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viernes, 19 de julio de 2019

Los astronautas de la misiones Apolo dejaron 96 bolsas de desperdicios humanos en la Luna

Los astronautas, aunque en ocasiones sean tratados como héroes, son seres humanos y, como tales, tienen necesidades… Hay una foto que delata que lo primero íntimamente humano que tocó la superficie de la Luna no fue el pie derecho de Neil Armstrong, sino una bolsa con excrementos que arrojó junto con su compañero Buzz Aldrin cerca de una de las patas del módulo Eagle.
La bolsa de desperdicios fecales junto al módulo de la misión Apolo 11.
Y no es la única: otras 95 bolsas de idéntico contenido de desperdicios fisiológicos (también vómitos y pis) tapizan las zonas donde alunizaron las Apolo XI, XII, XIV, XV, XVI y XVII con sus doce astronautas.
Dos asuntos trae el hecho de que permanezcan ahí, como un residuo no deseado de la investigación científica. Una, el aspecto ecológico: si bien hacia fines de los años ’60 y ’70 la ecología recién despuntaba y ciertamente no era tan urgente como ahora, lo cierto es que haber generado basura ya fuera de nuestra planeta enciende también las alarmas de una contaminación interplanetaria de la especie.
Pero, por otro, esas bolsas podrían ser asimismo un experimento científico involuntario: ¿qué habrá pasado con ese contenido?, ¿habrá sobrevivido alguna de las miles de especies de bacterias —que componen alrededor de la mitad de su peso— a las extremas condiciones de la Luna (entre 123° al sol y -233° a la sombra)?, ¿o algún virus, o incluso algún hongo? Si murieron, ¿nos dará alguna pista el modo en que murieron?
Lo único seguro es que, en ausencia de viento y otros factores de erosión, las bolsas estarán en idéntico sitio (como las banderas, las placas, dos pelotas de golf, cámaras de tv y otras decenas de artefactos, listados por la NASA en un documento de 22 páginas.
Las bacterias que consiguen vivir en condiciones extremas de calor, frío o salinidad son llamadas «extremófilos» y son estudiadas en lugares desérticos de la Tierra, como la puna argentina. Una de las científicas que las estudia es la investigadora del Conicet María Eugenia Farías. «En condiciones de frío, las bacterias podrían estar conservadas, congeladas; o sea, no estarían activas, pero eventualmente en condiciones adecuadas de temperatura nutrientes y disponibilidad de agua, podrían volver a estar activas», explicó la especialista.
Sin embargo, pese a esta posibilidad, Farías cree que habría que destruirlas allá y no regresarlas a la Tierra, por un peligro potencial.
«Hay una premisa importante en cuanto a la presencia humana y sus bacterias en el espacio exterior. Es prioritario mantener la esterilidad: eso significa que no salgan bacterias al espacio exterior y asegurarse de que no entren al planeta bacterias que estuvieron (llevadas por nosotros) en el espacio exterior, ya que las condiciones de afuera (sobre todo de radiaciones) pueden producir mutaciones que pueden hacer que un microorganismo antes inocuo mute más rápidamente de lo que lo haría en la Tierra y adquiera características nuevas que puedan ser letales (por ejemplo resistente a antibióticos). Como no sabemos qué puede pasar, no es prudente traerlas», afirmó.
En una entrevista con el sitio Vox.com, el astronauta de la Apolo XVI Charlie Duke confirmó que dejó parte de él en la superficie lunar tras tres días ahí, pero que está convencido de que la radiación solar esterilizó todo. «Y volver con esa basura nunca fue una opción», reconoció.
El científico Andrew Schuerger, de la Universidad de Florida, publicó el mes pasado en la revista Astrobiology un trabajo en el que modeliza las posibilidades de que sobrevivan microorganismos en condiciones semejantes. Y dice que las chances son mínimas. Por su parte, Ximena Abrevaya, astrobióloga argentina investigadora el Conicet, piensa que es incierto: «No podríamos descartar la posibilidad de que hayan sobrevivido. Pero las únicas evidencias que tenemos de microorganismos que sobreviven a las condiciones directas del espacio fuera de una nave espacial o de la Estación Espacial Internacional provienen de experimentos hechos en la órbita terrestre, con promedio de exposición de un año y medio. Algunos lograron sobrevivir, pero cincuenta años (desde Apolo XI) es mucho más tiempo».





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