El análisis de una concha de vieira usada para almacenar colorete hace 2.000 años arroja luz sobre los curiosos usos y costumbres de la cosmética de la época
Hace dos décadas, las labores de adecuación y construcción de una nueva nave industrial en Mérida, dejaron al descubierto un excepcional hallazgo: una área funeraria datada en el I d. con varias tumbas, incineraciones e inhumaciones, así como parte de la cimentación de una edificación de época romana que se encontraba en la antigua capital de la Lusitania, Augusta Emerita.
Una de esas tumbas llamó particularmente la atención por la presencia de los restos cremados de la posible difunta con un interesante depósito funerario. Entre los objetos que se encontraron destacan copas cerámicas, husos de hueso que rememoraban la práctica textil de la difunta, piezas de vidrio (entre las que se destacaban algunos ungüentarios para contener aceites perfumados) o restos de una caja de hueso desmontable.
Pero uno de ellos acaparó todo el protagonismo: un estuche de maquillaje del siglo I d.C. que aún contenía restos del producto almacenado. El hallazgo ha sido analizado por por investigadores del Consorcio de Mérida, la Universidad de Granada (UGR) y el Instituto de Patrimonio Cultural de España y ha sido publicado en el último número de la revista Saguntum.
En el estudio los arqueólogos también apuntan señalan algunas claves en relación con el fenómeno del cuidado femenino en época romana, a través de un estudio comparativo de piezas de similar naturaleza localizadas en otros puntos del orbe romano, por lo que han establecido posibles pautas comunes y divergentes en su uso.
Intacto durante miles de años
En la sepultura A6 apareció un «pecten maximus» completo (vulgarmente conocido como vieira) con sus dos valvas selladas por la charnela, por lo que su contenido ha permanecido prácticamente intacto durante más de 2.000 años.
Tras la apertura y limpieza del ejemplar, se pudo documentar un pequeño fragmento de hilo de plata así como una pequeña de conglomerado pulverulento de coloración rosácea. Su análisis confirmó que se trataba de un cosmético, en concreto que estaba compuesta por laca de granza, «rose madder» obtenida a partir del uso del alumbre frío como fijador.
Se trata de un pigmento orgánico introducido en el s. XIV pero que tiene su origen en la antigüedad. Pigmentos hechos de granza se han encontrado en objetos egipcios, persas, griegos y romanos. La receta encontrada en esta tumba es muy similar a la encontrada en dos ungüentarios de la época en Zaragoza, lo que indica que podemos estar ante una pauta regionalo incluso de mayor espectro geográfico, como la fórmula usada en la península Ibérica.
El uso de este soporte malacológico como recipiente de cosméticos es antiquísimo, existen ejemplos en la ciudad sumeria de Ur en el 2500 a.C. con minúsculas conchas que contenían ya pigmentos usados con fines cosméticos.
La utilización de las vieras se centraba en el almacenamiento de productos de consistencia sólida y semisólida, sobre todo, ante el coste y el difícil acceso del soporte estrella, el alabastro, reclutado casi en exclusividad en las canteras de Naukratis en Egipto. Las clases más pudiente, por el contrario, usaban cajas (pyxis) que emulaban tipológicamente las conchas pero en soportes más lujosos caso del ámbar o en metales preciosos.
El uso de estas píxides cosméticas con forma malacológica y el sexo de la mujer, han sugerido un juego metafórico sexual desde tiempos prehistóricos, según indican en el estudio. La concha, por su morfología, al tener dos valvas, presenta amplios paralelos con la forma del sexo femenino. Además, existe todo un sinfín de pasajes mitológicos en los que la concha adquiere fuerte significación con los ciclos reproductores.
La morfología de las vieiras, por otra parte presentaba una serie de ventajas funcionales, ya que en la parte cóncava se procedía a la disolución y preparado de los cosméticos, mientras que la parte plana actuaba de cierre.
Usos y costumbres
De acuerdo con estos especialistas, los productos y tratamientos cosméticos en la Antigüedad fueron un campo del cuidado corporal muy extendido, teniendo un papel de vital importancia en la conformación de la imagen femenina y existe una larga nómina de productos que inundaron los mercados de la época. Sin embargo, como no es de extrañar debido a sus elevados costes, eran unos pocos los privilegiados que los usaron.
En la época, los productos de belleza también se dividían en dos grandes grupos, uno destinado a frenar o mitigar el paso de la edad (kosmêtikon), y otro, a embellecer y generar facciones artificiales (kommôtikon).
Como ejemplo de esto último, señala el estudio un polvo que era cristal triturado, de color gris-azul que se usaba para hacer resplandecer la cara. También se usaba antimonio o stibium /tizne para las cejas y pestañas que se aplicaba con un delgado «stick» impregnado en aceite y/o agua.
Todos estos productos eran de costosa adquisición y, desde muy pronto, hubo leyes que penalizaban las copias e imitaciones de estos lujosos artículos llegados desde oriente, tal y como se reproduce en las leyes de Solón. Esto, sin embargo, no impidió la aparición de una especie de «marcas blancas», «líneas» de productos con precios más económicos y asequibles para el pueblo denominados por «docenales».
Junto a todo ello, existían remedios para mitigar determinadas imperfecciones, desde manchas, pecas o cicatrices y algunos de estos remedios eran elaborados por los propios interesados.
Otros cuidados muy solicitados eran los depilatorios, como remarcan las conclusiones del análisis. Existía tal interés por ellos que había personas dedicadas exclusivamente a ello (alipibus). Algunos hombres también se depilaban, como César y Augusto, que usaban una cáscara de nuez ardiendo. Estos cuidados también se llevaban a cabo con pinzas o bien a partir de cremas depilatorias.
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