Paradójicamente, la llegada de la vida en nuestro sistema solar habría venido —según interpreta Sitchin— de la mano de un planeta intrusivo que causó un desastre de incalculable magnitud. Hace cerca de 3.900 millones de años, nuestro astro Sol, con su fuerza gravitacional, atrajo a un planeta dentro de nuestro sistema. Un enorme astro de aspecto rojizo que los sumerios llamaban Nibiru, «planeta de cruce», simbolizado como una cruz o también como un globo alado.
Nibiru era un astro que se había formado en el exterior de nuestro sistema, pero que se habría infiltrado en el nuestro, invitado pues por nuestro sol, siguiendo una órbita elíptica, retrógada, en la dirección de las agujas de un reloj. Una vez que la trayectoria de Nibiru se inmiscuyó erráticamente se situó en rumbo de colisión con otro coloso: Tiamat, un planeta acuático que se situaba entre las órbitas de Marte y Júpiter, donde hoy se encuentra el cinturón de asteroides.
Antiguo relieve asirio donde se retrata la titánica lucha entre Marduk (Nibiru) y Tiamat.
Pero no es Nibiru, sino uno de sus satélites, quien acaba chocando contra Tiamat. Después, en una segunda embestida; dos lunas de Nibiru colisionan de nuevo y lo agrietan. Así es descrito en los textos sumerios:
Tiamat estremeció sus raíces, un rugido poderoso emitió; lanzó un hechizo sobre Nibiru, lo envolvió con sus encantos. ¡La suerte entre ellos estaba echada, la batalla era inevitable! Cara a cara se encontraron, Tiamat y Nibiru; avanzaban uno contra otro, se acercaban a la batalla, buscando el singular combate.
El Viento Maligno cargó contra su vientre, se abrió paso en sus entrañas. Sus entrañas aullaban, su cuerpo se dilató, la boca se le abrió. A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un relámpago divino. La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le desgarró la matriz, le partió el corazón. Nibiru contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un cadáver masacrado.
Cuando Nibiru hubo completado su recorrido y regresaba hacia las afueras del sistema solar, pasó cerca de Anshar (Saturno), desviando a uno de sus satélites con su campo gravitatorio y arrastrándolo hacia las afueras, ese satélite era conocido como Gaga; «consejero y emisario de Anshar», nuestro actual Plutón. Así lo describen los textos:
Anshar abrió la boca, a Gaga, su Consejero, una palabra dirigió… Ponte en camino, Gaga, toma tu puesto ante los dioses, y lo que yo te cuente repíteselo a ellos.
3.600 años después—un año nibiruano—, Nibiru regresaba otra vez hacia el sistema solar para cruzarlo nuevamente entre Marte y Júpiter. Así que, en esa segunda incursión, como si de un castigo se tratara, el gigante embistió con su masa al ya tocado Tiamat, esta vez, partiéndolo en dos.
El hemisferio Sur de Tiamat quedó reducido en pequeñas porciones, convirtiéndose en el actual cinturón de asteroides. Los sumerios lo describían como «El Brazalete Repujado», que «dividió las aguas que están debajo del firmamento, de las aguas que están encima del firmamento». Pero, ¿qué significa esto? Lo cierto es que el cinturón de asteroides, efectivamente separa al grupo de los planetas interiores del grupo de los exteriores.
Izquierda: Supuesta órbita de Nibiru. Derecha: Símbolo de Nibiru (sumerios).
Asimismo, el hemisferio Norte de Tiamat, acabó convirtiéndose en nuestro actual planeta Tierra, y su luna, Kingu, quedó atrapada en su campo gravitatorio, como compañero eterno. Esto último explica el tamaño desmesurado de la Luna en comparación con el de la Tierra.
Hasta aquí la historia sobre Nibiru que, como imaginarán, carece de evidencias científicas que la prueben como tal. Además, hemos dejado de lado el hecho que Sitchin afirma que de este planeta provendrían «los dioses creadores de la humanidad», los Anunnaki. Aunque otra interpretación pone a Nibiru como una especie de «vehículo de transporte galáctico», un «planeta de cruce», que estos «dioses» aprovecharían para llegar al sistema solar interno eludiendo los peligros que abundan en la gélida periferia.
No obstante, todo mito tiene algo de realidad en el fondo, así lo probaría la confirmación definitiva de la existencia del Planeta Nueve.
Flechas brillantes
Justamente, el aire apocalíptico que exhala la historia de Nibiru es uno de sus principales lastres a la hora de ser tomada en cuenta —incluso como mito—, pues a menudo es adoptada y tergiversada por gente religiosa obsesionada con el final de los tiempos. Pero… ¿y si la parte de la destrucción también tuviera algo de cierto?
Recordemos una vez más cómo fue el «asesinato» de Tiamat:
A través de la abertura, Nibiru disparó una flecha brillante, un relámpago divino. La flecha le despedazó las entrañas, le hizo pedazos el vientre; le desgarró la matriz, le partió el corazón. Nibiru contempló el cuerpo sin vida, Tiamat era ahora un cadáver masacrado.
Sitchin, como muchos creen, podría haberse equivocado en su interpretación al creer que las «flechas» fueron satélites de Nibiru; después de todo, ¿cómo es posible que un cuerpo celeste «dispare» sus lunas? ¿Y si las «flechas» fueran en realidad cometas empujados por un planeta gigante hacia la órbita de Tiamat y demás planetas internos? Entonces el antiguo texto sumerio cobraría más sentido, además de ser apoyado por teorías científicas contemporáneas.
