Como ya conocemos, la Atlántida fue la primera civilización global. No hubo uno desde por lo tanto, incluido el nuestro, que, a pesar de todos sus intentos de internacionalismo, está fracturado en todas partes.
El historiador griego clásico primitivo, Hesíodo, escribió sobre un oicumeno, o una potencia mundial (de la que deriva nuestra palabra, “ecuménico”) que dominó una Edad de Oro de magnificencia universal y adoración al sol.
Sus impulsores y agitadores fueron constructores de pirámides, que erigieron sus construcciones singulares desde las islas atlánticas hacia el este hasta Egipto y Sumer, y hacia el oeste hasta las Américas.
Pero mucho menos conocidas son las pirámides del monte Kasagi en Japón. Seguramente sean un una declaración sobreviviente de los mismos civilizadores atlantes que vagaron por el mundo. De unos dos metros de altura y unos cuatro metros de ancho en la base, es una obra de arte energica, absolutamente imponente. Quién lo esculpió, cuándo y con qué objetivo, nadie lo conoce.
La campiña montañosa, densamente boscosa y sorprendentemente subpoblada fuera de la gran metrópoli de Nagoya, en el centro-norte de Japón, es poco conocida por los forasteros, inclusive por bastantes japoneses.
Prácticamente oculta en medio de la abundante vida vegetal del suelo del bosque se encuentra una pirámide de roca casi perfectamente simétrica en la falda del monte Kasagi. Ha sido elaborado con precisión a partir de un solo bloque macizo de granito sólido que pesa mas o menos nueve toneladas, si bien la superficie no está adornada con señales de ningún tipo.
No se puede localizar una roca equivalente en las cercanías, por lo que mover el bloque pesado a su ubicación en la falda de una montaña requirió capacidades de transporte a la par con su talla. No solo la densa flora circundante, sino además la posición de la estructura en un valle demuestran que jamás fue pensada para fines astronómicos.
No se han relacionado entierros con este “trígono”, como lo llama el maestro Nobuhiro Yoshida, presidente de la Sociedad de Petroglifos de Japón (Kitakyushu). Es uno de los bastantes sabios japoneses que han estudiado la estructura, si bien su presencia es prácticamente desconocida en Occidente. La tradición popular entre el campesinado local, en cambio, explica una serpiente blanca que habita debajo y en el interior de la pirámide del Monte Kasagi.
En un ritual prehistórico que aun realizan anualmente habitantes piadosos, dejan una ofrenda de huevos como un festín ceremonial para el serpentino genius loci, o “alma del sitio”.
La relación legendaria entre una serpiente sagrada y el simbolismo del huevo no sucede en ningún otro punto de Japón o el resto de Asia. Pero en el otro lado del planeta de Japón en el valle del Nilo se lo conoce como Kneph, la manifestación serpiente de Khnemu.
Su poder de serpiente (Kneph) al parecer la versión egipcia de Benten, la deidad del “trigonon” del monte Kasagi, porque su mito la explica como la Dama de las Serpientes Blancas y cuenta su antigua llegada a Japón desde el mar. Curiosamente, en su santuario de Tokio en Shirorama hay imágenes de roca y bronce de una pirámide, su emblema.
Más que fonéticamente, Benten parece estar vinculado con el Benben, un ave de la vida eterna egipcia semejante al fénix, además asociada con un huevo divino. Benben era el nombre y personificación del piramidiano, incorrectamente referido como una “roca angular” de la Gran Pirámide. Una relación Benten-Benben parece muy proxima para ser circunstancial.
Las comparaciones entre japoneses y egipcios se acercan incluso más cuando nos enteramos de que el ángulo del vértice del “trigonon” —76 grados— es idéntico al de la Gran Pirámide. El piramidiano oscuro no está solo. Diferentes cuatro construcciones de roca cortadas de forma parecido están espaciadas cada 100 metros, tres de ellas forman un patrón triangular en el transcurso de la cresta del monte Kasagi. Su vecindad inmediata es extraordinariamente rica en arte rupestre prehistórico, lo que señala que esta área remota y casi inaccesible era notable para los constructores de pirámides.
Si bien no se han hallado diferentes “trigonons”, una escena que alude a la propia Atlántida se puede localizar en Atami-san. El monte Atami, en la costa noreste de Izuhanto de Japón, la península de Izu (prefectura de Shizuoka ken, Honshu), frente a Sagami-nada (el golfo de Sagami), es un volcán enorme pero extinto, la antigua fuente de la cual la metrópoli de Atami, erigido en el interior del cráter, deriva su nombre.
Casi medio hundido en el mar, Atami-san presenta una apariencia nitidamente atlante. Atami fue un notable centro turístico ya en el siglo V d.C., si bien los descubrimientos neolíticos en el cráter demuestran que el lugar ha sido ocupado desde tiempos prehistóricos más profundos, cuando se originó el nombre. “Atami”, un factible sobreviviente lingüístico de la Atlántida, no posee concepto en el idioma japonés.
Articulo publicado en...https://dmisterio.com/2021/01/08/las-misteriosas-piramides-del-monte-kasagi/
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