A pesar de ser la menor de las tres tumbas reales de Giza, en Egipto, es un edificio monumental cuyo complejo funerario proporcionó hallazgos muy importantes a los arqueólogos.
En el extremo sudoccidental de la planicie de Giza (Egipto) se alza la pirámide de Micerino, la tercera de las tres grandes pirámides que forman el que posiblemente sea el yacimiento arqueológico más famoso del mundo. Mucho menor que sus dos grandes hermanas, las tumbas de Keops y Kefrén, con las que está alineada, la de Micerino (o Menkaure) es, sin embargo, un edificio imponente, completado con un gran complejo funerario que ha dado muchas sorpresas a los egiptólogos.
La pirámide llevaba el nombre del rey que la mandó construir: 'Menkaure es divino'. No hay gran cosa que se sepa a ciencia cierta de este soberano de la IV Dinastía. Su biografía se puede encajar en un telegrama. Herodoto (484-425 a.C.), que visitó el país del Nilo miles de años después de su muerte, recogió el recuerdo que de él guardaba la tradición y que lo describía como un monarca bueno, en contraste con la crueldad de sus ambiciosos antecesores. No es una fuente a la que se pueda acudir con plena confianza, pero en ella se basan las breves semblanzas biográficas que se pueden encontrar, como la que presentan Ian Shaw y Paul Nicholson en el 'Diccionario Akal del Antiguo Egipto' (editado por Akal): "Micerino (2532-2502 a.C.). Hijo de Kefrén y nieto de Keops", fue recordado como "un soberano tremendamente piadoso y como un justo gobernante. Cuando a través del oráculo de Buto supo que solo le quedaban seis años de vida, se cuenta que duplicó efectivamente el tiempo que le quedaba celebrando banquetes incesantes todas las noches". Los años de reinado indicados por Nicholson y Shaw son una estimación, porque las pocas fuentes disponibles no concuerdan. Manetón, un sacerdote e historiador que vivió mucho más tarde, en el siglo III aC, le adjudicó un reinado de 68 años, a todas luces una duración exagerada. Los historiadores actuales creen que debió de ocupar el trono entre 18 y 30 años.
No se sabe mucho más de su familia. "Desde el punto de vista genealógico, la parte final de la Dinastía IV resulta muy problemática", explican Aidan Dodson y Dyan Hilton en 'Las familias reales del Antiguo Egipto' (editado por Oberon). Parece que Micerino "tuvo por lo menos dos esposas, dada la presencia de un par de pirámides pequeñas junto a su ejemplar subsidiario -o pirámide satélite- dentro del complejo, una de las cuales albergaba el esqueleto de una mujer joven. No se sabe con certeza el nombre de ninguna mujer que se casara con el rey, pero el hijo de Khamerernebty II fue enterrado en un cementerio claramente asociado a la pirámide de Micerino y, por tanto, es muy probable que esta dama fuera su esposa. Quizá fue enterrada en una de las pirámides pequeñas, aunque también pudo serlo en cualquier otro lugar de Giza. Una mujer de la que conocemos sin duda su tumba fue Rekhetra, de la que se dice que fue tanto esposa como hija de un rey; por desgracia, desconocemos sus nombres, aunque posiblemente fue esposa de Micerino. Por lo general, carecemos de claras afirmaciones de relaciones familiares, pero el emplazamiento de la tumba del príncipe Khuenra nos permite estar razonablemente seguros de que fue hijo de Micerino".
La pirámide y sus dependencias interiores
Foto: El trozo de ataúd de madera con el nombre de Micerino escrito en cartuchos, hallado por Vyse.
Su propia pirámide parece ser la prueba más evidente de que el reinado de Micerino tuvo un final abrupto, porque la construcción tuvo que rematarse a toda prisa y muestra rastros de cierta improvisación para salir del paso. Aunque el proyecto original contemplaba revestirla de granito rojo traído en barcazas desde la región de la primera catarata, fue acabada con bloques de caliza pintados para simular el color. Además se añadieron nuevas construcciones al conjunto durante las dinastías V y VI, lo que demuestra que el culto a este rey sobrevivió mucho tiempo. Esta pirámide es la 'pequeña' de las tres grandes de Giza, por lo que siempre suele quedar en un segundo plano. Pero si pudiéramos separarla de las de Keops y Kefrén, veríamos que es un edificio impresionante que llamaría la atención por su volumen si se alzara en cualquier ciudad europea. En su estado original debió de medir unos 66 metros de altura, solo 3 menos que los campanarios de Notre-Dame de París, por ejemplo. La base cubre un área de 102,2 por 104,6 metros y el ángulo de las caras es 51º 20' 25". Resulta llamativa la grandeza de los edificios que completan su complejo funerario. Frente a la cara sur se alzan otras tres pirámides menores, conocidas como 'pirámides de reinas', aunque su función no está clara y por lo menos una, la más oriental, que tuvo las caras lisas, pudo estar destinada a albergar el 'ka' del rey, algo así como su fuerza vital o parte de su espíritu. Junto a la cara este de la pirámide de Micerino se construyó un templo funerario, del que parte una calzada de 608 metros de longitud -completada en ladrillo por Shepseskaf, sucesor de Micerino- que llega hasta el llamado templo del valle.
