Durante la historia más reciente se han propuesto varios paralelismos entre el monoteísmo de Akhenatón y el monoteísmo bíblico, postulando en algunos casos que el faraón Akhenatón fue en realidad el mismo Abraham, y en otros, Moisés.
Akhenatón, o Ajenatón, es célebre por haber impulsado transformaciones radicales en la sociedad egipcia, al convertir al dios Atón en la única deidad del culto oficial del Estado (en perjuicio del culto a Amón y otras divinidades), convirtiéndolo en el primer reformador religioso del que se tiene registro histórico. Su reinado no sólo implicó cambios en el ámbito religioso, sino también reformas políticas y artísticas.
Su nombre completo de nacimiento es Nefer-Jeperu-Ra Amen-Hotep, esto es, “Hermosas son las manifestaciones de Ra, Amón está satisfecho” (o hágase la voluntad de Amón), pero en linea con su reforma religiosa, cambió su nombre por el de Ajenatón, esto es, «útil a Atón» o «agradable a Atón». Su reinado, del 1353-1336 AEC, inicia el denominado Período de Amarna, por el nombre árabe actual (Tell el-Armana) del lugar elegido para fundar la nueva capital: la ciudad de Aket-Atón, que significa «Horizonte de Atón». Parte de los dominios de su imperio incluían a Canaán, Nubia, Fenicia y Siria.
Durante la primer fase del reinado, de 5 años, no hubo ruptura con el orden establecido, aunque se empezó a gestar el cambio que llevaría a privilegiar el culto a Atón, simbolizado por el disco solar. En la nueva religión impuesta por Akhenatón, el faraón era el único representante en la tierra del dios, haciendo innecesaria la casta sacerdotal; el faraón con la gran esposa real oficiaban entre el pueblo y Atón. El cargo de Gran Esposa Real (Ta hemet nesu) fue ejercido por Nefertiti, a quien históricamente se le ha adjudicado una gran belleza física y unas grandes dotes como gobernante.
La nueva religión se caracterizaba por una fuerte abstracción y conceptualización de la deidad. La revolución, provocada por Akhenatón, comportó la total eliminación de las imágenes humanizadas de dioses en esculturas, relieves, muebles y otros enseres, que habían constituido –tradicionalmente– la principal fuente iconográfica del arte egipcio.
La religión de Amarna fue una contra-religión, al igual que lo fue el judaísmo en su surgimiento, y las figuras de Akhenatón y de Abraham presentan algunas similitudes destacables, motivo por el cual existen varias hipótesis unificando a estos dos hombres.
Para los franceses Roger y Messod Sabbah en su obra Les secrets de l’Exode, el éxodo bíblico no fue otra cosa que la expulsión de Egipto de los habitantes monoteístas de Aket-Aton, luego de la desaparición del culto a Atón, y Akenaton no fue otro que el mismo Abraham.
A Akhenaton le sucedió Tutankamon y, a éste, el faraón Aï (reinó del 1331 al 1326 AEC). Fue precisamente este último faraón, furibundo politeísta, quien dio la orden de expulsar a los habitantes monoteístas de la ciudad de Aket-Aton.
Según los hermanos Sabbah, los expulsados se dirigieron a Canáan, provincia situada a diez días de marcha desde el valle del Nilo, y se llamaban «yahuds» (adoradores de Faraón), quienes fundaron más tarde el reino de Yahuda (Judea).
Los investigadores franceses sostienen que Abraham, Moisés, Sara, Isaac, Rebeca, Jacob o Israel contienen nombres y títulos de la realeza egipcia. Por ejemplo, Aaron, el hermano de Moisés, era el faraón Hormed, y el propio Moisés era en realidad el general egipcio Mose (Ramesu), que después se convertirá en Ramsés I, y Josué, el servidor de Moisés, es su primogénito. Ambos comparten los mismos símbolos (la serpiente y el bastón, los cuernos y los rayos) y un mismo destino, el de servir de acompañantes a los disidentes a través del desierto.
El interrogante que dispara la búsqueda de estos dos hermanos es: ¿Cómo es posible que Abraham y Moisés en particular, y el pueblo hebreo en general, no dejaran rastro alguno en el antiguo Egipto, pese a ser éste el escenario de gran parte del Antiguo Testamento? Ellos realizaron excavaciones en Egipto y estudiaron a fondo las pinturas murales que ornan las tumbas del Valle de los Reyes, donde descubrieron, escondidos entre los jeroglíficos, diversos símbolos de la lengua hebrea.
Cierto es que la biografía de Abraham tiene varios puntos en común con la vida del faraón: la ruptura con el politeísmo, la destrucción de los ídolos, la separación política y religiosa entre él y su padre, las intrigas entre sus esposas, etc.
