lunes, 7 de octubre de 2013

EL LIBRO PERDIDO DE ENKI

LA SEGUNDA TABLILLA Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino. Hacia las regiones prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí, nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado. Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu, la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su realeza universal! En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba. En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del éxito era la recompensa! Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola suspendida en el vacío. Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos circundantes. Su tamaño era enorme, destellaba el fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono rojizo, era como espuma marina; En su mitad, se veía la brecha, como una herida oscura. Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en una cubeta. Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una fruta pequeña; La siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar oscuro. El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía entre sus manos; la decisión se trocó en duda. Alalu consideró si detener su trayectoria; luego, desde la audacia regresó a la decisión. Cien leguas, mil leguas recorrió el carro; diez mil leguas viajó el carro. En los amplios cielos, la oscuridad fue la más oscura; en la lejanía, las estrellas distantes parpadeaban ante sus ojos. Más leguas viajó Alalu y, luego, su mirada encontró una visión de gran alborozo: ¡En la extensión de los cielos, el emisario de los celestiales le daba la bienvenida! El pequeño Gaga, El Que Muestra el Camino, le daba la bienvenida a Alalu con su vuelta, hasta él extendía su bienvenida. Deambulando desvaído, estaba destinado a viajar antes y después del celestial Antu, con el rostro hacia delante, con el rostro hacia atrás, con dos rostros estaba dotado. Su aparición, al ser el primero en recibir a Alalu, lo consideró éste como un buen augurio; ¡por los dioses celestiales es bienvenido!, así lo entendió. En su carro, Alalu siguió el sendero de Gaga; hasta el segundo dios de los cielos se dirigía. Pronto el celestial Antu, el nombre que le diera el Rey Enshar, se divisó en la oscuridad de las profundidades; azul como las aguas puras era su color; de las Aguas Superiores era el comienzo. Alalu se quedó encantado con la belleza de la visión; a cierta distancia continuó su recorrido. En la lejanía, el esposo de Antu empezó a brillar, por tamaño igual al de Antu; Como el doble de su esposa, por un verde azulado se distinguía a An. Una fascinante multitud lo circundaba; de suelos firmes estaban provistos. Alalu les dio una afectuosa despedida a los dos celestiales, discerniendo todavía el sendero de Gaga. Estaba mostrando el sendero hacia su antiguo señor, del cual una vez fue consejero: hacia Anshar, el Primero de los Príncipes de los cielos, se dirigía el recorrido. Acelerando el carro, Alalu pudo vencer la insidiosa atracción de Anshar; ¡con anillos brillantes de fascinantes colores hechizaba el carro! Alalu dirigió rápidamente la mirada a un lado, y desvió con fuerza Lo Que Muestra el Camino. Entonces, ante él apareció una visión aún más temible: ¡en los cielos lejanos, la estrella brillante de la familia llegó a ver! Una visión más atemorizadora siguió a la revelación: Un monstruo gigante, moviéndose en su destino, arrojó una sombra sobre el Sol; ¡Kishar se tragó a su creador! Pavoroso fue el acontecimiento; un mal augurio, pensó de hecho Alalu. El gigante Kishar, el primero de los Planetas Estables, tenía un tamaño abrumador. Tormentas de remolinos oscurecían su rostro, y movían manchas de colores de aquí para allá; Una hueste innumerable, unos rápidos, otros lentos, circundaban al dios celestial. Dificultosos eran sus caminos, adelante y atrás se agitaban. El mismo Kishar lanzó un hechizo, estaba arrojando relámpagos divinos. Mientras Alalu observaba, su curso se vio afectado, se distrajo su dirección, sus actos se hicieron confusos. Después, el oscurecimiento de la profundidad comenzó a pasar: Kishar en su destino