sábado, 7 de diciembre de 2013
Oráculos. Cuando el pasado nos advierte del futuro
A través de los siglos el hombre ha mostrado un inusitado interés por conocer lo que le deparaba el futuro. En la antigüedad, los encargados de vaticinar el porvenir eran los sacerdotes y pitias que interpretaban las respuestas de los oráculos. Algunos tan célebres como el de Delfos o el de Siwa permanecieron ocultos a los ojos de los hombres durante siglos. Excavaciones posteriores permitieron redescubrirlos y conocer qué misterios se ocultaban entre sus ruinas.Viajamos hasta estos enclaves sagrados de tiempos pretéritos
Conocer el designio de los dioses y de las estrellas. Ese ha sido uno de los principales anhelos del hombre desde tiempos inmemoriales. Adivinar el futuro, conocer qué nos deparará esa rara avis llamada destino. En un tiempo de pitonisas, adivinos bronceados y programas televisivos de tarot -por suerte a horas intempestivas-, son pocos los que se preguntan sobre el origen y el verdadero significado de la adivinación y cómo el hombre recurrió a esta práctica -en la que se daban la mano el ingenio del adivino y supuestas fuerzas ocultas- para sacar provecho de ella.
En la antigüedad fueron casi todos los pueblos que hicieron uso de la adivinación -griegos, romanos, caldeos, babilonios, hebreos, fenicios...- a través de unos lugares, o personajes, destinados exclusivamente al vaticinio de lo que estaba porvenir: los oráculos. Dispersos por numerosos rincones del mundo antiguo, estos enclaves mágicos fueron centro de peregrinaje de miles de personas de toda condición y eran consultados también por grandes mandatarios como el emperador romano Adriano o Alejandro Magno. A través de ellos pretendían cerciorarse de que los hados estaban de su parte, o, por el contrario, de que no lo estaban, una información que, aunque ambigua, podría ser muy útil a la hora de orquestar una operación política o emprender una batalla contra los enemigos.
Oráculos como el de Delfos, el de Dodona o el del oasis de Siwa, en Egipto, forman parte del imaginario colectivo, centros de saber de tiempos pretéritos en los que se adivinaba el porvenir mediante oscuras artes de difícil comprensión para el hombre moderno, lugares muy alejados de la intencionalidad con la que hoy cualquiera armado de una bola de cristal, incienso de colores, un sombrero hortera y una línea telefónica puede "leer" el futuro, desvirtuando artes milenarias como la quiromancia o el Tarot y aconsejar al más incauto el rumbo que debe tomar su desdichada vida.
Pero, ¿en qué consistían esos oráculos? ¿Qué había de cierto en las artes que desempeñaban los sacerdotes y pitonisas que estaban a su cuidado? ¿Existió fraude? ¿Se adivinaba realmente el futuro? Cuestiones de difícil respuesta que abordaremos a continuación en un viaje por una época que duerme el sueño del olvido, sepultada bajo las toneladas de escombros que ha ido dejando sobre ella el paso inexorable del tiempo, pero que, una vez desenterrada, revela el esplendor de unos siglos en los que el hombre creyó a pies juntillas que era capaz de aventurar el porvenir y, por tanto, hace más llevadero -al menos si los augurios eran favorables- el siempre incierto momento presente.
Éfira, el oráculo de los muertos
Iniciamos nuestro periplo por uno de los más celebres -y tétricos- oráculos de la antigüedad: el de Éfira, conocido popularmente como "el oráculo de los muertos". En 1958, el arqueólogo experto en la Grecia clásica Sotoris Dakaris, situó el lug^r histórico donde supuestamente se levantaba el oráculo, basándose en textos clásicos de Hornero y Heródoto. Según el autor de la Ilíada, "la oscura morada del Hades" se situaría en "los bosques consagrados a Perséfone", donde crecen "elevados álamos y estériles sauces", y donde "el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo tributario de la laguna Estigia, llevan sus aguas al Aqueronte". El mito y la realidad se confundían; una descripción topográfica que parecía corresponderse con un lugar real. Al parecer, donde aún hoy el Piriflegetón desemboca en el Cocito y este se vierte en el Aqueronte, corresponde con los restos de Éfira. Allí, si hacemos caso de los textos clásicos, se hallaría la entrada al hades, al infierno de los griegos. Sea como fuere, Dakaris se personó en el lugar, donde se hallaban los restos de una pequeña iglesia bizantina situada al lado de un cementerio y comenzó a excavar con el permiso de la Sociedad Arqueológica de Grecia, que aceptó correr con los gastos. Entre 1958 y 1964, Dakaris exhumó todo un cementerio, colocó una losa de hormigón armado debajo de la pequeña iglesia bizantina y la socavó sin da-
ñar la capilla. En 1970 continuó con las excavaciones y dejó al descubierto un rectángulo de 62 por 46 metros que se correspondía -al menos para el arqueólogo sin duda alguna- al oráculo de Éfira.
