El gigante de Cardiff
A diferencia de otras famosas falsificaciones arqueológicas, este hombre petrificado, aparecido en 1869, fue concebido para engañar a los fanáticos religiosos y no a los científicos
14.02.14 - 00:00 -
'Descubierto' en 1869 en Nueva York, el gigante de Cardiff figura en los anales de las falsificaciones arqueológicas como un fraude tan notable que ha llegado a ser comparado con el del cráneo trampeado del 'Hombre de Piltdown'. Sin embargo, lo que distingue al montaje del 'gran hombre petrificado' neoyorquino de engaños como los de la célebre calavera inglesa, los egipcios neolíticos marselleses de Riou y los artefactos de Glozel, es su carácter chusco y que su autor no tuvo especial interés por engañar a los científicos. De hecho, cuando salió a la luz alegó que en realidad pretendía reírse de los fundamentalistas religiosos.
La historia de este fraude empieza con la excavación de un pozo en una granja. La explotación agrícola estaba en Cardiff, al norte del estado de Nueva York, y su propietario era William 'Stub' Newell, que había encargado a Gideon Emmons y Henry Nichols la excavación de un pozo para extraer agua en uno de sus campos. El 16 de octubre de 1869 la pareja de trabajadores se topó con lo que parecía ser un pie de piedra a un metro de profundidad, más o menos. Uno de los dos obreros -no está claro quién- exclamó: "¡Algún viejo indio fue enterrado aquí!". El pie remataba una pierna que a su vez formaba parte de un cuerpo desnudo. El de un hombre enorme, de unos tres metros de altura, aparentemente de piedra.
La noticia de la aparición del gigante voló por la comarca y pronto recorrió todo el estado. Newell montó una tienda alrededor del gigante, ya al descubierto en su lecho de tierra, y empezó a cobrar 25 centavos a los curiosos que hacían cola para ver el prodigio. Ante el éxito de la iniciativa, recogida con entusiasmo por la prensa local, el granjero aumentó la tarifa a 50 centavos. Un periódico de Siracusa calificó el asunto de "maravilloso descubrimiento". La entrada subió a un dólar.
De los numerosos testimonios que se conservan sobre el gigante de Cardiff destaca el detalladísimo relato del historiador y diplomático Andrew Dickson White (1932-1918), cofundador de la Universidad de Cornell, recogido en el capítulo 56 de sus memorias (páginas 465-485 del volumen 2 de 'Autobiography', 1917), titulado, de forma muy reveladora, como 'Un capítulo de la locura humana'. Comienza describiendo la comarca, en la que él mismo había nacido y vivía y a cuyos paisanos describe como prudentes, pacíficos y cultos. Sin embargo, White afirma que "en otoño de 1869 esta región pacífica estaba conmocionada de un extremo a otro" por lo que a él le pareció un disparate completo. La noticia de la aparición del gigante "había corrido de granja en granja".
El historiador no vivió el inicio del asunto, al encontrarse de viaje, y se enteró del 'hallazgo' al volver a casa. Cuando oyó hablar de la figura su primera reacción fue pensar que el asunto, por ridículo, se habría convertido en motivo de chistes y bromas. Pero pronto descubrió asombrado que el ambiente era otro. "Estuve ausente durante varias semanas en un estado lejano y, a mi regreso a Siracusa -explica White-, me encontré con uno de los ciudadanos más importantes, un diácono muy respetado de la Iglesia presbiteriana, antiguo juez del condado. Le pregunté en un tono jocoso acerca de este nuevo objeto de interés, esperando que se uniera a mí riéndose de todo el asunto". Pero, "para mi sorpresa, se puso muy solemne". El diácono le dijo: "Le aseguro que no es un asunto de risa; es una cosa muy seria. De hecho; no hay ninguna duda de que se ha realizado un descubrimiento asombroso". El exjuez le aconsejó que se acercara a admirar la maravilla y juzgara por sí mismo.