Esto explicaría cómo los expulsados de Aket-Aton pudieron instalarse en Canáan, administrada por Egipto, sin que la autoridad faraónica reaccionara. Y sobre todo, cómo un pueblo tan impregnado por la sabiduría de Egipto pudo desaparecer tan misteriosamente, sin dejar rastro ni en las tumbas ni en los templos.
Por otro lado, el haber desposado en ambos casos a mujeres de deslumbrante belleza y de gran capacidad e involucramiento sobre temas de gobierno aboga aún más a esta hipótesis. En cuanto al parentesco entre cónyuges, Sara era hermanastra de Abraham (ambos eran hijos de Téraj o Taré) y Nefertiti era prima hermana de Akhenatón, ya que Ay, el padre de Nefertiti, y la reina Tiy, madre de Akenatón, eran hermanos.
De Sara, la Torá pone en palabras de Abraham que era “mujer de hermoso aspecto“, y el Talmud señala que era tan hermosa que a su lado las otras mujeres parecían monos. El Talmud también afirma que Sara era como una “corona” para su marido y que Abraham oía y obedecía sus palabras pues reconocía su superioridad espiritual. Su nombre “Sara” significa “princesa“.
La belleza de Nefertiti fue asimismo legendaria, y de hecho su nombre significa “la bella ha llegado“. Pero más allá de su imagen sublime parece que su papel político y religioso en el desarrollo de la experiencia amarniana fue fundamental, siendo incluso co-regente de Akhenatón.
Paralelamente, Sigmund Freud en su obra de 1938 “Moisés y la religión Monoteísta” se planteaba los mismos interrogantes, llegando a una conclusión muy similar pero respecto de Moisés: «si Moisés fue egipcio, si transmitió su propia religión a los judíos, fue la de Akhenaton, la religión de Aton».
Los escritos del historiador Manetón nos describen a Moisés como un sacerdote de Heliópolis y que practicaba un culto solar. Tanto Apión como Manetón lo sitúan en la época de Amarna. Además en Hechos de los Apóstoles (7,22 ) se dice que Moisés aprendió la sabiduría de los egipcios.
El paralelismo con Moisés toma más fuerza con otras semejanzas como la del Arca de la Alianza. De acuerdo al libro Éxodo, las especificaciones del Arca de la Alianza fueron:
Éxo.25.10/22 Harán también un arca de madera de acacia, cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de codo y medio. Y la cubrirás de oro puro por dentro y por fuera, y harás sobre ella una cornisa de oro alrededor. Fundirás para ella cuatro anillos de oro, que pondrás en sus cuatro esquinas; dos anillos a un lado de ella, y dos anillos al otro lado. Harás unas varas de madera de acacia, las cuales cubrirás de oro. Y meterás las varas por los anillos a los lados del arca, para llevar el arca con ellas. Las varas quedarán en los anillos del arca; no se quitarán de ella. Y pondrás en el arca el testimonio que yo te daré.
Y harás un propiciatorio de oro fino, cuya longitud será de dos codos y medio, y su anchura de codo y medio. Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los dos extremos del propiciatorio. Harás, pues, un querubín en un extremo, y un querubín en el otro extremo; de una pieza con el propiciatorio harás los querubines en sus dos extremos. Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno enfrente del otro, mirando al propiciatorio los rostros de los querubines. Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel.
Esta descripción del arca resulta muy similar al mobiliario hallado en la tumba de Tutankamón, hijo de Akhenatón: las puertas de la cámara funeraria presentan dos diosas aladas opuestas, como la descripción de los querubines del arca; y elSantuario de Anubis se asemeja en todo sentido al arca misma, con la caja, las varas y los anillos cubiertos de oro.
Los paralelismo pueden incluir también la idea de las tablas de los diez mandamientos, que en el imaginario colectivo son muy similares a la Estela con los títulos del faraón Ajenatón.
Es evidente la influencia de la mitología egipcia sobre el relato bíblico, pero asimismo podemos encontrar en la Biblia fuertes influencias de la cultura y mitología mesopotámica, como también la tienen otros pueblos de Medio Oriente. Un ejemplo de esto es que en la misma Torá encontramos que Abraham era un hombre de la ciudad de Ur de los Caldeos “Ur Kasdim” (Gén.11.31.), esto es, la Ur del país de Sumer.
Si bien podemos observar ciertos paralelismos en estos relatos y hechos, se trata de especulaciones, influencias que aunque puedan ser probadas no van en desmedro de nada ni de nadie, mucho menos de la validez de los pilares del judaísmo y de las religiones monoteístas del cristianismo y el islamismo que surgen a partir de este.
En definitiva, para el creyente poco importa cual es el origen étnico de la persona a quien Dios eligió para encomendarle su misión, ya sea sumerio o egipcio, “los caminos del supremo son inescrutables”; y para quien no lo es, lo que interesa es entender como encajan las distintas partes del rompecabezas de la historia.
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