Siguiendo relatos como el de la Odisea, el milenario oráculo presentaba un aspecto confuso: largos pasillos en cuyas paredes se abrían puertas estrechas que conducían a habitaciones minúsculas, corredores que en cualquier momento cambiaban de dirección, como para confundir al visitante, pasadizos laberínticos que conducían a las habitaciones de un santuario central sobre el que en la actualidad se levantaba la iglesia... Dakaris descubrió un foso de dos metros de profundidad en el que los arqueólogos hallaron los restos de cuatro ventrudas vasijas de barro de al menos un diámetro cada una que estaban destinadas, en tiempos pretéritos, a contener los sacrificios con los que el consultante del oráculo debía pagar para que se realizase su deseo. Algp similar a lo que le ocurría a Odiseo en el relato clásico y que da un indicio de que Hornero debió de conocer el oráculo de Éfira y los siniestros cultos que allí oficiaban sus sacerdotes.
Un lugar que todavía hoy, a pesar de la ruindad, sigue manteniendo un aura siniestra. En la entrada, aquel que quena consultar el oráculo dejaba los sacrificios que ofrecía y también debía pronunciar la pregunta que quena plantear al difunto, pues en este enclave eran los difuntos los que "hablaban", de ahí que sea conocido como el oráculo de los muertos.
Delante de la entrada se hallaban las viviendas de los sacerdotes y de las personas que acudían al lugar. Una vez que el consultante -en ocasiones pasado cierto tiempo- conseguía entrar, permanecería sin ver la luz del sol nada menos que veintinueve días, sin excepción, confiándose ciegamente a la guía de un sacerdote, sin saber qué era lo que le esperaba en el interior del lúgubre recinto.
Conduciendo y casi empujando al visitante, el sacerdote recoma con este un oscuro pasillo mientras murmuraba sin interrupción extrañas oraciones y letanías. A la izquierda del pasillo, en una estancia de apenas 20 m2, el consultante pasaba los primeros días como si fueran una única e interminable noche. Al parecer, los consultantes del oráculo recibían todo lo necesario para entraren un estado que favoreciera el trance, una especie de sueño oratorio, pues Dakaris y su equipo hallaron montones de negruzcos pedazos de hachís en el interior de las estancias.
El sueño oratorio era conocido por los babilonios, los egipcios y por supuesto los griegos, y Heródoto cuenta que los zasa-mones tenían también el don de la profecía: se instalaban junto a la tumba de sus antepasados para dormir allí y recibir en sueños la revelación del futuro. Asimismo, también el sueño formaba parte del culto a Isis y Serapis y,según Diodoro, tenía efectos de tipo curativo.
Volviendo al oráculo, los actos mágicos, las misteriosas oraciones y los relatos sugestivos sobre las almas de los difuntos que proferían los sacerdotes convertían al consultante del oráculo, despojado de su voluntad según Philip Vandenberg, en un instrumento de los religiosos, lo que hacía que estuviera predispuesto a interpretar sueños y a ver apariciones que casi con seguridad eran inexistentes.
Tras varios días entre la vigilia y el sueño, en trance, se presentaba el sacerdote iluminado con una antorcha, semejante a una aparición, blanco como se creía era el alma de los muertos, murmurando en voz muy baja, casi imperceptible y pidiendo al visitante que le siguiera, dándole una piedra y ordenándole que, una vez llegado al largo corredor, la arrojara hacia atrás en un gesto que alejaría de su persona todo mal. Piedras que han sido halladas por los arqueólogos en grandes cantidades y que demuestran la veracidad del relato. En un extremo del corredor se hallaba una habitación, aún más pequeña que la primera, donde el consultante proseguía con su interminable letargo.
