En su obra “La Maldición de Yig“, H.P Lovecraft relaciona a su dios serpiente Yig con la deidad de la mitología americana Quetzalcóatl. Lovecraft era un amante de la mitología y para crear sus misteriosos hombres serpiente seguramente se inspiró en dichos mitos. Tal vez civilizaciones como las de los indios hopi, los indios anasazi, los toltecas, los olmecas, los mayas, unos misteriosos seres barbudos de raza semita, etc… estuvieron relacionados de alguna manera, sea de manera pacífica o de manera violenta. Una civilización desconocida construyó un sistema habitable de subterráneos en el subsuelo americano. Los indios hopi, asentados en el estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, tal vez Mu, recuerdan que sus antepasados fueron instruidos y ayudados por unos seres que se desplazaban en escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas. Muchas otras leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes de comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos por nosotros. Existen diversas hipótesis acerca de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra. Las posibilidades de conectar con este mundo subterráneo aflora en muchas narraciones de los indios del Norte, del Centro y del Sur de América, que han sido recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Los indios hopi afirman que sus antepasados proceden de unas tierras hundidas en un pasado remoto en lo que hoy es el océano Pacífico. Y que quienes les ayudaron en su éxodo hacia el continente Americano fueron unos seres de apariencia humana que dominaban la técnica del vuelo y la de la construcción de túneles e instalaciones subterráneas. Los indios Hopi pertenecen al grupo de antiguos habitantes de la meseta central de los Estados Unidos. Sus costumbres y tradiciones se adentran en lo más profundo de la prehistoria. Pero su tierra natal no es su actual emplazamiento, sino que está situada en un lejano territorio que los Hopi llamaban Kasskara. Allí fueron víctimas de guerras y cataclismos que a punto estuvieron de exterminar a toda su raza.
Kasskara era el nombre de un gran continente situado donde hoy se encuentra el Océano Pacífico. Dice la tradición que América del Sur todavía no existía por hallarse aún bajo las aguas, pero sí había un lugar llamado “País del Este”, tal vez la Atlántida, cuyos habitantes tenían el mismo origen. Y serían aquellos habitantes del Este los primeros en desobedecer las leyes del Creador, Dayowa, entablando guerras contra los pueblos situados aún más al Este. Aquellos belicosos moradores del país del Este también quisieron conquistar Kasskara y utilizaron para ello potentes armas, que recuerdan las que se detallan en el Mahabhárata, texto épico-mitológico de la India.. En el primer mundo los hombres se relacionaban con unos seres “altos, respetados, sabios”, a los que llamaban katchinas. Eran seres visibles, de forma humana, procedentes de un sistema estelar formado por doce planetas y muy alejado de la Tierra. Se desplazaban en lo que los hopi describían como escudos volantes o pájaros tronantes, y dominaban el arte de cortar y transportar enormes bloques de piedra, así como de construir túneles e instalaciones subterráneas, lo que explicaría la gran red de túneles que se han encontrado en toda América. Al ser atacada Kasskara, la tierra tembló bajo el impacto de grandes explosiones, pero los katchinas colocaron un escudo para proteger a unos cuantos elegidos, que seleccionaron para vivir en el siguiente mundo. El País del Este y Kasskara se hundieron bajo las aguas. Los katchinas trasladaron a los elegidos a nuevas tierras, mientras que otros se salvaron a bordo de embarcaciones y hubieron de recorrer gran número de islas. Un día los katchinas les dejaron, regresaron a las estrellas y así terminó el tercer mundo. Los primeros katchinas se estima que llegaron hace unos ochenta mil años y erigieron una ciudad a orillas del lago Titicaca, a la que llamaron Tautoma, “la tocada por el brazo del Sol”, hoy conocida por Tiahuanaco. La cordillera andina se había desnivelado por causa de un cataclismo anterior. La antigua ciudad de Tiahuanaco fue en aquel tiempo un gran puerto de mar y una gran ciudad. Más tarde, por un nuevo cataclismo, Tiahuanaco se vio alzada y luego sumergida, lo que produjo la diáspora. Los hopi descienden de los que se dirigieron hacia el norte y entre sus recuerdos más antiguos está el obstáculo insalvable de una inmensa pared de hielo, que les obligó a retroceder. Seguramente era antes de que finalizase la última era glacial. Diversos clanes decidieron construir una gran ciudad, a la que dieron el nombre de “Ciudad Roja”, que los hopi identifican con la ciudad maya de Palenque.
