Por Paco González
Desconocida incluso para muchos mexicanos, la historia del pueblo rarámuri es una de las más apasionantes de Norteamérica. Descendientes de los primeros hombres que cruzaron el estrecho de Bering hace 30.000 años, los también llamados tarahumaras han conservado sus costumbres ancestrales con una tenacidad asombrosa, resguardados en un territorio esquivo a las influencias de la modernidad. De ahí que todavía defiendan la existencia de gigantes en tiempos no tan remotos, o que sus vidas giren en torno a lo sobrenatural y a inquietantes rituales chamánicos.
Hasta la década de los 90 del siglo pasado, los rarámuris apenas eran conocidos lejos de México y, si nos apuran, siquiera más allá de las fronteras del estado de Chihuahua, en cuya inhóspita pero hermosa Sierra Madre sobreviven desde hace milenios. No resulta extraño, pues esta misteriosa tribu desconfía sobremanera de los «chabochis», término que usan para referirse a los extranjeros, «hombres barbados» y, en particular, a los mestizos mexicanos.
Sin embargo, en 1993, varios tarahumaras abandonaron sus hogares de la Sierra Madre para dirigirse a otra mítica cordillera, la de las Montañas Rocosas, en el estado norteamericano de Colorado. Como cabría esperar dado su carácter huraño, no lo hicieron de buen grado, sino empujados por la sequía y el hambre o, más exactamente, atraídos por la posibilidad de conseguir unos cuantos sacos de grano y algunas cabras para el sustento de sus familias.
Pero no se trataba de recoger los alimentos sin más. En realidad, los nativos debían participar –y ganar, si les era posible– en una de las pruebas de fondo más exigentes del mundo: la Ultratrail de Leadville, una carrera a pie de 160 kilómetros con constantes desniveles y ascensos a picos por encima de los 3.000 metros, un verdadero rompepiernas al alcance de muy pocos atletas.
Claro que los rarámuris están más que acostumbrados a este tipo de desafíos. De hecho, son capaces de afrontar con naturalidad distancias superiores a los 700 kilómetros, a nuestros ojos una proeza sobrehumana. Conocidos sus antecedentes, ya no resulta tan chocante que un corredor de esta etnia se coronase vencedor en la carrera celebrada en Leadville. O que en las dos siguientes ediciones de esta misma ultramaratón, la victoria también se decantase a favor de los fibrosos corredores de Chihuahua. Y eso que partían con desventaja.
Por ejemplo, al contrario que el resto de participantes –la mayoría estadounidenses–, los tarahumaras no estaban familiarizados con las normas o el trazado de la ruta. Además, ni siquiera llevaban zapatillas deportivas, sino sus tradicionales y humildes «huaraches», unas simples sandalias fabricadas con goma de neumático.
Poco o nada debieron importarles estas carencias. Los rarámuris han nacido para correr…
VIAJEROS DEL DESIERTO
No parece improbable que esta rara habilidad, quizá inscrita en su ADN, provenga de quienes se cree fueron sus antecesores más lejanos, los humanos que llegaron procedentes de Mongolia, atravesando el estrecho de Bering, hace alrededor de 30.000 años.
No parece improbable que esta rara habilidad, quizá inscrita en su ADN, provenga de quienes se cree fueron sus antecesores más lejanos, los humanos que llegaron procedentes de Mongolia, atravesando el estrecho de Bering, hace alrededor de 30.000 años.
Sabemos que la Sierra Madre Occidental –más conocida como Sierra Tarahumara– ya fue poblada por los antepasados de los rarámuris hace 15.000 años, como lo prueba el hallazgo de puntas clovis en sus cavernas y laderas, enclaves donde los tarahumaras dejaron muestras de sus inquietudes artísticas y de sus extraños rituales; los mismos lugares, por cierto, en los que continúan haciéndolo hoy…
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