Exhumación de la figura en 1869
Gran solemnidad
White aceptó el consejo y visitó la granja de Newell acompañado por su hermano. "A medida que nos acercábamos vimos por todas partes señales del enorme interés popular" despertado por el gigante. Había calesas, carretas y carruajes de todo tipo que se acercaban al lugar cargados de curiosos. La granja parecía una feria en cuyo centro "había una tienda" rodeada por una "multitud empujando para entrar". Ya en el interior, "vimos una gran fosa o tumba, y, en el fondo de la misma, quizá a unos cinco pies por debajo de la superficie, una figura enorme, en apariencia de caliza gris de Onondoga. Era un gigante de piedra, totalmente desnudo, con las extremidades contraídas en agonía. Tenía un color como si hubiera pasado mucho tiempo enterrado", y su piel presentaba gran cantidad de "punciones, como si fueran poros". El bloque tenía huellas que a White le parecieron de desgaste causados por la erosión del agua. La iluminación y el ambiente hacían que la visión del gigante produjera "el efecto más extraño. El aire estaba impregnado de gran solemnidad. Los visitantes rara vez hablaban por encima del susurro".
Una vez fuera, White preguntó por las circunstancias del hallazgo y no tardó mucho en llegar a una conclusión: "Todo el asunto era indudablemente un engaño". Al erudito todo aquello le resultó sospechoso, empezando por el lugar de la excavación, que le pareció inadecuado para abrir un pozo. En cuanto a la figura, "de ningún modo podía tratarse de un ser humano fosilizado". Al contrario, todo indicaba que era una escultura moderna, "realizada por alguien sin genio ni talento" pero que había visto dibujos, "grabados o fotografías de esculturas notables". Es más, White sugiere que probablemente el falsario se había inspirado en las alegorías del día y la noche que adornan la tumba de los Medici de la iglesia de San Lorenzo, en Florencia, obra de Miguel Ángel. "Estaba claro además -añade el académico- que no se había pretendido que fuera considerado un ídolo o un monumento". Al contrario, el autor o fabricante había pretendido que fuera tomado por "un gigante fosilizado", de ahí la presencia de los poros en su piel supuestamente petrificada. La idea se impuso "contra toda razón científica". Solo había un rasgo de la figura que jugaba a favor de la pretendida antigüedad del bloque "y que me dejaba perplejo": los indicios de erosión causada por el agua y cuya formación "habría requerido siglos", teniendo en cuenta la dureza de la piedra caliza de la región.
White también se vio sorprendido por el folklore 'tradicional' y 'autóctono' que sobre los gigantes floreció en la comarca de un día para otro. De pronto se empezó a hablar de leyendas y relatos indios sobre estos seres que se remontaban a tiempos inmemoriales, pero de las que nadie había oído hablar nunca hasta aquel momento y que en realidad habían brotado de la nada. No faltó un viejo "piel roja Onondaga" que declaró "de forma impresionante" que la figura "es indudablemente el cuerpo petrificado de un profeta indio gigante que apareció hace muchos siglos y predijo la llegada de los rostros pálidos y que, justo antes de su muerte, anunció a los suyos que sus descendientes lo volverían a ver".
Las valoraciones más entusiastas del hallazgo llegaron de pastores y reverendos de las diferentes iglesias presentes en la región, que veían en el gigante de Cardiff la confirmación de las referencias bíblicas a los gigantes, como por ejemplo "En aquellos días, y aún después, cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y ellas tuvieron hijos, había en la tierra gigantes: estos fueron los héroes famosos de la antigüedad" (Génesis 6,4). White cita a un "excelente doctor en teología", pastor de una de las principales iglesias de Siracusa, que afirmaba que no podía haber nadie que tras observar al gigante no se convenciera de que "lo que tenemos aquí es un ser humano fosilizado, quizá uno de los gigantes mencionados en las Escrituras". Otro religioso aseguraba que "esto no es una cosa ideada por el hombre, sino que se trata del rostro de alguien que vivió sobre la tierra, la auténtica imagen de un hijo de Dios". Porque una cosa que maravillaba a White es que, siendo la figura de una factura muy tosca, rozando la chapuza, a todos los convencidos de su realidad les parecía la imagen fidelísima de un hombre. Una señora señalaba que se podían apreciar "las venas de sus piernas", mientras que un reportero aseguraba que aquello no podía ser una estatua, pues no había ser humano capaz de concebir ni ejecutar una figura así: "Ninguna pieza escultórica ha producido nunca el temor inspirado por esta forma ennegrecida".
