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miércoles, 25 de septiembre de 2013
Akhesa, Reina de Egipto
Nos ubicamos en la XVIII Dinastía egipcia. Epoca de gloria y de gran brillantes para los historiadores.
Es la época del Imperio Nuevo. La cultura egipcia se impone. Es sin duda el primer imperio del mundo.
Encontramos aquí (aproximadamente hacia los años 1552-1306 A.C., y digo aproximadamente ya que la datación va variando de acuerdo a cada historiador. La edad egipcia es imperfecta, basándose sólo en la subjetividad e interpretación de cada investigador. Ver para ello mi trabajo: “El Proyecto Estelar en el Egipto Faraónico” la parte de “La Edad de la Era de las Pirámides”) a grandes Faraones como Tutmosis III, Amenophis II, Amenophis III y a la famosa Reina-Faraón que dejó para todos el magnífico Templo de Deir el–Bahari en la orilla occidental de Tebas, me refiero a Hat-Shepsut.
Y es precisamente Tebas el centro del reino ubicado al sur del país.
Es esta ciudad la del Dios Amón garante de felicidad y de independencia.
Todo Faraón deberá engrandecer y embellecer el Templo de Karnak donde está entronado Amón-Ra el Rey de los Dioses. Así lo solicitaban todos los sumos sacerdotes.
Gracias a esto, mucha gente del clero se beneficiaba en riqueza y en poder. El Primer Profeta, el gran sacerdote de Amón reinaba en un “Estado dentro de un Estado”.
Muchos Faraones desconfiarían de ellos. Ya Amenophis III era consciente del peligro de los sumos sacerdotes y fue él quien inició otras formas divinas, especialmente a Atón , sin duda influenciados por su esposa la Reina Teje.
Le seguiría su hijo, Amenophis IV, conocido como Akhenatón quien desde muy joven supo luchar contra los sacerdotes tebanos.
Más tarde la historia comprobaría que no se equivocaría.
Su tercer hija, cuyo nombre egipcio era Ankhes-en-pa-Atón que quiere decir “Vive para Atón” y aquí la llamaremos Akhesa, viviría en carne propia la traición del clero, complots militares, espionaje y la traición de sus amigos.
Esposa del famoso Faraón Tutankamón , quien la amó desesperadamente. Fue su única mujer. Ella supo imponerse durante su reinado.
Hija y esposa de Faraones, ésta es la crónica de Akhesa, la Reina Sol, llamada así por el destacado egiptólogo francés Christian Jacq, obra del cual está basada parte de esta historia, donde la realidad y la suposición se entrelazan para marcar un período decisivo y enigmático dentro de la Historia grande egipcia.
LA CIUDAD DE LA LUZ
Durante mi estadía en el bello Egipto, visitamos numerosos y diversos Templos y ciudades, visitamos las Pirámides e ingresamos en ellas, descubrimos y “vivimos” la magia misteriosa que hay en ellas, recorrimos el Río Nilo y estuvimos también en lo que otrora era “la Ciudad de la Luz” ó “la Ciudad del Sol”. Hoy totalmente destruída por la erosión. Sus tumbas guardan allí el secreto de un período extraño.
Su Rey el Faraón Amenophis IV, es decir “Amón-está-en-plenitud” al abandonar su culto a Amón y el Templo de Karnak se convertiría en Akhenatón, “El que brilla por Atón”. Necesitaba una nueva capital fundando Aketatón, “El horizonte de Atón”, la ciudad del Sol conocida también con el nombre árabe de Tell-el-Amarna, El-Amarna ó Amarna situado en el Egipto medio. El condujo a unos 50.000 egipcios a la nueva capital transformado de un desierto a un oasis.
Akhenatón reinó durante más de diecisiete años (aprox. 1364-1347 A.C.) acompañado por su esposa la bella Nefertiti (que significa “La Bella ha llegado”), según las esculturas que hemos visto, nos demuestra la belleza real de esta Reina.
Tebas su antigua capital se encontraba a unos 300 kilómetros de distancia más al sur.
Los comentarios en la ciudad no eran nada buenos. Se rumoreaba que el Faraón Akhenatón se encontraba envuelto en su locura mística hacia el Dios Atón y que su esposa, la bella Nefertiti ya no lo acompañaba.
Hacía tiempo que no se veían juntos los Reyes de las Dos Tierras.
Su ausencia en las ceremonias oficiales desataban muchas habladurías.
