El Antiguo Egipto ha servido de contexto a unas cuantas películas que mezclan su historia con ciencia ficción o ucronía, de manera que muestran pirámides convertidas en naves espaciales, mamuts usados como animales de carga, dioses teriomorfos que son extraterrestres y cosas por el estilo. Resulta algo extraño pero divertido mientras el planteamiento sea meramente fantástico. El problema es cuando se pretende pasar por auténticas cosas más burdas fuera de la pantalla. Y una de las que más se prestan a ello son una serie de jeroglíficos que hay en el templo funerario de Seti I, en Abidos, que, a primera vista, parecen representar vehículos de nuestra época e incluso un platillo volante.
Un helicóptero, un tanque o submarino, un avión o dirigible… ¡hasta un platillo volante y un aerodeslizador como el de Star Wars! ¿Tenía Seti I un parque móvil oculto llegado directamente del siglo XX? ¿Contactó con alguna civilización del espacio exterior cuyos embajadores se presentaron en un ovni para entablar relaciones diplomáticas? Este tipo de preguntas y otras planteadas totalmente en serio suelen surgir ante los jeroglíficos de Abidos, donde, todo sea dicho de paso, algunos pícaros guías turísticos explotan bien el tema. Lo cierto es que hay una explicación sencilla y científica que se llama pareidolia, término derivado del griego para definir una percepción sensorial errónea.
En efecto, la pareidolia es un fenómeno psicológico en el que un estímulo vago, generalmente visual, provoca que el cerebro del observador le de una forma reconocible y familiar. Luces, sombras, manchas, perfiles y similares nos hacen ver figuras en las nubes y montañas, caras en Marte, un conejo en la Luna, rostros en enchufes, etc. En el caso de Abidos, un conjunto jeroglífico con unas siluetas que se parecen bastante a las de varios medios de transporte contemporáneos, aunque la identificación exacta de algunos varía: el helicóptero de la izquierda es «incuestionable», mientras que los dos de la derecha que se suceden de arriba a abajo se interpretan como un sumergible o un carro de combate el primero, por un avión o zepelín el segundo; o un ovni, para algunos.
Una vez descartado el paleocontacto (hipótesis pseudocientífica que teoriza sobre la llegada a la Tierra de alienígenas durante la Prehistoria o la Antigüedad dejando un legado tecnológico, religioso y hasta biológico) por una mera cuestión de seriedad, no hay más que recurrir a los verdaderos expertos en jeroglíficos egipcios, que son los egiptólogos. Algunos prefieren buscarle cinco pies al gato, pero la Egiptología explica el asunto de forma sencilla.
Hay que apostillar que la Egiptología… y los programas de tratamiento de imágenes, ya que las fotografías que suelen mostrar el caso de Abidos están retocadas bastante a menudo para eliminar los detalles que estropearían el asunto. Pero con retoques digitales o sin ellos, la pareidolia es la consecuencia de otros retoques, éstos manuales, muy anteriores y que también contribuyeron a sembrar la duda sin imaginárselo siquiera sus autores. Porque los jeroglíficos que vemos hoy son el resultado de un palimpsesto, es decir, una reescritura (en este caso en relieve) sobre lo ya escrito que con el tiempo y la erosión fundió ambas en una única y ambigua imagen.
La costumbre de reaprovechar documentos para reescribir sobre ellos se hizo bastante frecuente en la Edad Media, a partir del siglo VII d.C., debido a las dificultades que experimentó la importación de papiro egipcio y lo escasa -por tanto cara -que resultaba su alternativa, el pergamino. Como el papel todavía no había llegado a Europa, se recurrió a raspar la tinta de viejos libros manuscritos -faltaban ocho siglos para que Guttemberg inventase la imprenta- y tener así hojas en blanco. A esos volúmenes se los denomina palimpsestos pero, por extensión el término puede aplicarse a otros formatos como la arquitectura o la escultura.
De hecho, era casi una tradición en el antiguo Egipto que los faraones aprovechasen templos, tumbas, sarcófagos e incluso estatuas de predecesores, cambiándoles el nombre para poner el suyo. A veces era una versión sibilina y descarada de la damnatio memoriae, pero otras simplemente se terminaba lo empezado por otro, adaptándolo al nombre del que lo concluyó. Hay muchos ejemplos, siendo sin duda Ramsés II el mayor usurpador artístico que ha existido. Él era hijo de Seti I y cuando el padre falleció sin llegar a terminar el Memnonium (el templo funerario, llamado así por el nombre de coronación del faraón, Men-Maât-Rê), su vástago y sucesor se encargó de ello.
