domingo, 5 de marzo de 2017

Las Líneas de Sajama, el Nazca boliviano


Así como en Perú las Líneas de Nazca han pasado de ser un mero monumento arqueológico para convertirse en un importante atractivo turístico complementario de Cuzco o Machu Picchu y dinamizador económico de la región, sus homólogas bolivianas todavía permanecen en un semianonimato incapaz de acercarse al poder de sugestión del Salar de Uyuni, el lago Titicaca o cualquier otro de los rincones de ese bello país andino. Porque, en efecto, en Bolivía hay algo parecido a lo de Nazca: las Líneas de Sajama.
Se trata de una densa red de geoglifos que se extiende por una enorme superficie quince veces mayor que la peruana: 22.525 kilómetros cuadrados del altiplano, en el extremo occidental nacional, en las inmediaciones del Nevado Sajama que le da nombre. 
El Sajama, techo del país con 6.542 metros de altitud, es un estratovolcán extinguido que se yergue en el departamento de Oruro, a centenar y medio de kilómetros de La Paz. La diferencia fundamental de sus líneas con las de Nazca está en que parte de éstas forman dibujos que ya se han hecho populares, como las que representan animales (mono, araña, colibrí…) o incluso una figura antropomorfa, junto a otras muchas estrictamente geométricas y rectas; en cambio, las bolivianas se enmarcan exclusivamente en ese último tipo. 
Hay miles y si se sumara su longitud total rondaría los 16.000 kilómetros, el triple que la distancia entre las costas Este y Oeste de EEUU.
Cada línea constituye una especie de camino de un ancho entre 1 y 3 metros, siendo las más largas de unos 20 kilómetros. La técnica de construcción es similar a la de Nazca: eliminando la vegetación (se trata de una zona boscosa) y raspando la oscura superficie del suelo -básicamente roca oxidada- para dejar expuesta la siguiente capa, de un tono más claro. Las irregularidades del terreno y los obstáculos naturales propios de la orografía de esa zona se unen a la falta de perspectiva para dificultar la observación del desarrollo lineal, pero desde el aire o desde algunas montañas del entorno se obtienen vistas claras e impresionantes.
El pueblo responsable de esa magna obra fue el aymara, que se supone realizó las obras hace tres milenios si bien actualmente hay una población escasa. Sin embargo, las Líneas de Sajama estuvieron en el anonimato hasta que Aimé Félix Tschiffely, un viajero suizo nacionalizado argentino, hizo la primera referencia en su libro Paseo de Tschiffely, publicado en 1932 y en el que narraba el periplo que protagonizó a caballo desde Buenos Aires hasta Nueva York entre 1925 y 1928. 
Curiosamente quien primero estudió el lugar fue otro suizo, el antropólogo y etnólogo Alfred Métraux, que en 1939 se hallaba trabajando en Bolivia con una beca de la Fundación Guggenheim; su labor fue limitada por el escaso tiempo de estancia, aunque décadas después volvería a Sudamérica para centrar su interés en aymaras, chipayas y quechuas.
Es decir, las Líneas de Sajama continuaron en un segundo plano del que no han salido todavía, a pesar de que se han ido sucediendo otras investigaciones: en los años setenta el cineasta Tony Morrison rodó un documental y escribió algunos libros sobre el tema, siendo el primero en sugerir la relación de las líneas con las cumbres de los alrededores integrando una especie de complejo de peregrinación
La teoría de algunos investigadores bolivianos se orienta a relacionar parte de las líneas con necrópolis prehispanas, mientras otros expertos lo hacen con importantes centros espirituales sudamericanos (Tihuanaco, Isla del Sol…) o les confieren un significado astronómico. 
Hace unos años se llevó a cabo un nuevo estudio denominado Tierra Sajama Project, fruto de la colaboración entre la Universidad de Pensilvania y la Fundación Landmarks (una entidad neoyorquina sin ánimo de lucro dedicada a la conservación de lugares sagrados de todo el mundo). Utilizando la más moderna tecnología, como el sistema por satélite SIG y otros medios cartográficos digitales, levantaron un mapa tridimensional del conjunto de líneas y otras estructuras asociadas con vistas no sólo a intentar ampliar la información de manera que se obtuviera una visión de conjunto, sino también a favorecer su adecuada protección de cara a una posible y probable explotación turística sin riesgo en un futuro, elaborando un plan de gestión para preservarlas de problemas tanto naturales (erosión, degradación) como humanos (vandalismo, masificación). El proyecto incluía una base de datos bastante completa, referentes a vegetación, orografía circundante, poblaciones, huacas, etc.
Gracias al Tierra Sajama Project algunos científicos consideran que las líneas convergen en puntos concretos (o parten de ellos) en grupos que van de tres a una decena lo que, combinado con otros factores (como las asociaciones antes indicadas), lleva a pensar que su construcción tenía un motivo espiritual o religioso. El trabajo estadounidense, no obstante, fue duramente criticado e incluso rechazado en su parte histórica por arqueólogos profesionales al considerarlo superficial (los autores se defendieron diciendo que la prensa lo había magnificado). 
De hecho, muchos atribuyen a parte de las líneas un origen más reciente, probablemente colonial, como meras vías de comunicación. Entretanto, hoy los aymara siguen usándolas simplemente así, como caminos para desplazarse; ellos los llaman ceques. Y es que el que podría considerarse como sitio arqueológico más grande de los Andes aún se muestra esquivo y todavía guarda muchos de sus secretos.





Fuentes: Tierra Sajama (Universidad de Pensilvania) / The Sacred Landscape of the Inca. The Cusco Ceque System (Brian S. Bauer) / Relatos apócrifos. La otra historia no contada (Carlos Enrique Casero Garcia) / Wikipedia.
articulo publicado en...http://www.labrujulaverde.com/2017/02/las-lineas-de-sajama-el-nazca-boliviano

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