El conocimiento que tenemos en la actualidad sobre civilizaciones tan prominentes como la egipcia o la sumeria no se debe a una transmisión continua y fluida desde su apogeo sino más bien a una serie de hechos absolutamente fortuitos.
La civilización moderna (la cual considera normalmente que su historia se extiende no más allá de los griegos) había olvidado por completo la escritura jeroglífica egipcia y prácticamente había eliminado de la hoja de la historia la existencia misma de la civilización sumeria, hasta que por una cuestión del azar, pudo reconstruir parte de su legado.
Lo cierto es que luego de su desaparición tuvieron que pasar cientos y hasta miles de años para que alguien se topase con una “piedra” con los rastros de aquellas civilizaciones y, como un niño que se acerca a un libro de física cuántica, intentar descifrar un idioma completamente desconocido.
El “porqué” del entierro de estas culturas responde, desde mi particular punto de vista, a la propia estupidez humana y ambición de gloria de sus soberanos de conquistar todo lo que está a su alcance, eliminando de raíz todo lo que toca su espada. En este sentido, con la máxima de “mi historia prevalecerá sobre la del pueblo conquistado”, es menester hacer desaparecer todo resquicio de la cultura sometida, su religión, arte, costumbres y hasta su escritura.
Pero más allá de esto, lo que realmente me desvela es que, así como bien podríamos no haber recuperado nunca la memoria sobre estas esplendorosas culturas, me pregunto cuantas otras habrá esperando ser descubiertas.
Tal vez, por esas cosas del azar no hemos dado aún con sus restos y por tanto nos resultan totalmente ajenas, tal como lo era la sumeria hasta hace poco más de doscientos años. Más aún, tal vez sí hemos dado con sus restos pero no hemos sabido descifrar su lenguaje.
Puesto desde otro ángulo, que nos hace pensar que ya hemos descubierto todo lo que había para descubrir y que no queda más nada enterrado por ahí que pueda volver a replantear toda cronología de la historia? Acaso no pensábamos esto mismo antes de que aparecieran los restos en cuestión?
A continuación, una breve historia de como se ha recuperado el conocimiento sobre la escritura jeroglífica y sobre las lenguas mesopotámicas.
El redescubrimiento de los jeroglíficos egipcios
El hallazgo de la Piedra de Rosetta
Durante la campaña en Egipto de Napoleón Bonaparte en 1798 el ejército expedicionario iba acompañado por la Commission des Sciences et des Arts, un cuerpo compuesto por 167 expertos técnicos. El 15 de julio de 1799, mientras los soldados franceses bajo mando del coronel d’Hautpoul trabajaban en el refuerzo de las defensas del fuerte Julien, situado a unos 3 km al noreste de la ciudad portuaria egipcia de Rashid (Rosetta), el teniente Pierre-François Bouchard avistó en un lugar donde los soldados habían excavado una placa con inscripciones en una de sus caras. Él y d’Hautpoul vieron de inmediato que podía ser importante e informaron al general Jacques-François Menou, que se encontraba en Rosetta.
El hallazgo fue anunciado a la recién creada asociación científica de Napoleón en El Cairo, el Institut d’Égypte, a través de un informe fechado el 19 de julio de 1799 y redactado por el miembro de la comisión Michel Ange Lancret, quien apuntaba que contenía tres inscripciones, la primera en jeroglíficos y la tercera en griego, y sugería acertadamente que todas las inscripciones podían ser versiones de un mismo texto. Mientras tanto Bouchard transportó la piedra a El Cairo para que fuera examinada por expertos. El propio Napoleón inspeccionó la que ya había empezado a llamarse La Pierre de Rosette (la Piedra de Rosetta) poco antes de su regreso a Francia en agosto de 1799.
Luego, las tropas británicas derrotaron a las francesas en Egipto en 1801 y la piedra original acabó en posesión inglesa bajo la Capitulación de Alejandría. Transportada a Londres, lleva expuesta al público desde 1802 en el Museo Británico, donde es la pieza más visitada.
