El lugar exacto donde se ubica hoy el yacimiento arqueológico de la antigua Olimpia fue redescubierto en 1766 por el anticuario inglés Richard Chandler. Estaba enterrado bajo 8 metros de depósitos aluviales que, durante mucho tiempo, se pensaba habían sido depositados por inundaciones de ríos.
Pero modernas investigaciones demostraron que, en realidad, el santuario donde se celebraban los más famosos juegos atléticos de la Antigüedad, los Juegos Olímpicos, había quedado sepultado a consecuencia de repetidos tsunamis.
Excavaciones de Olimpia a finales del siglo XIX / foto dominio público en Wikimedia Commons
Chandler acudió a la Élide guiado por las descripciones de Pausanias, y allí localizó el templo de Zeus descubriendo partes de la cella y un capitel dórico.
No sería hasta 1829 cuando comenzarían las primeras excavaciones sistemáticas. El 10 de mayo de ese año los arqueólogos franceses Léon-Jean-Joseph Dubois y Abel Blouet emprendían los trabajos en lo que entonces era un desolado terreno sin rastro de edificios.
El arqueólogo alemán Emil Kunze / foto Hans-Volkmar Herrmann
En 1875 se haría cargo de las excavaciones el Instituto Arqueológico Alemán y ,poco a poco irían saliendo a la luz las principales estructuras y recintos. Uno de los arqueólogos alemanes que se unieron al equipo en 1936 fue Emil Kunze.
Tras la Segunda Guerra Mundial volvió, ya como director del Instituto, a hacerse cargo de los trabajos a los que se unió en 1952 Alfred Mallwitz. Juntos excavaron el Leonideo y el muro norte del estadio. En la sección sureste del santuario encontraron 140 fosas llenas de escombros, con muchos objetos de bronce, cerámica y terracota.
Entre los años 1954 y 1958 acometieron la excavación de una iglesia bizantina que había sido construida en medio del santuario. Allí encontraron restos de marfil, piedras semipreciosas, ornamentos de vidrio y numerosas herramientas de escultor. La excitación se apoderó de los arqueólogos, que ya sospechaban que aquel podía ser el lugar donde el gran escultor Fidias había creado la famosa estatua crisoelefantina de Zeus. La confirmación del sensacional descubrimiento llegó con el hallazgo de una pequeña vasija de cerámica con una inscripción en la que se leía: pertenezco a Fidias.
Ruinas del templo de Zeus en Olimpia / foto Elisa.rolle en Wikimedia Commons
Pero no sería la única ni la última sorpresa que se iban a llevar. En 1961, durante las excavaciones finales del estadio, aparecieron cientos de armas y piezas de armadura que fueron encontradas en la tierra que cubría los terraplenes. Procedían de los trofeos erigidos allí por las polis griegas, compuestos del botín obtenido en batalla, y dedicados a Zeus.
Entre todos los objetos había un casco, un yelmo corintio, al que le faltaba la parte superior y que se diferenciaba poco del resto de yelmos encontrados en el lugar. Salvo por un detalle. Lleva una dedicatoria que dice: ΜΙΛΤΙΑΔΕΣ ΑΝΕ(Θ)ΕΚΕΝ (Τ)ΩΙ ΔΙ (dedicado por Milcíades al dios Zeus).
Al principio hubo cierta controversia sobre cuál de los dos famosos Milcíades podía ser el que había dedicado el yelmo en el santuario. Sin embargo, hoy el consenso de los estudiosos es que se trata del político, general y arconte ateniense nacido en 550 y fallecido en 488 a.C. Nada menos que el estratego que dirigió al ejército ateniense en la batalla de Maratón.
El yelmo de Milcíades, con la inscripción en la parte inferior, en el Museo Arqueológico de Olimpia / foto Made by Numbers en Wikimedia Commons
El hecho de que la dedicatoria sea ciertamente inusual, omitiendo tanto la filiación del dedicante como el nombre del enemigo, solo puede significar que la batalla en cuestión era tan famosa que bastaba con el nombre del victorioso comandante ateniense, porque el resto se sobreentendía. Al menos es lo que opina A.J.Graham. Este sería entonces el yelmo que Milcíades llevaba durante la batalla el 12 de agosto de 490 a.C.
Como es sabido, ese día 10.000 atenienses y 1.000 plateos derrotaron a un contingente persa de unos 25.000 hombres, dirigidos por diez estrategos de los cuales el principal y más experimentado era Milcíades el joven. Sería él quien, el quinto día tras el desembarco persa, propusiera entablar batalla.
