Entre los antiguos peruanos,el culto a los muertos alcanzó una importancia excepcional. Prueba de ellos son los trabajados rituales que tributaban a sus difuntos, la preservación de los cadáveres de sus seres amados por medio de la momificación y el especial cuidado que se tomaban a la hora de construirles las moradas en las que descansarían eternamente.
Los sarcófagos de Karajía, o Carajía, son un conjunto de ataúdes realizados siguiendo la tradición funeraria de los Chachapoyas: llegan a medir hasta 2,50 metros de alto y están diseñados con formas humanas esquemáticas. Fueron descubiertos en 1985 en el barranco de Karajía, situado en el distrito de Luya y perteneciente al Departamento de Amazonas peruano. Su descubridor fue el arqueólogo peruano Federico Kauffmann Doig.
¿Quiénes fueron los Chachapoyas?
Los Chachapoyas fueron una cultura preincaica perteneciente al periodo denominado Intermedio Tardío andino y desarrollada entre los años 700 y 1500 de nuestra era. Habitaban al Este del río Marañón, uno de los principales afluentes del Amazonas, en la selva andina del norte de Perú. Los Chachapoyas estaban integrados por diversos grupos étnicos afines, descendientes de inmigrantes cordilleranos, culturalmente andinos, que modificaron su cultura ancestral en el nuevo medio, asimilando rasgos amazónicos.
Dado que las principales fuentes de información acerca de ellos provienen de los Incas y de los conquistadores españoles, existen pocos datos sobre los Chachapoyas que sean absolutamente fiables. De hecho, una gran parte de nuestros conocimientos con respecto a esta cultura se la debemos a las evidencias arqueológicas halladas hasta el momento (cerámicas, enterramientos y ruinas sobre todo), como las de la Fortaleza de Kuelap.
Restos de la fortaleza Chachapoya de Kuelap. Casi toda la información de la que disponemos acerca de esta cultura procede de las evidencias arqueológicas que aún se conservan
Su sociedad era teocrática, y su territorio estaba dividido en pequeños señoríos, asentados principalmente a orillas del río Utcubamba, cuyo poder se repartían la casta sacerdotal y los poderosos curacas, especie de gobernadores o caciques. Todos los señoríos hablaban la misma lengua, y se apoyaban y reunían sólo para cuestiones religiosas o de defensa militar como respuesta a alguna agresión externa. Su economía, básicamente agrícola, se dividía entre el pastoreo, la caza y la recolección de subsistencia. Además, producían tejidos y cerámica.
- El descubrimiento
Los sarcófagos ya eran conocidos desde tiempos inmemoriales por los pobladores de la zona. Sin embargo, será solo a partir de 1984, gracias a las investigaciones del doctor Federico Kauffmann Doig, cuando se den a conocer al resto del mundo.
Gracias al apoyo prestado entonces por los miembros del Club Andino Peruano, a los arqueólogos les fue posible escalar parte de la vertical pared rocosa y así acceder a la cornisa en la que se encontraban situados los sarcófagos.
El historiador, antropólogo y arqueólogo peruano Federico Kauffmann Doig, descubridor en 1984 de los sarcófagos de Karajía.
El hallazgo constaba de un total de siete sarcófagos, pero el número 3 había caído al vacío, probablemente a consecuencia de un terremoto que tuvo lugar en la zona en 1928, y no se encontró rastro alguno de él. Como los sarcófagos están tan pegados los unos a los otros, al caer el tercero se quebraron en parte los laterales del segundo y el cuarto. Esto permitió examinar su contenido de forma detallada y deducir de este modo el de los restantes, que no tuvieron que ser forzados y permanecen intactos.
En el interior de uno de los sarcófagos se encontró una momia, sobre una piel animal y envuelta en telas mortuorias, además de diversos objetos de cerámica y diferentes ofrendas. La datación mediante radiocarbono de estos restos dio como resultado la época en torno al 1460 d. C.
Los sarcófagos de Karajía y el culto a la muerte
Para los antiguos moradores de Perú, la idea de que un cadáver se corrompiera mediante la putrefacción suponía el final de la vida que el difunto experimentaba tras la muerte física. Por eso los Chachapoyas emplearon básicamente dos modelos funerarios: el mausoleo (pukullo o chullpa en quechua) y el sarcófago o purunmachu, palabra también quechua que significa “hombre antiguo”.
Los sarcófagos de los Chachapoyas se encuentran únicamente en la margen izquierda del río Utcubamba, y están ausentes del resto del territorio andino. Están formados por una especie de gran cápsula de paredes construidas a base de arcilla de tonalidades cremosas, paja seca, cañas, palos, cuerdas vegetales, piedras y tierras de diferentes tonalidades. Su apariencia antropomorfa evoca la silueta de un ser humano: provistos de hombros y cabeza-máscara, de mandíbula pronunciada, situada por encima del cuerpo y con pintura en la cara y en el tronco haciendo las veces de suntuosa vestimenta. Además, antiguamente, todos los sarcófagos de Karajía lucían sobre sus cabezas un cráneo ritual, obtenido como trofeo durante los enfrentamientos bélicos, que les confería majestad y poder.
Antiguamente, todos los sarcófagos de Karajía lucían sobre sus cabezas el cráneo ritual de algún enemigo vencido, que les confería majestad y poder, tal y como podemos observar en dos de los sarcófagos de la imagen.
Los rostros son planos y anchos y el resto del cuerpo está decorado con motivos geométricos. En su interior se encuentra la momia de un personaje ilustre, en cuclillas, envuelta en telas y sentada, usualmente sobre una piel de animal y acompañada de diferentes objetos como ofrenda.
Los sarcófagos de Karajía fueron dispuestos en hilera y unidos por sus costados los unos a los otros, en una gruta excavada por el hombre que se encuentra en lo alto de un precipicio. Puede pensarse que los pusieron ahí para protegerlos de huaqueros y buscadores de tesoros, pero no: en el antiguo Perú el respeto por los difuntos se consideraba algo sagrado. Ni siquiera sus pertenencias debían ser tocadas, pues, según creían, el profanador podría sufrir la parálisis de alguno de sus miembros o incluso llegar a morir por la venganza del difunto.
El hecho de colocarlos en lugares tan abruptos y al borde de precipicios más bien pudo deberse al deseo de protegerlos del paso del tiempo. Así, situados sobre una pared de roca desnuda, como es el caso del barranco de Karajía, no se corre el riesgo de que crezca la vegetación ni de que se concentre humedad en torno a ellos que pueda corromper o estropear el material orgánico que conservan en su interior. Además, a esas alturas – Karajía se encuentra a 2700 metros sobre el nivel del mar- el viento sopla con fuerza y también ayuda a secar la excesiva humedad ambiental de los Andes amazónicos.
Vista panorámica de los sarcófagos, situados sobre una cornisa de la pared de roca, a 2700 metros de altitud
Autor: Mariló T. A.
articulo publicado en...http://www.ancient-origins.es/noticias-general-lugares-antiguos-americas/los-sarc%C3%B3fagos-karaj%C3%AD-mirando-la-muerte-frente-002999?nopaging=1
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