Una cicatriz en la cara norte
Como todas las grandes pirámides, parece que la de Micerino recibió la visita inevitable de los ladrones de tumbas ya en la Antigüedad, aunque la agresión más notable que sufrió es más reciente. Su cara norte muestra una cicatriz enorme, abierta en 1196 por Al-Aziz Uthman, hijo de Saladino, según unos con intención de alcanzar los supuestos tesoros que albergaba el edificio, según otros con el propósito de usar la tumba como cantera de piedras ya trabajadas. En todo caso, el corte no llegó a las dependencias internas de la construcción. Situadas en realidad debajo de la base de la pirámide, no fueron descubiertas hasta la llegada, ya en el siglo XIX, del coronel Howard Vyse y el ingeniero John Perring, cuyas intenciones, en teoría más honradas, no salvaron la brutalidad de sus métodos, que incluían el uso de la pólvora para acabar con obstáculos demasiado molestos. Vyse y Perring trataron de encontrar el acceso al interior empezando por perforar desde el fondo la brecha de Uthman, que resultó ser un camino equivocado. Dedujeron que la entrada tendría que estar orientada como las de las pirámides de Keops y Kefrén, por lo que empezaron a despejar de arena la base del lado norte de la de Micerinos.
Por fin, dieron con ella a unos cuatro metros de altura el 29 de julio de 1837. Acompañado por el artista Edward Andrews, Vyse exploró el interior, que presentaba un plano llamativamente complejo. Tras un pasaje descendente de más de 31 metros de longitud, llegaron a una serie de dependencias que incluían una cámara decorada con paredes talladas con el motivo de 'puerta falsa', una gran antecámara, un pasaje descendente hasta otra sala con seis nichos y una cámara sepulcral en la que encontraron un bonito sarcófago de basalto rojo, decorado con el motivo 'fachada de palacio', al que le faltaba la tapa y estaba vacío. También hallaron en la cámara anterior los restos de la tapa de un ataúd antropomórfico de madera con el nombre de Micerino y huesos humanos. La caja de madera era de una época muy posterior a la IV Dinastía (Dinastía XXVI), lo que demostraba que el enterramiento real fue renovado por lo menos en una ocasión. En cuanto a los huesos, investigaciones modernas mediante el radiocarbono demostrarían que pertenecen al periodo copto.
Los obreros de Vyse extrajeron el sarcófago de basalto con dificultad para enviarlo al Museo Británico. Pero no llegó a su destino. Fue embarcado en la goleta 'Beatrice', que acabó hundida frente a Cartagena el 30 de octubre de 1838, lo que convierte a la pirámide de Micerino en la única cuyo sarcófago ha desaparecido en un naufragio, algo que quizá no pueda competir con los supuestos misterios de la Gran Pirámide de Keops, pero que resulta innegablemente insólito.
Tras las andanzas de Vyse y Perring, la pirámide recibió la visita más o menos interesada de diversos arqueólogos, incluido el gran egiptólogo Flinders Petrie. Sin embargo, el que ha pasado a la historia como su principal investigador es el estadounidense George Reisner.
George Andrew Reisner (1867-1942) fue un arqueólogo formidable que a menudo suele ser recordado como el 'Petrie americano' por la precisión de su trabajo y la minuciosidad de sus registros. El egiptólogo Mark Lehner destaca de sus métodos la atención que prestó a la estratigrafía y la formación de los yacimientos, y el uso exhaustivo que hizo de la fotografía como herramienta de documentación. A Reisner le obsesionaba obtener la mayor cantidad posible de datos de una excavación, que, al fin y al cabo, es una técnica agresiva. "El excavador es un destructor -escribió-; y el objeto que destruye es parte del registro de la historia del hombre que no puede sustituirse ni mejorarse. Debe plantearse el trabajo de campo siendo consciente de esto. La única justificación posible para obrar así es que pretenda obtener del yacimiento antiguo que destruye todas las pruebas históricas que contiene" (citado por Lehner en 'Todo sobre las pirámides', editado por Destino).
Con ayuda de la señora Hearst
Resulta curioso que un excavador así llegara a la arqueología indirectamente. Reisner nació en Indianapolis, de padres alemanes, originarios de Worms. Se matriculó en Harvard con la intención de estudiar Derecho, y así lo hizo. Pero en 1893, ya doctorado, obtuvo una beca que le permitió trasladarse a Berlín, donde se dedicó a estudiar algo muy poco relacionado con las leyes: lenguas semíticas. De estas pasó a los jeroglíficos y a la Egiptología, como alumno de Adolf Erman y Kurt Sethe. Después de trabajar un año en el Museo Egipcio de El Cairo (1897), regresó a Harvard como profesor de Egiptología y empezó a ser patrocinado por una filántropa excepcional, Phoebe Apperson Hearst, la madre del magnate del periodismo William Randolph Hearst. La señora Hearst pagaría de su bolsillo las excavaciones de Reisner en las necrópolis de los reyes de Napata de Nuri, El-Kurru y Gebel Barkal (Sudán), en las que excavó las tumbas piramidales de 73 monarcas nubios. Su hallazgo más célebre, y que merece un artículo aparte, tuvo lugar en Giza en 1925 y ocurrió por un golpe de azar. La pata del trípode de una cámara se hundió en la arena, revelando la existencia de un pozo de 27 metros de profundidad por el que se accedía a la que resultó ser la tumba de Hetepheres, la madre de Keops. Reisner trabajaría en Egipto hasta su muerte en 1942, aunque en sus últimos años no pudo excavar a causa de su ceguera.
