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martes, 7 de febrero de 2017

Los Hijos del Sol, Marcel Homet


El explorador y escritor francés Marcel F. Homet, autor del libro Sons of the Sun (Hijos del Sol), emprendió entre los años 40 y 50 varias expediciones a la región noroeste de la Amazonia brasileña, donde había encontrado vestigios que creyó que correspondían a la civilización atlante.
Inscripciones y dibujos sobre piedras (dólmenes) y leyendas entre los indios que hablaban de un pueblo desaparecido, constituidos por gigantes pelirrojos con ojos azules que en otro tiempo dominaron la Amazonia. Uno de los principales vestigios de estos gigantes pelirrojos pudo haber sido “la piedra pintada”, un gigantesco monolito de casi 30 metros de altura y 100 de extensión, cuyas paredes están recubiertas de símbolos y grabados como una gigantesca serpiente estilizada de siete metros que presenta en sus extremidades una cabeza y un órgano genital masculino de grandes dimensiones.
En total son 600 metros cuadrados de pinturas, que incluyen una especie de alfabeto desconocido y que Homet achaca a los atlantes o sus descendientes, los cuales habrían logrado escapar del cataclismo hacia América y Europa, donde dieron origen a culturas sui generis como la de los celtas y vikingos, a los que él denomina Homo Atlanticus. Otros datos recabados por Homet nos cuentan las tradiciones de los indios de la tribu Makuschi, en el norte de Roraima, que hablan del Rey Maconem “príncipe de la era del diluvio”, predecesor o coetáneo de Decaulión, el héroe del diluvio en las leyendas de la región del Mediterráneo europeo.
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El explorador francés no deja tampoco de compaginar la leyenda de El Dorado con la de la Atlántida: considera Manoa o El Dorado una Atlántida en miniatura, puesto que una tradición existente entre los nativos de la sierra de Parimá (en el extremo norte de Rondonia), recogida por el portugués Francisco Lopes en el siglo XVI y publicada en 1530 en la “Historia Geral das Indias”, habla de una ciudad con muros y tejados de oro ubicada en la isla de un gran lago salado. En el centro de la ciudad estaría un templo consagrado al Sol. Homet reflexiona que Manoa podía haber sido la legendaria Ophir de los atlantes, donde había minas de oro y que tendría características semejantes a la ciudad descrita por Platón en su Critias.
A casi 3000 km del estado de Roraima, en el estado de Paraíba al nordeste de Brasil, se erige uno de los más espectaculares enigmas arqueológicos brasileños: la piedra labrada de Ingá. En realidad es un gran monolito de piedra gris que posee 24 metros de longitud por 3 de altura y yace en medio de una zona semiárida, a 88 km de la capital del estado, la ciudad colonial de Joao Pessoa.
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Las inscripciones que la recubren de punta a punta están labradas en bajorrelieve (hecho poco común entre los antiguos habitantes de Brasil) y no tienen parangón con otras escrituras, símbolos o dibujos de cualquier parte de América. Fue el bandeirante (nombre que se daba a los antiguos exploradores del interior de Brasil) Feliciano Coelho de Carvalho quien descubrió primero a los europeos el monolito en 1598. Los indios conocían la historia de esta piedra tan solo a partir de relatos de sus antepasados; esta estaría ligada a una profecía:  la llegada del dios Sumé, el dios blanco de barbas que venía del naciente.
Por eso, los curas portugueses, confundidos con el dios blanco y su séquito, tuvieron tanta facilidad para catequizar a los indígenas de Paraiba:
La piedra de Ingá fue labrada hace 5000 años por los hititas, un pueblo que vivió en la planicie de Anatolia, donde hoy se ubica el territorio turco y parte de Siria. Ellos poseían nociones de navegación capaces de llevarlos al otro lado del Océano Atlántico y alcanzar el litoral nordeste. Además, los hititas, igual que los vikingos y celtas, podrían muy bien haber sido descendientes directos de los atlantes huidos del gran diluvio citado por la Biblia”, apostilla Gabriele D’Annunzio Baraldi, un italiano afincado en Brasil, arqueólogo por afición y explorador de los lugares misteriosos de ese país, que desde hace cinco años se dedica a estudiar el monolito.
Para llegar a esa conclusión, comparó los símbolos del Ingá con los hieroglifos hititas del diccionario francés Emmanuel Laroche, encontrando desconcertantes similitudes.




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