Hace unos días vimos cómo un puñado de personas armadas irrumpieron en el Capitolio de Míchigan (EEUU), durante el debate que los políticos estaban realizando para determinar si prolongaban el estado de emergencia por el Covid-19. Lo cierto es que ese tipo de reacción estentórea es típica de ciertos sectores del país norteamericano y, de hecho, no es la primera vez que ocurre en el contexto de una pandemia: el brote de gripe española de 1918 también llevó a la organización de algo tan estrambótico como la Anti-Mask League of San Francisco, un grupo de ciudadanos que se oponían radicalmente a usar mascarillas ante la exigencia gubernamental.
La gripe española fue una enfermedad provocada por el A H1N1 humana, un Alphainfluenzavirus de la familia Orthomyxoviridae que tenía la característica de poder afectar con gravedad no sólo a niños y ancianos sino también a jóvenes y adultos saludables (y a animales domésticos). Algo que se agravó por la coyuntura que vivía el mundo en ese momento: la Primera Guerra Mundial, que como toda contienda incrementaba los efectos de la pandemia al debilitar los organismos (desnutrición, falta de higiene, enfermedades) y facilitar el contagio (condiciones de vida entre los soldados, el regreso a casa, etc).
Aunque en otoño de 1917 parece que hubo una primera oleada en varios campamentos militares, por entonces aún no era tan letal y no se documentó oficialmente hasta el 4 de marzo de 1918 en Fort Ridley (Kansas, EEUU). Sin embargo, el virus experimentó ese verano una fatídica mutación que le dio su forma más mortal, manifestándose en Brest (Francia), el principal puerto de desembarco de las tropas estadounidenses enviadas a Europa. Desde allí se extendería por Francia y se propagaría luego a Reino Unido, Italia, Alemania y otros países del continente.
Entre ellos estaba España, a donde llegó a pesar de que no participaba en la guerra. Paradójicamente, esa neutralidad hizo que hubiera libertad de prensa sobre el tema, frente a la censura de los beligerantes, y las noticias publicadas al respecto llevaron a dar la impresión de que se trataba del único país afectado, origen del contagio a los demás. Consecuentemente, a raíz de un titular de The Times se generalizó el erróneo nombre de gripe española, con el que ha pasado a la historia. Aún así, tuvo 200.000 muertos y siguió la misma periodización que los demás, con tres oleadas, dos en 1918 -las más graves- y otra en 1919, más un pequeño repunte en 1920, este último con incidencia menos significativa por el desarrollo de inmunidad grupal.
Si bien no suele tenerse en cuenta a menudo, la pandemia afectó al desarrollo de la guerra porque Alemania tuvo que ingresar en hospitales hasta un millón de soldados, algo que inevitablemente afectaba a su capacidad operativa. De hecho, se registraron de 40 a 50 millones de fallecimientos, con una tasa de mortalidad calculada -según fuentes- entre el 10% y el 20% de la población infectada, siendo la de contagio cercana al 50% de la población mundial. Fiebre alta, vómitos, diarreas, dificultad para respirar, agotamiento y tono grisáceo en la piel eran algunos de los síntomas, que tendían a empeorar y podían terminar provocando la muerte en un plazo máximo de cinco días.
El país al que se supone mayor mortalidad – unos 30 millones, aunque no hay datos fiables- fue China, que algunos investigadores sitúan como posible origen del contagio. No obstante a falta de pruebas concluyentes al respecto, es EEUU donde hoy se pone el foco principal y donde más fallecidos hubo del mundo occidental, entre medio millón y 675.000 personas, con un 28% de la población contagiado. Esas elevadas estadísticas se debían al hacinamiento en hospitales, falta de ventilación y acumulación de cadáveres en morgues y cementerios.
Además, el rápido incremento de contagios provocó desabastecimiento de antibióticos, lo que trajo como consecuencia el óbito por neumonía bacteriana secundaria, sumándose al de la hemorragia pulmonar aguda masiva y al del edema pulmonar. El gobierno estadounidense valoró en un primer momento interrumpir el envío de tropas a Europa pero al final se impuso el criterio militar y no se cambió nada, de manera que un total de millón y medio de efectivos hicieron la travesía atlántica, muchos de ellos enfermos y, a menudo, muriendo durante el viaje.
Ahora bien, lo que nos interesa aquí es el caso de San Francisco. La epidemia se detectó en la ciudad californiana al empezar el otoño de 1918, documentándose el primer caso en los últimos días de septiembre. Dos semanas más tarde los enfermos ya sumaban dos millares, lo que llevó a la Junta de Salud a tomar cartas en el asunto adoptando las primeras medidas de prevención: cierre de sitios públicos, (escuelas, teatros…), prohibición de reunirse y llamamiento a la población para que procurase mantener distancias, alejándose de las multitudes.