Al final del corredor, a la derecha, se hallaba un laberinto que Dakaris también encontró. Llegado a este punto, el consultante, que aún no había perdido por completo el sentido de la orientación, olvidaría por completo cuanto había dejado atrás. Diminutos cuartos que estaban cerrados con puertas guarnecidas de hierro que no se abrían hasta que la anterior no había sido cerrada en medio de un ambiente asfixiante que bien podría recordara los relatos sobre el hades. Los sacerdotes le habían avisado de que, cuando hubiese atravesado el último umbral, hallaría bajo sus pies la hirviente morada del dios de los muertos, Hades, y de Perséfone, su esposa. Se hallaba ante el mismísimo reino de las sombras.Entonces, en el suelo se abría un agujero del tamaño de un sillar, donde el consultante debía verter la sangre de los animales sacrificados que llevaba consigo en un jarro. Las almas de los muertos debían bebería para recobrar su conciencia y así poder revelar el futuro a aquel que les había hecho una pregunta.
El "Hades" medía apenas 15 metros de largo y Sotoris Dakaris había conseguido sacarlo a la luz tras más de 2.000 años sin que ningún ser humano hubiese pisado su suelo sagrado. Aterrado, casi sumido en el delirio e incapaz de distinguir entre el sueño y la realidad, el consultante, tras verter la sangre del sacrificio, esperaba casi desvanecido el momento culmen: la aparición del "muerto" que estaba deseando ver y que le aportaría luz sobre su futuro. Ya habían pasado los veintinueve días de rigor, y los sacerdotes proyectaban, con el humo y las antorchas, siluetas fantasmagóricas en las paredes de la sala, mientras continuaban con su interminable cántico.
De repente, se podía oír un gemido y un crujido, mientras sonidos inhumanos llenaban la estancia. En el extremo opuesto colgaba del techo un enorme calderón de cuyo borde sobresalía una mano... después podía verse otra y por último la cabeza, un rostro pálido y una figura extrañamente inhumana que acababa manteniéndose de pie dentro del caldero. Para el consultante no podía ser otro que el difunto. La aparición comenzaba a moverse y hablaba con palabras mesuradas, mientras una balaustrada impedía al visitante acercarse más a la aparición. Una vez dada la respuesta -que no siempre se ajustaba a los deseos del consultante- se escuchaba un gran estruendo y el caldero volvía a ponerse en marcha, se elevaba hacia el techo y desaparecía en medio de una densa nube de humo, mientas el canto monótono de los sacerdotes se iba extinguiendo, las antorchas se apagaban y la estancia quedaba en completo silencio.
Entonces, el visitante era cogido del brazo y trasladado a lo largo de las pequeñas estancias y los corredores hasta un pequeño cuarto destinado al último tratamiento al que debía ser sometido y donde era expuesto a los procesos de purificación obligatorios después de haber "contactado" con los muertos. Para Dakaris todo era real, incluso la aparición, pero se debía a una ingeniosa escenificación de los sacerdotes del oráculo, un papel que es posible que interpretaran los mismos religiosos, temerosos de que un actor pudiera delatar el fraude. Durante el tiempo que el consultante permanecía incomunicado y en trance, los sacerdotes parece ser que sutilmente obtenían de él la información precisa para que después el alma de los "difuntos" pudiera darle una respuesta adecuada.
Siwa y el culto a Amón
Se conservan innumerables respuestas de los oráculos de la antigüedad, algunas de cuyas profecías han llegado a hacer historia, hasta el punto de que algunos de los hombres más poderosos de la historia llegaron a basar sus decisiones en las sentencias de los oráculos, como siglos más tarde reyes y príncipes se basarían en los horóscopos trazados por los astrólogos y en las predicciones de sus magos para tomar decisiones de índole política y militar -ver ENIGMAS 206-. En la era helenística la creencia en los milagros estaba muy arraigada, pero sena una constante a lo largo de la historia, al menos hasta que la ciencia tal y como hoy la conocemos hizo su aparición. Aún así, son muchos todavía los que creen en vaticinios milenarios, baste recordar lo que ha sucedido hace apenas unos meses con la supuesta profecía maya y el una y otra vez mancillado 2012.
Hemos hecho referencia a que grandes líderes del mundo antiguo consultaron a los oráculos, en cuyas sentencias creían sin titubeos. Uno de los más célebres fue precisamente Alejandro Magno. El macedonio, que obtuvo uno de los mayores imperios conocidos, viajó precisamente hasta el oasis de Siwa, en Egipto, para consultar de primera mano su celebérrimo oráculo, en un lugar en el que algunos investigadores sitúan la propia tumba, aún no encontrada, del rey heleno.