Se trata de un complejo estructurado sobre terrazas para salvar el desnivel del terreno, con planta en forma de L invertida, al que Ramsés II añadió dos patios hípetros porticados -el primero con jardín- y un enorme pilono del que apenas quedan restos. El templo, que estaba dedicado a siete dioses (Ptah, Osiris, Amón-Ra, Isis, Horus, Ra-Harajty y el propio faraón), contaba con otras tantas puertas y capillas, habiendo sido excavado y estudiado en el siglo XX por Dorothy Eady, a la que ya dedicamos un artículo. La parte del complejo que nos interesa aquí es la primera sala hipóstila, donde en 1987 la caída de una capa de yeso de un arquitrabe sorprendió a un matrimonio estadounidense, dejando al descubierto los jeroglíficos.
Los turistas se llamaban Ruth McKinley-Hover y su esposo Harry, aunque la que alcanzaría la fama sería ella. No era egiptóloga sino una trabajadora social y psicoterapeuta que además, vaya por dios también tenía una gran afición al esoterismo y los ovnis. De hecho, su especialidad era el tratamiento a base de terapia de grupo de personas que aseguraban haber sido abducidas por extraterrestres. Esto debería bastar para ponerse de perfil y eliminar cualquier atisbo de credibilidad, pero en Abidos encontró un filón que explotaría el resto de su vida (falleció en 2012).
Lo cierto es que en esos jeroglíficos no hay ningún helicóptero, como tampoco ningún submarino, tanque, avión ni platillo volante -mucho menos el aerodeslizador de Luke Skywalker, lamentablemente-, por eso muchos egiptólogos suelen mostrarse ofendidos cuando se habla de ello, por la falta de respeto a su profesión y al mundo académico en general. Otros, en cambio, creen conveniente atajar este tipo de cosas antes de que su difusión les otorgue un reconocimiento popular sobrevenido, y acceden a explicar el cómo y el porqué de lo que hay en Abidos.
Lo primero que cuentan es que lo que dijimos antes: en el antiguo Egipto era común reescribir unos jeroglíficos sobre otros. En este caso concreto, se procedió a tallar de nuevo los glifos y a rellenar con yeso las partes erosionadas de la piedra. Con el tiempo, parte de esa capa de yeso se cayó, haciendo que los glifos originales y los nuevos se superpusieran, formando imágenes desconocidas; la pareidolia haría el resto. Esto es algo que abunda en muchos monumentos faraónicos, sólo que en el templo de Seti I la casualidad quiso que adquiriera unas fomas tan caprichosas como familiares.
Los faraones tenían cinco nombres o títulos, cada uno de los cuales se representaba con unos pictogramas concretos. Uno era el de nacimiento, que en el caso de Seti se plasmaba en un pato y un sol dentro de su correspondiente cartucho; otro, el de la entronización, una abeja y una juncia (un tipo de planta); el tercero, el de Horus, del que el faraón era la personificación en la Tierra y que se representaba con un halcón; éste se completaba con Horus Dorado sentado; y finalmente estaba Nebty, las Dos Damas que simbolizaban el Alto y el Bajo Egipto, cuya representación era la pareja que formaban un buitre y una cobra. Frente a los demás, éste se colocaba libremente, sin cartucho, igual que pasaba con el Horus Dorado.
El polémico jeroglífico de Abidos no es más que el quinto nombre de Seti I con el de su hijo Ramsés II superpuesto. Dicen los expertos que el del padre está tallado con delicadeza frente al del vástago, hecho de forma menos concienzuda, más descuidada, casi como si de un grafiti se tratase, quizá porque hubo que tallarlo sobre el yeso que cubría al anterior. En su nombre Nebty, Seti se presenta como «El que rechaza a los nueve [enemigos de Egipto]» mientras que Ramsés, una vez retocada la inscripción y aplicado yeso, lo hace como «El que protege a Egipto y derrota a los países extranjeros». Ése es el yeso que se cayó, dejando visibles ambas partes.
Lo realmente gracioso de todo esto es que hay una forma bastante fácil de comprobar la verdad salvo que, como Ruth McKinley-Hover, sea otra cosa lo que se busca. Basta con ver el nombre Nebty de Seti I en otro jeroglífico; hay muchos y ni siquiera es necesario ir muy lejos: en el templo de Amón, en Karnak -construido por Ramsés II, por cierto- hay uno muy claro que vemos en esta imagen a continuación. Habrá que deducir que la buena de Ruth no se pasó por allí. Así que vamos a terminar parafraseando el título de este artículo: ¿Por qué hay un helicóptero, un tanque y un avión en un jeroglífico egipcio? Respuesta: porque no los hay.
Por...Jorge Alvarez
Fuentes...Helicopter hieogliphs explained (Hypnogogial en Rain is Cool)/The Abydos temple helicopter (Thierry en Web Archive)/El helicóptero en un jeroglífico egipcio (Misterio Resuelto)/Wikipedia
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