“El dinero se ha hecho moralmente indiscutible.
Para los pobres, las leyes están muy detalladas,
para los ricos, sólo abordan generalidades.
–Gonzalo Tavares
Según cuenta el insigne Heródoto, los griegos foceos (provenientes del centro de Grecia ) creían que en la primera España se ataban los perros con longanizas. Esto, obviamente, sí era cierto, aunque algo impreciso, ya que estimaciones más rigurosas hablan de la butifarra como sujeto del reclamo que actuaba sobre algunos audaces foráneos que veían estas latitudes como si de un becerro de oro se tratara.
Pero antes de que los padres de la fértil cultura helena hollaran el suelo patrio, ya unos osados navegantes venían haciendo de las suyas desde siglos atrás, quizás espoleados por el efecto llamada que provocaban las chacinas, el aceite y el morapio que tan generosamente brotaban en la enigmática zona de Gadir.
Eran los fenicios un pueblo de una organización social, mercantil y cultural muy avanzada en el contexto de aquella época. Lamentablemente había rémoras y lastres pues se mercadeaba con esclavos y la división del trabajo era, por calificarla suavemente, benévola en relación con las prácticas de sus sanguinarios vecinos. Sin más recursos propios que una portentosa imaginación y originales procedimientos cambiarios que iban desde el simple trueque, hasta la acaparación de productos estratégicos para promover, el que probablemente sea el más antiguo mercado de futuros, llevaron hasta el stajanovismo su vocación marinera y comercial solapadas en un destino prácticamente inevitable habida cuenta de su asfixiante orografía que los impelía a ser audaces exploradores y marinos entre los mejores .
Un reino que colmaría todas las expectativas
Los emporios comerciales de Tiro, Sidon y Byblos no distaban más de sesenta kilómetros de los montes de Líbano y al otro lado, en el fértil valle de la Bekaa siempre estaban las sorpresas agazapadas. Cuando no eran los hititas, eran los crueles asirios o los persas, siempre había algún belicoso invasor dispuesto a perturbar la paz de estos esforzados mercaderes. Por ello, se dotaron de estratégicas fortalezas en dichas ciudades a las que prácticamente convertían en inexpugnables. Hasta que llegó Alejandro Magno con su ingenio incomparable… Pero ese es otro tema.
Este reino ocupaba una vasta extensión que abarcaba desde lo que hoy es el Algarve portugués hasta la actual Almería. El caso es que en sus correrías mediterráneas , dieron en encontrar siete u ocho siglos antes del advenimiento del gran profeta Jesús, llamado el Cristo, en las proximidades de las columnas de Hércules –el actual estrecho de Gibraltar–, un estado con una más que cierta cohesión social y una estructura política bastante estable. Además este reino ocupaba una vasta extensión que abarcaba desde lo que hoy es el Algarve portugués hasta la actual Almería y tenia el valor añadido de satisfacer toda la demanda de metales de los que ellos carecían, por lo que se metieron en harina ante lo que parecía un buen negocio.
Para los fenicios, Tartessos, un reino de límites imprecisos, era como El Dorado. Oro, plata, estaño, cobre, etc., colmarían sus expectativas mas allá de lo razonable y por ende se pusieron a abrir factorías  de transformación por aquí y por allá en un ataque febril inusitado. Estos metales eran el motor del progreso y en la zona del Creciente Fértil, área que comprendía a Sumeria, Acadia, Persia, Mesopotamia y Babilonia no se comprendía el desarrollo sin ellos. Por otro lado, su pericia marinera era proverbial y de la noche a la mañana, convirtieron el Mare Nostrum en un trasiego de embarcaciones con su peculiar forma de navegación en cabotaje con costa a la vista. Ya en el año seiscientos, antes de nuestra era, se habían dado una vuelta por toda la costa africana en el sentido de la agujas del reloj que duraría tres años partiendo del Mar Rojo y desembarcando en Abydos en el norte de Egipto en una hazaña sin precedentes en la historia conocida. Baste decir que los portugueses para hacer lo mismo, tardarían un siglo dos mil años después para recorrer el mismo trayecto. A este grandioso periplo, se le llamaría la expedición de Nekao, que era el faraón de turno en aquel momento.
Área aproximada de extensión e influencia de la civilización de Tartessos. (CC/Té y kriptonita)Área aproximada de extensión e influencia de la civilización de Tartessos. (CC/Té y kriptonita)
El perfecto matrimonio de convivencia
El caso es que entre el año mil y el seiscientos antes de nuestra era, ya habían fundado media docena de grandes emporios en Cádiz, Málaga, Almuñecar, Adra, etc. Este matrimonio de conveniencia entre Tartessos y los fenicios iba viento en popa
La cultura tartésica, hoy, se define claramente en dos periodos. El llamado geométrico, que coincide con el final de la Edad del Bronce y que abarca desde el 1200 al 750 a.C. y otro posterior llamado orientalizante cuando la cultura tartesia se empapa de elementos asiáticos provenientes principalmente de los contactos con fenicios y griegos y que coincide con la I Edad del Hierro y abarca desde el año 750 hasta el 550 a.C.
Una de las referencias más intrigantes, la contada por Platón en sus diálogos –concretamente en Timeo–, habla de la posible localización de la ubicua Atlántida engarzándola con el mito de este reino –estado. A su vez, el historiador griego Éforo de Cime escribe sobre Tartessos que estaba a dos días de viaje (1.000 estadios) de las columnas de Hércules (Gibraltar). Actualmente, desde la desembocadura del Guadalquivir hasta el estrecho, hay un equivalente a 900 estadios. Hay que añadir que tanto en el siglo XV a.C. como en el segundo de nuestra era, dos enormes tsunamis borraron cualquier vestigio de vida en la zona aledaña a lo que hoy es el Parque de Doñana, que es donde presuntamente podría localizarse este escurridizo enigma.
Inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas su aura enigmática no se ha desvanecidoHoy queda de aquella metáfora de belleza, de la que fue la más grande ciudad de occidente (¿Gadir?), puente entre culturas, a algo más de un centenar de kilómetros el delicado tesoro de Carambolo en Camas–Sevilla. Algunospectorales, collares y pulseras de oro puro dan testimonio de un tiempo oculto entre los pliegues de la historia.
Tartessos, genealogía de un tiempo glorioso proyectado en las penumbras de un presente frustrante. Quizás sea más un enigma literario, entroncado en ocasiones con la difusa amnesia de un pasado hermético. Inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas su aura enigmática no se ha desvanecido; al fin y al cabo, un misterio más que sumar a la historia borrada




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