Padres de seis hijas mujeres, pero sólo la tercera de ellas pasaría a la historia como Reina.
Akhesa tendría entre doce y quince años de edad (resulta imposible determinar la edad exacta de acuerdo a las fuentes históricas). Ya se estaba convirtiendo en mujer.
Era común en ella las escapadas de Palacio para ir a recorrer la ciudad y sentir como vivía la gente en realidad el reinado de su padre.
Su amor al Faraón era total como así también sentía en lo más profundo el poder solar del Dios Atón.
En una de sus salidas es vista por la policía de la ciudad. De pronto, en su escondite es descubierta por dos grandes lebreles, perfectamente entrenados y temibles asesinos.
La princesa Akhesa al verlos los reconoció. Eran sus fieles perros quien desde pequeña ella los alimentaba en la perrera real.
Mahú el Jefe de la Policía respiraba profundamente.
Qué hubiera sido de él si uno de los perros mataba a la hija del Faraón.
Al aproximársele Mahú le solicitó que la acompañara ya que su padre estaba furioso por esta escapada.
Ya en Palacio, ubicado en el centro de la ciudad del Sol es atendida por el Faraón.
Luego de las más variadas charlas su hija le convence para que salga de Palacio. Su pueblo lo requería.
Hacía tiempo que Akhenatón no salía, su tarea dedicada al Dios Atón le llevaba todo el día. Su esposa la Reina Nefertiti vivía en su Palacio Real, ya no lo acompañaba.
Todo el mundo se impresionaba al ver a la princesa Akhesa bajar de Palacio. Su belleza era casi igual a la de su madre Nefertiti. Sus paseos en el carro real con Akhenatón daban inicio a los mas diversos comentarios. Había quienes los adoraban y otros que los odiaban como Mut (cuyo nombre verdadero era Mutnedjenet, supuestamente hermana de la Reina Nefertiti, según algunos historiadores), esposa del General Horemheb.
Este había sido una de las primeras salidas de Akhenatón, conocido también como el Faraón “hereje”. La princesa Akhesa había llamado la atención a todo el pueblo, especialmente al General Horemheb quien había quedado impresionado por su belleza.
Al tiempo la princesa es llevada a la parte sur de la ciudad de la luz. Allí sería perfectamente educada y preparada.
Este Palacio estaba construído en forma de tres abanicos, el primero correspondía para la Reina madre Teje (conocida también por los historiadores como Tii, Tiyi, etc.), el segundo para la Reina Nefertiti y el tercero para la princesa Meritatón, heredera del reino.
Allí conocería al Príncipe Tutankatón, supuestamente hijo de Amenophis III (aunque algunos historiadores consideran que podría haber sido hijo del Rey Faraón Akhenatón ó de algún noble. Su madre habría fallecido al nacer). Para esa época tendría aproximadamente unos nueve ó diez años de edad.
A partir de allí el amor de él hacia la princesa sería eterno.
Los estudios y aprendizajes continuaban, como así también los recelos entre las princesas Meritatón y Akhesa. Más aún, enterada esta última que su hermana se desposaría con el príncipe Semenkh, hermano de Tutankatón, formando así la futura pareja real.
En una de las ceremonias ofrecidas por Akhenatón a Atón, es la princesa Akhesa quien lo salva de un atentado. Querían matar al Faraón. Pero quién. Desconfiaban del general Horemheb perdidamente enamorado también de Akhesa y odiados por su esposa Mut, el divino Padre Ay no podría ser él, el Embajador Hanis, el Jefe de la Policía Mahú, los sacerdotes de Tebas... en fin el poder no lo quería.
Veían al Faraón “hereje” débil, totalmente no apto para su cargo.
Las redadas en la ciudad habían comenzado. Toda la población era requisada. La población escondía sus estatuillas, no podría haber ninguna otra divinidad en sus casas a excepción de Atón. El monoteísmo se imponía. Pero no sería la primera vez que atentarían con la vida del Faraón.
EL DOLOR DE AKHENATON
En uno de los paseos de los príncipes Akhesa y Tutankatón, luego de una velada divertida el príncipe se ve obligado a regresar a Palacio por una grave indisposición.
Los cuidados hacia él fueron totales, al tiempo se repondría, pero sus desmejorías continuarían en su corta vida.
En sus continuas escapadas Akhesa se encontraría con su madre la Reina Nefertiti quien apoyaba plenamente a Tutankatón como futuro Faraón.