El oráculo de Siwa se hizo mundialmente famoso en el año 450 a.C. por una profecía que afectaba directamente a Cimón, hijo de Milcíades, uno de los políticos y militares más importantes de Atenas, quien envió una delegación al Oráculo deAmón, en el oasis de Siwa, mientras asediaba con su flota la costa de Chipre. Mientras los delegados escuchaban la ambigua respuesta del oráculo, el mandatario mona, lo que fue interpretado como una señal de gran poder profético, noticia que rápidamente se extendió portoda Grecia, haciendo que Siwa se convirtiera en competencia directa de los de Dodona y Delfos. A partir de ese momento, enviados de muchos países emprendieron el duro camino a través del desierto libio, ofreciendo valiosos presentes y sacrificios, con la intención de que Amón les predijera su futuro.
Pero lo que ha hecho que Siwa y su oráculo pasaran a la posteridad fue el interés que uno de los grandes militares de la historia, Alejandro Magno, mostró en él, y las supuestos vaticinios que este le ofreció cuando acudió a su consulta. Alejandro, que fue educado desde los trece años en la rica cultura griega nada menos que por Aristóteles, era un ferviente creyente, algo que le habían inculcado en la corte de su padre, Filipo de Macedonia, en cuyo reinado, como en el de su hijo, desempeñaron un importante papel los sueños proféticos y los vaticinios oraculares.
Al parecer, tanto Filipo como su esposa, la hermosa Olimpia, habían tenido un extraño sueño de tipo profético antes del nacimiento de Alejandro. Un buen día, el rey envió a su hombre de confianza Querón a consultar el significado de sus sueños al oráculo de Delfos y la respuesta que al parecer le dio la Pitia es que ofreciera sacri-
ficios a Amón y que venerara a este sobre todos los dioses, lo que quizá provocara que Alejandro decidiera hacer una breve visita al oasis de Siwa. Asesinado su padre, en el 336 a.C., con apenas veinte años, pretendía hacerse con la hegemonía sobre Grecia y conquistar nada menos que el poderoso imperio persa. Antes de emprender esta campaña, el joven Alejandro viajó personalmente a Delfos, pero la Pitia ignoró sus preguntas.
Los oráculos persiguieron al mandatario macedonio durante toda su vida. En el invierno de 334-333 a.C., mientras realizaba un viaje de camino a Egipto conquistando una a una todas las ciudades del Asia Menor, en Gordio tuvo lugar el episodio del nudo gordiano; según una profecía oracular, aquel que fuera capaz de deshacer el enorme nudo que sujetaba el timón del carro de Gordias -padre de Midas y fundador de la ciudad-, conquistaría toda Asia. Un nudo casi imposible de deshacer debido al caos de fibras del nudo que mantenía juntos el yugo y el timón. Alejandro no se lo pensó dos veces, desembainó su espada y cortó de un tajo el enorme nudo. La fuerte tormenta de rayos y truenos que azotó la noche siguiente Gordio fue interpretada por este como la aprobación de Zeus, y por ello se proclamó rey de Asia.
Parece ser que fue hacia el 331 a.C. cuando el Magno decidió acudir personalmente al santuario oracular de Amón, en el desierto libio, empresa harto peligrosa teniendo en cuenta que el rey persa Daño había reorganizado su ejército y pretendía contraatacar tras la derrota de Iso. Pero a Alejandro le apremiaba más saber lo que tenía que decir el oráculo. Una vez allí, en medio de una festiva procesión, el macedonio fue conducido por los jardines del templo, mientras planteaba al sumo sacerdote la siguiente pregunta en presencia de sus hombres: "¿Ha escapado de su castigo alguno de los asesinos de mi padre?", a lo que el sacerdote respondió que "Filipo ha quedado totalmente desagraviado". Después, Alejandro quiso saber si el dios le concedería el honor de convertirse en "rey de todos los pueblos", y la respuesta fue afirmativa. Magno ofreció valiosas ofrendas a Amón y en otra ocasión volvió solo al templo. Tanto la pregunta como la respuesta que recibió continúan siendo un enigma histórico. Según Plutarco, se llevó el secreto a la tumba, pues mona el año 323 a.C. en Babilonia.
Lo que sí es seguro es que después de su segunda consulta al oráculo de Amón, Alejandro estaba cada vez más seguro de su ascendencia divina y llegó a comunicar a un amigo que su deseo era ser enterrado cerca del templo de Amón, en Siwa, aunque parece ser que su deseo no se cumplió; ante el temor de los saqueos en el desierto, Ptolomeo I, general de los ejércitos de Alejandro y posterior mandatario de Egipto, erigió un mausoleo monumental en Alejandría, aunque todavía son muchos los que creen que el cuerpo del gran general permanece escondido en algún lugar desconocido del oasis. Como otros secretos de la historia, permanece oculto por la arena del desierto.
