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lunes, 24 de junio de 2019

Pedra de Ingá

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La Pedra do Ingá es actualmente uno de los monumentos arqueológicos más significativos del mundo. La Pedra do Ingá está situada en el municipio de Ingá, en el Estado de Paraiba, en Brasil.
Se trata de un conjunto de grabados en una roca larga 24 metros y alta 3 metros. Pero lo que desconcierta no es la composición de la roca, ya que este tipo de roca es muy común, los enigmas son los grabados en la roca en la que se pueden apreciar diferentes dibujos cuya antigüedad según las últimas estimaciones podrían ser de unos 6000 años.
En la Pedra do Ingá hay más de 400 grabados, algunos zoomorfos, otros que representan signos abstractos y otros que representan estrellas.
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Uno de los investigadores más notables que ha estudiado la Pedra do Ingá fue el brasileño de origen italiano Gabriele D’Annunzio Baraldi[1][2]. En su opinión, la roca sería el relato del diluvio universal escrito en un idioma muy similar al hitita, hablado en el II milenio antes de Cristo en la actual Turquía. Según apunta el investigador Yuri Leveratto, la hipótesis de Baraldi podría ser considerada real, y el mensaje escrito en la Pedra do Ingá podría estar escrito en nostrático, el idioma más antiguo de la humanidad. Algunos autores piensan que debido a la relación con los símbolos celtas piensan que los antiguos cartagineses con sus aliados celtas huyeron hasta aquí tras la derrota de los cartagineses frente a los romanos.
Los indios Tupi que vivían en esta zona llamada «Itacoatiara», que en su lengua quiere decir, simplemente, «la piedra».
Muchos investigadores afirman que sus grabados son únicos en el mundo.
En ese monolito, se destacan sobre todo temas curvilíneos. En los raros casos en que aparece una representación distinta, parecen tratarse de reptiles o de hombres.
Existen tres paneles de grabados:
Sobre la faz norte del bloque granítico, las inscripciones se concentran en un panel de 18 m de largo por 1,80 m de altura, en su parte más elevada. Las figuras y diseños grabados se presentan, en promedio, con 50 mm. de diámetro por 30 mm. de profundidad. Todo el campo esculpido está limitado en su parte superior por círculos, perfectamente excavados, en una cantidad de 114. Esos círculos o concavidades son llamados capsulares y poseen en promedio 5 cm. de diámetro. En el inicio de las grabaciones hay una espiral hacia la derecha, mientras que en el final hay otra espiral, ahora hacia la izquierda, ambas laboriosamente confeccionadas, con notable pulimento.
El bloque granítico reposa sobre una gran laja que, batida por las aguas del río en los periodos de crecida, presenta una coloración diferente de la del bloque. En esa laja, en ligero declive, también figuran grabaciones con la misma técnica de trabajo, inclusive representando ciertos símbolos del panel, todo con perfecto pulimento. Pero ahí están esculpidos agrupamientos de estrellas y puntos que recuerdan, fácilmente, constelaciones y la Vía Láctea. Llevando en cuenta la posición relativa de las estrellas así como la representación de la orden de brillo (magnitud), algunos estudiosos juzgan que allí está representada la constelación de Orión.
Sobre el bloque granítico hay otras inscripciones, en menor número. Una de ellas, situada en el centro del panel esculpido, 50 cm. arriba de la línea de capsulares, se asemeja a una representación de un sol radiante, en semicírculo, del cuál parten 21 rayos, vueltos para la parte inferior del paredón. El acabado de todas las inscripciones de Ingá, suministra la idea de pulimento que parece confirmar la hipótesis referente al proceso utilizado para hacer las grabaciones: ellas habrían sido ejecutadas por medio de rocas duras o maderas, mojadas en el agua y, enseguida, pulidas con arena, como se fuera una lija. Los surcos que componen las figuras o diseños grabados en esta roca tienen de media diez centímetros de ancho.
Existen muchas teorías extrañas para explicar los orígenes de los grabados, como por ejemplo, que ellas habrían sido hechas con rayos láser por antiguos astronautas extraterrestres, que serían una escritura alfabética (símbolos que representan sonidos) o aún una escritura ideográfica o pictográfica (símbolos que expresan ideas en vez de sonidos). Se supone que sus autores fueron los fenicios, los hititas, los egipcios, o habitantes de la Isla de la Pascua, entre otros. Sin embargo, ninguna de esas teorías alcanzó un consenso.
No es necesario ser especialista en lenguas muertas para percibir que los petroglifos de Ingá no son una escritura y que las señales caprichosamente dispuestas, no guardan entre sí, orden, simetría o relación alguna de tamaño, pues son muy poco repetidas.
El monumento de Ingá debía representar algo realmente importante, por la dificultad de sus artesanos para hacer el trabajo. Según la mayoría de los investigadores, podría ser un centro de culto religioso, relacionado con elementos astronómicos.
En total, la roca tiene unos 450 glifos. La pregunta es si es un idioma antiguo grabado en el monolito. La mayor parte de las figuras, de hecho, parece a primera vista abstracta, pero los investigadores creen que la Piedra del Ingá oculta un mensaje en clave antiguo. El principal problema es que carecen de paralelismos para poder hacer una comparación y, posiblemente, tentar una traducción.
La hipótesis arqueoastronómica
Baraldi, en su visión atlante, algunos grupos de humanos originarios de la mítica isla se habrían salvado de inundaciones y terremotos catastróficos dirigiéndose tanto al este, o sea hacia Europa, como al suroeste, hacia Brasil.
Baraldi sostuvo que el idioma tupí-guaraní, hablado por muchas etnias suramericanas, tiene un lejano origen común con la lengua hitita, perteneciente al famoso pueblo indoeuropeo que prosperó en Anatolia 18 siglos antes de Cristo. Declaró que en el petroglifo de Ingá está narrada la historia de la catástrofe que destruyó a Atlántida, o bien el diluvio universal, que sucedió 9500 años antes de Cristo.
Existe una hipótesis que proporciona a los petroglifos de Ingá una importancia excepcional desde el punto de vista arqueoastronómico. En 1976 el ingeniero español  Francisco Pavía Alemany inició un estudio matemático sobre este monumento arqueológico, cuyos primeros resultados fueron publicados en1986 por el Instituto de Arqueología Brasileira (Pavía Alemany F. 1986)
Este autor identificó en Ingá el más extraordinario registro arqueológico conocido de la variación del orto solar durante todo el año, materializado por una serie de cuencos o “capsulares” y otros petroglifos grabados en la superficie vertical, que a modo de un limbo graduado formarían un “calendario solar”, sobre el que un gnomon proyectaría la sombra de los primeros rayos solares de cada día. La Agrupación Astronómica de la Safor publicó en 2005 una síntesis de este trabajo en su boletín oficial Huygens Nº 53(Pavía Alemany F. 2005)
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Posteriormente, F. Pavía continuó con el estudio de Ingá, centrándose esta vez en el registro de una serie de signos grabados sobre la superficie rocosa del propio cauce, donde se observan gran cantidad de “astros” que se pueden agrupar formando “constelaciones”. Tanto el registro de los “capsulares”, como el de las “constelaciones”, de por sí, proporciona a Ingá un gran valor, pero la coexistencia de ambos en el mismo yacimiento otorga a Ingá una importancia arqueoastronómica excepcional.
En 2006 el egiptólogo y arqueoastrónomo José Lull coordinó la publicación de un libro titulado “TRABAJOS DE ARQUEOASTRONOMÍA, ejemplos de África, América, Europa y Oceanía”, compendio de trece artículos elaborados por prestigiosos arqueoastrónomos. Entre estos artículos se incluye “EL CONJUNTO ARQUEOASTRONÓMICO DE INGÁ”, donde se expone el estudio de los dos conjuntos mencionados y las razones que justifican calificar a Ingá de un excepcional monumento arqueoastronómico, sin igual en el mundo.