Foto: El arqueólogo estadounidense George Reisner.
Reisner excavó en la pirámide de Micerino y su complejo funerario entre 1906 y 1924, a la cabeza de la expedición de la Universidad de Harvard. El arqueólogo se hizo cargo de esta parte de la necrópolis de Giza por sorteo, aunque el proceso también ha sido descrito como una subasta: Gaston Maspero, jefe del Servicio de Antigüedades egipcio, decidió que las diversas expediciones extranjeras interesadas por el gran cementerio real de la IV Dinastía "se entendieran entre ellas para delimitar sus concesiones. Esto se llevó a cabo en 1902, en una reunión" en la terraza del Hotel Mena House "a la que asistieron el alemán Ludwig Borchardt, en nombre de George Steindorff, el italiano Ernesto Schiaparelli y el estadounidense Georg Reisner. Al primero, profesor de Leipzig, le tocó en suerte el sector de la pirámide de Kefrén y una parte del cementerio situado al norte de la misma; al segundo, director del Museo de Antigüedades Egipcias de Turín, otra parte del mismo cementerio, conocida como la 'necrópolis del oeste' con relación a la Gran Pirámide; al tercero, que era director de la expedición egipcia Hearst de la Universidad de California, y después de la expedición conjunta de la Universidad de Harvard y el Museo de Bellas Artes de Boston, todo el complejo funerario de Micerino, así como las franjas norte y sur de la necrópolis del oeste, más la situada al este de la pirámide de Keops", detalla Jean-Pierre Corteggiany en su estupendo librito 'Las grandes pirámides: crónica de un mito' (editado por Blume).
Como la pirámide de Micerino en sí ya estaba bastante 'tocada', Reisner "se dedicó a los elementos del complejo piramidal, que se mostró proporcionalmente más desarrollado que los de Keops y Kefrén. Desde 1906 a 1924, con las interrupciones debidas a los trabajados realizados de forma paralela en Nubia y Sudán, descubrió el templo alto junto a la cara este de la pirámide, la calzada que unía este último con el templo del valle, las capillas de tres pirámides de reinas y, por último, el sector de mastabas pertenecientes a los sacerdotes funerarios del culto real".
Estatuas excepcionales
La excavación del templo junto a la cara este, construido con bloques de piedra caliza local de hasta 200 toneladas, "mostró que el conjunto dedicado al culto, inacabado a la muerte de Micerino, había sido terminado con ladrillos por su sucesor, Shepseskaf". Aquí, el equipo de Reisner encontró los restos de una gran estatua del rey sedente que en su día debió de alzarse en el centro del templo.
Foto: Micerino flanqueado por Hathor, a la izquierda, y la personificación de un nomo.
"La excavación del templo bajo reservaba sorpresas de otro tipo", destaca Corteggiani: el descubrimiento en 1908 de una serie de preciosas estatuas intactas "que están entre las obras maestras de la escultura egipcia. Junto a fragmentos no despreciables de una abundante estatuaria, Reisner encontró una efigie magnífica de la pareja real y no menos de cuatro tríadas que representaban, todas ellas, al rey acompañado de la diosa Hator y de un nomo (o diosa provincial)". En tiempos de Micerino Egipto, estaba dividido en una treintena de estas demarcaciones administrativas y es posible que hubiese en el templo un conjunto escultórico por cada una de estas 'provincias'.
Foto: Una estatua de Micerino y su esposa sale a la luz durante las excavaciones dirigidas por Reisner.
¿Por qué Micerino construyó una pirámide mucho más pequeña que sus inmediatos antecesores? Quizá porque el país estaba agotado después del enorme esfuerzo humano y económico que debió suponer el levantamiento de los desmesurados monumentos funerarios de Snefru, Keops y Kefrén. Así lo apunta Toby Wilkinson en 'Auge y caída del Antiguo Egipto' (editado por Debate): "Tres generaciones de enormes inversiones -humanas, materiales y administrativas- en la construcción de pirámides transformaron Egipto, pero a la vez acarrearon un consumo insostenible de sus recursos. El sucesor de Jafra (Kefrén), Menkaura (Micerino), fue el último rey que construyó una pirámide en Giza, y lo hizo a una escala mucho más reducida". Los reyes de las dinastías V y VI recuperaron el modelo piramidal para sus tumbas, pero a una escala menor y con métodos constructivos más sencillos y menos costosos, que incluyeron los rellenos de escombros y el uso de piedras más pequeñas. Con Micerino murió la época de las grandes pirámides de piedra.
Fuente: Julio Arrieta | El Correo.com
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