Entrada al santuario de Bóveda | © Javier García Blanco.
Poco podían imaginar los vecinos de Santa Eulalia que aquel hallazgo atraería la atención de estudiosos nacionales e internacionales y que el enclave seguiría rodeado de interrogantes más de ochenta años después.
Hoy en día la visita al santuario subterráneo de Santa Eulalia de Bóveda deja al visitante con una curiosa sensación de sorpresa. Y con razón. No en vano, el recinto ha sido calificado por algunos estudiosos como "una de las construcciones más singulares de la arquitectura española".
Lo primero que recibe al visitante es un pequeño atrio con dos columnas de piedra flanqueadas por sendos muros. En estas paredes se observan varios relieves con figuras humanas. Uno de ellos parece representar a cinco mujeres danzando. Algo más abajo aparece una figura similar, enmarcada por una especie de guirnalda y tocada con un extraño gorro.
Justo antes de traspasar la puerta, a mano derecha, otros dos relieves parecen representar a dos lisiados que muestran sus deformidades en piernas y brazos.
Al pasar el umbral aparece una estancia rectangular con una "piscina" en el centro, rodeada por tres columnas y, al fondo, una puerta que conduce a un pequeño nicho.
Sin embargo, lo más llamativo aparece al alzar la vista: una serie de pinturas murales que decoran la bóveda de medio cañón. La parte central de esta bóveda estuvo decorada con motivos geométricos —hoy no conservados— y el resto aparece plagado de representaciones vegetales y de aves.
Hoy, transcurridos más de 85 años desde el descubrimiento del recinto subterráneo, se han realizado varias excavaciones y restauraciones, y se han publicado decenas de trabajos sobre su posible origen y funcionalidad.
La hipótesis más aceptada en la actualidad señala que se corresponde con un templo tardorromano (probablemente del siglo IV d.C.), dedicado al culto a las ninfas, al que acudían los fieles en busca de la curación que ofrecían sus aguas salutíferas.
Sin embargo, a lo largo de estos años no han faltado otras muchas hipótesis, algunas realmente sorprendentes.
Las primeras excavaciones arrancaron en octubre de 1927 y fueron dirigidas por Luis López-Martí, director del Museo Arqueológico de Lugo. En aquellos años, López-Martí propuso que el recinto había sido un primitivo templo paleocristiano que habría quedado sepultado por edificios posteriores.
En 1935, el célebre historiador alemán Helmut Schlunk publicó un trabajo sobre el recinto, destacando sus similitudes con otros edificios encontrados en el Mediterráneo Oriental, cuya función era sepulcral. Sin embargo, Schlunk reconoció que no existían pruebas concluyentes que apoyasen su hipótesis.
Durante las excavaciones a mediados de siglo, el hallazgo de la "piscina" llevó a Manuel Chamoso Lamas a proponer la teoría de que el recinto era un ninfeo romano. Una hipótesis que ya había sido planteada algunos años atrás por otros estudiosos:Alberto del Castillo y Sánchez Cantón.
Ya en los años 70, el escritor gallego Celestino Fernández de la Vega aportó una hipótesis realmente llamativa: el recinto no sería ni templo cristiano primitivo, ni ninfeo romano, sino la tumba del "hereje" Prisciliano.
Tras su ejecución en Treveris, acusado de brujería, Prisciliano habría sido trasladado a su Galicia natal, donde habría recibido sepultura en el santuario de la aldea lucense. El célebre "hereje" murió a finales del siglo IV, una fecha que coincide con algunas de las dataciones dadas al recinto, clasificado como tardorromano.
La original hipótesis de Fernández de la Vega carece, por desgracia, de evidencias históricas y arqueológicas que la respalden.
Una última propuesta viene a completar las hipótesis sobre el singular enclave gallego. En los últimos años, varios autores han indagado en la posibilidad de que se tratara de un antiguo lugar de culto dedicado a divinidades orientales.
Así, el historiador A. Rodríguez Colmenero ha defendido, tras estudiar un estanque ritual descubierto en Lugo, que este último enclave y el de Santa Eulalia podrían corresponderse con sendos recintos dedicados al culto a Isis o Serapis.
Por otra parte, el arquitecto Carlos Sánchez-Montaña apunta una función similar, aunque apuesta por otro culto mistérico: la devoción a la diosa Cibeles.
[Relacionado: La Villa de Adriano, ¿un lugar de culto al Sol]
Múltiples y atractivas hipótesis, en definitiva, para un enclave en apariencia modesto, pero que constituye uno de los mayores enigmas arqueológicos de la Antigüedad en España.
Por Javier García Blanco | Arte secreto – jue, 16 ago 2012
En julio de 1926, la tranquila vida de la aldea de Santa Eulalia de Bóveda, a unos 15 kilómetros de Lugo, se vio alterada por un sorprendente
descubrimiento: el hallazgo de un antiquísimo santuario bajo los cimientos de la iglesia.