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Sobre la base de estos estudios, Baraldi, que estudió la piedra del Inga desde 1988, desarrolló su teoría presentada en el libro La hitita americano, que, como su nombre indica, postula la presencia de los hititas en tierras brasileñas en un período histórico muy remoto.
La clave de la traducción, hecha por Baraldi, fue la identificación de la Tupy-Guarany, la lengua materna por los indígenas brasileños con un lenguaje llamado proto-hittita. De acuerdo con el investigador, el proto-hittita fue hablado y escrito en la civilización mítica de los Atlantes, hay unos 50.000 años.
Reproducción del un conjunto de inscripciones del Inga ‘Stone.

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Muchos símbolos del monolito del Inga son similares a los encontrados en Turquía, en la antigua Anatolia de los hititas. Una serie de inscripciones hablan de una «guerra de las fronteras» entre dos soberanos de origen mesopotámico. Otra historia habla de una erupción volcánica terrible. Las cenizas cubrieron una ciudad de piedra en la costa atlántica, similar a lo que ocurrió en Pompeya y Herculano (BARALDI, 2009 – Reproducción de la entrevista).

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Las similitudes entre los personajes de rongorongo, sistema de escritura de la isla de Pascua, con los signos de la Piedra Inga.
Baraldi explica que los hititas – que habitaban en las montañas de Anatolia (actual Turquía) desde 2.500 aC – desarrolló una civilización muy avanzada técnicamente, sino también mental y espiritualmente. En sus crónicas – que registran la ocurrencia de una catástrofe muy antigua: la aniquilación de un gran archipiélago situado en el centro de la corriente del océano Atlántico.
Los descendientes de los habitantes de estas islas, incluyendo, Poseidón, el asiento del reino de Atlantis, se refugiaron en varias partes del mundo, como en Mesopotamia. Sin embargo, la dispersión llegó a muchos otros lugares, como las costas este y oeste de América del Sur.
Los jeroglíficos de la piedra del Inga que – según el investigador, se pueden fechar entre 1.374 y 1.332 antes de Cristo, se asemejan con las inscripciones que se encuentran en las Islas Canarias, en la isla de Pascua (el sistema de escritura Rongo Rongo-) o en las laderas y los mosaicos de Heraklion ( o Candia en la isla de Creta)
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Mosaico en Heraklion.
Otro punto de controversia acerca de las inscripciones del panel de Inga es el método utilizado para producirlos.
Baraldi basa esta idea en el hecho de que los signos de Inga se trazan con contornos precisos – muy bien hecha y que se conservan a pesar de los estragos del tiempo y las fuerzas naturales, como el agua del río Ingá que, periódicamente, se levantan, sumergiendo parte del monumento. (De hecho, durante la temporada de lluvias el gran monolito está parcialmente cubierto por el agua. (Fonseca, 2008).
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Petroglifos en el lecho de un río seco.
Pero las inscripciones no sólo se encuentran en la gran pared de roca. Durante la sequía, el lecho del río – seco – revela numerosos petroglifos igualmente enigmática. Entre estos, hay pequeñas depresiones que forman un grupo que, por su configuración, se llama placa astronómico. Las marcas son puntos capsulares y signos que parecen estar relacionados entre sí que representa una constelación. Algunos estudiosos asocian este conjunto de la constelación de Orión.










 

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