Para el investigador británico James Churchward ese país de Kasskara era el “país de Mu”. Investigando por todo el mundo acerca del continente perdido de Mu, Churchward llegó a la conclusión de que se habría extendido desde el Norte de las Islas Hawaii, hacia las Islas Fidji y Pascua en el Sur. Probablemente lo más asombroso de todo es el hecho de que los polinesios, que habían estado aislados del resto del mundo por más de 12.000 años, tienen tradiciones idénticas al relato bíblico de la creación. De acuerdo con la tradición hopi, la historia de la Humanidad está dividida en períodos que ellos denominan mundos, los cuales están separados entre sí por terribles catástrofes naturales. El primer mundo sucumbió por el fuego, el segundo por el hielo y el tercero por el agua. Nuestro actual mundo, que es el cuarto según sus profecías, está tocando a su fin, y dará paso a un nuevo mundo en un futuro no muy lejano. En total, la Humanidad deberá recorrer siete periodos o mundos. De los katchinas aprendieron a observar las estrellas, cortar raíces, aplicar leyes y una larga lista más de actividades. Se multiplicaron como pueblo, y de ellos surgieron nuevos clanes y naciones que se extendieron por toda América. Los katchinas ayudaron a los elegidos a trasladarse a nuevas tierras. Este hecho marcó el fin del tercer mundo y el comienzo del cuarto. La población, de acuerdo con el recuerdo tradicional de los hopi, llegó a la nueva tierra por caminos diferentes. Los seleccionados para recorrerla, inspeccionarla y prepararla, fueron llevados allí por aire, a bordo de los escudos volantes de los katchinas. El resto de la población tuvo que salvar la enorme distancia a bordo de barcas. Es preciso aclarar que, desde el primer mundo, los humanos estaban en contacto con los katchinas. Se trataba de seres visibles, de apariencia humana, que nunca fueron tomados por dioses, sino solamente como seres de conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Eran capaces de trasladarse por el aire a velocidades gigantescas, y de aterrizar en cualquier lugar. Dado que se trataba de seres corpóreos, precisaban para estos desplazamientos unos artefactos voladores que recibían diversos nombres. Hoy en día los katchinas ya no existen en la Tierra. Un día los katchinas les dejaron, regresaron a las estrellas y los pueblos olvidaron las enseñanzas de sus maestros. Los hopi, como fieles seguidores de las tradiciones de sus antecesores, continúan esperando el regreso de sus maestros para cuando termine el mundo actual.
A la espera de este ansiado regreso, los hopi han venido fabricando rigurosamente, con el mismo diseño generación tras generación, unas máscaras y muñecos que al igual que sus maestros llaman katchinas. Estos muñecos portan extrañas indumentarias y cascos, así como representaciones de animales con una fuerte connotación simbólica, para resaltar el carácter individual de los verdaderos katchinas, o maestros, a quienes representan. También estos muñecos son una manera idónea para que los niños jueguen, no se asusten y reconozcan a los katchina cuando estos regresen de nuevo. Según los hopi, las primeras señales proféticas para que esto suceda, ya están apareciendo. Tal como hemos indicado, los indios hopi han vivido en el desierto del norte de Arizona durante miles de años. Este paisaje árido era el lugar donde los dioses de los hopi les dirigieron para construir una serie de aldeas formadas por pueblos, lo que hoy llamaríamos complejos de apartamentos de piedra. Aquí los hopi lograron prosperar con sólo el cultivo de maíz, frijol y calabaza, con muy pocas precipitaciones y casi sin riego. Los Hopi construyeron lápidas de piedra. En ellas hay inscripciones alusivas a todo cuanto ocurrirá después de la próxima depuración. Esas lápidas anunciaron a los Hopi que primero llegarían gentes acompañadas de extraños animales tirando de cajas, o tal vez vagonetas, y que más tarde las cajas se moverían por sí solas (probablemente trenes y automóviles). Les dijeron también que se extendería un hilo plateado a través de la tierra. Leyeron también que verían telas de araña en el cielo a través de los cuales la gente podría hablar (seguramente líneas telefónicas), y que llegaría el momento en que el águila caminaría sobre la luna. Cuando el astronauta americano Neil Amstrong bajó de su nave espacial al suelo lunar y dijo: “El águila ha tomado tierra”, se cumplió la profecía Hopi. Predijeron también que llegaría la hora en que dos potencias sacudirían la Tierra por dos veces. El símbolo de una de ellas sería el Sol naciente (Japón), y el de la otra sería el signo de las cuatro direcciones (la esvástica alemana). En los dibujos rupestres de Oraibi, la colonia más antigua de los hopi en Arizona, se ve una mujer sentada en un escudo abombado hacia arriba, y debajo una flecha con plumas que significa “velocidad”.
