viernes, 30 de septiembre de 2016

El retorno de los gatos: magia y oscuridad (2ª parte)

Portada - Derecha, sarcófago del gato del príncipe Tutmosis. El nombre de este gato era Ta-miu. (CC BY 2.0), Izquierda: ‘¡Cuidado con el gato!’ (Flickr/CC BY 2.0).
Los gatos llevan 9.000 años haciendo compañía al ser humano. Salimos de las cuevas, y ya estaban ahí con nosotros. Desde entonces, los gatos han sido inmortalizados en numerosas obras de arte: pintados en frescos, esculpidos en piedra, tallados en madera, fundidos en plata y recubiertos de oro, y alabados con palabras en la literatura.
Cabe preguntarse, ¿por qué los gatos están tan presentes en nuestras manifestaciones culturales? Después de todo, estamos hablando de un animal pequeño y discreto con cuatro patas y una cola escuálida. Una pequeña mascota que se subió al Arca de Noé a la sombra del majestuoso león… pero esa es otra historia.

El lado oscuro

Con todos estos conceptos culturales y reverenciales relacionados con los gatos, debemos reconocer asimismo el lado oscuro de su mitología. Como criaturas duales —desde el primer atisbo de fascinación por los gatos por parte de los humanos— ha existido siempre este aspecto siniestro y no tan adorable de los gatos.
San Patricio, como es sabido, expulsó a los gatos de Irlanda, pero no fue el primero en hacer algo así. En la época de la Inquisición, los gatos eran cualquier cosa menos populares. A menudo eran quemados junto con sus familiares, las brujas. De este modo, los pobres animales y las desventuradas wiccanas acababan siendo pasto de las llamas.
“Poción amorosa”, óleo de Evelyn De Morgan: una bruja con un gato negro a sus pies como animal familiar. (Public Domain)
“Poción amorosa”, óleo de Evelyn De Morgan: una bruja con un gato negro a sus pies como animal familiar. (Public Domain)
Así pues, ¿qué hicieron los amantes de los gatos durante los trescientos años que siguieron? Gracias a su incansable imaginación, crearon de nuevo al gato.
Gato de Kazán, arte popular ruso del siglo XVIII (Public Domain)
Gato de Kazán, arte popular ruso del siglo XVIII 
Estos gatos simbólicos adoptaron muchos nombres diferentes: Kabouterje, Colfy y Goblin son solo algunos de ellos. Eran animales antropomorfos, seres capaces de cambiar de forma cuya identidad estaba a mitad de camino entre lo humano y lo felino. En ciertos mitos nórdicos, Goblin era un inteligente hombrecillo que podía además transformarse en gato. Posiblemente no fuera un gato en absoluto, sino más bien una persona fea y de baja estatura que habría habitado en establos, pozos, jardines y cuevas. Sí, e incluso en buhardillas y desvanes: también ahí este pequeño y travieso hombrecillo-gato establecía su residencia.
El bakeneko (“Gato transformado”) japonés es un yōkai, un tipo de criatura mágica. (Public Domain)
El bakeneko (“Gato transformado”) japonés es un yōkai, un tipo de criatura mágica. 
Históricamente, el goblin aún persiste una literatura, y sus nombres son innumerables. Los holandeses llaman a esta aviesa criatura Kabouterje. Los franceses, Gobelin. Los alemanes, Kobald. Los rusos, Colfy, los galeses Coblyn y los ingleses Goblin. En España es conocido generalmente como Duende o Trasgo.

El retorno de los gatos

En cierto momento de la historia, los abrasadores fuegos de la Inquisición se apagaron y el gato regresó, como dice la vieja canción popular; nos referimos a los gatos de verdad. Había llegado la hora de que el Goblin, un suplente de lujo, se marchara. ¿Y quién le abriría la puerta para que se fuera? Quién sino su equivalente felino, el Gato.