Poco podían imaginar los vecinos de Santa Eulalia que aquel hallazgo atraería la atención de estudiosos nacionales e internacionales y que el enclave seguiría rodeado de interrogantes más de ochenta años después.
Hoy en día la visita al santuario subterráneo de Santa Eulalia de Bóveda deja al visitante con una curiosa sensación de sorpresa. Y con razón. No en vano, el recinto ha sido calificado por algunos estudiosos como "una de las construcciones más singulares de la arquitectura española".
Lo primero que recibe al visitante es un pequeño atrio con dos columnas de piedra flanqueadas por sendos muros. En estas paredes se observan varios relieves con figuras humanas. Uno de ellos parece representar a cinco mujeres danzando. Algo más abajo aparece una figura similar, enmarcada por una especie de guirnalda y tocada con un extraño gorro.
Justo antes de traspasar la puerta, a mano derecha, otros dos relieves parecen representar a dos lisiados que muestran sus deformidades en piernas y brazos.
Al pasar el umbral aparece una estancia rectangular con una "piscina" en el centro, rodeada por tres columnas y, al fondo, una puerta que conduce a un pequeño nicho.
Sin embargo, lo más llamativo aparece al alzar la vista: una serie de pinturas murales que decoran la bóveda de medio cañón. La parte central de esta bóveda estuvo decorada con motivos geométricos —hoy no conservados— y el resto aparece plagado de representaciones vegetales y de aves.
Vista parcial del interior del recinto | © Javier García Blanco.
Hoy, transcurridos más de 85 años desde el descubrimiento del recinto subterráneo, se han realizado varias excavaciones y restauraciones, y se han publicado decenas de trabajos sobre su posible origen y funcionalidad.
La hipótesis más aceptada en la actualidad señala que se corresponde con un templo tardorromano (probablemente del siglo IV d.C.), dedicado al culto a las ninfas, al que acudían los fieles en busca de la curación que ofrecían sus aguas salutíferas.
Sin embargo, a lo largo de estos años no han faltado otras muchas hipótesis, algunas realmente sorprendentes.
Las primeras excavaciones arrancaron en octubre de 1927 y fueron dirigidas por Luis López-Martí, director del Museo Arqueológico de Lugo. En aquellos años, López-Martí propuso que el recinto había sido un primitivo templo paleocristiano que habría quedado sepultado por edificios posteriores.
En 1935, el célebre historiador alemán Helmut Schlunk publicó un trabajo sobre el recinto, destacando sus similitudes con otros edificios encontrados en el Mediterráneo Oriental, cuya función era sepulcral. Sin embargo, Schlunk reconoció que no existían pruebas concluyentes que apoyasen su hipótesis.
Durante las excavaciones a mediados de siglo, el hallazgo de la "piscina" llevó a Manuel Chamoso Lamas a proponer la teoría de que el recinto era un ninfeo romano. Una hipótesis que ya había sido planteada algunos años atrás por otros estudiosos:Alberto del Castillo y Sánchez Cantón.
Ya en los años 70, el escritor gallego Celestino Fernández de la Vega aportó una hipótesis realmente llamativa: el recinto no sería ni templo cristiano primitivo, ni ninfeo romano, sino la tumba del "hereje" Prisciliano.
Tras su ejecución en Treveris, acusado de brujería, Prisciliano habría sido trasladado a su Galicia natal, donde habría recibido sepultura en el santuario de la aldea lucense. El célebre "hereje" murió a finales del siglo IV, una fecha que coincide con algunas de las dataciones dadas al recinto, clasificado como tardorromano.
La original hipótesis de Fernández de la Vega carece, por desgracia, de evidencias históricas y arqueológicas que la respalden.
Una última propuesta viene a completar las hipótesis sobre el singular enclave gallego. En los últimos años, varios autores han indagado en la posibilidad de que se tratara de un antiguo lugar de culto dedicado a divinidades orientales.
Así, el historiador A. Rodríguez Colmenero ha defendido, tras estudiar un estanque ritual descubierto en Lugo, que este último enclave y el de Santa Eulalia podrían corresponderse con sendos recintos dedicados al culto a Isis o Serapis.
Por otra parte, el arquitecto Carlos Sánchez-Montaña apunta una función similar, aunque apuesta por otro culto mistérico: la devoción a la diosa Cibeles.
[Relacionado: La Villa de Adriano, ¿un lugar de culto al Sol]
Múltiples y atractivas hipótesis, en definitiva, para un enclave en apariencia modesto, pero que constituye uno de los mayores enigmas arqueológicos de la Antigüedad en España.
Por Javier García Blanco | Arte secreto – jue, 16 ago 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.