Vista general de las excavaciones de Ebla / foto Anton_Ivanov – Shutterstock
En el año 1964 un equipo de arqueólogos de la Universidad de Roma La Sapienza, dirigidos por Paolo Matthiae, comenzaron a excavar en Ebla (actualmente Tell Mardikh), un yacimiento situado a 55 kilómetros al sureste de Alepo, en Siria. Su objetivo era demostrar que Siria había albergado culturas propias en tiempos antiguos.
Con los años se fueron sucediendo los hallazgos: antiguos palacios, estatuas, fragmentos de muebles de madera con incrustaciones de nácar, objetos de plata, joyas egipcias y otros artefactos. En 1968 el descubrimiento de una estatua de la diosa Ishtar permitió identificar el lugar. En la escultura había una inscripción con el nombre Ibbit-Lim, rey de Ebla. Efectivamente, el yacimiento era la antigua ciudad de Ebla, conocida solo hasta ese momento por inscripciones encontradas en los archivos de Mari (descubierta en 1933), que hablaban de una ciudad-estado con ese nombre.
Torso de la estatua de Ibbit-Lim / foto Attar-Aram syria en Wikimedia Commons
Pero el mayor descubrimiento todavía se haría esperar unos años más. Mientras tanto los hallazgos situaban a Ebla como un importante centro comercial y de poder desde el tercero hasta mediados del segundo milenio a.C. comparable a Egipto y Mesopotamia.
Desde su fundación en la temprana Edad del Bronce, alrededor del año 3500 a.C. hasta su destrucción por los hititas hacia 1600 a.C. Ebla floreció creando una gran red comercial que abarcaba todo el norte y este de la actual Siria. Por ella pasaban mercancías procedentes de Sumeria, Chipre, Egipto e incluso de Oriente Medio.
Extensión del área de influencia de Ebla en su apogeo / foto Sémhur en Wikimedia Commons
La ciudad estaba controlada por los comerciantes, que elegían un rey de entre ellos, para que velase por la actividad comercial y la defensa, encargada a mercenarios, y la expansión de las rutas. El rey, que era electivo, estaba controlado por un consejo de ancianos, y su poder limitado por el de la reina, que tenía influencia efectiva tanto en los asuntos de estado como en los religiosos.
Ebla sobrevivió a una primera destrucción hacia el año 2250 a.C. a manos de los acadios, quienes incendiaron la ciudad, arrasando los palacios. Fue abandonada pero recuperó su esplendor cuatro siglos más tarde, entre 1850 y 1650 a.C., con Ibbit-Lim como su primer rey en este nuevo período, y el asentamiento de los amorreos, un pueblo semita de origen nómada. La segunda y definitiva tuvo lugar entre 1650 y 1600 a.C. Esta vez fue el rey hitita Mursili I (o quizá Hattusili I) y Ebla ya nunca se recuperó, quedando desierta y olvidada hasta que los arqueólogos comenzaron las excavaciones más de 3.500 años después.
La antigua Ebla / foto Barlemi74 en Wikimedia Commons
Pero ese incendio de 2250 a.C. fue el que propició precisamente uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la Historia. En 1974 el equipo de Paolo Matthiae encontraba en el denominado Palacio G dos pequeñas salas situadas frente a otra más grande en la que había un estrado elevado. En ellas aparecieron más de 20.000 tablillas de arcilla, muchas de ellas rotas en múltiples fragmentos, con escritura cuneiforme que databan de entre el años 2300 y 2250 a.C.
Las tablillas estaban en el lugar donde cayeron cuando las estanterías de madera que las sostenían se quemaron. Incluso aparecieron algunas de las etiquetas, también de arcilla, que ayudaban a archivarlas ordenadamente en los estantes. El fuego, que había destruido el palacio, había cocido las tablillas conservándolas para la posteridad, y al caer, quedaron ordenadas en el suelo tal y como estaban originalmente en el archivo palacial.