Si con ahínco se buscó la tumba de Alejandro -y se continúa haciendo- la aventura de hallar los restos del oráculo de Amón tras 2.000 años sepultado en el olvido fue una auténtica odisea. Aventureros y arqueólogos de varios países intentaron devolver a la historia un enclave que había sido decisivo en el devenir de la antigüedad. La tarea no era fácil. No era exactamente Siwa el lugar que visitó el Magno, sino uno que se encuentra a unos tres kilómetros, conocido actualmente como Aghurmi. Los investigadores se basaron principalmente en las descripciones realizadas por el historiador griego del siglo I a.C. Diodoro para emplazar el lugar.
El primero en interesarse por el oráculo tras muchos siglos fue el inglés W. G. Browne, que se mezcló con los mamelucos comerciantes para poder llegar hasta Siwa en 1792. Entonces, si los árabes descubrían que eras cristiano -como en su caso-, solo te esperaba la pena de muerte por haberte adentrado en sus territorios sagrados. Aunque no estaba del todo seguro de haber hallado el oráculo, las noticias que trajo del desierto llamaron la atención de la LondonAfricanAssociation, un distinguido club que pretendía explorare! continente negro, y de uno de sus miembros, el alemán Friedrich Konrad Hornemann, que llegó a tener una recomendación del mismísimo Napoleón, a punto de emprender su campaña en Egipto. Hornemann se vistió de musulmán y partió de El Cairo con una caravana de peregrinos. Al cabo de dieciséis días de viaje, el 21 de septiembre de 1798, llego a Siwa, y se dedicó a tomar notas y hacer esbozos de todo lo que veía, arriesgando incluso su propia vida, que salvó al haber decidido llevar un Corán en su equipaje.
Más tarde, Hornemann envió sus anotaciones por correo marítimo a Inglaterra, donde fueron publicadas en 1802, sin que su autor pudiese verlas, pues había muerto un año antes en Nigeria. Solo en 1853 el escritor James Hamilton volvió a estudiar con criterio científico el lugar, pero el primer arqueólogo que entró en el antiguo oráculo de Amón fue el alemán Georg Seindorff, que en el invierno de 1899 emprendió junto con el barón Curtvon Grünau una expedición arqueológica al lugar: los muros antiguos del enclave habían quedado irreconocibles por las casas modernas que se les habían adosado. Las rocas calcáreas de Aghurmi se elevan de 20 a 25 metros sobre el nivel del oasis, que mide 120 metros de Este a Oeste y 80 metros de Norte a Sur, donde se erigía, majestuoso, el oráculo, aunque el tamaño no se correspondía con su fama, pues apenas medía, al parecer, 20 metros de largo por 10 de ancho.
En tiempos de Alejandro, el mismo se componía únicamente de una antesala que comunicaba con una estancia principal, en la que se encontraba la celda oracular, separada de esta estancia, y de una habitación cuadrada, al lado derecho de la celda oracular. Como señala Philip Vandenberg en el trabajo citado, "parece increíble que detrás de esta sencilla fachada, en apenas veinte metros cuadrados, ocurrieran cosas que han hecho cambiar la historia del mundo".
Dodona, el oráculo
de la madre naturaleza
Junto a Delfos, el oráculo de Dodona sena el más célebre de la antigüedad. Dodona es un lugar que se halla a 80 km al este de la isla de Corfú, en la región de Epiro, cerca de la frontera de Grecia y Albania. Fue un santuario dedicado al dios Zeus y a la Diosa Madre, la naturaleza.
Una de las más valiosas descripciones que poseen los arqueólogos del milenario oráculo fue la dejada por Heródoto: "Las sacerdotisas de los dodonienses cuentan que deTebas, en Egipto, partieron dos palomas negras; una viajó hasta Libia, y la otra hasta ellas; una vez allí, la paloma se posó sobre un roble, y con voz humana articuló que el destino quena que se estableciera en aquel lugar un oráculo de Júpiter; los dodonienses, mirándola como una mensajera de los dioses, obedecieron de inmediato. Cuentan también que la paloma que voló hasta Libia ordenó a los libios construir el oráculo de Amón, que es también un oráculo de Júpiter. Esto es lo que me dijeron las sacerdotisas de los dodonienses, de las cuales la más vieja se llamaba Preumenia, la siguientejimarete, y la más joven, Nicandra. Su relato fue confirmado por el resto de dodoneos, ministros del templo".