En los países escandinavos, el gato casero encargado de cuidar del hogar y espantar a los duendes era conocido como smierragatto. Vigilaba el pan, la mantequilla, la leche y el queso. Su lugar favorito para dormir era el horno. En Finlandia, el smierragatto vivía en lo alto de las vigas y traía buena suerte a todo aquél que le presentara sus respetos. A cambio, este hacendoso gato realizaba tareas domésticas.
Ilustración de “El gato y los ratones”, edición alemana de las fábulas de Esopo publicada en 1501. (Public Domain)
Ilustración de “El gato y los ratones”, edición alemana de las fábulas de Esopo publicada en 1501. 
Tengamos presente que éste era un gato de carne y hueso, aunque atrapado en las mágicas redes del mito. Cuando construían una nueva casa, los finlandeses siempre se aseguraban de llevar consigo una palada de cenizas: una ofrenda para el smierragatto. Como todo el mundo sabe, a los gatos les encanta hacer sus necesidades en las cenizas.
Aunque el símbolo del buen gato casero se fortaleció y extendió por toda Europa, Goblin, en el pasado un buen tipo, se volvió irascible. De este modo, surgieron muchos relatos en los que el buen gato doméstico protector del hogar se enfrentaba al malvado Goblin.  

Nueve vidas

En Francia el gato protector del hogar era conocido como matagot. Éste era el gato mágico del Mediodía francés que traía buena suerte a todo aquél que le diera de comer. En la península de Bretaña, en el noroeste de Francia, este felino providencial no era conocido como ‘gato casero’, sino más bien como ‘gato del dinero’. Famoso por sus nueve vidas, este gato era capaz de servir a nueve propietarios a un tiempo.
Gato descansando sobre un cojín junto a un imán en El Cairo. (Public Domain)
Gato descansando sobre un cojín junto a un imán en El Cairo. 
La referencia a la buena suerte y el número nueve no es casual. De hecho, la más antigua mención de este tipo nos remite a Mahoma y su gata Muezza. Un día, durmiendo Muezza sobre una de las mangas de Mahoma, el profeta se levantó para marcharse, pero en lugar de despertar a Muezza, se cortó la manga para no molestarla. Después de hacerlo, acarició en tres ocasiones el lomo de Muezza a lo largo. Este mito explica por qué los gatos siempre caen de pie: es gracias a la bendición de Mahoma. Los estudiosos de la mitología afirman asimismo que este relato explica cómo tres veces tres caricias dan como resultado nueve vidas. De este modo, la manga del profeta se convirtió en el don de la longevidad para todos los gatos del mundo.
El gato sagrado y de larga vida es asimismo otro mito universal. El gato de los templos japoneses, llamado en ocasiones gato de kimono, tiene un punto oscuro: el obi, la faja que ciñe el kimono. Hace mucho tiemo, estos gatos eran llevados a los monasterios y dejados allí por ser considerados animales benéficos. Esta adorable tradición continúa aún en nuestros días en Japón, independientemente de las características o el color del pelo del gato.

Desde el punto de vista de la raza, el gato de kimono prototípico era el japonés de cola recortada (‘Bobtail’). Cuando este gato era de colores negro, rojo y blanco, era llamado mi-ke, expresión que significa ‘tricolor’. En la pintura, la escultura y los amuletos japoneses, el gato mi-ke (carey) aparece sentado mirando al frente con una pata alzada en un magnánimo gesto de buena voluntad.
Gata Bobtail japonesa de ojos azules. (CC BY-SA 3.0)
Gata Bobtail japonesa de ojos azules.
En la mitología, como en la vida, todo acaba llegando a su destino, pero quizás no a su final. De modo que al poner fin aquí a este artículo, vamos a echar un último vistazo a una imagen lo más relajada posible: la de un gato durmiendo. Como ocurre con la Tierra, las armoniosas líneas del felino fluyen desde la punta de su nariz hasta la de su cola. En el arte sumi-e, una técnica pictórica japonesa similar a la acuarela, el gato enroscado es representado mediante un solo trazo que simboliza el mar circular, la luna redonda, el universo entero en reposo.
Gato durmiendo (CC BY-NC-SA 2.0)
Gato durmiendo










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