Ruinas del Palacio G de Ebla / foto Marina Milella / DecArch en Wikimedia Commons
Una de las salas almacenaba registros económicos y burocráticos, mientras que en la otra estaban los textos rituales y literarios, muchos de ellos empleados en la enseñanza de los nuevos escribas. El problema era que las tablillas estaban escritas en dos idiomas, unas en sumerio (cuyo desciframiento culminaría Arno Poebel en 1923) y otras en un idioma absolutamente desconocido pero que utilizaba la escritura cuneiforme sumeria como representación fonética.
Estos sumerogramas son caracteres cuneiformes que se usaban para representar sonidos en otros idiomas distintos del sumerio, de modo que quienes los redactaron no necesariamente tenían conocimiento del idioma sumerio. Se trata del primer ejemplo de transcripción fonética conocido (uso de un sistema creado para otro idioma en la representación de sonidos) y por ello marca un punto clave en la historia de la escritura.
Una de las tablillas / foto UCLA
Muchas de las tablillas contenían listas de palabras bilingües, en ambos idiomas, lo que permitió que este idioma desconocido fuera descifrado por Giovanni Pettinato, epigrafista jefe de la expedición, quien se percató de su origen semítico pero anterior al ugarítico y el hebreo. Había descubierto el idioma eblaíta, que en realidad era una lengua franca de los comerciantes hablada en muchos otros lugares de la zona, y no un idioma de habla cotidiana.
Esto, junto con la posición de las tablillas en el momento de ser descubiertas, llevaron a la conclusión de que habían sido originalmente ordenadas en los estantes por temas, con su correspondiente etiqueta. Se colocaban en posición vertical y separadas unas de otras por fragmentos de barro cocido. Además, las tablillas muestran evidencias de clasificación y catalogación para facilitar su recuperación, así como de disposición por forma, tamaño y contenido. Las excavaciones no han encontrado en Mesopotamia prácticas archivísticas tan avanzadas.
Tablillas de Ebla / foto UCLA
La información proporcionada por las tablillas reveló la importancia comercial de la ciudad. En ellas se reflejan los registros económicos e inventarios de las relaciones comerciales de importación y exportación. Una de las curiosidades más significativas de que informan es que se producían varios tipos de cerveza, incluyendo una llamada precisamente Ebla y que podría ser la primera marca de cerveza conocida. Contienen también listas de reyes, ordenanzas, edictos, y tratados diplomáticos con otras ciudades, los más antiguos encontrados hasta el momento.
Uno de estos tratados es el de Ebla-Abarsal, datado hacia el año 2350 a.C. y establecido entre ambas ciudades (Abarsal nunca ha sido encontrada) cercanas. En él se establecen las áreas de influencia de Ebla, se fijan multas y sanciones en caso de incumplimiento y se regula el uso del agua, entre otras cosas.
Otra vista del Palacio G de Ebla / foto dominio público en Wikimedia Commons
Hoy las tablillas, que según Robert Hetzron conforman el mayor archivo conocido de la Edad del Bronce, están repartidas por diversos museos en Alepo, Damasco e Idlib. La mayoría de ellas con su correspondiente transliteración están digitalizadas en Ebla Digital Archives, un proyecto de la Universidad Ca’Foscari de Venecia que se puede consultar online.
No obstante parece que existió una cierta censura del gobierno sirio sobre las tablillas, que tiene que ver con supuestas relaciones encontradas en los textos de Ebla con el marco bíblico del Génesis que Pettinato afirmó haber descubierto: menciones a los patriarcas, Yahvé, Sodoma y Gomorra. Tras la controversia y el conflicto académico suscitado Pettinato se retractó de sus afirmaciones y, según J.J.M.Roberts, fue apartado del comité encargado de la publicación de los textos.
Fuentes: Ebla, una ciudad olvidada (Giovanni Pettinato) / The Semitic Languages (Robert Hetzron) / Cities of the Middle East and North Africa: A Historical Encyclopedia (Michael Dumper, Bruce E.Stanley eds.) / Ebla Digital Archives / The Bible and the Ancient Near East (J.J.M.Roberts) / Wikipedia.
https://terraeantiqvae.com/profiles/blogs/como-los-arqueologos-descubrieron-los-primeros-tratados-diplomati
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