Fue así como surgió el culto al "Gran Roble", un árbol sagrado al que se rendía culto en honor de Zeus Naios -Zeus residente- y Dione Naia, su contrapartida femenina. En el siglo V a.C. las sacerdotisas señan tomadas por adivinas y conocidas como las Sellas. El propio Hornero hablaría del oráculo de Dodona en la ///acia hasta en dos ocasiones, otra de las fuentes de la que han bebido los historiadores.
Al parecer, las Sellas vaticinaban el futuro de diversas formas: interpretando la caída de las hojas del roble sagrado, el ruido causado por uno o varios recipientes de bronce y puede que también el vuelo de las aves -lo que se conoce como orni-tomancia-, en este caso de las palomas. En el siglo IV a.C. el ateniense Demón ofreció una tradición paralela sobre el oráculo: afirmaba que el santuario estaba delimitado por un cerco de calderos de bronce que estaban dispuestos en trípodes y que, cuando el viento los golpeaba, el sonido que emitían por medio de una cadena era el que debía ser interpretado por las sacerdotisas.
Por su parte, Hornero apuntaba que, en relación con el simbolismo de los árboles y el roble sagrado del santuario, los sacerdotes y sacerdotisas de Dodona no podían lavarse los pies y debían dormir en el suelo. Algunos cronistas apuntan que en los primeros tiempos, el oráculo ordenaba a los consultantes sacrificar una víctima al río Aqueloo cada vez que debía contestar una pregunta.
La historia del santuario guarda numerosos enigmas, y la arqueología no ha podido datar con exactitud su origen. En fecha reciente se han encontrado restos de la época micénica, de alrededor del siglo XV a.C. El culto al Zeus Dodoniano llegaría a Epiro con lostesprotos en el conocido como periodo Heládico reciente, en torno al 1200 a.C., aunque parece ser que existía un culto anterior dedicado a la diosa clónica prehelénica de la fertilidad y la abundancia relacionada con las raíces sagradas del "Gran Roble".
Hasta el siglo VI a.C., el santuario gozaba de gran renombre y fue consultado regularmente por los atenienses, que enviaban a su consulta una embajada anual. Incluso Creso, rey de Lidia, consultaba a los célebres oráculos si debía declarar o no la guerra a los persas, como harían otros mandatarios de manera habitual. Plutarco cuenta cómo Agesilao II (444-360 a.C.), rey de Esparta, preguntó al oráculo sobre si sería oportuno lanzar una gran ofensiva contra los persas, mientras que los espartanos viajaron también a Dodona para que les realizaran un vaticinio antes de la batalla de Leuctra contraTebas, en el 371. Las consultas parece que se hacían en laminillas de plomo de las que se han hallado bastantes ejemplares en las excavaciones.
Después, Delfos suplantaría progresivamente a este como sede principal de los oráculos del mundo heleno y en torno al siglo IV a.C. el santuario parecía haberse reducido a un simple templo en torno al Roble Sagrado, hasta que recuperaría su máximo esplendor gracias al mandato de Pirro -célebre por las guerras que emprendió- en Epiro, entre el 297 y el 272 a.C., quien reconstruiría casi todos los edificios de Dodona, convirtiéndolo en una especie de santuario nacional de Epiro: reconstruyó el templo de Zeus, el de Heracles y el deTemis, que ganaron en espacio y también los edificios cívicos: el Bouleuteríón y el Pritaneo, además de ordenar construir el teatro para acoger espectáculos dramáticos y musicales que servían como acompañamiento de la fiesta de los Naia en honor de la tríada constituida por Zeus, Dione y Temis y que en época romana sería reconvertido en circo.
Tras la repentina muerte de Pirro en Argos en el 272 a.C., se produciría el rápido declive del enclave sacro, que sería sa-
queado en diferentes épocas y de nuevo reconstruido. Se sabe que el emperador romano Adriano visitó el oráculo hacia el año 132 de nuestra era, al igual que el geógrafo e historiador griego Pausanias poco tiempo después. El santuario sería destruido en el año 218 a.C. durante la guerra con los etolios, aunque los arqueólogos creen que volvió a ser restaurada. Un misterio que sigue sin aclararse.
Delfos, el centro oracular
del mundo antiguo
Si hay un oráculo que haya traspasado la barrera de los siglos, consiguiendo una celebridad casi tan grande en la actualidad como la que tuvo en tiempos helénicos, ese es sin duda el de Delfos, el misterioso ombligo del mundo, que llegó a ser el centro religioso de los griegos.
