jueves, 11 de junio de 2020

Las impresionantes catacumbas de Kom el-Shoqafa, donde se enterraron los caballos de Caracalla



Las pirámides de Giza y Sakkara, la Gran Esfinge, los templos de Karnak y Luxor, los de Abu Simbel, la ciudadela de El Cairo, el Museo Egipcio, las tumbas del Valle de los Reyes… Podríamos estar así hasta mañana. El patrimonio arqueológico de Egipto es tan inmenso que el visitante se ve obligado a seleccionar sólo lo básico con la esperanza de poder regresar más veces, tal cual pasa con otros sitios ricos en monumentos como Roma. Hoy vamos a hablar de un rincón muy poco conocido pero igualmente espectacular: las catacumbas de Kom el-Shoqafa.



En septiembre de 1900, en pleno apogeo de la egiptología y en el escenario de unas excavaciones llevadas a cabo desde ocho años antes, se hizo un descubrimiento prodigioso y el responsable fue un burro. No es una forma de hablar; el animal estaba tirando de un carro por la calle Bab el-Molouk, en el barrio Karmouz de Alejandría, cuando el suelo cedió a su paso y desapareció de la vista. Dado que el boquete alcanzaba unos doce metros de profundidad, parece razonable deducir que el pobre pagó con su vida el haber hallado un nuevo e insospechado lugar ante el que los investigadores se frotaron las manos. Porque se trataba de una espléndida red de enterramientos romanos de la época imperial temprana; más concretamente de los siglos I y II d.C.
En realidad, se cree que originalmente no eran catacumbas sino un mausoleo privado de una familia acomodada al que posteriormente y sin que se sepa la razón se dio uso público, de modo que hoy se cuentan más de tres centenares de inhumaciones; al fin y al cabo, el conjunto se encuentra junto a la necrópolis occidental, así que podría considerarse una continuación. 
No queda nada de las estructuras de la superficie, por lo que el primero de los tres niveles de que se compone está bajo el suelo pero las tumbas se distribuyen alrededor de una gran rotonda por una red de túneles subterráneos excavados en la roca. Los dos inferiores estaban sumergidos bajo el agua pero desde 1995 ya sólo queda anegado el más profundo, que probablemente se conectaba con el Serapeum (templo dedicado a Serapis, deidad patrona de Alejandría).
El desventurado burro cayó por un pozo de acceso, no por la entrada principal, que está dotada de una escalera de caracol y gira en torno a un pozo de unos diez metros de profundidad por seis de ancho que servía para proporcionar luz natural, si bien en las paredes laterales hay pequeñas hornacinas para colocar lámparas de aceite. Esa escalinata tenía los escalones superiores más pequeños porque los romanos consideraban que después de visitar a los difuntos iban perdiendo fuerza a medida que ascendían y por eso los de la parte más cerca al aire libre constituyen casi una rampa.
Bajando por la escalera se llega a un vestíbulo con dos nichos que da paso a una sala también circular que tiene en medio una isleta columnada con seis pilares que sostienen una cúpula. Es el eje a partir del cual se articula todo, pues a la izquierda hay un triclinio con divanes que, según una inscripción, se cubrían con cojines (un triclinium era un tipo de habitáculo que se usaba para banquetes rituales, en este caso de obvio carácter funerario); al fondo una pequeña cámara decorada con dos estatuas. Desde esa rotonda se baja al siguiente nivel a través de una brecha en el muro que se practicó en una fecha desconocida.
Así se abre ante el visitante el que posiblemente sea el rincón más curioso del lugar, el Salón de Caracalla. Se llama así en alusión al emperador romano; él no está enterrado allí pero sí sus caballos, que fueron enterrados en dicho salón hacia el 215 d.C. La parte principal de la entrada a la cámara sepulcral presenta forma de templo adintelado, sujeto por dos columnas de capiteles con forma de hojas de papiro, loto y acanto, típicos del antiguo Egipto. El arquitrabe de encima muestra un relieve de un disco solar alado flanqueado por figuras de Horus como halcón.
Una vez pasada esa entrada, hay dos agathodaemon (espíritu o demonio griego de los viñedos y campos de cereal que los romanos asimilaron a sus genii de la fortuna y solían asociarse a los banquetes) serpentiformes, cada una coronada por el pschent (la doble corona del Alto y el Bajo Egipto) y portando un caduceo romano (un bastón rematado por alas con dos serpientes entrelazadas, símbolo de la medicina y usado por Mercurio, el guía de los difuntos) y un tirso heleno (una vara forrada de vides o hiedra, con lazos atados y una piña como remate, símbolo fálico de Dionisos, aunque era de origen egipcio o quizá fenicio). Sobre los ofidios hay sendos medallones con el rostro de Medusa.
El interior de la cámara propiamente dicho se adorna con dos grandes figuras de dioses teriomorfos en relieve sobre la pared (Toth y Anubis), aunque también hay un hombre y una mujer, él representado con el característico hieratismo egipcio y ella también con rigidez pero tocada con un peinado inequívocamente romano, un ejemplo de sincretismo artístico de los muchos que tiene. El espacio se divide en tres nichos, cada uno con un enorme sarcófago de piedra con la particularidad de que sus tapas no son móviles; los cuerpos que contuvieron se metieron por su parte trasera, mediante unas aberturas practicadas desde un pasadizo que recorre el perímetro exterior de la cámara.
Cada sarcófago, decorado con guirnaldas en relieve, está asociado a una escena funeraria también en relieve: en la central se ve a Anubis vestido de legionario romano momificando un cuerpo, depositado éste sobre una cama con forma de león y los correspondientes vasos canopos debajo; los laterales están dedicados al dios-buey Apis. Aparte de esta cámara mortuoria original, Kom el-Shoqafa cuenta con una red de túneles que acogieron enterramientos posteriores en un ejemplo de reaprovechamiento que hizo que el resultado se comparase con las catacumbas de Roma.
Sin embargo, el nombre del sitio no tiene nada que ver con eso; significa «montículo de fragmentos» y se le puso porque allí se encontraron miles de pedazos de terracota procedentes de las jarras de cerámica que los familiares de los difuntos llevaban con comida y bebida para consumir durante los oficios fúnebres y que rompían al terminar al no querer llevárselos a casa por haberse usado en esas circunstancias.



Fuentes: A phenomenological approach to Kom el-Shuqafa catacombs (Laryssa Antoynette Shiley) / Leaving no stones unturned (Donald P. Hansen) / The Catacombs of Kom el Shoqafa (Lee Krystek en unmuseum.org) / Wikipedia.

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