prosiguió su vuelta. Moviéndose lentamente, levantó su velo sobre el Sol radiante; Aquél del Principio llegó a verse plenamente. Pero la alegría del corazón de Alalu no duró demasiado; más allá del quinto planeta, acechaba el mayor de los peligros, como ya sabía. El Brazalete Repujado dominaba más adelante, ¡era de esperar la destrucción! De rocas y piedras estaba compuesto, como huérfanos sin madre se agrupaban. Abalanzándose por delante y por detrás, seguían un destino pasado. Sus hechos eran detestables; difíciles sus senderos. Habían devorado a los carros de exploración de Nibiru como leones hambrientos; Se negaban a entregar el precioso oro, necesario para la supervivencia. Hacia el Brazalete Repujado se precipitó el carro de Alalu, a enfrentarse audazmente en estrecho combate con las feroces piedras. Alalu tiró hacia arriba con más fuerza las Piedras de Fuego de su carro, dirigió Lo Que Muestra el Camino con mano firme. Las siniestras rocas cargaron contra el carro, como un enemigo al ataque en la batalla. Alalu soltó desde el carro un proyectil portador de muerte hacia ellas; y después, otra y otra, contra el enemigo, las armas de terror arrojó. Como guerreros asustados, las rocas regresaron, abriendo un sendero paraAlalu. Como por hechizo, el Brazalete Repujado le abrió una puerta al rey. En la oscura profundidad, Alalu pudo ver los cielos con claridad; no fue derrotado por la ferocidad del Brazalete, ¡su misión no había terminado! En la distancia, la bola ígnea del Sol extendía su resplandor; estaba emitiendo rayos de bienvenida hacia Alalu. Delante del Sol, un planeta pardo rojizo recorría su vuelta; era el sexto en la cuenta de dioses celestiales. Alalu no pudo sino entreverlo: sobre su predestinado recorrido, se apartaba con rapidez del sendero de Alalu. Después, apareció la nivea Tierra, el séptimo en la cuenta celestial. Alalu puso rumbo al planeta, hacia un destino más tentador. Su atractiva esfera era más pequeña que Nibiru, su red de atracción era más débil que la de Nibiru. Su atmósfera era más delgada que la de Nibiru, en ella se arremolinaban las nubes. Abajo, la Tierra estaba dividida en tres regiones: blanco de nieve en la cima y en la base, azul y marrón entre ellas. Con destreza, Alalu desplegó las alas de detención del carro para circundar la bola de la Tierra. En la región media, pudo discernir tierra firme y océanos acuosos. Dirigió hacia abajo el Rayo Que Penetra, para detectar las interioridades de la Tierra. ¡Lo he conseguido!, gritó extáticamente: Oro, mucho oro, había indicado el rayo; ¡estaba por debajo de la región de color oscuro, en las aguas también había! Golpeándole el corazón en el pecho, Alalu estaba valorando una decisión: ¿haría descender su carro sobre la tierra seca, quizás para estrellareis y morir? ¿Pondría rumbo a las aguas, quizás para hundirse en el olvido? ¿Qué camino debía tomar para sobrevivir? ¿Descubriría el valioso oro? En el asiento del Águila, Alalu no se agitó; en manos del hado confió el carro. Completamente cautivo en la red atractiva de la Tierra, el carro se iba moviendo cada vez más rápido. La alas extendidas se encendieron; la atmósfera de la Tierra era como un horno. Luego, el carro tembló, emitiendo un estruendo mortífero. Abruptamente, el carro chocó, deteniéndose de repente. Sin sentido por la sacudida, aturdido por el choque, Alalu, se quedo inmóvil, Luego, abrió los ojos y supo que estaba entre los vivos; al planeta del oro había llegado victorioso. Viene ahora el relato de la Tierra y su oro; es un relato del Principio, y de cómo los dioses celestiales fueron creados. En el Principio, cuando en el Arriba los dioses de los cielos no habían sido llamados a ser, y en el Ki de Abajo, el Suelo Firme aún no había sido nombrado, solo en el vacío existía Apsu, su Engendrador Primordial. En las alturas del Arriba, los dioses celestiales aún no habían sido creados; en las aguas del Abajo, los dioses celestiales aún no habían aparecido. Arriba y Abajo, los dioses aún no habían sido formados, los destinos aún no se habían decretado. Ninguna caña se había formado aún, ni tierra pantanosa había