jueves, 14 de noviembre de 2013
Olmecas, ¿supervivientes de la Atlántida?
La civilización olmeca se desarrolló en el período denominado Preclásico Inferior y Medio, que abarca desde el 1500 a.C. hasta el 100 d.C. El nombre de olmecas, que significa “habitantes del País del Hule”, les fue adjudicado en 1929 y se refiere a la cultura desarrollada en el sur de Veracruz y el norte de Tabasco, en el territorio de la actual República Mexicana, pero en realidad no conocemos ni el nombre que se daban a sí mismos ni su lengua, ya que sus escasos testimonios escritos no han podido ser descifrados. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que todas las culturas clásicas de Mesoamérica tuvieron sus raíces en tan enigmática civilización. Este pueblo misterioso alcanzó un notable grado de desarrollo, totalmente incomprensible si tenemos en cuenta que no se sabe nada de sus orígenes. Es probable que conocieran la domesticación del perro y del pavo y que iniciaran la apicultura; practicaban la antropofagia ritual y probablemente extraían de un sapo marino, abundante en el golfo de México, una sustancia de propiedades alucinógenas. Esta práctica era compartida por brujos y chamanes de las islas cercanas al continente, como Cuba o La Española.
¿Influencias extraterrestres?
Según historiadores, arqueólogos y antropólogos como Alfonso Caso y Miguel Covarrubias, los conocimientos de los olmecas resultan realmente sorprendentes, lo que ha desatado la imaginación y las conjeturas de investigadores heterodoxos como el Dr. Óscar Padilla Lara, para quien “la única explicación razonable para comprender el desarrollo cultural y tecnológico de los olmecas, que después heredarían los mayas, aztecas y demás culturas mesoamericanas, es el contacto con alguna civilización extraterrestre”. Todavía existen hoy en algunos pueblos centroamericanos extrañas esculturas olmecas que parecen otear pacientemente el firmamento y que, según el Dr. Padilla Lara, estarían aguardando el regreso de los dioses venidos del cielo…
La región denominada “área metropolitana”, “área clímax” o “zona nuclear”, debido a que en ella se encuentran las que fueron posiblemente sus capitales – La Venta, San Lorenzo, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes – se encuentra limitada al oriente por las montañas de los Tuxtlas y por la Sierra Madre del Sur y allí se han producido los más importantes hallazgos arqueológicos. El arte olmeca tiene varias formas típicas como los enormes monolitos que conforman las cabezas colosales, los altares en forma de tronos y las estelas, que narran sucesos históricos. También hay piezas menores como hachas, máscaras de piedra, bustos, bastones de mando de madera o pelotas de hule. Su religión giraba alrededor de deidades sobrenaturales que ostentaban atributos de animales, siendo las representaciones más importantes los jaguares, los cocodrilos y las serpientes, aunque también aparecen insectos, tiburones y peces. En cuanto a su organización política, los olmecas estaban guiados por fuertes gobernantes, cuyos retratos se han plasmado en las cabezas colosales que los han hechos famosos. En la “zona nuclear” antes citada existen un total de 17 cabezas gigantescas: 10 en San Lorenzo, 4 en La Venta, 2 en Tres Zapotes y 1 en Cobata. En el Museo de Antropología de Xalapa se exhiben 7 cabezas procedentes de San Lorenzo. La roca volcánica usada en las tallas de este último lugar proviene de las montañas de los Tuxtlas, a unos 60 kms. al noroeste de San Lorenzo, lo que demuestra que la sociedad olmeca fue capaz de llevar a cabo la titánica empresa de su transporte gracias al sometimiento o a la cooperación de las poblaciones que dominaba. La dificultad de proveerse de estos materiales, o bien la importancia simbólica de los mismos, impulsó a los olmecas a reutilizar las piedras para usarlas en nuevas esculturas, ya que algunas cabezas colosales fueron originalmente altares. En algunas de estas piezas, que pueden pesar más de 10 toneladas, hay detalles interesantes, como el pronunciado estrabismo que se aprecia en los ojos de muchas de ellas. Un defecto visual que constituía, no obstante, el patrón de belleza de numerosas civilizaciones de Mesoamérica.
