Se trata de la historia de unos exiliados que partieron de Al-Ándalus en el siglo XV dejando atrás su tierra y todo cuanto tenían; excepto su memoria.
La increíble colección de manuscritos andalusíes y africanos apareció en 1999, en la lejana Tombuctú, 150 años después de su dispersión. Se consideró perdida durante décadas. Los Kati, herederos de Witiza, último rey godo, la custodiaron.
Los Fondos Kati de Tombuctú localizados en la curva del Níger (Mali), forman parte de la documentación vinculada a la mítica biblioteca de Mahmoud Kati, la cual ha sobrevivido hasta nuestros días gracias a la labor de sus descendientes.
Esta extraordinaria biblioteca ha estado semi escondida durante siglos custodiadas por familias de andalusíes expulsadas de la península.
En diferentes localidades del actual Mali, en la región de Tombuctú o en la ciudad de igual nombre se localiza un gran número de bibliotecas semejantes, muy características de la cultura islámica subsahariana que floreció en aquellas tierras tras su islamización a partir del siglo XIII.
Prueba de esta abundancia y de su interés cultural es la existencia en Tombuctú del IHERIAB (Institut des Hautes Études et de la Recherche Islamique Ahmad Baba), un centro patrocinado en sus inicios por la UNESCO, encargado de la catalogación, estudio y edición de este rico patrimonio bibliográfico y que ya ha publicado varios interesantes catálogos 1.
Pero, en realidad, para los objetivos de esta reseña poco importan los detalles de una actuación como la aquí descrita tan sucintamente. Mucho más interés encierra la discusión del concepto de historia andalusí que tiene Diadié –ejemplificado en la de su propia familia– y a la que se suma, con leves matices, Manuel Pimentel. Veamos.
Según Diadié, sus ancestros –los Banu Quti– fueron godos pertenecientes a la familia del rey Witiza que tras la conquista musulmana de la Península mantuvieron por siglos su religión cristiana a la par que se arabizaron culturalmente. Mucho más tarde, entre los siglos XII y XIII, se convirtieron al islam y emigraron a Granada, aunque un miembro de la familia regresó desde allí a Toledo para refundar la rama castellana –pero ahora musulmana– del grupo que prosiguió su estancia en estas tierras ya cristianizadas hasta el exilio definitivo de Ali Ben Ziyad –el último visigodo de Europa, como lo nombra con rimbombancia su descendiente– en 1468 y su posterior establecimiento en la localidad de Gumbu. El rastro de la familia, ahora ya transformados en godos africanos, claro, no deja espacios en blanco y llega hasta Diadié, legatario actual de todo el tesoro bibliográfico de sus antepasados que, en estricta aplicación del criterio historiográfico seguido por él, es calificado nada más y nada menos de «el único testigo de la memoria de los visigodos».
Así pues, según esta fabulosa reconstrucción de los avatares familiares, parece que los Banu Quti pasaron de la categoría de mozárabes (en el Toledo conquistado por el islam) a la de mudéjares (en el Toledo ya de nuevo cristiano), pasando por la de muladíes (en el período granadino) sin mayores problemas y –lo que es aún más sorprendente– sin haber dejado de ser y de sentirse godos en todo este periplo. Realmente no es fácil saber qué resulta más peregrino, si la conversión al islam de una familia cristiana en un Toledo que había pasado a manos cristianas un siglo atrás, el inexplicado regreso a tal ciudad de un miembro ya plenamente musulmán y radicado en Granada –uno de los entonces escasos refugios para los musulmanes en la Península– o la indiscutida invocación de su identidad goda, siglos y siglos después de la conquista islámica y de la indudable aculturación que, de manera progresiva, experimentó la población indígena que permaneció en al-Andalus.
Tal vez es imposible, desde nuestros días, saber con total exactitud qué pasó en al-Andalus desde la conquista militar del territorio hasta su final, y, sobre todo, cómo se fueron produciendo cada uno de los acontecimientos, no ya los políticos o económicos, sino también los sociales e ideológicos. Pero no es menos cierto que gracias a nuestra solvente escuela de arabistas –como la califica Pimentel, aunque yerre al escribir que la mayoría de esos arabistas beben de fuentes francesas–, el conocimiento que hoy se tiene de la historia y la sociedad andalusíes es fiable y riguroso.
Así pues, a estas alturas de las investigaciones históricas se puede concluir que, en el complejo proceso de formación de la sociedad islámica andalusí, la población autóctona hispana llegó con el tiempo a insertarse plenamente en las nuevas estructuras políticas y culturales creadas, sin que en al-Andalus surgiese –a diferencia de lo sucedido en el islam oriental– ningún movimiento potente que reivindicase cultural o políticamente su pasado preislámico. Por ello, resulta bastante increíble que un hombre musulmán de mediados del siglo XV, Ali Ben Ziyad, se refiriese –como escribe Diadié– a su Toledo natal como «localidad de godos», ni más ni menos que siete siglos después del fin del Estado visigodo y de la desaparición de la mayoría de godos como tales en al-Andalus.
A pocos años de la incorporación de Granada a la Corona de los Reyes Católicos, los volúmenes cruzaron el Estrecho de Gibraltar con su propietario, Ali Ben Ziyad, un godo converso al Islam expulsado de Al-Ándalus.
Ocultos en Mali bajo la arena del desierto, en unos casos, o bien escondidos en establos, en chozas y casas de adobe por los agricultores de la zona en otros y, siempre, en poblados casi inaccesibles.
Gracias a ello, han permanecido todos estos siglos lejos de la rapiña y la codicia de la intolerancia y el integrismo, representando un inédito y esplendido conjunto de testimonios, saberes y ciencias que nos permiten conocer mejor la vida durante la España musulmana.
De los más de 3.000 manuscritos que componen los Fondos, 300 son de autores andalusíes y, en ellos, están representados todos los campos del saber: Religión, Derecho, Teología, Mística, Historia, Medicina, Matemáticas, Lógica, Filosofía y Filología…
Intelectuales como José Saramago y Fernando Sánchez Dragó dan en 'Fondo Kati, testigo del exilio ibérico en Tombuctú' su opinión sobre este singular y desconocido episodio de nuestro pasado
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El documental es obra de Hilván Creaciones , y cuenta con la dirección y guión de Manuel A. Navarro Espinosa, la producción de Juan Carlos Estrada García y la edición de Carmen Martínez Morenilla.
Fuente: http://ciudaddelastresculturastoledo.blogspot.com.es/2014/01/el-fondo-kati-testigo-del-exilio.html
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