aparecido; Apsu, solo, reinaba en el vacío. Después, mediante los vientos de Apsu, las aguas primordiales se mezclaron, un hábil y divino conjuro lanzó Apsu sobre las aguas. Sobre la profundidad del vacío, él vertió un profundo sueño; Tiamat, la Madre de Todo, forjó como esposa para sí mismo. ¡Una madre celestial, era ciertamente una belleza acuosa! Junto a él, Apsu trajo después al pequeño Mummu, como mensajero suyo lo nombró, para hacerle un presente a Tiamat. Un regalo resplandeciente concedió Apsu a su esposa: ¡un radiante metal, el imperecedero oro, para que sólo ella lo poseyera! Después fue cuando los dos mezclaron sus aguas, para que salieran entre ellos los hijos divinos. Varón y hembra fueron creados los celestiales; Lahmu y Lahamu por nombres se les dieron. En el Abajo, Apsu y Tiamat les hicieron una morada. Antes de que hubieran crecido en edad y en estatura, en las aguas del Arriba, Anshar y Kishar fueron formados, sobrepasando a sus hermanos en tamaño. Los dos fueron forjados como pareja celestial; un hijo, An, en los cielos distantes fue su heredero. Después, Antu, para ser su esposa, fue creada como igual de An; la morada de ambos se hizo como frontera de las Aguas Superiores. Así fueron creadas tres parejas celestes, Abajo y Arriba, en las profundidades; por sus nombres se les llamó, ellos formaron la familia de Apsu con Mummu y Tiamat. En aquel tiempo, Nibiru aún no se había visto, la Tierra aún no había sido llamada a ser. Estaban mezcladas las aguas celestes; aún no estaban separadas por un Brazalete Repujado. En aquel tiempo, las vueltas aún no estaban del todo diseñadas; los destinos de los dioses aún no estaban firmemente decretados; los parientes celestiales se agrupaban; erráticos eran sus caminos. Para Apsu, sus caminos eran ciertamente detestables; Tiamat, sin poder descansar, se sentía agraviada y enfurecida. Una multitud formó para que marcharan a su lado, una multitud rugiente y terrible creó contra los hijos de Apsu. En total, once de esta especie creó; ella hizo al primogénito, Kingu, jefe entre ellos. Cuando los dioses celestiales oyeron esto, en consejo se reunieron. ¡Ha elevado a Kingu, le ha dado mando hasta el grado de An!, se dijeron entre sí. Una Tablilla de Destino en su pecho ha puesto, para que se procure su propia vuelta, ha instruido a su vastago Kingu para combatir contra los dioses. ¿Quién se resistirá a Tiamat?, los dioses se preguntaron entre sí. Ninguno en sus vueltas se adelantó, ninguno llevaría un arma para la batalla. En aquel tiempo, en el corazón de lo Profundo fue engendrado un dios, nació en una Cámara de Hados, un lugar de destinos. Un hábil Creador lo forjó, era hijo de su propio Sol. Desde lo Profundo, donde fue engendrado, el dios se separó de su familia en un arrebato; con él llevaba un regalo de su Creador, la Simiente de Vida. Puso rumbo hacia el vacío; un nuevo destino estaba buscando. La primera en atisbar al celestial errante fue la siempre atenta Antu. Su figura era atractiva, resplandecía radiante, señoriales eran sus andares, extremadamente grande era su curso. De todos los dioses era el más elevado, su vuelta sobrepasaba a las de los demás. La primera en vislumbrarlo fue Antu, de cuyo pecho ningún hijo había mamado. ¡Ven, sé mi hijo!, le llamó. ¡Deja que sea tu madre! Ella le arrojó su red y le dio la bienvenida, hizo su rumbo adecuado para el propósito. Sus palabras llenaron de orgullo el corazón del recién llegado; aquella que lo criaría lo hizo altivo. Su cabeza hasta el doble de su tamaño creció; cuatro miembros a sus lados le brotaron. El movió sus labios en reconocimiento, un fuego divino fulguró desde ellos. Viró su rumbo hacia Antu, y no tardó en mostrar su rostro a An. Cuando An lo vio, ¡Hijo mío!, exaltado gritó. ¡Para el liderazgo se te confiará! ¡Junto a ti, una hueste serán tus sirvientes! ¡Que Nibiru sea tu nombre, conocido por siempre como Cruce! Él se postró ante Nibiru, volvió su rostro ante el paso de Nibiru; extendió su red, cuatro sirvientes formó para Nibiru, para que fueran, junto a él, su hueste: el Viento Sur, el Viento Norte, el Viento Este, el Viento Oeste. Con el