Dada la gravedad de las noticias que llegaban de otros lugares, se decidió ampliar la seguridad decretando la obligatoriedad de usar mascarilla para todas las profesiones de riesgo, tales como peluqueros, cajeros, dependientes, farmacéuticos y, en general, todo aquel que trabajase de cara al público. El 25 de ese mismo mes, se extendió esa orden a todos los ciudadanos que salieran de sus casas o se juntasen en grupos de dos o más individuos; únicamente se concedía quitarlas en las comidas.
Aunque hubo algunas quejas, la gran mayoría de la gente aceptó la norma sin mayor problema y, así, el 80% usaba mascarilla, ya fuera por concienciación (se descalificaba como holgazán al que no cumpliera), ya por la astuta promoción que se hizo (lo presentaron como una moda), ya por las multas e incluso encarcelamientos que hubo para quien desobedeciese, bajo la acusación de alterar la paz. Y cundió el ejemplo cuando el delegado de salud, dos jueces y un almirante pagaron una sanción por ser sorprendidos sin mascarilla; hasta el alcalde, James Rooth, fue cazado acudiendo a un combate de boxeo sin ella y tuvo que apoquinar. Claro que también hubo algún funcionario que trató de hacer entrar en razón a desobedientes… ¡a tiros!
Mientras tanto, la Cruz Roja, a la que se donaban los importes de las citadas multas (entre 5 y 10 dólares), se encargaba de vender mascarillas a bajo precio en puntos estratégicos como las estaciones ferroviarias, tranvías o la terminal del ferry. En la segunda mitad de noviembre remitió el número de contagios y terminó la guerra, por lo que, para regocijo general, se retiró la obligación de llevar cubiertas las vías respiratorias. Sin embargo, durante los dos meses siguientes volvió a dispararse la cantidad de afectados y al comenzar el nuevo año hubo que dar marcha atrás, estableciendo de nuevo su uso el 17 de enero de 1919.
Demasiado para los reticentes, que consideraban “oneroso” tener que ir enmascarado y esta vez se organizaron para llevar a cabo una protesta más seria y coordinada. Fue entonces cuando se fundó la Anti-Mask League of San Francisco, que bajo la presidencia de la señora E. C. Harrington celebró su reunión seminal sólo una semana después, el día 25, en la antigua pista de patinaje Dreamland. Pese a representar un 1% de los habitantes, no se trataba de un grupo minoritario de excéntricos; al evento asistieron nada menos que 5.000 personas, contándose entre ellos no sólo los típicos defensores a ultranza de los derechos civiles que suele haber en EEUU sino también varios médicos e incluso directivos del sistema de salud pública.
Los debates giraron en torno a varios temas, desde la vulneración de la libertad individual del ciudadano, hasta las dudas sobre el grado de veracidad de los informes científicos, pasando por la posibilidad de presentar peticiones de cese contra los políticos encargados de la sanidad municipal. Pero el comisionado de ésta, el Dr. William C Hassler -al que alguien envió una bomba que, por suerte, no produjo víctimas-, se mantuvo firme, pues no sólo contaba con el apoyo del alcalde -cuya esposa estaba enferma- sino también con el de empresarios y sindicatos.
Lo curioso es que altos directivos de salud de otras ciudades y del estado se sumaron al movimiento de protesta sosteniendo que las mascarillas no eran necesarias ni útiles, lo que llevó a discusiones con sus homólogos que sí las defendían. Entretanto, la polémica continuaba y mientras unos miembros de la liga se preparaban para realizar una recogida de firmas contra las mascarillas, otros presentaron una instancia oficial para que se revocase la medida. La prensa nacional e internacional se hizo eco de la controversia, aunque iba a ser algo efímero.
Y es que la propia naturaleza se encargó de ponerle fin al asunto. Como decíamos antes, aquella tercera oleada de 1919 resultó menos virulenta que las dos predecesoras al haberse generado defensas en los organismos -quizá también al mutar el virus a una forma más liviana-, así que, fuera por la remisión de la enfermedad o por la presión de la Liga, el caso es que en febrero se levantó el requisito de usar mascarilla. Irónicamente, la liga tenía razón: en aquella época todas las mascarillas se hacían de gasa en vez de algodón y no servían para impedir el contagio.
Articulo publicado en...https://www.labrujulaverde.com/2020/05/como-en-1919-se-creo-en-san-francisco-una-liga-contra-el-uso-obligatorio-de-mascarillas-por-la-gripe-espanola
Fuentes: La Gripe Española: la pandemia de 1918 que no empezó en España (Sandra Pulido en Gaceta Médica)/El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo (Laura Spinney)/The American Influenza Epidemic of 1918-1919: San Francisco (University of Michigan Center for the History of Medicine: Influenza Encyclopedia)/Protesting during a pandemic isn’t new: meet the Anti-Mask League of 1918 (Kiona N. Smith en Forbes)/The Anti-Maske League: lockdown protests draw parallels to 1918 pandemic (Peter Lawrence Kane en The Guardian)/Wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.