Jesuitas y fenicios
Pero si desconcertantes eran los comentarios de los reverendos y pastores, más chocantes resultaban los de los pocos científicos que admitieron que el gigante era real, bien una estatua antigua o un hombre fosilizado. La mayor parte de los académicos y estudiosos que se acercaron a observar el gigante lo consideraron un fraude, y ello a pesar de que entonces la investigación científica de los orígenes del ser humano estaba todavía en pañales, pero hubo unos pocos que dieron el hallazgo por bueno. White menciona a un grupo de sabios de la Universidad Estatal de Albany que se acercaron a examinar el prodigio y con los que pudo entrevistarse en su hotel. Los expertos fueron extremadamente prudentes, "cautos", como dice White, y "afortunadamente" rechazaron la idea de que la figura fuese un hombre petrificado. Pero uno de ellos, el profesor Hall, aceptó que se trataba de una estatua antigua. ¿Por qué? Porque había estado enterrada en un lugar sobre el que había crecido todo un bosque durante generaciones y por las señales de erosión que presentaba la piedra. Las mismas marcas que habían desconcertado a White. Mientras, un tal doctor Boynton, un "experto local en temas científicos", propuso una explicación: la estatua era obra de misioneros jesuitas, llegados a la zona doscientos años antes. Pero la aportación erudita más asombrosa se debió a Alexander McWhorter, un estudioso de la Escuela de Teología de la Universidad de Yale. McWhorter afirmó haber descubierto una diminuta "inscripción fenicia" en la figura (que nadie más lograría ver). Tras un análisis bastante confuso del texto, llegó a la conclusión de que la estatua "fue traída por una colonia de fenicios". "Solo sabemos que en algún periodo distante la gran estatua, traída en una nave de Tarshish a través del mar de Atl, fue enterrada cubierta con ramitas y flores", escribió.
Los creyentes en la autenticidad del gigante formaron dos grupos: los religiosos, que creían que se trataba de un gigante bíblico petrificado, y los 'cientifistas', que proponían que se trataba de una estatua antigua. Los escépticos como White enmudecían de asombro. No por el gigante, sino por la credulidad que les rodeaba. El cofundador de la Universidad de Cornell se esforzó por entender -y explicar- esa credulidad. "Había una evidente 'alegría en el creer' en la maravilla -señala-, y estaba amplificada por la superstición particularmente americana de que la corrección de una creencia se decide por la cantidad de gente que puede ser inducida a adoptarla, de que la verdad es una cuestión de mayorías".
Uno de los escépticos, cuyo nombre no cita White, decidió pasar a la acción. Se las apañó para acercarse a la figura con un martillo y arrancar un trozo. "Al cogerlo en la mano el asunto se aclaró al instante", señala el historiador. No era piedra caliza. Era yeso. Muy blando. Hasta el punto de que se podía marcar con una uña. Eso explicaba las huellas de la erosión. Podían ser el fruto de unos pocos días de exposición a una corriente de agua, no de siglos. Otro escéptico hizo acto de presencia, esta vez con nombre. Y con buenas credenciales. Se trataba del paleontólogo Othniel C. Marsh, de la Universidad de Yale, que examinó el 'gigante' y fue rotundo en su veredicto: "Es de origen reciente (...), es notable, pero un notable fraude". Una farsa, en definitiva. "Estoy sorprendido de que algunos observadores científicos puedan no haber detectado las pruebas inconfundibles de que no es antiguo", añadió. Pero, como señala White, "el escepticismo no era bien recibido" en la región, en la que ya se había formado una pequeña industria turística en torno a la atracción.
Este éxito propició que la historia del gigante de Cardiff diera un giro circense con la intervención del magnate de las carpas P. T. Barnum. El 'rey del espectáculo' propuso a Newell que le cediera el bloque en alquiler para llevarlo de gira con su circo y exhibirlo durante tres meses a cambio de 60.000 dólares. El granjero rechazó la oferta porque ya había llegado a un acuerdo con otro exhibidor, David Hannum, célebre por su inmortal frase "cada minuto nace un tonto". Muy en su línea, Barnum decidió solucionar el contratiempo fabricando su propio gigante. Contrató a un escultor, Carl C. Otto, que se las arregló -¿cómo?, es un misterio- para obtener un molde del original. Por supuesto, el empresario vendió 'su' hombre de piedra como el "verdadero gigante de Cardiff". En un momento dado ambos coincidieron en Nueva York. Newell demandó a Barnum.
