Foto: Estatua de Ramsés II en la arena, cerca del templo de Wadi El Seboua, también llamado Valle de los leones, próximo a la ciudad de Asuán. Foto: © José Luis Santos.
Cuando estudiamos la historia de Egipto y vemos cómo a los faraones se asocian fechas de reinado concretas, deberíamos preguntarnos de dónde salen éstas, cuál es su fiabilidad, y qué grado de precisión tienen. ¿Es que tenemos perfectas listas de reyes que somos capaces de remontar milenios con exactitud? Evidentemente, no. Entonces ¿Cómo podemos decir, por ejemplo, que Ramsés II reinó de 1279 a 1213 a.C.?
Son muchos los recursos que podemos utilizar para intentar reconstruir la historia y su cronología. Obviamente, los textos egipcios contemporáneos y sus sesgadas listas de reyes, donde el papiro real de Turín es una excepción, nos sirven para componer una cronología relativa, conociendo quién va antes y después. Pero este tipo de cronología presenta múltiples incógnitas, pues, en algunos períodos, ni conocemos todos los reyes, ni si sus gobiernos pudieron ser paralelos en un Egipto fragmentado y, por supuesto, no conocemos con exactitud cuántos años reinó cada uno.
Junto a los textos egipcios y otras fuentes contemporáneas y posteriores, la arqueología también desempeña un papel fundamental en la reconstrucción de la cronología. Los estudios estratigráficos, de tipologías de objetos, etc., sirven para situar en un tiempo relativo el legado material de los antiguos y, con ello, a los reyes que nos sirven de referencia. Pero con esto, tampoco podemos poner fechas precisas a los acontecimientos de la historia, más allá de indicar qué fue antes y qué después.
Los avances técnicos y nuestro mejor conocimiento de los procesos químicos y físicos, también sirven para precisar en la cronología. Una de las técnicas más empleadas es la del radiocarbono. Pero incluso con la espectrometría de masas con aceleración, que es el método más moderno y preciso dentro de la radiometría, cuando hablamos de fechas del antiguo Egipto el error es de varios decenios en el mejor de los casos.
Si los métodos indicados anteriormente no son suficientes para situar con precisión reinados como el de Ramsés II, sino para crear un marco temporal general de la historia de Egipto ¿qué otro método tenemos a nuestro alcance? Nos queda el recurso astronómico.
Foto: Cerámica del período Naqada II, fácilmente identificable por su forma y decoración. Esta se fecha hacia el 3450-3300 a.C.
Censorinus, en 238 d.C., señaló que en el año 139 d.C. había tenido lugar la coincidencia entre la celebración del primer día del año civil egipcio (año de 365 días) y el orto helíaco de Sirio (primera vista de la estrella tras su conjunción), coincidencia que en la antigüedad se creía que se producía tras un ciclo de 1460 años. Esencialmente, el origen del ciclo reside en el hecho de que el calendario egipcio no tiene bisiestos, de modo que crea un desfase acumulativo de un día cada cuatro años y, con ello, el corrimiento de la efeméride astronómica en el calendario egipcio.
Teniendo esto en cuenta, cuando un documento egipcio nos da información de cuándo fue observado el orto helíaco de Sirio, esto nos sirve para calcular respecto a nuestro calendario el momento en que dicho acontecimiento astronómico tuvo lugar. Tal es el caso del texto que nos aporta el papiro Berlín 10012, donde se habla del orto helíaco de Sirio en un día concreto del año 7 del rey de la dinastía XII Senusert III. Por desgracia, los egipcios no indicaron desde dónde fue realizada tal observación, de modo que a causa de esta incertidumbre en latitud (y otros factores), la fecha resultante podría situarse entre 1881 y 1826 a.C., aproximadamente.
Si los pocos textos egipcios que nos hablan de ortos helíacos de la estrella Sirio no indican desde dónde se hizo la observación, sólo podemos establecer con ellos un rango relativamente concreto de fechas pero no podemos precisar un año con absoluta fiabilidad. Así las cosas, la única manera que nos permite señalar fechas absolutas es una combinación de algunos de los métodos indicados anteriormente y las fechas lunares que los egipcios asociaron a días concretos de su calendario civil.
La ventaja de las fechas lunares respecto a las observaciones del orto helíaco es que, en los textos egipcios, son más abundantes y, además, el factor de la latitud es irrelevante. Además, éstas se rigen por un principio, y es que 25 años civiles egipcios corresponden con 309 meses sinódicos (que son 9.125 días). Por ello, sincronizando el calendario civil egipcio con el calendario juliano (cosa que podemos hacer gracias a las indicaciones del astrónomo Claudio Ptolomeo), si disponemos de varios textos de una misma época en los que se diga la fase lunar en relación a un día del calendario egipcio, entonces hallaremos la manera más sencilla de buscar una correspondencia exacta respecto al calendario juliano y, por ende, al gregoriano.
Foto: El primer creciente lunar indicaba el comienzo de una nueva lunación para los antiguos egipcios.
Y eso es justo lo que tenemos, por ejemplo, en el caso del gran Ramsés II. Por cronología relativa tenemos una idea de cuándo pudo reinar este faraón. Sin embargo, gracias a varias fechas lunares de la época, al combinarlas con las opciones que nos brinda la cronología relativa, podemos hallar una finalmente cronología absoluta. Así, dado que disponemos de una fecha lunar del año 7 de Ramsés III, otra del año 7 de Tausert y otra del año 52 de Ramsés II, podemos precisar que con altísima probabilidad el inicio del reinado de este faraón se dio en el año 1279 a.C. y, su muerte, en 1213 a.C. Así pues, la Luna sirvió en este caso para desvelar cuándo reinó sobre Egipto este célebre faraón.
Fuente: José Lull, egiptólogo | CONEC.es
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