Mesopotamia es el nombre con el que los antiguos griegos conocían a las tierras comprendidas entre los ríos Tigris y Eufrates, ubicadas en lo que hoy es Iraq. Unas tierras habitadas en el pasado por una abigarrada mezcolanza de pueblos y razas y en las que destacaba una misteriosa cultura, la desarrollada hace milenios por el pueblo sumerio cuyas creencias religiosas son las más antiguas de las que tenemos noticia en la región.
Inanna y Uruk
Inanna era la gran madre sumeria, la diosa de la fertilidad, del amor y la guerra, el principio de la vida, a quien los hombres habían dado culto desde tiempo inmemorial. Se la asociaba con la estrella de la mañana (el planeta Venus), y era la prolongación de la tradición de las "diosas madres" prehistóricas. Se la identifica con la diosa griega Afrodita y la Astarté fenicia.
Tal era su importancia que se construyeron en su honor siete templos por toda la geografía sumeria, aunque el principal se encontraba en la ciudad de Uruk, una de las mayores capitales sumerias: de los dos templos principales existentes en la ciudad durante su época de máximo apogeo (3.000 a. C.), uno de ellos estaba dedicado a Inanna.
Representación de Inanna/Ishtar conocida como “Relieve Burney: La Reina de la Noche”. (Siglos XIX-XVIII a. C.). Museo Británico de Londres, Inglaterra.
Los templos empleaban por aquel entonces a un gran número de personas, y los sacerdotes ocupaban un puesto relevante en la vida de la ciudad. Toda ciudad sumeria importante era, a su vez, centro de culto de una divinidad concreta. Las divinidades menores poseían espacios propios dentro de los templos mayores, y también eran reverenciadas en pequeños santuarios levantados en los distintos barrios, entre las viviendas de los ciudadanos.
Enki y Eridu
Pero si Inanna era importante, no lo era menos el poderoso Enki, señor de las frescas aguas, la fertilidad y la sabiduría. Surgido del caos húmedo de las aguas marinas, daba vida a todos los seres que poblaban la Tierra. Enki, llamado Ea por los posteriores acadios, era el protector de marinos y navegantes, el guardián de las leyes divinas y de los MES: leyes preordenadas por los dioses e inmutables que fundamentaban las instituciones sociales, las prácticas religiosas, las tecnologías, los comportamientos, las costumbres y las condiciones humanas que hacían posible la civilización.
Enki, hermanastro del dios Enlil, tenía como misión crear a los hombres e impulsar a que otras divinidades los creasen, dotando a los humanos con las artes, oficios y medios técnicos necesarios para desarrollar la agricultura. Se le solía representar como un ser con cuerpo de pez del que surge una cabeza humana, con pies similares a los humanos y portando o vertiendo agua. Su ciudad era Eridu.
Fragmento de un sello en el que se encuentra escrito el negativo de una inscripción del rey Amar-Suen destinada al templo de Enki construido en Eridu. Galería Nacional de Praga, Palacio Kinski.
Eridu era la ciudad más meridional de la región mesopotámica, y según la tradición sumeria, la más antigua de todas: la primera creada por los dioses. Tanto es así, que según la Lista Real Sumeria, los primeros reyes mitológicos, sucesores del reinado del cielo, fueron los de Eridu.
La antigüedad de la ciudad quedó confirmada por los arqueólogos a lo largo del siglo XX, habiéndose datado su fundación en torno al año 4900 a. C.: hacia el año 3800 a. C. la ciudad ya contaba con un importante templo de culto a Enki y un cementerio del que se han descubierto unas mil sepulturas.
El hombre y los humanos deformes
Como ha sucedido a lo largo de toda la historia de la humanidad, los sumerios se hacían a sí mismos multitud de preguntas, como por qué existía el mundo o por qué fue creado el hombre. En su cultura respondían a tales cuestiones a través de los mitos. De hecho, existe un ancestral mito sumerio que relata cómo Enki e Innana crearon al hombre.
Recreación del puerto de Eridu
Cuenta la leyenda que los dioses estaban cansados de labrar los campos y de crear canales para poder cultivar y de este modo alimentarse. Fue entonces cuando Enki tuvo la idea de modelar una figura de barro a la que Inanna, la diosa madre, daría a luz: fue así como nació el primer hombre.
Desde entonces, los hombres se vieron obligados a trabajar las tierras para poder producir alimentos, tanto para sí mismos como para los dioses. Sin embargo, Enki e Innana bebieron demasiada cerveza durante un banquete, se pelearon y la diosa se jactó de poder echar a perder su creación cuando ella quisiera. Enki la desafió, vanagloriándose de que él podría encontrar un lugar para cualquier criatura que Inanna fuese capaz de crear.
Como respuesta, la diosa produjo todo género de seres deformes, pero Enki encontró para cada uno de ellos un puesto en el mundo y en la sociedad sumeria. De esta forma, el mito no sólo explicaba la creación del hombre y el por qué fue creado, sino que también respondía a la existencia de seres humanos con algún tipo de tara física o psíquica.
Sección de una de las fachadas del templo de Inanna construido en Uruk por orden del rey Karaindash. Museo de Pérgamo. Berlín, Alemania.
La cultura sumeria alcanzó su cénit entre los años 3000 y 2000 a. C. Los poetas de aquellos siglos fueron los encargados de transmitirnos las leyendas de los dioses sumerios. Unos dioses que, como hemos observado, luchaban por mantener su posición frente a los poderes malignos, se enzarzaban en todo tipo de engaños y expresaban pasiones y sentimientos humanos.
Autor: Mariló T. A.
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