Al llegar al nuevo continente, los indios se multiplicaron, formaron tribus y se separaron en clanes. Algunos emigraron hacia el norte, entre ellos los antepasados de los hopi, quienes recibieron este nombre al llegar a Oraibi y ser aceptados allí. A su vez los hopi formaron nuevas tribus que se establecieron en la alta montaña y la selva virgen, de forma semejante a los aztecas e incas. La tradición hopi habla de la ciudad Palátquapi (tierra roja) que sus antepasados erigieron en Centroamérica y que figura como centro de las ciencias. Palátquapi tiene un edificio de tres plantas que servía para la enseñanza. Se llega a él por una escalinata en la que cada peldaño equivale a un grado más alto del saber. En la planta baja se aprende la historia de su pueblo, en la primera Historia Natural, incluida la composición de las materias (química) y el respeto a la naturaleza, reverenciada en las ceremonias hopi junto con el poder del ser deifico. Una de las más intrigantes leyendas hopi implica a la Gente Hormiga, que fueron cruciales dos veces para la supervivencia de los hopi. El llamado Primer Mundo fue aparentemente destruido por algún tipo de vulcanismo o por el impacto de un asteroide. El Segundo Mundo fue destruido por los glaciares de la edad de hielo o por una inversión de los polos. Durante estos dos cataclismos, los miembros de la tribu hopi fueron guiados por una nube de extraña forma durante el día y una estrella en movimiento por la noche que los llevó ante el dios del cielo dios llamado Sotuknang, que finalmente los condujo hasta la Gente Hormiga, que escoltó a los Hopi a cuevas subterráneas donde encontraron refugio y sustento. En esta leyenda, la Gente Hormiga es retratada como gente generosa y trabajadora, que alimentaban a los hopi cuando los suministros escaseaban, y les enseñaban las ventajas del almacenamiento de los alimentos. Como sabemos, en invierno las hormigas permanecen en las profundidades de sus pequeñas colinas subterráneas. Estas estructuras son similares en la forma a las kivas Hopi, que son cámaras subterráneas para la oración comunitaria. Casualmente la palabra sánscrita ki significa “hormiguero” y va significa “morada”. Cada febrero los hopi realizan dentro de sus kivas la Danza de los frijoles, llamada Powamu. Durante este tiempo, los fuegos se mantienen ardiendo continuamente, convirtiendo estas estructuras en cálidas casas.
El ritual conmemora un momento en que la Gente Hormiga enseñó a los hopi cómo hacer germinar los granos dentro de las cavernas para poder sobrevivir. Es interesante notar que el dios del cielo babilónico fue llamado Anu. La palabra hopi para “hormiga” es también anu , y la raíz de la palabra hopi naki significa “amigos.” Por lo tanto, los Anu-Naki de los hopi, o “amigos de hormigas”, podrían haber sido los mismos que los sumerios Anunnaki, los seres que una vez llegaron a la Tierra desde los cielos. La Gente Hormiga puede también haber estado en el antiguo Egipto. Akenatón, el faraón de la 18ª dinastía, que gobernó de 1351 a 1334 antes de Cristo, se muestra en algunas representaciones con un cráneo alargado como la forma de la cabeza de una hormiga. Sus ojos almendrados y el cuello son como los de la hormiga, y también la serpiente o el buitre en sus Uraeus asemejan a las mandíbulas de la hormiga. El uræus, o ureus, es una representación de la diosa Uadyet. La imagen del uræus constituyó el emblema protector preferente de muchos faraones, quienes eran los únicos que podían portarlo como atributo distintivo de la realeza. El uræus tenía forma de cobra y, algunas veces, portaba la corona Roja del Bajo Egipto y la corona Blanca del Alto Egipto. La diosa cobra Uadyet, solía figurar junto a la diosa buitre Nejbet, como representantes del Alto y Bajo Egipto. Asimismo, Akenatón tiene brazos y piernas delgados como los de la hormiga, y su parte superior del cuerpo se parece al tórax de la hormiga, mientras que la parte inferior refleja el abdomen de la hormiga. El tipo de cuerpo de Akenatón puede ser comparado específicamente a la Hormiga Faraón (Momomorium pharaonis), que se originó en África occidental. También tiene una cabeza alargada, el cuerpo de un color amarillo a marrón rojizo, y un abdomen más oscuro, con un aguijón. Quizás es más que una coincidencia que la palabra egipcia sahu signifique “estrellas de Orión”, mientras que la palabra hopi sohu significa “estrella”, las más importante de las cuales son las de la constelación de Orión.