corazón gozoso, An anunció a Anshar, su predecesor, la llegada de Nibiru. Al oír esto, Anshar envió a Gaga, que estaba a su lado, como emisario. Palabras de sabiduría le transmitió a An, para asignarle una tarea a Nibiru. Él le encargó a Gaga que pusiera voz a lo que había en su corazón, a An decirle así: Tiamat, la que nos engendró, ahora nos detesta; ha puesto en pie una hueste de guerra, está enfurecida y llena de ira. Contra los dioses, sus hijos, once guerreros marchan a su lado; de entre ellos, ha elevado a Kingu, y le ha marcado en el pecho un destino sin derecho. Ningún dios entre nosotros podrá sostenerse frente a su malevolencia, su hueste ha puesto el miedo en todos nosotros. ¡Que Nibiru se convierta en nuestro Vengador! ¡Que él venza a Tiamat, que salve nuestras vidas! ¡Para él decreto un hado, que salga y se enfrente a nuestra poderosa enemiga! Gaga partió hacia An; se postró ante él y las palabras de Anshar repitió. An repitió a Nibiru las palabras de su predecesor, le reveló a él el mensaje de Gaga. Nibiru escuchó maravillado las palabras; fascinado oyó hablar de la madre que devoraría a sus hijos. Sin decirlo, su corazón ya lo había impulsado a salir contra Tiamat. Abrió la boca, y dijo así a An y a Gaga: ¡Si para salvar vuestras vidas he de vencer a Tiamat, convocad a los dioses en asamblea, proclamad supremo mi destino! ¡Que todos los dioses acuerden en consejo hacerme el líder, someterse a mi mandato! Cuando Lahmu y Lahamu oyeron esto, gritaron angustiados: ¡Extraña era la demanda, no se puede comprender su sentido!, dijeron ellos. Los dioses que decretan los hados consultaron entre sí; Accedieron a hacer de Nibiru su vengador, para él decretaron un hado exaltado; ¡A partir de este día, inalterables serán tus mandatos!, le dijeron a él. ¡Ninguno de entre nosotros los dioses transgrediremos tus límites! ¡Ve, Nibiru, sé nuestro Vengador! Forjaron para él una vuelta principesca para que avanzara hacia Tiamat; le dieron sus bendiciones a Nibiru, le dieron armas terribles a Nibiru. Anshar forjó tres vientos más de Nibiru: el Viento Maligno, el Torbellino, el Viento Sin Par. Kishar llenó su cuerpo con una llama ardorosa, y una red para envolver a Tiamat. Así, listo para la batalla, Nibiru puso rumbo en dirección a Tiamat. Viene ahora el relato de la Batalla Celestial, y de cómo la Tierra vino a ser, y del destino de Nibiru. El señor salió; establecido por los hados, siguió su rumbo; a la terrible Tiamat plantó cara, con sus labios pronunció un conjuro. Como manto de protección, puso en marcha el Pulsador y el Emisor; con una impresionante radiación fue coronada su cabeza. A su derecha, apostó al Que Hiere; en su izquierda, colocó al Repulsor. Los siete vientos, su hueste de auxiliares, como una tormenta envió; Se precipitó hacia la terrible Tiamat, con un clamor de batalla. Los dioses se arremolinaron junto a él, después se apartaron de su caminó, avanzó solo para examinar a Tiamat y a sus ayudantes, para hacerse una idea de los planes de Kingu, el comandante de su hueste. Cuando vio al valiente Kingu, se le nubló la vista; mientras miraba a los monstruos, se le distrajo la dirección, su rumbo se trastocó, sus actos se confundieron. El grupo de Tiamat la rodeaba estrechamente, temblaban de terror. Tiamat estremeció sus raíces, un rugido poderoso emitió; lanzó un hechizo sobre Nibiru, lo envolvió con sus encantos. iLa suerte entre ellos estaba echada, la batalla era inevitable! Cara a cara se encontraron, Tiamat y Nibiru; avanzaban uno contra otro Se acercaban a la batalla, buscando el singular combate. El Señor extendió su red, para envolverla la lanzó; Tiamat gritó con furia; como poseída, perdió sus sentidos. El Viento Maligno, que había estado tras él, a Nibiru adelantó, ante el rostro de ella lo soltó; ella abrió la boca para tragarse al Viento Maligno, pero no pudo cerrar los labios. El Viento Maligno cargó contra su vientre, se abrió paso en sus entrañas. Sus entrañas aullaban, su cuerpo se dilató, la boca se le abrió. A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un relámpago divino. La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le