Su descubrimiento fue harto dificultoso, pues apenas quedaba rastro del oráculo y su enorme complejo arqueológico. El redescubrimiento de Delfos se produjo trece siglos después de que la Pitia pronunciase la última sentencia oracular. En la primavera de 1676, el científico inglés George Wheeler y el investigador francés Jacques Spon, desembarcaron en la bahía de Itea, teniendo como única referencia las descripciones de los viajes de Pausanias, redactadas casi mil quinientos años antes. La primera noche, que pasaron en Anfisa, el tabernero del lugar les habló de unas antiguas ruinas sobre las que entonces se elevaba el pueblo de Kastri. Una vez allí, bajando la montaña, en el desfiladero de Papadia, se encontraba un pequeño monasterio. El suelo de la iglesia estaba cubierto de antiguas piedras talladas, en algunas de las cuales se podían apreciar caracteres del alfabeto griego.
Wheeler consiguió descifrar seis letras: D-E-L-F-O-I... se hallaban ante lo que antiguamente había sido el mayor oráculo conocido. Sin embargo, a pesar del descubrimiento, no se realizaron excavaciones.
Pasados dos siglos y siguiendo la pista de los pioneros, en 1840 el arqueólogo alemán Karl Otfried Müller excavó en el lugar y descubrió entre las casas del poblado una parte del gran muro poligonal del recinto del santuario. Empezaron entonces los tratos para trasladar la población de Kastri y en 1881 hubo una convención entre el gobierno griego y el francés, muy interesado en los hallazgos, para expropiar, trasladar y reconstruir el nuevo emplazamiento, la actual Delfí. Los ciudadanos se quedaron sin su antiguo hogar pero la humanidad redescubrió uno de los enclaves más fascinantes del mundo antiguo gracias a una gran actividad arqueológica dirigida por el jefe de la Escuela Francesa de Arqueología de Atenas, Théophile Homolle, que desenterró parte de las viejas edificaciones y encontró numerosos tesoros y monumentos que hoy forman parte del museo de Delfos.
Yendo a lo que nos interesa, cómo era el santuario en la antigüedad y qué ritos se practicaban allí, el oráculo se trataba de un gran recinto sagrado dedicado principalmente al dios Apolo, aunque también se rendía culto a Atenea Pronaia y durante el siglo V a.C. a Asclepio. El templo de Apolo, en el centro del enclave, era el más imponente y relevante y a él acudían los griegos para preguntar a los dioses sobre cuestiones relevantes, para que les vaticinara el futuro. Estaba situado en el emplazamiento de lo que fue la antigua ciudad de Delfos, al pie del monte Parnaso, consagrado al propio dios y a las musas, en medio de las montañas de la Fócida.
La Pitia o Pitonisa era un personaje fundamental en el funcionamiento del oráculo. Se sabe que la elección de este personaje se hacía sin distinción de clases, aunque a la candidata se le pedía que su vida y costumbres hubiesen sido irreprochables. El nombramiento era vitalicio e implicaba vivir para siempre en el santuario. Aunque la Pitia era una, en los momentos de mayor auge del oráculo fue necesario nombrar hasta tres para poder atender las numerosas consultas que se realizaban a los dioses.
Los consultantes se entrevistaban un día antes del oráculo con la Pitia, y este se celebraba un día al mes, concretamente el día siete, que se consideraba fecha del nacimiento de Apolo. Los consultantes, de todo el escalafón social, desde reyes a personas pobres, debían en primer lugar ofrecer un sacrificio en el altar situado delante del templo, después pagar las tasas correspondientes y por último presentarse ante la Pitia y realizar sus consultas -al parecer de forma oral-.
Aunque el ritual permanece rodeado de sombras, gracias a los autores clásicos sabemos que la Pitia se sentaba en un trípode situado en el aditon, al fondo del templo de Apolo Pitio. Lo más sorprendente de Delfos es el gran número de "aciertos" que tuvo el oráculo y que lo hicieron famoso no solo en su tiempo, sino muchos siglos después de su desaparición. Se sabe que la Pitia entraba en trance, y según autores cristianos que pretendían desacreditar la creencia en este reducto del paganismo, lo que la hacía penetrar en un estado de embriaguez y desesperación "con grandes tiritonas, desgreñada y arrojando espuma por la boca" eran unos gases tóxicos que emanaban de una grieta que se hallaba en el trípode sobre el que se sentaba, esto "unido a la masticación de hojas de laurel", según recogieron autores como Orígenes o San Juan Crisóstomo. Sin embargo, hasta el día de hoy no se ha podido demostrar que aquello fuera realmente así y que los "vaticinios" de la sacerdotisa se debieran a un estado alterado de conciencia que pretendía engañar a los consultantes.