En 1985, los astrofísicos Daniel Whitmire y John Matese vincularon por primera vez las extinciones masivas de la Tierra con el hipotético Planeta X. Recientemente, y aprovechando el revuelo que se armó en torno al tema, Whitmire —ya retirado—
recordó al mundo su vieja teoría. Según estos astrofísicos, el Planeta X (nombrado «Tyche» por ellos) pasa aproximadamente cada 27 millones de años por el cinturón de Kuiper y empuja a los comentas de la formación hacia el interior del sistema solar. Muchos de estos cometas se desintegran a medida que se acercan al Sol, reduciendo la cantidad de luz que llega a la Tierra, y otros consiguen impactar contra nuestro planeta.
Esta teoría de extinción masiva cíclica, de ser aplicada a Nibiru, significaría que no fue necesario que el coloso ingrese al sistema solar para causar un desastre cósmico, con solo acercarse lo suficiente a la Nube de Oort —una nube esférica en los límites del Sistema Solar llena de rocas heladas y posible fuente de cometas— bastaría para lanzar una mortífera lluvia de «flechas» hacia el interior.
¿Y si Nibiru fuera una estrella?
Ya hablamos de las similitudes entre Nibiru y el Planeta Nueve, pero no de sus diferencias. En primer lugar, el Planeta Nueve, de estar a la distancia que se ha calculado, sería un mundo muy frío, lo que constituye la razón principal por la cual hasta ahora no ha podido ser detectado —su baja temperatura hace que no irradie calor que los científicos puedan visualizar fácilmente, y su distancia a cualquier estrella significa que tampoco es capaz de reflejar mucha luz—. Por el contrario, Nibiru es descrito como de «aspecto rojizo», un color que difícilmente podríamos asociar a un planeta helado, más bien, coincidiría con el aspecto de una estrella, una enana naranja o roja quizás.
En segundo lugar, el Planeta Nueve tendría un tamaño cercano al de Urano o Neptuno, pero bajo ningún aspecto podría ser hasta «4 veces el tamaño de Júpiter» como el supuesto Nibiru. No obstante, esta última estimación bien podría responder por la masa de una estrella.
Lo que sabemos sobre el Planeta Nueve.
Durante años, los científicos han sabido que la estrella que más amenaza a la Tierra es Gliese 710, que en algún momento podría acercarse lo suficiente al sistema solar como para
provocar una lluvia de peligrosos cometas.
Aunque Gliese 710 se encuentra a unos 63 años luz de distancia del sistema solar, su movimiento propio, distancia y velocidad radial —basados en los últimos datos del satélite Hipparcos— indican que Gliese 710 se aproximará a 1,1 años luz (70.000 UA) de la Tierra en los próximos 1,4 millones de años. Cuando esté a la mínima distancia de la Tierra será una estrella de primera magnitud con un brillo comparable al de Antares (α Scorpii).
Cabe destacar que esta estrella, una enana naranja, se encuentra en la constelación de Serpens, la serpiente…
Otro candidato a responder por Nibiru como estrella podría ser un sistema binario estelar conocido como
«estrella de Scholz», compuesto por una enana roja y una enana marrón. La trayectoria de la estrella sugiere que hace 70.000 años pasó aproximadamente a unos 0,8 años luz de nuestro sistema. Esto es astronómicamente cercano; nuestra estrella vecina a menor distancia es Próxima Centauri, a 4,2 años luz.
Actualmente, la estrella de Scholz es una pequeña enana roja, oscura en la constelación de Monoceros, a unos 20 años luz de distancia y alejándose —para regresar alguna vez—. Sin embargo, en el punto más cercano en su paso por el sistema solar, la estrella de Scholz habría sido una estrella de magnitud 10, cerca de 50 veces más débil de lo que normalmente se puede ver a simple vista en la noche. Sin embargo, es activa magnéticamente y puede registrar estallidos que la hagan brevemente miles de veces más brillante. Así que es posible que la estrella de Scholz fuera visible a simple vista por nuestros antepasados hace tan solo 70.000 años.
La nube de Oort (también llamada nube de Öpik-Oort) es una nube esférica de objetos transneptunianos hipotética que se encuentra en los límites del Sistema Solar, casi a un año luz del Sol, y aproximadamente a un cuarto de la distancia a Próxima Centauri, la estrella más cercana a nuestro Sistema Solar.
Conclusión
Por último, el Planeta Nueve tardaría entre 10.000 y 20.000 años terrestres en completar una vuelta al Sol, algo que no coincide para nada con el «año nibiruano» (3.600 años) propuesto por Sitchin, a menos, claro, que este investigador hablara de otro planeta diferente al Planeta Nueve… Total, si pasó desapercibido uno, ¡bien podrían haber pasado desapercibidos dos o tres!
Todo lo expuesto en este artículo nos lleva pensar que el mito de Nibiru —independientemente de que sea o no producto de una mala traducción o interpretación de los antiguos textos sumerios— tiene algo de verdad. Incongruencias en escalas temporales o su asociación con «antiguos dioses que bajaron del cielo a la tierra» no deben distraernos de lo que realmente importa, el hecho que existe un integrante oculto en nuestro sistema solar cuyas proporciones influyeron, influyen y probablemente influirán en el destino de nuestro pequeño vecindario en el vasto Cosmos.
Bibliografía consultada:
- «Los Anunnaki: Creadores de la Humanidad» (1ra Edición) de David Parcerisa.
- Noticias publicadas en Mystery Planet desde el anuncio de la posible existencia del Planeta Nueve.
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