desgarró la matriz, le partió el corazón. Habiéndola sometido así, él extinguió su aliento vital. Nibiru contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un cadáver masacrado. Junto a su señora sin vida, sus once ayudantes temblaban de terror; quedaron capturados en la red de Nibiru, incapaces como eran de huir. Kingu, a quien Tiamat había hecho jefe de su hueste, estaba entre ellos. El Señor le puso grilletes, y a su señora sin vida lo encadenó. Le arrebató a Kingu las Tablillas de los Destinos, que sin ningún derecho se le habían dado, le estampó su propio sello, sujetó el Destino a su propio pecho. Al resto del grupo de Tiamat los ató como cautivos, en su propia vuelta los atrapó. Los puso bajo su pie, los cortó en pedazos. Los ató a todos a su vuelta; les hizo girar alrededor, con el rumbo invertido. Después, Nibiru partió del Lugar de la Batalla, anunció la victoria a los dioses que le habían nombrado. Dio la vuelta alrededor de Apsu, hacia Kishar y Anshar viajó. Gaga salió a recibirle, y como heraldo hacia los demás viajó después. Más allá de An y Antu, Nibiru se encaminó hacia la Morada en lo Profundo. Sobre la suerte de la inerte Tiamat y de Kingu reflexionó después, a Tiamat, a la que había sometido, el Señor Nibiru volvió más tarde. Se encaminó hacia ella, se detuvo a ver su cuerpo sin vida; estuvo planeando en su corazón dividir hábilmente al monstruo. Después, como un mejillón, en dos partes la dividió, separó el tronco de las partes inferiores. Separó los canales internos de ella, maravillado contempló sus venas doradas. Pisando su parte posterior, el Señor cortó completamente la parte superior. El Viento Norte, su ayudante, a su lado llamó, que se llevara la cabeza cercenada, le ordenó al Viento, que la pusiera en el vacío. El Viento de Nibiru se cernió pues sobre Tiamat, barriendo sus chorreantes aguas. Nibiru disparó un rayo, al Viento Norte le dio una señal; en un resplandor, la parte superior de Tiamat fue llevada a una región desconocida. Con ella, también fue exiliado el encadenado Kingu, para que fuera compañero de la parte seccionada. Después, Nibiru reflexionó sobre la suerte de la parte posterior: quería que fuera un trofeo imperecedero de la batalla, un recordatorio constante en los cielos, que señalara el Lugar de la Batalla. Con su maza, golpeó la parte posterior hasta hacerla trozos pequeños, después los enlazó en una banda hasta formar un Brazalete Repujado, entrelazándolos, los situó como guardianes, un Firmamento para dividir las aguas de las aguas. Las Aguas Superiores por encima del Firmamento de las Aguas Inferiores separó; así forjó Nibiru sus hábiles obras. Después, el Señor cruzó los cielos para inspeccionar las regiones; desde la zona de Apsu hasta la morada de Gaga midió las dimensiones. Se detuvo y vaciló; después, regresó lentamente al Firmamento, al Lugar de la Batalla. Pasando de nuevo por la región de Apsu, en la desaparecida esposa del Sol pensó con remordimiento. Contempló la mitad herida de Tiamat, prestó atención a la Parte Superior; las aguas de vida, generosas en ella, de las heridas seguían manando, sus venas doradas reflejaban los rayos de Apsu. De la Simiente de la Vida, del legado del Creador, se acordó entonces Nibiru. ¡Cuando puso su pie sobre Tiamat, cuando la partió en pedazos, sin duda él le impartió la simiente a ella! Nibiru se dirigió a Apsu, diciéndole así: ¡Con tus cálidos rayos, da salud a las heridas! ¡Que a la parte rota nueva vida le sea dada, que sea en tu familia como una hija, que las aguas en un lugar se reúnan, que aparezca tierra firme! ¡Por Tierra Firme que sea llamada, Ki será su nombre a partir de ahora! Apsu hizo caso a las palabras de Nibiru: ¡Que la Tierra se una a mi familia, Ki, Tierra Firme del Abajo, que Tierra sea su nombre a partir de ahora! ¡Que, con su giro, haya día y haya noche; en los días, la proveeré con mis rayos curadores! ¡Que Kingu sea una criatura de la noche, lo designaré para que brille en la noche compañera de la Tierra, para siempre Luna será! Nibiru escuchó satisfecho las palabras de Apsu. Nibiru cruzó los cielos e inspeccionó las regiones, a