Mientras tanto los más diversos comentarios reinaban en la ciudad. El Faraón no existe, no cumple con sus funciones reales, el culto a Atón debe ser eliminado. El General Horemheb debe de reinar. Supuestos vientos de guerra conmocionaban a Egipto.
El clero comenzaría a derrocar al Faraón, que lo veían muy fuerte en sus convicciones religiosas pero muy débil para gobernar.
El dolor de Akhenatón se acrecentaría con la muerte de una de sus hijas y más tarde con la de la Reina Nefertiti.
Ahora se encontraba solo, pensando en dejar el poder a la princesa Meritatón y al príncipe Semenkh.
Casados ya los príncipes Akhesa y Tutankatón, todos veían en ellos a los verdaderos reyes, a pesar de algunos que se resistían.
Otros los consideraban fáciles de manejar, eran apenas unos niños.
Ellos habían contado con el apoyo de la Reina madre Teje, madre de Akhenatón y también el de la Reina Nefertiti. El Faraón veía en Akhesa una verdadera Reina, pero le correspondería a su hermana el trono.
Llevado a palacio el príncipe Semenkh era requerido por Akhenatón para ofrecerle el reino. Este no lo quiso, no aceptó la función, prefería seguir honrando a Atón, ser un sacerdote además no se llevaba con su esposa Meritatón, ésta sería enviada debido a diversos conflictos que originaba a un Templo dejando de lado toda actividad oficial. La princesa Meritatón pasaría el resto de su vida dedicada a la oración y plegaria.
Una vez más el Rey Faraón Akhenatón veía oscura su ciudad del Sol... Se sentía sólo en su reino y en silencio.
La vida del Faraón se extinguía.
LOS NUEVOS REYES
Una mañana es despertada la princesa Akhesa.
Le requerían urgente en Palacio. Su padre no se encontraba bien.
“Es la hora... Atón me llama...” serían sus palabras. Al alba y en compañía de Akhesa el Faraón partía siguiendo la luz de Atón. Pronto se reencontraría con su esposa y sus hijas.
Ella debería seguir su culto, era la única persona en quien confiaba.
El luto había comenzado. Al morir el Faraón el país viviría un período oscuro en que las fuerzas del mal tratarían de invadir Egipto.
El general Horemheb se imaginaba en el poder y a su lado la deseada princesa Akhesa.
El divino padre Ay y parte del ejército representado a través de Nakhtmin apoyaban a los jóvenes príncipes.
De Tebas habían llegado los sumos sacerdotes quienes proclamaron como futuro Faraón al príncipe Tutankatón.
Sin embargo ellos deberían irse de la ciudad del Sol y regresar a Tebas, volviendo a la antigua ortodoxia. Es decir al politeísmo. Tebas volvería a convertirse nuevamente en Capital y en la gran ciudad que siempre fue.
Además el nombre de Tutankatón, “Símbolo viviente de Atón”, debería ser cambiado por Tut-ank-Amón, “Símbolo viviente de Amón”.
Pronto la Ciudad de la Luz se apagaría, el culto a Atón moriría, todos marcharían a Tebas.
Una vez en la ciudad y superadas las pruebas rituales Tutankamón era ya el nuevo Rey Faraón de las Dos Tierras acompañado por su esposa la Reina Akhesa, Ankhes-en-pa-Amón, “La que vive por Amón”, según el clero.
Era el año 1361 A.C. aproximadamente. Se había convertido en el onceavo Rey de la Dinastía XVIII de Egipto.
El joven Rey volvería a establecer el festival de Opet donde el niño Rey sería un Dios viviente.
Varios momentos de tensión rodearían su corto reinado de aproximadamente 10 años. Complots militares, chantajes, espionajes y mentiras formarían parte del mismo.
Todos veían en el General y en los sumos sacerdotes un complot para derrocarlos.
La salud de Tutankamón era regular, en más de una ocasión se desfallecía y se descomponía.
En sus viajes por Egipto quedarían impresionados en Gizeh por la espectacularidad de las grandes Pirámides.
Recorrieron dentro de ellas y vieron la magnitud y la magia de sus antepasados, construídas más de mil años atrás de ellos. Quienes ingresamos a las mismas vivimos el mismo sentimiento de grandeza y magia que irradian éstas.