La meseta de San Lorenzo puede considerarse uno de los trabajos de arquitectura monumental más grandes de Mesoamérica, porque fue modificada a través de un enorme esfuerzo humano plasmado en la construcción de terrazas, cortes y remoción de toneladas de tierra y paredes de contención, que transformaron el terreno natural en un espacio sagrado para los antiguos habitantes. Otro de los elementos más desconcertantes de esta cultura, según los investigadores “oficiales”, es que los olmecas no usaban la rueda y no tenían animales de carga, por lo que el trabajo fue llevado a cabo íntegramente por medio del esfuerzo humano. En realidad, se suele omitir el hecho de que el arqueólogo estadounidense Matthew Stirling encontró en la década de los 40, en el yacimiento de Tres Zapotes, unos juguetes infantiles que consistían en perritos con ruedas. Si estas últimas eran conocidas, lo lógico es pensar que fueron empleadas en la práctica y que no quedaron reservadas sólo para divertir a los niños. La esplendorosa civilización olmeca fue decayendo paulatinamente, sin que sepamos si su ocaso se debió a invasiones de pueblos extranjeros, a revueltas íntimas o a otras razones. San Lorenzo decayó como importante centro regional del Preclásico Inferior alrededor del año 900 a.C. Sin embargo, el enclave no fue totalmente abandonado, ya que existen evidencias de que allí perduró un pequeño núcleo de población durante el Preclásico Medio y Superior. Sin embargo, el final de la cultura olmeca no fue repentino; se produjo más bien como una gradual transformación que acabó entre el 400 y el 100 a.C. A pesar de ello, los olmecas jamás desaparecieron totalmente, ya que su semilla floreció en civilizaciones posteriores del centro y sur del continente americano, influyendo notablemente en su arte, cultura, religión o brujería.
Los dioses jaguares
Observando la construcción, conservación y restauración de los centros religiosos y el gran número de esculturas monumentales y de pequeñas dimensiones que nos han legado, se piensa que el gobierno olmeca era teocrático, es decir, estaba presidido por unos reyes-sacerdotes que se ocupaban de que la religión y la política estuvieran siempre estrechamente entrelazadas. Es posible que, a los ojos del profano, la religión de los olmecas parezca incomprensible y compleja; sin embargo, se puede resumir en la adoración a los dioses-jaguares, representantes de un ancestral culto totémico a los espíritus de la naturaleza, encarnados en este animal que era sagrado para todas las culturas mesoamericanas. Sin embargo, también hay en sus altares y esculturas religiosas algunas figuras de extrañas criaturas y monstruos aberrantes, de seres de estatura desproporcionada cuyo significado todavía no ha sido explicado. Esas representaciones no se limitan a los centros ceremoniales, sino que aparecen reflejadas en todo el arte olmeca, especialmente en objetos y elementos rituales como las hachas para sacrificios. Existe un detalle que a los arqueólogos les resulta inexplicable: el realismo de las esculturas olmecas que, supuestamente, representaban a los monarcas teocráticos más relevantes. De ser así, ¿por qué muchos rostros olmecas tienen esas sospechosas características negroides (nariz achatada, labios gruesos, etc.), si los primeros esclavos negros no llegaron a América hasta el siglo XVI? También hay representaciones de rostros barbados, de nariz aguileña y labios finos, que no se corresponden con ningún tipo racial mesoamericano.
El legado de los chamanes
Si sobre ese aspecto aún no se han puesto de acuerdo los investigadores, existe, en cambio, certeza en cuanto al importantísimo papel que en la sociedad olmeca desempeñaban los brujos o chamanes. Éstos, lujosamente ataviados con pelucas, máscaras, camisas de piel, fajas y cinturones, dirigían en realidad toda aldea o poblado. Todavía hoy, en nuestros viajes por diferentes países centroamericanos, hemos podido constatar la pervivencia de esa importancia social de los chamanes, herederos de la tradición olmeca. Ellos son los únicos que aún conservan el legado de sabiduría de aquella antiquísima civilización que se esfumó de la faz de la Tierra sin haber desvelado el misterio de sus orígenes, su esplendor y su decadencia.