Debido a que fue el primer texto plurilingüe antiguo descubierto en tiempos modernos, la Piedra de Rosetta despertó el interés público por su potencial para descifrar la hasta entonces ininteligible escritura jeroglífica egipcia.
El origen de la Piedra de Rosetta
La piedra de Rosetta es un fragmento de una antigua estela egipcia elaborada tras la coronación de Ptolomeo V con la inscripción de un decreto, publicado en Menfis en el año 196 AEC, el cual establecía el culto divino al nuevo gobernante. El decreto aparece en tres escrituras distintas: el texto superior en jeroglíficos egipcios, la parte intermedia en escritura demótica egipcia y la inferior en griego antiguo.
Originalmente dispuesta dentro de un templo, la estela fue probablemente trasladada durante la época paleocristiana o la Edad Media y finalmente usada como material de construcción en un fuerte cerca de la localidad de Rashid (Rosetta), en el delta del Nilo. La Piedra de Rosetta tiene 112,3 cm de altura, 75,7 cm de ancho y 28,4 cm de espesor, mientras que su peso se estima aproximadamente en 760 kilogramos.
Gracias a que presenta esencialmente el mismo contenido en las tres inscripciones esta piedra facilitó la clave para el entendimiento moderno de los jeroglíficos egipcios. La primera traducción completa del texto en griego antiguo apareció en 1803, pero no fue hasta 1822 cuando Jean-François Champollion anunció en París el descifrado de los textos jeroglíficos egipcios, mucho antes de que los lingüistas fueran capaces de leer con seguridad otras inscripciones y textos del antiguo Egipto.
El redescubrimiento de las lenguas mesopotámicas
El hallazgo de la Inscripción de Behistún
Un día de 1835, Henry Rawlinson un oficial del ejército británico que entrenaba al ejército del Sha de Persia encontró una inscripción en un acantilado que le llamó la atención, al observarla en detalle verificó que contenía textos en distintas lenguas. A pesar de su inaccesibilidad, Rawlinson consiguió escalar el acantilado y copiar una de las inscripciones.
Como se descubriría más tarde, la inscripción incluía tres versiones del mismo texto, escritas en los tres lenguajes oficiales del imperio: persa antiguo, elamita y babilonio (el lenguaje babilonio era una forma tardía del acadio; ambas son lenguas semíticas).
Dado que en esa época el nombre de la ciudad persa de Bisistun (en las colinas de los Montes Zagros del actual Irán) se había anglicanizado en “Behistun”, el monumento empezó a ser conocido como la “inscripción de Behistun“.
El descifrado de las lenguas
Pertrechado con la versión del texto persa, y con una tercera parte de un silabario puesto a su disposición por el experto en escritura cuneiforme Georg Friedrich Grotefend, Rawlinson encontró que la primera sección del texto contenía una lista de reyes persas idéntica a la descrita por Heródoto. Emparejando los nombres y los caracteres, Rawlinson pudo descifrar en 1838 la forma cuneiforme usada por el persa antiguo.
Rawlinson volvió a estudiar la inscripción en 1843 después de una prolongación de su servicio en Afganistán. Con unos tablones se las ingenió para llegar hasta el texto en elamita y copiarlo, y encontró asimismo a un resuelto chico de la zona que escaló por una grieta del acantilado con cuerdas y aparejos hasta el texto babilonio, de manera que pudo tomar moldes en papel maché.
Después de traducir el persa, Rawlinson, junto con el asiriólogo irlandés Edward Hincks, comenzaron a traducir los otros dos textos. El descubrimiento de la ciudad de Nínive por parte de Austen Henry Layard en 1847 fue de gran ayuda para el descifrado de los lenguajes ya que entre los tesoros de Nínive se encontraban los restos de la gran biblioteca de Asurbanipal, un archivo real que contenía varios miles de tablas de arcilla cocidas con inscripciones cuneiformes. En 1851, Hincks y Rawlinson, podían leer ya 200 signos babilonios.
