Foto: EXPECTACIÓN. El arqueólogo Manuel Serrano explica a los asistentes cómo la luz solar iluminaba el pentasemicírculo que marca el solsticio de invierno.
Aunque hay quien sostiene que “nunca pasa nada” y es una constante en los personajes de Javier Marías relativizar “lo que vemos y oímos” porque “es solo cuestión de tiempo, o de que desaparezcamos”, que acaben por “asemejarse y aun igualarse con lo que no vimos ni oímos”, ayer, algo más de un centenar de personas asistieron, en Otíñar, a un “momento histórico”. Coincidiendo con el solsticio de invierno, celebraron el año nuevo casi como debían hacerlo los pobladores del valle, 2.500 años antes de nuestra era: con las miradas clavadas en los petroglifos de la Cueva del Toril. Unos grabados que, después de tres años de estudio intenso y altruista por parte de arqueólogos, entre los que se encuentran Manuel Serrano, Narciso Zafra y el arqueoastrónomo César Esteban, se han revelado como un calendario solar único en el mundo. Al menos —puntualizó Serrano en la charla explicativa que ofreció a los asistentes—: “Con estas características no hay registrado nada en bibliografía”.
“Hemos descubierto que, aparte de los cultos al sol, al agua y a la fertilidad —que Eslava Galán describió, por primera vez, en 1983—, tiene una función clara de medir el tiempo”. Y el primer hito del ciclo solar, el solsticio de invierno, está nítidamente marcado con un grabado distinto al resto: cinco semicírculos atravesados por una línea vertical que, cuando recibía la luz solar en el ocaso del invierno, anunciaba a estos habitantes de la Edad del Bronce que el ciclo de la vida renacía de nuevo. Y era “inmutable”. De ahí, también su sentido mágico. Antes de hacer esto, Serrano explicó que el chamán o el astrónomo primitivo que grabó estos círculos concéntricos en la Cueva del Toril “sabía lo que hacía”. Por el estudio de las estrellas, debía conocer cuándo se producía el solsticio de invierno. Y, para adelantarse a ese renacimiento del Sol que se repetía año tras año como única certeza en un mundo de incertidumbres, buscaron un barranco, como el de la Tinaja, “enfocado como una mirilla” hacia la posición en la que se pone el sol en invierno. Después, en la pared de la Cueva del Toril, marcaron, como si de un sancta sanctorum se tratara, el lugar exacto sobre el que incide la última luz del día anunciando, en un juego de sombras, que el ciclo de la vida empieza de nuevo. Pero, ¡ojo!, ni está grabado únicamente el solsticio de invierno (también está localizado el de verano y otras fechas concretas), ni el pentasemicírculo marca un solo día. “Para no correr el riesgo de perder la noción del solsticio, el conteo empieza 10 días antes y hay otros 10 de vuelta”, señaló Serrano, resaltando la sofisticación de este calendario solar y llamando la atención a los asistentes para que supieran que, cuando los egipcios empezaron a construir sus famosas pirámides, “aquí”, en Jaén, “había gente que sabía medir el tiempo”.
Fotos de Francisco Miguel Laguna. (Aquí)
Fuente: Nuria López Priego | Diario Jaén, 22 de diciembre de 2016
Publicado por José Luis Santos Fernández
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