Cuenta una leyenda hopi que hace cientos de años tomaron la decisión de escindirse de otro grupo mayor por no aprobar su violencia. Muchos historiadores creen que este pueblo se llamaba Anasazi. La de los anasazi fue una de las primeras culturas de la historia en utilizar viviendas de varias alturas. Aún sin conocer el metal y con grandes limitaciones técnicas, crearon sistemas de riego artificial, poseyeron avanzados estudios astronómicos y construyeron asentamientos que se convirtieron en ciudades. Era una civilización que florecía. El espacio ocupado por los bosques se iba reemplazando paulatinamente por cultivos y construcciones. A medida que el poder de los anasazi, crecía su consumo de recursos. Súbitamente, un mal día se inició un periodo de sequía que los chamanes decidieron apaciguar con rituales y sacrificios. Pero las súplicas nunca fueron escuchadas y las lluvias no llegaron. De la noche a la mañana se encontraron prisioneros dentro de grandes poblaciones. Sin agua ni comida, con los bosques más cercanos a muchos kilómetros de distancia, el paraíso se había transformado en un pedregal tallado en medio del desierto. Agotados los recursos, lo tuvieron que abandonar todo y buscar nuevos caminos, dejando tras de sí un misterioso tesoro arqueológico. Y al diseminarse, como si fuese una torre de Babel americana, nacieron muchos de los pueblos nativos americanos, los mismos indios nómadas que hicieron de la veneración a la madre naturaleza la razón de su existencia. Los anasazi fue un pueblo que desapareció repentinamente en el 1.300 d. C. Tenemos conocimiento sobre los indios anasazi gracias a las construcciones de esta cultura que se conservan. Los anasazi, «ancianos» en idioma navajo, habitaron esta región durante más de mil años y desarrollaron una sofisticada sociedad, una compleja cosmología, extensas relaciones comerciales y grandes habilidades constructivas, pero aún no se sabe por qué en el siglo XIII abandonaron sus ciudades. Esto recuerda al comportamiento de los mayas.
El Parque Nacional de Mesa Verde reúne la mayor concentración de edificios anasazi. Entre ellos destaca el Cliff Palace, con cuatro pisos de altura. Algunas ruinas sólo pueden ser visitadas por pequeños grupos, y otras no son aptas para todo el mundo, ya que los anasazi construían a veces en lugares casi inaccesibles. El suroeste de Estados Unidos es la zona del país donde los distintos grupos de indios americanos han mantenido más su cultura, su lengua, sus tradiciones y su dignidad. Los navajos constituyen el pueblo más numeroso, con más de 250.000 miembros, lo que supone un milagro, teniendo en cuenta que hace 150 años fueron casi exterminados. Su reserva ocupa más de 60.000 kilómetros cuadrados al sur y al este del Gran Cañón. En medio de la reserva se hallan los hopis, con solo10.000 miembros, que poseen una compleja y fascinante cosmología aún viva. Más al sur hay reservas apaches, mientras que en Nuevo México están los indios pueblo, que se consideran descendientes de los anasazi. Mesa Verde, al sudoeste de Colorado, es una tierra de cañones escarpados y elevadas mesetas donde se asientan algunas de las ruinas prehistóricas más impresionantes de los Estados Unidos y uno de los mayores misterios de la arqueología norteamericana. Desde que estos pueblos abandonados fueron descubiertos a finales del siglo XIX, no han dejado de desconcertar a visitantes y arqueólogos. Todavía nadie ha podido explicar por qué los indios anasazi construyeron increíbles asentamientos en cañones escarpados, para luego abandonarlos unas décadas después, para no volver. En realidad no se sabe por qué esta avanzada civilización desapareció de repente. Muchos arqueólogos piensan que los antiguos anasazi tenían un lado oscuro, que se manifestó en forma de matanzas e incluso de canibalismo. Pero no se sabe si estos actos violentos explicarían su traslado a la zona de cañones escarpados. La mayoría de los arqueólogos piensa que se produjeron enfrentamientos. Tuvo que haber algún motivo que les obligo a tener que reiniciar su vida en esos lugares, y luego, alejarse. En aquellos cañones, con enormes precipicios, representaba un esfuerzo enorme construir aquellas poblaciones, un esfuerzo aparentemente solo justificable si estuvieran huyendo de algo.
En las excavaciones efectuadas se han obtenido cientos de piezas de cerámica, así como restos humanos y de animales mutilados. Estos restos no encajan con una imagen de los anasazi como un pueblo pacífico. Parece evidente que no se marcharon pacíficamente. Este lugar, evidentemente, marco el final de un periodo para ellos. Según Archie Hansen, director del equipo de arqueólogos que trabajan en Mesa Verde: “Aquí encontramos restos de muerte y violencia”. En uno de estos asentamientos había tres kivas subterráneos, que eran centros en los que se reunía la comunidad anasazi. Y, según parece, se convirtieron en el escenario de horribles matanzas. Allí se han encontrado pruebas de violencia extrema y de canibalismo. Archie Hansen nos dice: “hay indicios claros de canibalismo, como el brillo en el fondo de las vasijas, las fracturas y los huesos totalmente rotos, la medula separada de los cuerpos, los cuerpos desarticulados, las marcas de cortes y abrasiones en los restos humanos idénticas a los restos de animales que fueron consumidos, la ausencia de cráneos, de vertebras, de manos, de pies…”. Así, según las investigaciones llevadas a cabo, la violencia y una probable guerra fue lo que llevo a los anasazi a huir a los cañones escarpados. Pero es muy probable que su enemigo no fuera otro que otros grupos de los propios anasazi. El gran sudoeste de Norteamérica es un lugar de pueblos antiguos y de espíritus que todavía parecen rondar por los cañones y planicies. Hace miles de años un pueblo ancestral estuvo allí y dejó huellas de grandes ciudades, moradas en los riscos y cámaras ceremoniales llamadas kivas. Se trataba de los anasazi, y hay quienes aún creen que su espíritu sigue vivo en estas tierras. A finales del siglo XIX un gran descubrimiento tuvo lugar en el cañón del Chaco, en Nuevo México. Se encontraron catorce esqueletos en una fosa común Aparentemente fueron sacrificados en rituales secretos.