Una de las más célebres respuestas -y supuesto acierto- del oráculo de Delfos fue la dada a Creso (560-546 a.C.), último rey de Lidia, quien, según Heródoto y Cicerón, envió una consulta al oráculo antes de decidirse a invadir el imperio persa; el monarca quería saber si era un momento propicio para iniciar la ofensiva. El oráculo parece que le dijo: "Creso, si cruzas el río Halys -que se halla en la frontera en Lidia y Persia-, destruirás un gran imperio". El soberano lidio interpretó que era una respuesta favorable a la invasión, creyendo que ese "gran imperio" que caería sería el de los persas, pero se equivocó: el oráculo se refería al suyo, y Lidia pasó a manos de los enemigos. Las respuestas de los oráculos, no solo en Delfos, solían ser ambiguas y había que interpretarlas en el sentido adecuado.
En cuanto al nombre de la Pitia, que pasó a ser conocida umversalmente como la Sibila, la tradición cuenta que así se llamaba la primera de las pitonisas que rea-
lizó sus servicios en Delfos, por lo que el nombre se generalizó y pasó a ser nominativo de esta profesión -célebre fue también la llamada Sibila de Cumas-; se creía que las sibilas procedían de Asia y fueron las que sustituyeron a las primeras Pitias.
Ya hemos apuntado que el primero que recogía información sobre cómo era en la antigüedad el recinto sagrado fue Pausanias, en el siglo II a.C., descripciones confirmadas por las excavaciones arqueológicas. No obstante, Pausanias estaba muy influido por las leyendas locales y la mitología, y recogió en sus escritos que los tres primeros templos del complejo fueron construidos uno con laurel, otro con cera de abeja mezclada con plumas y el tercero de bronce.
Al parecer, una cerca sagrada cuyo nombre era períbola rodeaba todo el santuario. En la esquina sur oriental del complejo comenzaba la vía sacra, que, serpenteando, conducían hacia la cima de la montaña dejando a sus lados pequeñas edificaciones conocidas como tesoros, pequeñas capillas donde se guardaban los ricos exvotos y donaciones de los consultantes -existían distintos complejos, como el llamado "Tesoro de Siracusa", el Tesoro deTebas", el 'Tesoro de los Atenienses"...-; el consultante también pasaba por delante del estadio y diversos monumentos de gran valor, muchos de ellos donados por los grandes mandatarios que enunciaron sus preguntas al oráculo.
En la terraza que se extendía justo delante delTemplo de Apolo, se hallaba el altar de los sacrificios. En el enclave sacro se encontraba uno de los espacios más importantes para la cultura helénica: el ón-falos, el ombligo del mundo, una piedra en forma de medio huevo -hallada durante las excavaciones cerca del Templo de Apolo-, que simbolizaba el centro, el lugar donde empezaría la creación del mundo. Según la leyenda, en tiempos inmemoriales Zeus mandó volar a dos águilas desde dos puntos opuestos del Universo, y estas, finalmente, se encontraron en el lugar donde se levantaba el ónfalos, al que rendían culto todos los griegos que visitaban el oráculo.
El declive del conjunto comenzó en el siglo I a.C. y continuó hasta el siglo III de nuestra era, perdiendo prestigio y consultantes, aunque los emperadores romanos
continuaron manteniendo una regular correspondencia con el oráculo. Como hiciera Alejandro con Siwa, el emperador Adriano también visitó Delfos, y en el lugar ordenó levantar una espectacular estatua en honor de su favorito Antínoo, quien había muerto ahogado en el Nilo en extrañas circunstancias. Después, el enclave fue siendo paulatinamente destruido por las inclemencias del tiempo y saqueado. En el siglo III, godos, bastamos y hérulos destruyeron algunas estatuas y el resto se vino abajo tras el edicto del emperador romano Teodosio, con el que este, que había abrazado con fervor el cristianismo, pretendía acabar con todos los ídolos del paganismo. El magnífico oráculo de Delfos, que en su día había sido centro de peregrinación y el núcleo del mundo clásico en el arte de la adivinación del futuro, cesó su actividad el año 390, dejando enterrados numerosos secretos acerca de la actividad de sus sibilas, de las respuestas que, como Dodona o Siwa, había dado a grandes gobernantes, y un misterio que, a día de hoy, continúa siendo tan profundo como el propio designio de lo que nos espera a cada uno de nosotros.
por Óscar Herradón
Revista Enigmas Nº 207. Febrero de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.