada con coronas de laurel: representaba una persona joven, sin barba; debajo de esta figura había grabados en el muro algunos extraños caracteres deteriorados en parte por el transcurrir del tiempo, pero se podían distinguir parcialmente…” y sigue esta ilustración:
Que no ha encontrado traducción literal en ningún idioma, lengua o dialecto. Pero, tentativamente, hemos hecho esta comparación:
La etnia conocida con el nombre de Tupinambá (o “Tupí Nambá”: “los verdaderos tupíes”) conserva todavía algunos conocimientos de astronomía, heredados quizás de sus lejanos antepasados, los carios. Tucídides llama al “divino Kar”, “mago caldeo”, y es claro que el legendario fundador del imperio cario debía poseer conocimientos de esa ciencia, pues los caldeos fueron astrónomos y astrólogos notables. Un misionero del siglo XVII, el padre D’Abbebille, publicó una obra sobre la ciencia astronómica de los tupinambá que suscitó verdaderas críticas entre los doctos eruditos de la Sorbona que no podían concebir que “una tribu de indios salvajes pudiese poseer alguna noción de esa ciencia”. La religión de los tupíes hizo su aparición en el Norte de Brasil algunos millares de años antes de nuestra era, coincidiendo verosímilmente con las primeras expediciones de los carios o de los fenicios al país. El idioma tupi es en sí mismo una de las pruebas más sólidas de que hubo un lazo estrecho entre las civilizaciones del antiguo y nuevo mundo. La etnia tupí conocida con el nombre de Gheghes llama a su propio dialecto “nhehen gatu” (“lengua universal”), esto permite suponer que hubo una época en que el idioma tupí se hallaba extensamente difundido y era empleado quizás por los carios, los atlantes y otros pueblos de América. Por caso, el texto conservado en el Museo Británico de la ley del rey sumerio Urgana contiene numerosas palabras tupíes. La palabra caria “sumer” (jefe de Sacerdotes) es empleada todavía por los tupíes bajo la forma “sume” para designar a los sacerdotes, los hechiceros e inclusive los misioneros cristianos y los médicos. Recordemos que una amplia región del Brasil y del Paraguay guarda el recuerdo de un Maestro que habría recorrido esas extensiones en el pasado predicando la paz y la concordia: Pai Zumé. A propósito, recordemos que en Albania existe una etnia, curiosamente, también conocida como “gheghe”, y su dialecto se parece bastante al nhehen gatu. Y la pregunta obvia de si los gheghes americanos emigraron a Albania o viceversa, puede resolverse diciendo que ambos se dispersaron de un punto común: la Atlántida. Y no sólo ellos: ¡también los vascos! Quienes se dan a sí mismos el nombre de “euskaros” (Eus Karos), ¿nos están hablando de su parentesco con estos misteriosos, nómades y omnipresentes carios?
Creo sinceramente que pelasgos, carios, semitas en general, guaraníes y tupíes han sido los descendientes de atlantes emigrados, que partieron en distintas direcciones cuando la catástrofe ancestral —o ya formaban parte de colonias comerciales en los territorios distantes— y que decidieron reunir, desordenada y aleatoriamente, elementos que preservaran la historia de sus ancestros en distintos puntos; la caverna de Los Tayos entre ellas. Eso explicaría la diversidad cultural y el aparente batiburrillo de confusión histórica en la descripción tanto de Moricz como de las hoy desaparecidas colecciones del padre Crespi, de Cuenca. Por ejemplo reflexionemos en: El extraordinario parecido entre las palabras “Ceara” (estado del norte de Brasil) y “Sahara”, siendo dos áreas geográficas desérticas que alimentan la hipótesis de Wegener que alguna vez estuvieran unidas. La existencia de palabras hebreas entre los tupí guaraníes, como “canaan” y “aramea”. Muchos ríos brasileros tiene el prefijo “Poti” en su nombre (Potijara, Potiguara, etc.) y recordemos que en pelasgo “poti” significa “pequeño curso de agua” o “afluente”, adoptado más tarde por los griegos en la palabra “potamós” (río). Cuando Álvarez Cabral desembarcó en el lugar en que se levanta Río de Janeiro, encontró allí a guaraníes que llamaban a esa región “Carioca”. La apalabra “oca”, que significa en “avañée” (el idioma guaraní, ya que “guaraní” es la etnia, no la lengua) “domicilio, residencia” se parece al término griego “oikía”, que tiene el mismo sentido. La palabra avañée “cari” significa “hombre blanco”, por lo tanto “carioca” significa “residencia de los hombres blancos” lo que demuestra que la región estuvo alguna vez habitada por un pueblo de raza blanca y la inscripción de la roca de Gavea, pretendidamente fenicia (o caria) alimenta esa hipótesis.
La divinidad caria Tu-Pan es venerada todavía por muchas etnias sudamericanas bajo la forma del dios Tupán; su culto tiene una importancia particular entre los guaraníes del Paraguay, pero en otro tiempo se extendía hasta el litoral del Pacífico. Los tupíes sostienen que Tupán enseñó a sus antepasados la agricultura y el uso del fuego. Los pueblos pre incas representaban a Tupán exactamente como las estatuas griegas a Pan; un fauno. El culto de la Cibeles local, o Kera, hizo su aparición al mismo tiempo que el de su hijo Tupán. El nombre de Kera era empleado en todas partes donde se creía que Cibeles era la madre de Kar. Cuando los primeros misioneros portugueses en el Brasil, padres Manuel Nobrega y Anquieta, preguntaron a los indígenas “¿cuál es el nombre de este país?”, oyeron como respuesta: “Tupan Kere tan” (“Es la tierra de Kera, madre de Tupán”). Las leyendas de los guaraníes refieren que los antepasados de éstos habitaban una ciudad magnífica, “la ciudad de los techos resplandecientes”. Recordemos que, según Platón, los techos de Poseidonis, capital de la Atlántida, estaban cubiertos de “oricalco”, un brillante metal, quizás mezcla de bronce y plata. Resumiendo, esta exposición pone de relieve el peregrinar de ese misterioso pueblo cario por casi todo el orbe, dejando huellas de su paso por sobre el tamiz de los Tiempos. Y sugiere reconcebir a la Cueva de los Tayos como uno de los reservorios de sus recursos culturales que jalonaron ese milenario deambular.
FUENTE--http://www.mysteryplanet.com.ar/site/?p=6802
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