La región llamada “Las Cuatro esquinas“, conocida así por la confluencia de cuatro estados: Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México, es para los indígenas la tierra de los anasazi. Se extinguieron hace mucho pero, según se dice, sus espíritus siguen teniendo una poderosa presencia. En 1897 un ranchero, en busca de ganado que se había alejado de un rebaño, realizó un hallazgo sorprendente. Se trataba de las antiguas moradas situadas en abruptos riscos, en Colorado. Las espectaculares construcciones y objetos encontrados eran evidencia tangible de una civilización avanzada que había desaparecido. Más tarde se encontrarían otros restos en Utah y Arizona. El 17 de octubre de 1897, cuando se buscaba una legendaria ciudad pérdida, se descubrió este mundo escondido y misterioso. Se encontraron construcciones que nunca se habían visto ni imaginado en este territorio, edificios sin cimientos de hasta cinco pisos de alto. Una de las estructuras en el centro arqueológico, que posteriormente sería llamado Pueblo Bonito, contiene más de 650 habitáculos. El cañón del Chaco es el lugar dónde se encuentran una docena de enormes complejos que incluyen más de 300 fosos perfectamente circulares. Las paredes están cubiertas de misteriosas pinturas e inscripciones. Nada hallado antes o después en Norteamérica se acerca en magnitud a lo hallado en el cañón del Chaco. Los arqueólogos se sorprendieron por la calidad y abundancia de piezas de cerámica, así como por las armas, las herramientas y la joyería. Cada una de las piezas era una obra de arte. Pero también se descubrió algo macabro en el lugar. En un pequeño habitáculo se encontró una fosa común que contenía catorce esqueletos, todos ellos cubiertos con exquisitas joyas de turquesa. Uno de los cuerpos contenía más de 400 gemas semipreciosas, por lo que se cree que era el de un personaje de alto rango. Los otros trece son mujeres y la evidencia indica que no tuvieron una muerte natural. Ello recuerda a la tradición hindú del sati. La palabra sánscrita sati se refiere al rito o acto en el que una mujer se inmola en la pira funeraria del recién fallecido marido. Las crónicas de viajeros griegos, como Aristóbulo, Estrabo y Diódoros, son la principal evidencia de la existencia de este ritual en territorio indio a principios de la era cristiana. Si bien es cierto que no se tiene certeza de cuándo exactamente y quién originó el ritual, existe literatura histórica diversa que sitúa su apogeo a partir del siglo IV. La palabra se origina en la leyenda de la diosa Sati, esposa del dios Shiva en la mitología hinduista.
Existen otras sepulturas en el cañón del Chaco, pero ninguna tan importante como la antes indicada. Pero todo ello plantea un gran interrogante. Hace 20 millones de años el cañón del Chaco era el centro de un gran mar. Pero al retirarse las aguas sólo quedó un desierto sin agua. Ello plantea el interrogante de cómo pudo florecer esta gran civilización y por qué construirían sus ciudades en este lugar. Las paredes del cañón eran la fuente del material de piedra para las construcciones, pero no se sabe de dónde provenía la madera utilizada. Los arqueólogos estiman que la gran obra de ingeniería requirió el uso de madera de unos 250.000 árboles, pero en la actualidad el paisaje es totalmente desolado y sin árboles. Muestras de las vigas indican que la madera no era de los alrededores, sino de maderas que sólo se encuentran a distancias de más de 50 millas. Para el corte y tallado de la madera se cree que se utilizaron hachas de piedra. Sin embargo, se supone que el pueblo del Chaco no disponía de carretas o caballos para el transporte de la madera. Ello plantea el interrogante de cómo pudieron transportar la madera. Los arqueólogos sitúan a los anasazi entre los años 900 y 1250 de nuestra era. No hay duda de que los pobladores de estas estructuras desaparecieron hace tiempo y no sabemos qué pasó con ellos. Tal vez algún cataclismo los hizo abandonar la zona. Pero ello plantea otro interrogante: ¿A dónde fueron?