Pero la felicidad no era total. Akhesa había perdido ya a dos hijas, la Reina no podía ser madre temiendo por su vida personal.
Sin embargo el amor de Tutankamón era total, su amor a Akhesa era eterno.
Era su única mujer.
Supuestos complots continuaban llevándose a cabo. ¿Cómo dos jóvenes inexpertos manejarían el país más poderoso del mundo?.
Maya, el escultor, era el fiel amigo del Rey Faraón. Este le confiaba que Ay y Horemheb dirigían el reino a su gusto.
Por la joven edad del Faraón, no lo consideraban un Rey digno para tomar decisiones de estado.
Sin embargo, demostraría en varias oportunidades la buena toma de decisiones en diferentes hechos.
Una nueva prueba era requerida para Tutankamón que la pasaría gracias al apoyo de Akhesa. El escultor Maya, su amigo fiel estaría muy contento de su Rey. Ahora tendría un gran programa de restauraciones y construcciones donde el nombre Tutankamón se recordaría y se iluminaría por la eternidad.
LA MUERTE DEL JOVEN FARAÓN
La noticia había llegado a la Reina Akhesa. Habían profanado la tumba de su padre Akhenatón.
La ira era total. El General Horemheb le negaba que tuviera algo que ver. ¿Porqué iban a perseguir un cadáver?.
Sin embargo ellos odiaban al Faraón “hereje”, de cráneo alargado, presentando alguna deformación en los rasgos de su rostro y una hinchazón en su vientre, según las esculturas vistas, que lo han hecho célebre así.
También en el Museo Central de El Cairo, Egipto, hemos visto sus representaciones. Existen allí varias esculturas y grabados.
En Karnak, el General era recibido por uno de sus sacerdotes. No había duda que la Reina Akhesa continuaba con la religión de su padre y manejaba fácilmente al joven Rey Faraón, que seguramente continuaría con los ritos de Atón. Algo había que hacer.
Los complots continuaban y el General se veía muy pronto en el poder de Egipto, con el apoyo de su ejército, los nobles y el clero, y tendría a su lado a Akhesa, la mujer que más deseaba.
El Faraón sufría varias indisposiciones al asumir largas horas de rituales y viajes.
El General Horemheb atacaba nuevamente, pero esta vez abiertamente ofreciéndole a la Reina Akhesa que le entregue el poder absoluto de las Dos Tierras.
La Reina supo contener su ira.
Un nuevo rito debería pasar Tutankamón. El nuevo año comenzaba. El Faraón debería ser purificado. En medio del mismo una nueva indisposición sufriría el Rey Faraón, vómitos de sangre y bilis que fueron rápidamente disipados. El Rey debería cumplir la totalidad del rito y así lo hizo.
El Gran Rey-Dios se manifestó a la población victorioso. El nuevo año había comenzado. Las jornadas fueron placenteras y victoriosas para los Reyes. Habían tomado buenas decisiones y firmado decretos que beneficiaban a pobladores y pueblos. Egipto estaba feliz y en plenitud.
Al General le molestaban estos momentos de victoria. ¿Cómo los jóvenes Reyes habían crecido en las responsabilidades de su cargo?.
Egipto vivía momentos de riqueza y grandeza.
Mientras en Palacio se encontraban compartiendo con los Reyes, el escultor Maya, también Artífice y Superintendente de Finanzas, el Embajador Hanis y el divino padre Ay.
La sirvienta nubia habría traído uvas que sólo Tutankamón comería.
Pronto firmaría el decreto declarando al general Horemheb Gobernador de los Oasis y así terminarían con este enemigo cercano que no los perjudicaría más estando en medio del Desierto.
Pero no llegaría a hacerlo. De repente el joven Rey Faraón se levantaría de su asiento bruscamente dando unos pasos y caería. “Me ahogo....” decía, “Akhesa...” serían sus últimas palabras.
Su cabeza caería hacia atrás y miraría fijamente a la mujer que amó. Su única esposa.
La Reina Akhesa estaba a su lado. El joven Rey Tutankamón había muerto.
Tendría tan sólo 18 años de edad.
La investigación llevada a cabo por la Reina demostraría que las uvas se encontraban envenenadas con sustancias tóxicas.
Las mismas procederían de los viñedos de los sacerdotes de Karnak. Su padre Akhenatón no se había equivocado. Ellos eran los más peligrosos de todos los hombres.
