Es raro el hogar que no se adorna por estas fechas con un abeto navideño. En estas épocas tan familiares, pequeños y grandes solemos convertir nuestro árbol de Navidad en el eje central de nuestro hogar: a su pie aparecerán los regalos el 25 de diciembre y junto a él nos reuniremos, saboreando ricos platos y dulces. Nos hemos acostumbrado tanto a su mágica presencia, que ni siquiera recordamos –ni muchas veces conocemos- los motivos por los que, año tras año, se convierte en protagonista de nuestras Navidades.
Sin embargo, pese a que la documentación histórica acerca del abeto de Navidad aparece hace sólo unos pocos siglos, sí es cierto que las leyendas y tradiciones que nos hablan de él se remontan hasta tiempos muy antiguos. Tradiciones y leyendas fruto de muy diversas culturas, épocas y costumbres: algunas con un origen estrictamente cristiano y otras muy anteriores al nacimiento del cristianismo.
El simbolismo del árbol a lo largo de la historia
Los árboles siempre han sido considerados como un símbolo de vida, sobre todo para aquellas culturas íntimamente ligadas a las fuerzas de la naturaleza. Desde la Prehistoria los hombres primitivos introducían en sus cavernas y refugios plantas perennes y todo tipo de flores a las que otorgaban un significado mágico y/o religioso. Mientras que griegos y romanos decoraban sus casas con hiedra, los vikingos y demás pueblos nórdicos preferían hacerlo con muérdago y otras plantas de hoja perenne como el laurel, el acebo y las ramas de diversas coníferas.
Los pueblos nórdicos solían decorar sus viviendas con acebo y otras plantas perennes. Ilustración de una planta de acebo dibujada por Otto Wilhelm para su libro “Flora de Alemania, Austria y Suiza”(1885). (Public Domain)
Los antiguos habitantes del norte europeo celebraban el nacimiento de Frey, dios del sol y la fertilidad, adornando un árbol perenne en fechas próximas al solsticio de invierno. Este árbol representaba al divino Yggdrasil (Árbol del Universo soporte de los Nueve Mundos), en cuya copa se hallaba el cielo en el que se encontraba Asgard (la morada de los dioses), y dentro de Asgard el Valhalla (salón de Odín en el que se recibía a los héroes vikingos muertos en combate). Por el contrario, sus profundas raíces se hundían en Helheim, el reino de los muertos. La celebración de ese día consistía en adornarlo con antorchas que representaban a las estrellas, la luna y el sol. En torno a él, se bailaba y se cantaba en honor a Frey. Tras la evangelización de esa parte del viejo continente, los nuevos cristianos adoptaron la idea del árbol sagrado para celebrar el nacimiento de Cristo.
Para los celtas el árbol era considerado un elemento sagrado y venerado por los druidas. Era un medio para celebrar el “culto a la luz” en el día del solsticio de invierno, la noche más larga del año. Desde el solsticio de invierno hasta primeros de enero los celtas quemaban ramas de roble (símbolo del año que muere) en la creencia de que las chispas producidas darían lugar a nuevos días luminosos, al tiempo que las cenizas se esparcían por los campos para favorecer las futuras cosechas.
Son innumerables las culturas en las que el árbol representa el medio de unión entre el cielo y la tierra. Por ello, sobre todo en las culturas orientales, el árbol es símbolo de encuentro con lo sagrado: punto de encuentro entre el ser humano y la divinidad. Durante milenios los árboles han sido para el hombre símbolo de sabiduría, fecundidad, longevidad y crecimiento. De ahí que existan tantas leyendas que giran en torno a los árboles y a su relación con el ser humano.
Joven dama decorando su árbol de Navidad en el cuadro “Navidad” (1898), obra de Marcel Rieder (1862-1942). (Public Domain)
El árbol de Navidad cristiano
El árbol de Navidad simboliza para el cristianismo la esperanza de renacer en la noche más oscura del año, y la invocación de la luz a través del nacimiento de Jesús de Nazaret. Pero, además, recuerda al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva y de donde proviene el pecado original. Por otro lado, su forma triangular (por utilizarse generalmente una conífera), simboliza a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Según cuenta una popular tradición alemana, San Bonifacio (675-754) –obispo inglés que viajó hasta Frisia y Germania para evangelizar a sus habitantes, se sintió muy dolido en la Navidad del año 723 al comprobar que los germanos habían vuelto a su antigua idolatría y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un joven bajo el sagrado roble de Thor. Tal fue su decepción y enfado que, tomando un hacha, se dirigió a talar aquel árbol. La leyenda narra que, al primer golpe de hacha, una fuerte ráfaga de viento derribó al instante el roble. Los lugareños, sorprendidos y atemorizados, reconocieron la intervención de la mano de Dios en tal suceso y rogaron a San Bonifacio que les explicase cómo debían celebrar la Navidad.
