jueves, 21 de julio de 2016

La leyenda nativa americana del Gigante Durmiente y la codicia del Hombre Blanco

Portada - Sleeping Giant (‘Gigante Durmiente’) (CC BY-SA 3.0), nativos americanos Ojibwe danzando en la nieve, ilustración de George Catlin (Public Domain)
No hace mucho tiempo, una tribu nativa americana conocida como los Ojibwa recorría la región de los Grandes Lagos, entre los Estados Unidos y Canadá. Eran muy queridos por el poderoso dios Nanabozho, a quien complacía mucho su naturaleza industriosa y su noble carácter. Pero corrían tiempos difíciles. El Hombre Blanco había llegado y estaba destruyendo lentamente el modo de vida Ojibwa con su agua de fuego y sus enfermedades. Nanabozho vio entonces una forma de ayudar a los pacíficos Ojibwa, pero les advirtió que si su generosidad era revelada al Hombre Blanco, transformaría su don en una maldición y se desvanecería entre las piedras.
El Gran Espíritu de las Aguas Profundas, Nanabozho, condujo al jefe Ojibwa de la mano y le mostró un estrecho túnel en la zona norte-noroeste de Thunder Bay, en lo que hoy es la provincia canadiense de Ontario. Allí, el jefe descubrió una inmensa mina de plata. Rápidamente, llamó al resto de la tribu para que se reunieran con él y, tras dar gracias a Nanabozho y rendirle culto, empezaron a extraer el mineral. Muy pronto, los Ojibwa fueron famosos entre los indios algonquinos por su fina artesanía y sus ornamentos de plata. Nanabozho era más querido que nunca por la tribu Ojibwa, y también por el resto de tribus algonquinas.

La envidia de los Sioux

Sin embargo, no todo el mundo estaba contento de admirar la bendición recibida por la noble tribu Ojibwa. Los guerreros Sioux sintieron una envidia creciente de los ornamentos de plata que lucían sus enemigos. Por esta causa, siguiendo la pista de la mina de plata, cayeron sobre el campamento Ojibwa. Intentaron todo lo que estuvo en su mano para arrancarles a los hombres de la tribu Ojibwa cuál era el origen oculto de aquella plata. Asaltaron el campamento, torturando y asesinando a los Ojibwa para conseguir que les confesaran la secreta localización de la mina. Pero a pesar de todo, los leales Ojibwa jamás revelaron el secreto de la generosidad de Nanabozho.
Miembros de la tribu de los Sioux (Public Domain)
Miembros de la tribu de los Sioux (Public Domain)
Al darse cuenta de que su tosca táctica no daba resultado, los Sioux decidieron intentarlo de otro modo. Los astutos jefes Sioux disfrazaron a uno de sus más hábiles exploradores como a un miembro de la tribu Ojibwa y le ayudaron a introducirse en su campamento sin ser visto. Una vez allí, el explorador Sioux observó y escuchó. Muy pronto, conocía la secreta localización de la mina, y rápidamente fue a contarles a sus jefes su descubrimiento.

Sin embargo, cuando volvía a su poblado, el explorador Sioux cometió el grave error de parar en un puesto comercial para comprar algo de comida. Sin nada con que pagar, ofreció uno de los pedazos de plata que había robado a los Ojibwa como prueba de su descubrimiento de la mina. Los comerciantes blancos abrieron sus ojos como platos ante la visión de una plata tan pura. Como si sus mentes fueran una, los hombres blancos se abalanzaron sobre el explorador Sioux a fin de descubrir de donde procedía aquel valioso mineral.

La ambición del Hombre Blanco

A diferencia de los Sioux, el Hombre Blanco es  muy taimado y sutil a la hora de persuadir a alguien. Los comerciantes ni siquiera mencionaron la plata ni se mostraron sorprendidos de que un simple explorador estuviera en posesión de tales riquezas. Por el contrario, se ofrecieron a invitar al explorador Sioux a una bebida. Y luego a otra, y otra, y otra, hasta que el agua de fuego le soltó la lengua. Solo entonces los astutos comerciantes blancos supieron dónde había conseguido el sioux una plata tan bella. El ingenuo explorador accedió finalmente a mostrarles la mina.
Pero Nanabozho es uno de los más poderosos dioses del panteón algonquino. No hay nada que escape a su conocimiento. El dios había visto al explorador Sioux infiltrarse en el campamento Ojibwa sin ser visto, y decidió dejar que los acontecimientos siguieran su curso. Sin embargo, cuando vio al explorador cada vez más borracho del licor del Hombre Blanco y revelándoles el secreto del origen de la plata, Nanabozho supo que debía intervenir.

La ira de Nanabozho

Mientras el explorador Sioux y los dos comerciantes blancos se encaminaban hacia Thunder Bay, Nanabozho invocó una poderosa tormenta. Los vientos aullaban, se desataron lluvias torrenciales y las olas del Lago Superior alcanzaron la altura de las montañas. Los indios algonquinos que vivían a orillas del lago estaban aterrados, ya que eran conscientes de que una tormenta como ésta solo podía ser obra de un dios furioso.
Nanabozho entre las aguas (Ilustración de R. C. Armour, de su libro ‘Cuentos de hadas, folklore y leyendas de los indios norteamericanos’, editado en 1905 (Public Domain)
Nanabozho entre las aguas (Ilustración de R. C. Armour, de su libro ‘Cuentos de hadas, folklore y leyendas de los indios norteamericanos’, editado en 1905
Cuando el tiempo finalmente se calmó, los dos comerciantes blancos habían muerto y el explorador Sioux se encontraba acurrucado en su canoa, balbuceando como un poseso. Además, donde hubo en el pasado una amplia entrada a la bahía, ahora había una formación rocosa de gran tamaño bloqueándola. Era Nanabozho, tumbado boca arriba para cerrar la bahía, con sus brazos cuidadosamente cruzados sobre su pecho. El dios se había desvanecido, justo como había predicho que ocurriría si algún día el Hombre Blanco conocía la existencia de la mina de plata. La propia mina quedó sumergida, pisada por Nanabozho. Los Ojibwa, capaces de leer las señales, abandonaron sus trabajos en plata y dieron gracias a Nanabozho por el tiempo durante el cual habían tenido acceso a la mina.

Vista aérea de Sleeping Giant (el ‘Gigante Durmiente’) (CC BY-SA 3.0)
Vista aérea de Sleeping Giant (el ‘Gigante Durmiente’) 
Pero a pesar de todo, el Hombre Blanco no obedece a esta restricción. Loco de codicia, sigue buscando a día de hoy la manera de extraer el precioso mineral de la bahía. Aun así, quien intenta adentrarse en los pozos mineros enseguida se encuentra con el peligro de inundación en el túnel por la filtración de las aguas de las mareas. Muchos han muerto en el intento. Incluso los esfuerzos más recientes por bombear agua de los pozos para drenarlos han fracasado. No se ha conseguido extraer ni un gramo de plata del Islote de la Plata del Sleeping Giant (‘Gigante Durmiente’) desde la furiosa tormenta desatada por Nanabozho.






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