Setenta días de duelo oficial, donde la Reina Akhesa era la única autoridad reconocida.
Con el cuerpo ya momificado, el sepulcro para el Rey sería el Valle de los Reyes. Allí descansaría junto a sus pertenencias para siempre.
El general Horemheb le pediría que se casara con él y lo nombrara Faraón compartiendo así eltrono con ella.Akhesa consideró imposible esta postura.
¿Cómo casarse con el enemigo de su padre y el asesino de su esposo?. Imposible, exclamaría.
Los funerales se llevaban a cabo, la transformación había culminado. La Reina dejaría alrededor de su cuello un ramillete o collar de flores y hojas antes de ser cerrado el sarcófago.
Los mismos serían descubiertos y encontrados al abrir el ataúd, más de 3.000 años después.
Ya la momia descansaba eternamente y en paz. La Reina había despedido a quien fuera la persona que más la amara en todo el mundo.
Junto a él, quedarían depositados todos sus recuerdos para el regreso a la vida.
La momia estaría acompañada por diversos tipos de mobiliarios y esculturas protectoras, mantos reales, un gran trono real de oro, junto a jarrones, lechos, cofres, otros tronos, arcos, vasos, vajillas, muebles de oro, juegos y joyas entre otras cosas que marcaban alrededor su marco familiar y ritual al Faraón en su viaje al más allá.
El arqueólogo americano James Breadstad describiría al contenido de estas cámaras como: "Los inmensos e incalculables tesoros de un niño que dominó el mundo mucho antes de que se conociera Creta, antes de que Grecia fuera concebida o Roma creada ... y cuando aún más de la mitad de la Historia de la civilización estaba por escribirse".
Veintidós barcos de tamaños diversos se disponían en su tumba para que el Rey Faraón utilizara para navegar en sus viajes en el otro mundo.
Diversos objetos lo acompañaban, más de cuatrocientos estatuillas de granito, madera, cuarzo, cerámica y alabastros eran depositadas en cajas. Estos se llamaban “fiadores” y eran los encargados de trabajar en lugar del Rey en los campos del más allá.
Poseían casi dos mil instrumentos agrícolas indispensables para su trabajo.
La momia contenía diversos amuletos protectores, entre ellas se colocó en el cuello un amuleto de oro llamado “estabilidad” para que su columna vertebral se irguiera en el más allá. Su cabeza tenía una hermosa diadera de oro. Su cuerpo adornado con distintos collares de oro, cristales coloreados, cornalina y lapizlázul.
En sus muñecas y tobillos se colocaron varios brazaletes, siete en el brazo derecho y seis en el izquierdo, cada uno de sus dedos tenían estuches de oro.
Poseía un delantal que contenía perlas de cristal y cerámica. En su cinturón se le colgó una cola de toro que representaba la potencia del Faraón. Bajo su nuca un pequeño cabezal metálico y bajo el cinturón una daga con la hoja de oro serviría para vencer a los enemigos que se interpondrían en su camino.
Su rostro estaría oculto bajo una máscara sólida de oro decorada con el buitre y la cobra evocando el Alto y el Bajo Egipto. Esta máscara semejaba sus facciones añinadas.
En el mentón la barba terminaba en espiral. Sus manos se encontraban cruzadas sobre el pecho, sujetando los cetros que concedían la soberanía de Osiris sobre los reinos subterráneos.
El cuerpo de la momia del joven Rey había sido colocado en un ataúd de oro macizo.
Tutankamón estaría protegido por tres sarcófagos metidos uno dentro del otro, los dos primeros de madera con incrustaciones de oro y piedras preciosas, y el tercero de oro macizo conteniendo su cuerpo. Todos dentro de un ataúd de granito que los cubriría.
Quienes hemos visto en persona estos tesoros hemos quedado asombrados e impactados por la belleza y magnitud de los mismos. No hay palabras para definir esta grandeza. Varias veces asistimos en Egipto a ver estas reliquias contenplándolo mágicamente.
La Reina recitaba las plegarias de Isis para su resurrección y el divino padre Ay oficiaría la ceremonia, donde el sepulcro se convertiría en lugar de resurrección. Su cuerpo viajaría entre el cielo y la tierra en su morada de regeneración.
“Tutankamón vive y haz que viva tu energía creadora, pasa miles de años en el amor a Tebas con el rostro vuelto hacia el suave viento del norte contemplando la felicidad”, texto grabado por Akhesa en una copa de alabastro con la forma de una corola de loto, depositado en el umbral de la antecámara.
