Un cráneo enclavado de un guerrero íbero conservado en el Museo Arqueológico Nacional - MAN
Hasta ahora se creía que eran «trofeos bélicos», pero el análisis exhaustivo de los restos hallados en el yacimiento ibérico del Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet demuestra que solo una parte de los cráneos pertenecían a guerreros
Dos investigadoras de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y el Museo de Arqueología de Cataluña han cuestionado en una publicación reciente la teoría de que las cabezas cortadas íberas y ensartadas con clavos eran exclusivamente de guerreros vencidos en la batalla.
El estudio, que ha visto la luz en la revista «Trabajos de prehistoria», ha sido realizado por Eulàlia Subirà, del departamento de Biología Animal, Vegetal y Ecología de la UAB, y Carme Rovira Hortalà, del Museo de Arqueología de Cataluña, ha partido de un análisis exhaustivo de los restos de cráneos enclavados del yacimiento ibérico del Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona), conservados en el MAC.
Las investigadoras recuerdan que los pueblos íberos (siglos VI-II aC) quemaban a sus difuntos y por esta razón «los estudios de antropología física de sus restos son escasos y, como tal, de un gran valor». Los restos analizados fueron encontrados a principios del siglo pasado, a partir de 1904, pero, advierten, «solo habían sido estudiados muy sucintamente hasta ahora».
Subirà y Rovira aseguran que su trabajo aporta «nuevos resultados significativos para caracterizar las poblaciones íberas, conocidas gracias a las fuentes clásicas», y añaden que «el hecho que dos de los cráneos pertenezcan a mujeres y otro corresponda a un joven de solo 15 años cuestiona la teoría que asigna las cabezas enclavadas exclusivamente a guerreros vencidos en la batalla».
Cuando en 1904 se realizaron los primeros hallazgos de cabezas cortadas en el oppidum ibérico de El Puig Castellar de Santa Coloma de Gramenet se interpretaron como «trofeos bélicos». Sin embargo, sostienen las científicas, solo una mínima parte de los mismos había sido dada a conocer sucintamente hasta ahora.
Este estudio presenta los resultados del análisis antropológico basado en su descripción, determinación de edad y sexo, estudio patológico y de marcas. Los resultados amplían el número de individuos inicial de 5 a 12. Hay dos cráneos enclavados, tres con signos de desollamiento y diversos fragmentos craneales y mandibulares con evidencias de lesiones por arma blanca.
Finalmente valoran el tratamiento que sufrieron dichos cráneos para su exhibición aportando nuevos resultados significativos que «contribuyen a caracterizar, desde el punto de vista físico, a las tan desconocidas poblaciones íberas, además de cuestionar la teoría que asigna las cabezas cortadas exclusivamente a guerreros vencidos en batalla sobre la base de episodios del ámbito céltico descritos por las fuentes escritas grecolatinas como Posidonio de Apamea».
Las cabezas de los individuos, señala el estudio, fueron manipuladas muy poco tiempo después de morir para poderlas enclavar y evitar su rotura (separación de la cabeza del resto del cuerpo, levantamiento del cuero cabelludo, tratamiento previo de las partes blandas y el hueso, fijación de la cabeza y perforación).
«Este hecho denota los conocimientos anatómicos de quienes practicaron estas operaciones, que usaron utillaje particular, como pequeños elementos de sujeción y clavos más grandes que los usados en las construcciones de la época».
Una de las principales diferencias encontradas entre las poblaciones íberas de Puig Castellar y Ullastret es la mayor prevalencia de una forma leve de osteoporosis en la cavidad de los ojos entre el primer grupo, que «podría asociarse a déficit nutricional o a algún proceso infeccioso crónico».
La otra, tanto o más importante a juicio de las autoras, es «la mayor diversidad del grupo demográfico en el yacimiento de Santa Coloma, con individuos más jóvenes (hasta 15 años) y presencia femenina, que no aparece en Ullastret». Las dos mujeres identificadas eran adultas: una de ellas, el cráneo más conocido, tenía entre 30 y 40 años cuando murió; y la otra, más joven, tenía entre 17 y 25.
Las dos investigadoras consideran que para entender el significado de las cabezas cortadas en el sur de Europa durante la Segunda Edad del Hierro se requiere implementar «una investigación transversal que combine la antropología física con análisis de laboratorio (ADN, isotópicos, residuos), el estudio de las fuentes y la iconografía».
El trabajo de ambas contribuye a desvelar los rituales vinculados a la violencia en el nordeste de la península ibérica a partir del conjunto osteológico del Puig Castellar, pero la intención es «ir más allá y contribuir al conocimiento de la población ibérica en general», anuncian.
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