Junto con otros dos criptólogos, Julius Oppert y William Henry Fox Talbot, en 1857 los cuatro hombres tomaron parte en el famoso experimento para comprobar la precisión de sus investigaciones. Edwin Norris, el secretario de la Real Sociedad Asiática, le dio a cada uno de ellos una copia de una inscripción recientemente descubierta datada en el reinado del emperador asirio Tiglath-Pileser I. Según lo declaró un jurado de expertos, las traducciones resultantes de los cuatro expertos coincidieron en todos los puntos esenciales, por lo que el descifrado de la escritura cuneiforme acadia pasó a ser un hecho consumado.
Conociendo tres de los lenguajes primarios de Mesopotamia, y tres variaciones de la escritura cuneiforme, estos descifrados fueron una de las claves para situar la Asiriología en una situación de modernidad. La inscripción de Behistún es a la escritura cuneiforme lo que la Piedra de Rosetta a los jeroglíficos egipcios: el documento clave para el descifrado de una escritura antigua desconocida que muestra el mismo texto en otro idioma conocido.
El origen y redescubrimiento de la Inscripción de Behistún
En algún momento hacia el 515 AEC el rey Darío (522 AEC – 486 AEC) ordenó la creación de esta inscripción, que describiera un largo relato de su ascenso frente al usurpador Gaumata. Se cree que Darío quiso situar la inscripción en un lugar inaccesible para mantenerla a salvo de modificaciones. Su legibilidad jugó un papel secundario, pues el texto es completamente ilegible desde el nivel del suelo.
La inscripción mide aproximadamente 15 metros de alto por 25 de ancho, y se halla 100 metros por encima de un acantilado al lado de un antiguo camino que unía las capitales de Mesopotamia y Media (Babilonia y Ecbatana). El monumento sufrió algunos daños en la Segunda Guerra Mundial porque los soldados británicos lo usaban para prácticas de tiro. El rostro de Ahura Mazda está completamente destrozado.
Su acceso es muy complicado, ya que después de su finalización, las laderas fueron eliminadas para hacer la inscripción más perdurable. La inscripción fue ilustrada con un bajorrelieve de la vida de Darío, dos sirvientes y diez figuras de un metro de altura, que representan los diferentes pueblos conquistados; el dios Ahura Mazda, representado como Faravahar, se muestra flotando sobre el conjunto de figuras mientras bendice al rey.
No fue hasta 1598, cuando el inglés Robert Sherley la vio durante una misión diplomática en Persia en nombre de Austria, que la inscripción atrajo por primera vez la atención de los eruditos de Europa Occidental, quienes llegaron a la conclusión de que era un relato de la ascensión de Jesús. Las interpretaciones bíblicas erróneas por parte de los europeos fueron abundantes en los dos siglos siguientes, incluyendo teorías tales como que se trataba de Cristo y sus apóstoles, las tribus de Israel o Salmanasar I de Asiria.
Escritura cuneiforme
La escritura cuneiforme es comúnmente aceptada como una de las formas antiguas de expresión escrita. A finales del IV milenio AEC, los sumerios comenzaron a escribir su idioma mediante pictogramas que representaban palabras y objetos, pero no conceptos abstractos. Una muestra de esta etapa la podemos observar en la tablilla de Kish, del 3500 AEC, la cual es considerada la muestra más antigua de esta escritura. La escritura es puramente pictográfica, y representa a una etapa de transición entre la protoescritura y la emergencia de un silabario.
Hacia 2600 AEC los símbolos pictográficos ya se diferenciaban claramente del ideograma original, y al finalizar ese milenio, con objeto de hacer más fácil la escritura, ya eran completamente diferentes. La escritura cuneiforme fue adoptada por otras lenguas como la acadia, elamita, hitita y luvita, e inspiró a los alfabetos del antiguo persa y el ugarítico.
El cuneiforme se escribió originalmente sobre tablillas de arcilla húmeda, mediante un tallo vegetal biselado en forma de cuña, de ahí su nombre. Durante el período acadio comenzaron también a utilizarse el metal y la piedra. El término cuneiforme proviene del latín cuneus ‘cuña’ por la forma de las incisiones, aunque un antiguo poema sumerio las denomina gag ‘cuña(s)’.
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