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jueves, 11 de julio de 2013

De repente, una estrella

Las noches de la antigüedad, al contrario que hoy, estaban dominadas por el omnipresente cielo estrellado; un cielo estrellado que la luz eléctrica y el alumbrado público ha borrado de los cielos para el hombre urbano, más preocupado por el ocio nocturno y sus avatares diurnos que por los fenómenos celestes. Sin embargo, no hace tanto tiempo, la llegada de la noche suponía un espectáculo del que no era fácil sustraerse, un espectáculo de miles de estrellas y planetas que parecían responder a leyes inmutables y -hasta hace bien poco- desconocidas. Por eso, cualquier alteración de ese orden celeste era motivo de interesada observación e incluso de preocupación social. Un acontecimiento imprevisto en el cielo podía significar que fuerzas titánicas desconocidas pronto se dejarían notar en la superficie del mundo, trastornando las vidas de la gente. Así, cometas, estrellas fugaces o meteoritos se convirtieron en heraldos del desastre, y fueron vistos como signos de mal agüero incluso entrado el siglo XX en el “civilizado” Occidente.
---Viñeta alusiva al paso del cometa Halley en 1910, donde se anunciaba el fin del mundo debido al envenenamiento de la atmósfera terrestre por los vapores venenosos del cometa---Y si esto era así en 1910, imaginen cómo debió ser aquella madrugada del 5 de julio de 1054, cuando por todo el hemisferio norte pudo observarse de repente una brillante estrella donde antes no había nada. Los astrónomos de los grandes imperios chino y japonés dejaron inmediatamente constancia escrita de la aparición de esta “estrella invitada”, y de cómo durante el siguiente año fue desapareciendo gradualmente. También en el otro extremo del mundo los indios anasazi de Norteamérica, en un estadio cultural totalmente diferente aunque profundamente interesados por los fenómenos celestes, dejaron impreso en las rocas de su entorno tan extraño acontecimiento.Curiosamente, en una Europa más preocupada por sus problemas políticos y religiosos, en plena Edad Media, la aparición de esta nueva estrella no mereció ninguna reseña en las crónicas. Aquel 1054 fue un año muy duro para Occidente, en el que finalmente se rompió la unidad entre las iglesias de Oriente y Occidente en el Gran Cisma. Mientras tanto, los reyes cristianos en la Península Ibérica luchaban entre sí por los terrenos ganados a los reinos musulmanes tras la desintegración del Califato de Córdoba. Pero el evento cósmico en sí no se produjo en aquel lejano año de 1054, sino mucho antes. La estrella que explotó en supernova, incrementando su brillo y haciéndose visible desde casi cada rincón de la Vía Láctea se encuentra a unos 6.500 años-luz de distancia de nosotros, de manera que la luz tardó todo ese tiempo en llegar hasta la Tierra. Cuando la supernova SN 1054 explotó, el hombre aún averiguaba cómo cultivar los primeros vegetales y cómo amaestrar a los primeros animales para asegurarse la manutención. El evento que provocó la supernova es mucho más antiguo que la historia escrita del hombre, y su reflejo en el cielo, la espectacular Nebulosa del Cangrejo, seguirá siendo visible durante miles de años más.
La Nebulosa del Cangrejo es el objeto celeste más estudiado fuera de nuestro sistema solar. La precisión en la datación de la supernova de 1054 permitió a los astrónomos conocer más a fondo la dinámica de este tipo de acontecimientos estelares. En el interior de esta colorida nube se encuentra aún lo que un día fue la estrella que explotó, convertida en un púlsar: un cuerpo supermasivo de pequeño tamaño, también conocido como “estrella de neutrones”, que gira sobre sí mismo treinta veces por segundo. Su existencia fue descubierta en 1969, y fue la primera vez que pudo relacionarse este tipo de estrellas con los restos de antiguas explosiones estelares

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