Para los amerindios una serpiente tiene poderes mágicos. En 1925 un fotógrafo tuvo la oportunidad de ser admitido en un asentamiento indio hopi en el norte de Arizona. Era una ocasión única de filmar algo que nunca antes había sido filmado. Ritos que han permanecido casi sin cambios desde tiempos inmemoriales. Los danzantes llevan serpientes venenosas vivas que fácilmente pueden morder con efectos mortales. Colocando las víboras en sus bocas los hopi afirman ser uno con la naturaleza. Una fila de danzantes representa al antílope, cuyo galope produce el sonido del trueno cuando atraviesa velozmente la planicie. Pero las nubes deben ser inducidas a dejar caer su lluvia. Y como las serpientes pasan su vida tan cerca de la tierra, sólo ellas tienen el poder de invocar el poder de la lluvia. La lluvia es la clave de varios de los misterios del cañón del Chaco. Los anasazi eran un pueblo nómada de cazadores y recolectores, pero hace mil años dejaron su trashumancia para comenzar a construir en este lugar seco y desolado, sin que se supieran las razones. Pero el misterio fue aparentemente resuelto gracias a una moderna técnica científica. Se trata de estudiar la cronología de los anillos concéntricos de los árboles usados para construir en el cañón del Chaco. Estos anillos revelan que hace unos mil años se produjo un cambio climático, que implicó el comienzo de una época de grandes lluvias. Antes los anasazi dependían de la caza y recolección de frutos. Pero ahora podían ser agricultores, cultivar maíz, calabaza, granos y disponer de una fuente de alimento fiable. Los antiguos moradores del cañón del Chaco comenzaron a construir sistemas de irrigación. Las herramientas eran primitivas pero construyeron a gran escala. Se decía que los antiguos construyeron un gran sistema de caminos, pero los arqueólogos sólo encontraron caminos angostos. Pero más tarde los científicos comenzaron a emplear técnicas de observación aérea. Y de pronto apareció una vasta red de vías difusa entre la vegetación y las arenas del cañón. Algunas eran tan anchas como una calle moderna, mientras que otras algunas terminaban sorprendentemente en las paredes casi verticales del cañón. Se realizaron otros hallazgos a cierta distancia del cañón. Pueblo Alto es de menor importancia que Pueblo Bonito pero dio nuevas evidencias de las denominadas “Grandes Casas“.
Como ocurre frecuentemente en distintos yacimientos arqueológicos, los montículos de restos representan una fuente valiosa de información. Más de 2000 piezas de alfarería se han encontrado en este montículo de Pueblo Alto y se calcula la existencia de más de un millón de piezas. Pero este número tan alto de objetos excedía las necesidades de la población estimada. La respuesta al interrogante surgió del hecho de que los depósitos no eran regulares sino conformados por capas de distinto espesor. De las muchas imágenes del cañón del Chaco ninguna aparece con más frecuencia que la espiral, considerada de profundo significado espiritual. La espiral de Fajada es parte de un ingenioso mecanismo para seguir el movimiento del Sol. Está localizada detrás de tres enormes monolitos. Cada año, durante el solsticio de verano del hemisferio norte, un rayo de luz se introduce para formar una línea en el centro de la espiral al amanecer. Al mediodía, la llamada daga solar puede observarse en el centro de la espiral. Un evento primordial en la vida de los anasazi lo constituía la ascendencia del astro rey, con la que el calendario estaba completo. El ciclo de la vida prevalecía y la Madre Naturaleza podía continuar produciendo. En este lugar de historias y de fantasmas, las enormes cámaras ceremoniales subterráneas, llamadas kivas, lucen sombrías y amenazadoras. Pero para los antiguos pobladores eran los lugares en donde los dioses hablaban con la gente. De todas las kivas, la Casa Rinconada es la más grande y compleja, y también es la que mejor se conserva. Los techos y superestructuras de la mayoría de las kivas han colapsado, pero en la Casa Rinconada aún es posible experimentar la danza solar una vez al año. El 21 de junio ocurre un momento mágico, como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales. La luz del amanecer penetra en la kiva a través de una pequeña ventana, dibujando así un rectángulo en la pared opuesta. Lentamente el rayo de luz sube hasta iluminar un nicho que no recibe luz en ningún otro momento del año.