Un lector de Darwin
Y entonces, mientras un tribunal se disponía a dirimir un pleito inaudito, el falsario salió a la luz y confesó a través de la prensa el 10 de diciembre de 1871. Se trataba del primo y socio de Newell en la explotación del hallazgo, George Hull, un fabricante de puros de Birmingham (Nueva York). Es posible que Hull se viera forzado a descubrir el montaje presionado por los periodistas y algunos científicos, que habían ido atando cabos y cotilleando entre los granjeros hasta descubrir los manejos de los socios. En todo caso, Hull vendió su historia como si se tratara de una monumental broma a costa de los fanáticos religiosos y los creyentes en la fidelidad histórica de la Biblia. Como explica Mark Rose en 'When Giants Roamed de Earth' ('Archaeology', vol. 58 nº 6, 2005), Hull era un ateo convencido que además había leído a Darwin. Una discusión acalorada sobre los gigantes mencionados en el Génesis con un reverendo metodista le había llevado a idear una farsa para dejar en ridículo a los fundamentalistas que creían en la verdad literal de las Escrituras, en especial los relatos referidos al origen del hombre. Hull explicó que tras discutir con el pastor, un tal Mr. Turk, de Ackley, Iowa, pasó la noche pensando "sobre cómo la gente podía creer estas llamativas historias de la Biblia sobre gigantes (...). De pronto pensé en fabricar un gigante de piedra, y hacerlo pasar por un hombre petrificado".
La ocurrencia se convirtió en un plan muy elaborado. Hull decidió fabricar la figura lejos del lugar donde iba a ser descubierta. En junio de 1868 compró un bloque enorme de yeso en Iowa y lo hizo transportar por tren hasta Chicago, explicando a los propietarios de la cantera que iba a servir para tallar una estatua de Abraham Lincoln, que había sido asesinado tres años antes. En Chicago encargó a un cantero alemán, Edward Salle, que tallara el gigante, obligándole además a guardar silencio como parte del trato. Una vez esculpida la figura, Salle la 'envejeció' con arena, tinta y ácido sulfúrico. Los famosos poros que tanto asombrarían a los creyentes fueron hechos con una aguja de coser. Ya terminado, el gigante volvió a viajar en tren hasta una estación cercana a Cardiff, donde la recogió Newell, que se encargó de enterrarla en sus propiedades. Un año después, encargó a Emmons y Nichols, que no estaban al corriente del engaño, que excavaran un pozo en el lugar, propiciando el 'descubrimiento'. Newell no había sido capaz de callarse el secreto y se lo contó a algunos vecinos, pero estos prefirieron mantenerse en silencio, disfrutar del espectáculo y, en el mejor de los casos, rascar algunos dólares.
El destape del fraude sirvió para que Barnum eludiera un fallo en su contra en los tribunales. El juez admitió el argumento de sus abogados de que no se le podía considerar un falsificador, pues en realidad había falsificado una falsificación. Barnum recaudó más de 150.000 dólares con su falso gigante falso. Curiosamente, Newell y Hull ganaron menos con el 'verdadero' gigante falso: unos 44.000 dólares. Además, el éxito del gigante de Cardiff generó una oleada de 'descubrimientos' de hombres petrificados en Estados Unidos, de los que se registró por lo menos una docena, según recoge Mark Rose en su artículo. En cuanto al original, que fue homenajeado en 1870 por Mark Twain en un relato paródico, 'A Ghost History', perdió popularidad después de que se destapara el engaño. En 1901 lo llevaron a la exposición Panamericana de Buffalo, donde apenas recibió visitas. Un editor de Des Moines, Iowa, lo compró pero se deshizo de él en 1947 vendiéndolo al Farmer's Museum de Cooperstown, Nueva York, donde se exhibe en una tienda que reproduce la de la granja de Newell. En la entrada hay un cartel que dice 'El mayor fraude del mundo'.
fuente--http://terraeantiqvae.com/profiles/blogs/el-gigante-de-cardiff#.Uv-VqWJ5O30
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