miércoles, 15 de enero de 2020

Lauburus que ahuyentaban a los malos espíritus en Castilla-La Mancha

Descubren unos singulares grabados históricos en un antiguo molino de la Puebla de Almoradiel

Uno de los lauburus grabados descubiertos en el molino de Pingazorras

Un siglo antes de que el lauburu («cuatro cabezas») fuera adoptado por el nacionalismo como símbolo de la identidad vasca, alguien grabó varias de estas cruces de brazos curvilíneos en las paredes del antiguo molino de Pingazorras, situado junto al cauce del río Cigüela, en La Puebla de Almoradiel. Con el tiempo, sucesivas capas de cal taparon estos singulares grafitos, hasta que un incendio en 2017 y las posteriores lluvias torrenciales caídas en este municipio toledano los dejaron al descubierto.
El arqueólogo Víctor Manuel López-Menchero reparó en ellos de forma casual, durante una visita al lugar con técnicos del Ayuntamiento, y junto a otros seis investigadores del grupo de Arqueología y Patrimonio de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), liderados por el profesor Jorge Onrubia Pintado, ha estudiado y documentado esta «excepcional» colección de grabados de entre finales del siglo XVIII y principios del XX, confirmando su valor histórico.
«Es un hallazgo singular», remarca López-Menchero al describir estos graffiti que forman uno de los conjuntos más importantes de La Mancha, tanto por extensión como por variedad temática y tipológica. Los trabajos han sacado a la luz cruces de calvario bajo templete, rosetas hexapétalas, flores de la vida, figuras humanas grabadas y pintadas, una representación esquemática de un molino de viento, números, fechas y representaciones de animales, pero quizá lo más sorprendente ha sido encontrar hasta tres lauburus, dos de ellos flanqueando una cruz de calvario en una compleja composición y otro muy cerca, en el mismo muro interno del molino.
Grabados descubiertos en el molino de Pingazorras
Grabados descubiertos en el molino de Pingazorras - UCLM
Aunque este icono «se asocia al País Vasco», el director científico de Global Digital Heritage en España explica que se trata de un símbolo antiguo que el cristianismo asimiló y «es común a todo el norte de España, desde Galicia al Pirineo aragonés», aunque muy poco habitual en el resto de la Península Ibérica. «La cruz de brazos curvilíneos también es conocida en el Pirineo aragonés como Religada de cuatro brazos y otras zonas del norte como Tetrasquel», indica López-Menchero.
En la parroquia de San Juan Bautista de Villarta de San Juan, en Ciudad Real, su curiosa pila bautismal realizada en 1816 luce uno de estos signos, extraños lejos del norte peninsular. «Por la documentación existente se sabe que fue labrado por canteros que trabajaron en Alcázar de San Juan (localidad cercana a La Puebla de Almoradiel) de origen vasco», comenta el arqueólogo, que cree «posible» que los iconos del molino de Pingazorras también puedan estar vinculados con la presencia de canteros procedentes del norte de España en La Mancha.
Los investigadores estiman que estas cruces de brazos curvilíneos fueron realizadas a finales del siglo XVIII o principios del XIX porque se grabaron en la capa más antigua del mortero, la correspondiente a la reconstrucción del molino en 1798 por parte de José Pérez y Velázquez que se menciona en documentos históricos. Se labraron sobre el mortero fresco y se rellenaron con pintura roja y blanca, un hecho «atípico» a juicio de López-Menchero, ya que la mayoría de los grafitos históricos o bien fueron grabados o bien pintados. Al menos, así han llegado hasta nuestros días.
«Puede ser que en origen otros también estuvieran grabados y pintados y que con el tiempo se perdiera la pintura», aventura antes de subrayar que en el molino de Pingazorras, al quedar sellados por capas de cal se han podido conservar «en buen estado», algo «extraordinariamente inusual».
Grabados históricos en el molino hidráulico de Pingazorras de La Puebla de Almoradiel
Grabados históricos en el molino hidráulico de Pingazorras de La Puebla de Almoradiel - UCLM
Como las rosetas hexapétalas (flores de 6 pétalos) o las flores de la vida, compuestas por varias rosetas, que se han encontrado también en el molino, la composición de la cruz de calvario con los lauburus pretendía ahuyentar a los malos espíritus del lugar. También en Daimiel, antes de su «restauración» había grabados lauburus en las paredes del Molino de La Maquina y de Molemocho. López-Menchero explica que antiguamente era habitual grabar símbolos apotropaicos como estos en molinos, así como en puentes, o en cruces de camino para proteger del mal a las personas que trabajaban o transitaban por estos lugares. Otra ubicación frecuente eran los dinteles y puertas de las casas, para que los malos espíritus no pudieran entrar.
Una flor de la vida grabada en el molino de Pingazorras
Una flor de la vida grabada en el molino de Pingazorras - Víctor Manuel López-Menchero
El grupo Arqueología y Patrimonio de la UCLM ha documentado los grafitos que se conservan en las paredes del molino de Pingazorras con nuevas tecnologías que permiten digitalizar en 2D y 3D los símbolos y dibujos, incluso los que no se aprecian a simple vista, y ahora se halla inmerso en su estudio, que se prolongará hasta finales del 2020. La prioridad, según señala el profesor Onrubia en una nota de la UCLM, es «la conservación del conjunto». Tras permanecer ocultos durante décadas tras varias capas de cal, los graffiti «corren un serio peligro de desaparición por la posibilidad de desplome del edificio».






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