Durante 250 años se supone que floreció aquí una civilización, pero en cierto momento la furia de los dioses privó a los anasazi del regalo más preciado: la lluvia. El ciclo de lluvias que permitió el nacimiento del Chaco concluyó, dando comienzo a una era de sequía. Pero para los anasazi incluso la lluvia tenía un significado. Constantemente era necesario aplacar la ira de los dioses con antiguos ritos, como una ceremonia hopi de la lluvia, en donde distintos clanes competían en juegos sagrados, de forma similar a los Juegos Olímpicos de los antiguos griegos. Miembros de los clanes serpiente y antílope corrían con pies desnudos sobre el desierto y escalaban la meseta. El ganador de la dura carrera era recompensado con una jarra de agua. Todo comenzó como una competencia sagrada, pero tal vez ya habrían perdido la conexión divina o extraterrestre. Quizá un hombre santo de los anasazi no pudo cumplir con su misión, y esto explicaría una misteriosa tumba de un gran hombre y trece mujeres. Tal vez fue un sacrificio a los dioses, para aplacarlos. Lo único cierto es que las lluvias cesaron y con ellas las cosechas. Los anasazi abandonaron el cañón del Chaco, que ya no les servía de sostén, y se vieron obligados a abandonar su paraíso. En todas las religiones los humanos pueden comunicarse con los dioses y los eventos tienen un significado que va más allá de lo físico. Quizás los dioses querían que los anasazi abandonaran el cañón del Chaco. Actualmente se cree que los hopi, suni y otras naciones indígenas de la zona son los descendientes directos de los anasazi. Puede que los navajos no lo sean, pues ellos llegaron a la zona mucho tiempo después de la desaparición de los anasazi. Pero, curiosamente, anasazi es un vocablo navajo. Después del abandono del Chaco y antes de la llegada de nuevas tribus, como los navajos, se produjo una presencia extraña a la zona. Se trataba de hombres altos con barba y montando enormes bestias nunca antes vistas, que demostrarían ser un peligro mucho mayor que las luchas entre tribus o los cataclismos naturales, como la sequía. En 1540 aparecieron los primeros europeos, concretamente los españoles. Irónicamente fueron atraídos a la zona por leyendas sobre siete grandes ciudades ricas en oro. Pero ¿era el Chaco una de ellas?
Francisco Vázquez de Coronado (1510 – 1554), fue un conquistador español. Viajó por Nuevo México y otras partes de los actuales Estados Unidos entre 1540 y 1542. Llegó al virreinato de la Nueva España acompañando al primer virrey don Antonio de Mendoza. Vázquez de Coronado llegó a la Nueva España desde España en 1535 para probar suerte en el Nuevo Mundo. Se convirtió en hombre de confianza del Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, y ascendió rápidamente. Contrajo matrimonio con Beatriz de Estrada, hija del tesorero Alonso de Estrada. El virrey lo nombró gobernador de Nueva Galicia, trasladando su gobernación allí junto con su esposa en 1537. Vázquez de Coronado se distinguió por su habilidad para pacificar a los nativos y así en 1538 fue nombrado gobernador de la Audiencia de la Nueva Galicia en sustitución del primer gobernador de la provincia Nuño de Guzmán. En calidad de gobernador apoyó a fray Marcos de Niza a explorar el norte de la Nueva España en misión que le había conferido el virrey Antonio de Mendoza. En 1528 naufragó en las costas de Florida una expedición encabezada por Pánfilo de Narváez. De ella hubo cuatro sobrevivientes, que atravesaron a pie y durante ocho años el actual suroeste de los Estados Unidos y norte de México hasta llegar a Culiacán Sinaloa, donde encontraron una villa española. De esa expedición, Álvar Núñez Cabeza de Vaca escribió una narración titulada Naufragios. En ella describe sus aventuras y las de sus tres compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y un esclavo llamado Esteban (Estebanico). Este último fue el primer hombre nacido en África que puso pie en lo que hoy son los Estados Unidos de América. Estebanico era moro de la etnia bereber y nació en Azemor, provincia de El Yadida, Marruecos actual, en la costa atlántica del continente africano. Estos náufragos, encontrados en Nueva España en 1536, transmitieron rumores de los indios de que más al Norte había ciudades colmadas de minerales y riquezas.