los dioses que le habían elevado concedió posiciones permanentes, destinó sus vueltas para que ninguno transgrediera la de los demás ni se quedara corto. Fortaleció las esclusas celestes, puso puertas en ambos lados. Una morada remota eligió para sí, más allá de Gaga estaban sus dimensiones. Le suplicó a Apsu que decretara para él la gran vuelta como su destino. Todos los dioses levantaron su voz desde sus posiciones: ¡Que la soberanía de Nibiru sea sobresaliente! ¡El más radiante de los dioses es, que sea en verdad el Hijo del Sol! Desde su región, Apsu dio su bendición: ¡Nibiru mantendrá el cruce de Cielo y Tierra; Cruce será su nombre! Los dioses no cruzarán ni arriba ni abajo; Él mantendrá la posición central, será el pastor de los dioses. ¡Un Shar será su vuelta; ése será su Destino para siempre! Viene ahora el relato de cómo comenzaron los Tiempos de Antaño, y de la era que, en los Anales, fue conocida por el nombre de Era Dorada, y cómo fueron las misiones de Nibiru a la Tierra para obtener oro. La huida de Alalu desde Nibiru fue su comienzo. Alalu estaba dotado de gran entendimiento, muchos conocimientos había adquirido en su aprendizaje. De su antecesor Anshargal, de los cielos y las vueltas había amasado muchos conocimientos, a través de Enshar, sus conocimientos aumentaron grandemente; de todo ello aprendió mucho Alalu; con los sabios discutía, a eruditos y comandantes consultaba. Así se determinaron los conocimientos del Principio, así poseyó Alalu estos conocimientos. El oro en el Brazalete Repujado era la confirmación, el oro en el Brazalete Repujado era el indicio del oro en la Parte Superior de Tiamat. Y al planeta del oro llegó Alalu victoriosamente, con un choque atronador de su carro. Con un rayo, exploró el lugar, para descubrir sus alrededores; su carro descendió en tierra seca, al filo de amplias tierras pantanosas aterrizó. Se puso un casco de Águila, se puso un traje de Pez. Abrió la portezuela del carro; ante la portezuela abierta se detuvo para asombro. Oscuro era el suelo, azul-blanco eran los cielos; no había sonidos, nadie que le ofreciera la bienvenida. ¡Estaba solo en un planeta extraño, quizás exiliado para siempre de Nibiru! Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie; había colinas en la distancia; en las cercanías, había mucha vegetación. Ante él, había tierras pantanosas, en ellas se introdujo; con el frío de sus aguas se estremeció. ¡Volvió al suelo seco; estaba solo en un planeta extraño! Se vio poseído por sus pensamientos, esposa y descendientes con nostalgia recordaba; ¿estaría exiliado de Nibiru para siempre?, se preguntaba esto una y otra vez. No tardó en volver al carro, con alimento y bebida para mantenerse. Después, le venció un profundo sueño, una poderosa ensoñación. Cuánto tiempo estuvo durmiendo, no podía recordarlo; tampoco podía decir qué le había despertado. Fuera había mucho resplandor, un resplandor nunca visto en Nibiru. Extendió un palo desde el carro; con un Probador estaba equipado. El Probador respiró el aire del planeta; ¡indicó su compatibilidad! Abrió la portezuela del carro, con la portezuela abierta tomó aire. Otra vez tomó aire, y otra y otra; ¡ciertamente, el aire de Ki era compatible! Alalu aplaudió, se puso a cantar una alegre canción. Sin el casco de Águila, sin el traje de Pez, bajó hasta el suelo. ¡El resplandor del exterior era cegador; los rayos del Sol lo abrumaban! Volvió al carro, se puso una máscara para los ojos. Tomó el arma portátil, asió el práctico Tomador de Muestras. Bajó a tierra, sobre el oscuro suelo puso el pie. Se encaminó hacia los cenagales; oscuras y verdosas eran las aguas. En el borde de la ciénaga había guijarros; Alalu tomó un guijarro, lo arrojó a la ciénaga. Sus ojos vislumbraron un movimiento en la ciénaga: ¡las aguas estaban llenas de peces! Introdujo el Tomador de Muestras en la ciénaga, para considerar las turbias aguas; el agua no era adecuada para beber, descubrió Alalu muy decepcionado. Se alejó de las ciénagas, y fue en dirección a las colinas. Pasó a través de la vegetación; los arbustos daban paso a los árboles. El lugar era como un