Maya había grabado su rostro en las puertas y en los flancos de naos de oro para que estuvieran juntos para toda la eternidad.
Posteriormente, diversas muestras demostrarían otros grabados de Akhesa en su sepultura.
Ya Tutankamón descansaba eternamente. El sepulcro se había cerrado.
Pasado el período de duelo, la Reina Akhesa debería elegir a su nuevo esposo y próximo Faraón de Egipto. ¿Sería el General Horemheb futuro Rey de las Dos Tierras?.
La sorpresa fue total cuando la Reina designa al divino padre Ay como futuro esposo.
Los comentarios sacudían Tebas. ¿Cómo una mujer joven se casaría con un anciano y convertirlo en Faraón?, ¿Cuánto duraría su reinado?.
Egipto vivía épocas de terror. Una posible invasión hitita acechaba al país.
La salud de Ay no era buena, las decisiones las volvía a tomar la Reina.
El General había solicitado comparecer a Ay para demostrar su incapacidad de gobernar en todos estos meses de gobierno. Era ya un geronte.
Los sacerdotes de Karnak le esperaban. Pero en vez de presentarse el divino Padre lo hizo la Reina quien escuchó las protestas y necesidades del General que solicitaban la renuncia al trono de su esposo.
La Reina Akhesa informaría a la corte que no era necesario, ya que su marido Ay había fallecido durante la noche.
Nuevamente la soledad rodeaba a la Reina.
Akhesa volvía a estar sola.
EL PODER Y LA TRISTEZA DEL GENERAL
Por no haber sido coronado de acuerdo con los ritos sagrados como Rey Faraón, el período de luto se reduciría sólo a un mes de acuerdo a las decisiones del General Horemheb y los ritualistas de Karnak.
Su nombre no figuraría en las listas reales. Los funerales iban a ser discretos.
Mientras duraba el nuevo período de luto y el General se acercaba cada vez más a la Reina para pedirle que se casara con él, un día decidió escribir una carta dirigida al Rey de Hatti, Shubbiluliumas, que sería enviada lo más secretamente posible por su amigo Hannis.
El texto es un documento histórico y real. Dice lo siguiente:
“Al Gran Rey de Hatti, mi Hermano, de parte de la Reina de Egipto. Nuestros dos países viven en paz y conocen la alegría, gracias a los regalos que intercambian”.
“Hoy sufro una gran desgracia. Soy viuda. Mi marido ha muerto y no tengo hijos. Todos saben que tú tienes muchos. Envíame uno en edad de reinar. Se convertirá en mi marido y será Faraón. Me repugna tomar por esposo a uno de mis súbditos. Si tuviera un hijo, no escribiría a un Rey extranjero rebajándome y rebajando al país. Pero no tengo elección. Puedes creer en mi sinceridad, no intento engañarte. Ya no tengo marido. Dame a uno de tus hijos y lo convertiré en señor de Egipto”.
“ Egipto y Hatti formarían una sola tierra gracias a este matrimonio”.
Para demostrar la realidad de esta carta le había entregado el sello real.
Los complots continuaban. Al General le informaban que Hanis viajaba hacia el Hatti.
El Rey hitita le sorprendió esta carta. Envió a un mensajero, un chambelán hacia Egipto para corroborar. La respuesta fue positiva. Había sido recibido por la Reina.
El Rey de Hatti decide enviar a su hijo, el príncipe Zannanza de veinticinco años de edad acompañado de cincuenta soldados de élite hacia Egipto para casarse con la Reina.
Hanis, mientras tanto informa todo al General Horemheb. ¿Cómo es posible que la Reina hiciera esto?, ¿Otro sería el Faraón?. Imposible replicó.La guardia privada del General los había emboscado y matado a cada uno de los hititas, inclusive al príncipe Zannanza quienes fueron degollados en el acto.
Incendiaron su carro y lograron capturar la carta y el sello de la Reina que llevaba consigo.
La noticia estremeció a todos. El Rey de Hatti declaraba la guerra a Egipto.
La Reina sonreía, su plan había acertado.
Ambos ejércitos estaban frente a frente, los hititas ocupando la mayor parte de Siria.
Las granjas habían sido saqueadas y sus pobladores asesinados.
El ejército egipcio era inferior pero estaba mejor preparado.