No convenían en sus pareceres los generales atenienses: decían unos que no era apropósito entrar en batalla, siendo pocos para combatir con el ejército de los medos; los otros, con quienes asentía Milcíades, exhortaban el combate. Viendo los votos encontrados, y que iba a prevalecer el partido peor, entonces Milcíades tomó el expediente de hablar aparte al Polemarco. Era él Polemarco, (o general de armas) un magistrado que había sido nombrado en Atenas a pluralidad de votos para que diese su parecer en el undécimo lugar después de los diez generales, y al cual daban antiguamente los atenienses la misma voz en las decisiones que a los estrategos o generales: ocupaba entonces aquella dignidad Calímaco Afidneo, a quien habló así Milcíades: —«En tu mano está ahora, Calímaco, o el reducir a Atenas a servidumbre, o conservarla independiente y libre, dejando con esto a toda la posteridad un monumento igual al que dejaron Harmodio y Aristogitón. Bien ves que es este el mayor peligro en que nunca se vieron hasta aquí los atenienses: si caen bajo de los medos, conocido es lo que tendrán que sufrir entregados a Hipias; pero si la ciudad vence, llegará con esto a ser la primera y principal de las ciudades griegas. Voy a decirte cómo cabe muy bien que suceda lo que dije, y cómo la suma de todo ello viene a depender de tu arbitrio. Los votos de los generales, que aquí somos diez, están encontrados y empatados: quieren los unos que se dé la batalla; los otros lo resisten. Si no la damos, temo no se levante en Atenas alguna gran sedición que pervierta los ánimos y nos obligue a entregarnos al medo; pero si la damos antes que algunos atenienses se dejen corromper, espero en los dioses y en la justicia de la causa, que podremos salir del combate victoriosos. Dígole, pues, que todo al presente estriba en ti, y depende de tu voto: si votas a mi favor, por ti queda libre tu patria, y por ti vendrá a ser la ciudad primera y la capital de la Grecia; pero si sigues el parecer de los que no aprueban el choque, sin duda serás el autor de tanto mal cuanto es el bien contrario que acabo de expresarte.»
Heródoto, Historia VI.109Monumento a Milcíades en el lugar de la Batalla de Maratón / foto Carole Raddato en Wikimedia Commons
Y sería Milcíades quien de hecho llevara el peso de las decisiones a partir de entonces, pues, como sigue contando Heródoto, el resto de estrategos le cedían el turno de mando (pritanía).
Con este discurso Milcíades trajo a Calímaco a su partido, con la adición de cuyo voto quedó decretado el combate. Los generales cuyo parecer había sido que se diese la batalla, cada cual en el día en que les tocaba la Pritania (o mando del ejército) cedían sus veces a Milcíades, quien, aunque lo aceptaba, no quiso con todo cerrar con el enemigo hasta el día mismo en que por su turno la tocaba de derecho la Pritania.
Heródoto, Historia VI.110
El resultado de la batalla fue una victoria griega que se convertiría en épica, gracias en parte a la narración, siglos más tarde, del propio Heródoto.
luego que se dio la señal, salieron corriendo los atenienses contra los bárbaros, habiendo entre los dos ejércitos un espacio no menor que de ocho estadios. Los persas, que les veían embestir corriendo, se dispusieron a recibirles a pie firme, interpretando a demencia de los atenienses y a su total ruina, que siendo tan pocos viniesen hacia ellos tan de prisa, sin tener caballería ni ballesteros. Tales ilusiones se formaban los bárbaros; pero luego que de cerca cerraron con ellos los bravos atenienses, hicieron prodigios de valor dignos de inmortal memoria, siendo entre todos los griegos los primeros de quienes se tenga noticia que usaron embestir de carrera para acometer al enemigo, y los primeros que osaron fijar los ojos en los uniformes del medo y contemplar de cerca a los soldados que los vestían, pues hasta aquel tiempo sólo oír el nombre de medos espantaba a los griegos.
Heródoto, Historia VI.112Solo 192 atenienses y 11 plateos murieron ese día, por 6.400 persas, según Heródoto (las estimaciones modernas son algo más altas, aunque siguen siendo estimaciones).
El yelmo dedicado por Milcíades en Olimpia esta hecho de bronce y, cuando lo llevaba puesto se coronaba con una gran cresta que se fijaba a unos pequeños ganchos metálicos situados en la corona y la parte posterior del cuello, que no han sobrevivido. En el lateral del yelmo, se puede observar un pequeño agujero de remache, justo debajo del nivel de la oreja, donde probablemente se fijaba la correa de barbilla que impedía que se cayese. En el interior debía llevar un revestimiento de fieltro para amortiguar el contacto con la cabeza.
Aun roto y dañado como está, este yelmo de 2.500 años de antigüedad es el más valioso de todos los que hoy pueden contemplarse como parte de la exposición permanente del Museo Arqueológico de Olimpia.
Por Guillermo Carvajal
Fuentes
Deutsches Archäologisches Institut / Johannes Gutenberg Universität Mainz / The History of Excavations at Olympia (Berthold Fellmann) / Great Moments in Greek Archaeology / The Miltiades Helmet / Wikipedia.
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