huerto, los árboles estaban cargados de frutos. Seducido por su dulce aroma, Alalu tomó una fruta; se la puso en la boca. ¡Si dulce era su aroma, más dulce era su sabor! Alalu se deleitó enormemente. Alalu caminaba evitando los rayos del Sol, dirigiéndose hacia las colinas. Entre los árboles, sintió humedad bajo sus pies, una señal de aguas cercanas. Puso rumbo en dirección a la humedad; en mitad del bosque había un estanque, una laguna de aguas silenciosas. Sumergió el Tomador de Muestras en la laguna, ¡el agua era buena para beber! Alalu rió; una risa sin fin hizo presa en él. ¡El aire era bueno, el agua era apta para beber; había fruta, había peces! Entusiasmado, Alalu se agachó, juntó las manos haciendo un cuenco, llevó agua hasta su boca. El agua tenía frescura, un sabor diferente del agua de Nibiru. Bebió una vez más y luego, asustado, dio un salto: podía escuchar un bisbiseo; ¡un cuerpo se deslizaba por la orilla de la laguna! Aferró el arma portátil, dirigió una ráfaga de su rayo hacia lo que silbaba. Lo que se movía se detuvo, el silbido terminó. Alalu se adelantó para examinar el peligro. El cuerpo que se deslizaba estaba inmóvil; la criatura estaba muerta, una visión de lo más extraña: su largo cuerpo era como una cuerda, sin manos ni pies era el cuerpo; había ojos fieros en su pequeña cabeza, fuera de la boca colgaba una larga lengua. ¡Algo que nunca antes había visto en Nibiru, una criatura de otro mundo! ¿Sería el guardián del huerto?, meditó Alalu para sí mismo. ¿Sería el dueño del agua?, se preguntó. Puso agua en un recipiente que llevaba; muy alerta, reemprendió el camino hasta su carro. También tomó las frutas dulces; hacia el carro se encaminó. La brillantez de los rayos del Sol había disminuido enormemente; era oscuro cuando llegó al carro. Alalu reflexionó sobre la brevedad del día, su brevedad le sorprendió. Sobre los pantanos, una fría luminosidad se elevaba en el horizonte. No tardó en elevarse en los cielos una esfera blanquecina: Kingu, el compañero de la Tierra, estaba contemplando. Lo que en los relatos del Principio, sus ojos podían ver ahora la verdad: los planetas y sus vueltas, el Brazalete Repujado, Ki, la Tierra, Kingu, su luna, ¡todos fueron creados, todos por sus nombres llamados! En su corazón, Alalu conocía una verdad más que era necesario contemplar: el oro, el medio para la salvación, era necesario encontrarlo. Si había verdad en los relatos del Principio, si fueron las aguas las que lavaron las venas doradas de Tiamat, ¡en las aguas de Ki, su mitad cercenada, se encontraría el oro! Con manos vacilantes, Alalu desmontó el Probador del palo del carro. Con manos temblorosas, se puso el traje de Pez, esperando ansioso la rápida llegada de la luz diurna. Al nacer el día, salió del carro, a los pantanos rápidamente se encaminó. Se introdujo en aguas más profundas, sumergió el Probador en las aguas. Ansioso observaba su iluminada faz, el corazón le golpeaba en el pecho. El Probador indicaba los contenidos del agua, con símbolos y números desvelaba sus hallazgos. Y, después, el latido del corazón de Alalu se detuvo: ¡Hay oro en las aguas, estaba diciendo el Probador! Inestable sobre sus piernas, Alalu se adelantó, se dirigió hacia lo más profundo del pantano. Una vez más, sumergió el Probador en las aguas; ¡una vez más, el Probador anunció oro! Un grito, un grito de triunfo, de la garganta de Alalu emanó: ¡la suerte de Nibiru estaba ahora en sus manos! De vuelta al carro se dirigió, se quitó el traje de Pez, ocupó el asiento del comandante. Animó las Tablillas de los Destinos que conocen todas las vueltas, para encontrar la dirección hacia la vuelta de Nibiru. Levantó el Hablador de Palabras, para llevar las palabras a Nibiru. Después, hacia Nibiru pronunció las palabras, diciendo así: Las palabras del gran Alalu hacia Anu en Nibiru se dirigen. ¡En otro mundo estoy, he encontrado el oro de la salvación; la suerte de Nibiru está en mis manos; debes escuchar mis condiciones! por Zecharia Sitchin FUENTE--http://veritas-boss.blogspot.com.es/2013/08/el-libro-perdido-de-enki-2.html

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