Cuatro días de tensa calma, hasta que los egipcios ven como los hititas comenzaban a retroceder. Poco a poco fueron retirándose.
A pesar de no haberse enfrentado, el General volvería a Egipto victorioso. Todo Tebas festejaba al vencedor.
Fue una semana de fiestas y alegrías. Muchos soldados y oficiales serían recompensados por su valor.
Mientras la Reina recibía al General.
Este le interrogaba acerca de la carta y de su sello real. Ella le confirmaría estos hechos.
Si entregaba estos documentos iba a ser juzgada, a cambio le reiteraría que lo designe Rey Faraón. Ella se negaría, ya que su único amor era Tutankamón.
Entonces sucedería lo peor. Era el fin del verano cuando se iniciaba el proceso a la Reina. El lugar: la Sala de Justicia del Palacio. Numerosas personas acudían a ésta. Los sumos sacerdotes de Karnak, los Ministros y Consejeros.
El General como Regente del Reino leería la carta. Todos se asombraban.
La Reina en defensa respondería que actuó en defensa de Egipto. Sabía que buscando a un príncipe hitita y matándolo en nuestro territorio, obligaría al Hatti a declarar la guerra. La intervención del ejército egipcio iba a ser inmediata para defender su territorio. Sin duda no se había equivocado. Los hititas se habían marchado y Egipto había salido victorioso.
Nadie le creía. El General repudiaría también los actos de los Faraones Akhenatón y Tutankamón.
Ella defendería su postura con tesón.
El Sumo Sacerdote de Amón la condenaría también por hereje, sería repudiada y perdía así su condición de Reina. Sus títulos y prerrogativas.
Horemheb también perdía. Jamás podría casarse con la mujer que amaba. Akhesa volvía a sonreír.
Akhesa sería trasladada de Tebas hacia Sais, en el Delta.
Mientras la dama Mut convertida en gran esposa real proclamaba como Faraón a su esposo el General Horemheb.
Mut consideraba que la condena a Akhesa de permanecer recluída hasta el fin de sus días en la cárcel de Sais era insuficiente.
Para ello solicitó al jurado nuevamente que la enjuicien. El mismo se llevaría a cabo pocos días después. Fue mucho más severo y se la condenó de “Alta Traición”.
Akhesa sólo escuchaba manteniéndose firme en sus hechos y creencias hacia Atón.
La sentencia del visir fue confirmada. La “Alta Traición” existía, cabría entonces la muerte.
Desde Menphis el Rey Faraón Horemheb recibía la noticia. Pronto regresaría a Tebas y se encontraría con Akhesa.
Sólo le quedaban horas. El amor del otrora General continuaba. Ella le solicitó sólo un pedido que la llevaran a la Ciudad de la Luz donde allí moriría.
El barco real atracaría en Aketatón, “El que resplandece por Atón” ó “La región de Luz del Dios Atón”.
La ciudad estaba desierta. Viento y arena cubría la misma. Akhesa recordaba los momentos de felicidad junto a sus padres Akhenatón y Nefertiti, cuando la ciudad brillaba con su reino y sus pobladores. Eran otros tiempos. Hoy sólo era silencio.
Llegaba el momento. Ella debería suicidarse ya que la Ley de Maat prohibía a un hombre ejecutar a otro en nombre de la justicia.
Su tumba debería ser en la montaña de la ciudad del Sol. Debería estar escondida bajo un montón de rocas como la del Rey Tutankamón e inscribir el Himno al Sol. Era su deseo.
La ciudad no debería ser destruída.
El Faraón la escuchaba.
El veneno que llevaba en su anillo el Rey consistía en un líquido que rápidamente perdería el conocimiento y dormiría eternamente.
¿Por qué todo esto?, se preguntaba el Faraón.
La mujer que amaba nunca había sido suya. El amor que tenía ella hacia Tutankamón era la unión para toda la eternidad.
El tiempo había llegado.
Akhesa bebería el veneno que la llevaría prontamente a la muerte.
La Ciudad de la Luz se apagaba para siempre.
AKHESA (Ankhes-en-pa-Atón) La Reina de Egipto”, se tuvo en cuenta la obra literaria del egiptólogo francés Christian Jacq llamado “La Reina Sol” acerca del desarrollo de esta parte de la Historia egipcia, sumando además investigaciones propias de Guillermo Daniel Giménez realizadas durante todos sus viajes a Europa y Egipto.
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