México y Egipto: La conexión Atlante
Lo más desconcertante de la cultura olmeca es, precisamente, todo lo que ignoramos sobre ella. No sabemos cuál era su organización social, ni qué lengua hablaban, ni qué tradiciones tenían sobre su propio origen. Ni siquiera podemos encuadrarlos en un determinado grupo étnico, porque las condiciones climáticas de gran humedad que predominan en el Golfo de México han impedido que se haya encontrado ni un solo esqueleto olmeca. Como señala el investigador y escritor Graham Hancock, “es posible que las misteriosas esculturas que nos han legado y que supuestamente los representan no fueran obra de los olmecas, sino de un pueblo más antiguo y olvidado”. Tal vez algunas de las cabezas gigantescas y otros extraordinarios artefactos que se les atribuyen fueran transmitidos, a modo de reliquias y quizá a lo largo de muchos milenios, “a las culturas que comenzaron a construir los montículos y pirámides de San Lorenzo y La Venta”.
En este último lugar, además de las enigmáticas cabezas de rasgos africanos, algunas de ellas cubiertas con un casco, que intrigan desde hace años a los arqueólogos, pueden verse representaciones de unos hombres altos, de rasgos poco pronunciados y nariz larga, con cabellos lacios, barbas y largas túnicas. Estos individuos, de raza claramente caucásica, sólo podrían haber sido esculpidos a partir de la imagen de un modelo humano, al igual que los tipos negroides. Algunos investigadores mantienen que se trata de navegantes fenicios y de los esclavos negros que éstos habrían recogido en la costa de África Occidental antes de emprender su viaje a través del océano. Hancock, sin embargo, piensa que, aunque es muy probable que los fenicios llegaran a América antes que Colón, no son ellos los protagonistas de las estelas olmecas, en las que no se aprecia ni rastro del estilo artístico fenicio. En cambio, sí existen una serie de sospechosas semejanzas con algunas creaciones egipcias, como la mismísima Esfinge de Gizeh (cuyo rostro vemos en la imagen de la derecha), la explicación podría encontrarse en que tanto el Viejo como el Nuevo Mundo recibieron aportes de una población proveniente de una civilización mucho más antigua y desconocida. Lo cierto es que los mitos americanos y los de los egipcios, mesopotámicos y muchos otros pueblos hablan de “grandes fuegos”, “un gran diluvio”, “el gran frío” y “los tiempos del caos”, unas épocas de tinieblas y de “creación y destrucción de soles” que podrían remitirnos a un período de grandes cataclismos naturales acaecidos, como mínimo, hace 10.000 años. Son historias que podemos encontrar a ambos lados del Atlántico y que, bajo el lenguaje de los mitos, nos hablan del conocimiento de la precesión de los equinoccios que tenían diversas civilizaciones antiguas. Las similitudes existentes entre las culturas de la Centroamérica precolombina y el Antiguo Egipto podrían haber brotado de una “tercera civilización”: la mítica Atlántida, que desapareció como consecuencia de un giro en el eje de nuestro planeta que produjo un brusco desplazamiento de la corteza terrestre. Y el emplazamiento de esta misteriosa civilización pudo haber estado, según Hancock, en el continente antártico, que hace unos 15.000 años tenía zonas septentrionales con un clima mediterráneo subtropical, regadas por grandes ríos que cruzaban planicies y fértiles valles. De allí partieron los supervivientes del cataclismo, que se afincaron en el Valle del Nilo, en las márgenes del Indo, en las orillas del Titicaca, en el Valle de México y en otros puntos del planeta. Y no constituían una unidad racial homogénea, sino que junto a representantes del tipo caucásico habría también individuos negroides que fueron quienes inspiraron tanto las misteriosas cabezas olmecas como el rostro de la Esfinge y de otras esculturas egipcias cuyos tocados reales pueden encontrarse también en tierras mexicanas. En estos elementos civilizadores se basaron las leyendas de los dioses americanos que en algunas ocasiones fueron derrotados por sus propios congéneres o por otros pueblos bárbaros. Lo que es indudable es que “los negros olmecas” no eran esclavos: sus rasgos sugieren autoridad y sabiduría, el mismo conocimiento inescrutable que se desprende de los rasgos de la Esfinge. Es el rostro de una raza remota, la de los antepasados atlantes que nos dejaron un legado imperecedero de sabiduría grabado en las piedras de uno y otro lado del Atlántico.
fuente--http://www.mysteryplanet.com.ar/site/?p=251&page=2
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