Entonces, el sacerdote se fijó en un pequeño abeto que, milagrosamente, permanecía intacto junto a los restos del roble caído. Lo vio como símbolo del amor de Dios y lo adornó con manzanas – frutos de las tentaciones pecaminosas- y con velas que representan la luz de Cristo que nace para iluminar al mundo. Finalmente, como estaba familiarizado con la costumbre pagana de adornar las casas con hojas y ramas de plantas perennes durante el invierno, les pidió que cada familia llevase un abeto a su hogar.
Estatua de San Bonifacio en Fritzlar, Alemania, que representa al santo portando un hacha tras talar el roble de Thor. (Public Domain)
Poco a poco, la tradición fue evolucionando, cambiándose las manzanas por bolas de colores y las velas por focos y luces parpadeantes. Pero, pese a estos cambios, las esferas de colores aún simbolizan las oraciones que se realizan durante el período cristiano de Adviento: el tiempo de preparación hasta el nacimiento de Jesús.
De esta forma, las bolas azules simbolizan oraciones de arrepentimiento, las plateadas se corresponden con las plegarias para dar las gracias, las doradas son símbolo de los rezos de alabanza y las esferas rojas de las peticiones elevadas a Dios. Asimismo, la estrella con la que se remata el abeto navideño representa la fe y la luz que deben guiar a todo buen cristiano, recordando a la estrella que, según la creencia cristiana, guió a los Magos hasta Belén.
En cuanto al resto de figuritas con que se decora el árbol navideño, constituyen la representación de las buenas acciones y sacrificios que los cristianos ofrecen como regalos a Jesús por su “cumpleaños” en el 25 de diciembre.
Todos los adornos del abeto navideño encierran un profundo significado simbólico. (Kris de Curtis-CC BY 2.0)
Orígenes del árbol de Navidad moderno
A día de hoy desconocemos cuál fue el primer ejemplar de árbol de Navidad de la historia, puesto que son varias las ciudades del norte de Europa que se disputan este honor. Por ejemplo, en Riga, Letonia, existe una placa afirmando que el primer árbol fue adornado en esa ciudad en el año 1510. Sin embargo, también existen testimonios que afirman que fue en la alemana Bremen, en 1570, cuando se decoró por vez primera un árbol a base de nueces, frutas secas y cintas de papel.
Pese a lo anterior, son las obras de teatro medievales -que representaban misterios y pasajes bíblicos- las que, según los expertos, aportan las más importantes pistas acerca del verdadero origen del árbol de Navidad moderno. Estas obras teatrales cumplían con la función de enseñar la religión cristiana al pueblo que, en su gran mayoría, estaba formado por individuos analfabetos. Dichas obras se hicieron muy populares y se fueron difundiendo por toda Europa. Así, durante la Nochebuena del 24 de diciembre, se solía representar el pasaje del pecado original de Adán y Eva. A lo largo de toda la obra, el bíblico Árbol del Bien y del Mal ocupaba el centro del escenario. En principio se pensó en utilizar un manzano, pero no habría sido adecuado en invierno, así que se optó por un abeto adornado con manzanas, obleas y dulces infantiles del que, según los expertos, derivarían nuestros actuales árboles navideños.
Según los expertos fue en la orilla occidental del Rhin, en la región de Alsacia, donde surgió en el siglo XVI “la moda” de decorar un árbol en Navidad. (Public Domain)
Esos mismos expertos sugieren además que fue en la orilla occidental del Rhin, en la región de Alsacia, donde surgió en el siglo XVI “la moda” del árbol de Navidad. Una de las primeras pruebas documentales de ello son los registros de la ciudad de Schlettstadt del año 1521, en los que consta la orden de brindar una especial protección a los bosques en los días previos a la Navidad, siendo los guardabosques los responsables de castigar a cualquiera que cortara un árbol para decorar su casa. Asimismo, otro documento informa de que, en Estrasburgo, capital de Alsacia, los abetos se vendían en el mercado, para llevarlos a casa y decorarlos. Desde Alsacia la tradición se propagó al resto de Alemania, luego a toda Europa y, finalmente, al resto del mundo cristiano.
Autor: Mariló T. A.
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