Con esos antecedentes, en 1539 fue enviado el fraile Marcos de Niza en un viaje exploratorio. Marcos de Niza regresó hablando de las riquezas de siete ciudades de oro llamadas Cíbola, de las cuales había oído hablar en su viaje. Esto despertó el interés de Coronado, que decidió partir en busca de esa mítica ciudad. La expedición tuvo lugar en 1540. En ella tomaron parte unos 800 indios mexicanos y unos 340 españoles que habían aportado dinero propio para financiar la expedición. Vázquez de Coronado hipotecó las posesiones de su mujer y pidió prestados 71 000 pesos de plata para financiar la expedición. Para ver lo que representaba esta suma de dinero, debemos decir que un trabajador de esa época ganaba 100 pesos de plata al mes. En la expedición iba una mujer, Francisca de Hoces, con su marido, Alonso Sánchez, que era zapatero en Ciudad de México. En la expedición había 11 capitanes y varios hombres que habían convivido con los indios durante 10 años o más. Llevaban 12 cañones, abundante munición, 150 soldados de a caballo y 200 infantes, ganado vacuno y semillas. La expedición se puso en marcha en 1540. Estaba compuesta por 340 españoles y cientos de indios aliados, además de ganado vacuno. Los acompañaba Marcos de Niza. Además de la expedición, que partió por tierra el 26 de febrero desde Compostela, Nayarit, en aquellos días capital de la provincia llamada reino de la Nueva Galicia, el virrey envió paralelamente otra expedición hacia California, formada por navíos que les seguían por mar al mando de Fernando de Alarcón. La expedición partiría el 9 de mayo de 1540 y se adentraría siguiendo la costa de la Nueva España en el interior del golfo de California, para luego seguir hacia el norte hasta Yuma, en la actual Arizona. A los pocos días de la partida los víveres comienzan a escasear y unos diez caballos fallecieron por portar pesadas cargas y no recibir alimentos para continuar. Tras recorrer 150 kilómetros, en marzo buscan comida en Chametla entre los indios que allí se encontraban. Pero los indios se resisten y organizan una trampa en el que el segundo de Coronado, Lope de Samaniego, es muerto por una flecha. Tras esto Coronado organiza una represalia contra los indios y capturan a ocho indios, que serán ejecutados. Dos capitanes que se habían adelantado regresan debido a lo escarpado del terreno y al mal tiempo sin haber encontrado la ciudad. Siguieron rumbo al norte por la costa occidental de la Nueva España hasta Culiacán, Sinaloa.
Desde allí, una fuerza más pequeña, al mando de Tristán de Luna y Arellano, continuó aún más al norte y tomó los pueblos de los indios zuñi en julio de 1540. Se trataba de los pueblos que les habían dicho ser las siete ciudades doradas de Cíbola. En agosto de 1540 Coronado manda grupos de exploración para informarles sobre todo. Al Este mandará a su nuevo segundo, García López de Cárdenas, que explorará el Oeste, en la zona de los indios hopi y encontrará el Cañón del Colorado. El capitán Hernández de Alvarado va hacia el Este con un cacique indígena con mostacho al que apodaron “Bigotes“, que presenta a los españoles a varias tribus a lo largo del río Grande. Hernando quiso seguir explorando más, pero Bigotes les dijo que estaba cansado y les proporcionaría un guía. Este nuevo guía usaba un sombrero particular, propio de la tribu pawnee, que a los españoles les recordaba un sombrero árabe, y es por esto que lo apodaron “el turco“. Encontraron un poblado llamado Tiguex o Tigüez, cerca de la ciudad de Santa Fe, Nuevo México, a orillas del río Grande. Hernando mandó una misiva a Coronado para instalar allí el campamento y reunirse con ellos en ese paraje, próximo al río Grande, o río Bravo para los mexicanos, cosa que hizo. Allí los españoles necesitaron ropa y otras provisiones, y las solicitaron a los indios, incluso ofreciendo dinero a cambio, pero los indios se negaron. Ello, sumado a otros episodios, provocó un levantamiento de los indios de Tiguex, que empezaron a matar los caballos de los españoles. La expedición fue atacada varias veces por los nativos, pero las fuerzas de Vázquez de Coronado las repelieron con éxito. Ese invierno hubo varios enfrentamientos. Algunos han llamado a estos enfrentamientos Guerra de Tiguex. «El turco» habló de Quivira, un rico país al noroeste.
Coronado decidió ir en busca de Quivira, tomando al «turco» como guía. Atravesó el Llano Estacado e ingresó en la pradera de los Grandes Llanos y prosiguió su marcha hacia el norte. Sin embargo, Coronado descubrió que el «turco» lo estaba engañando, o al menos eso creyó, y lo hizo ejecutar. Otros guías lo condujeron hacia Quivira, y encontró un pequeño pueblo cerca del actual Lindsborg, Kansas. La desilusión se repitió: Los indios quivira, después conocidos como wichita, no disponían de ninguna riqueza. Su poblado era de cabañas con techo de paja y ni siquiera tenían joyas de oro. En 1542 regresó a la Nueva España por la misma ruta que había utilizado. Sólo cien de sus hombres volvieron con él. Aunque la expedición fue un fracaso, continuó como Gobernador de Nueva Galicia hasta 1544. Después se retiró a la Ciudad de México, donde murió en 1554. En su viaje, García López de Cárdenas, miembro de su expedición, descubrió el Cañón del Colorado, y reunió valiosa información sobre el suroeste norteamericano. A Francisco Vázquez de Coronado lo recuerdan algunas islas, avenidas, escuelas, hoteles, urbanizaciones, centros comerciales y miles de negocios del suroeste de los Estados Unidos y norte de México, llevando su apellido Coronado. En su ciudad natal, Salamanca, y en un buen número de otras ciudades de España, existen vías públicas que llevan su nombre. Su sobrino Juan Vázquez de Coronado (1523-1565) llevó a cabo la conquista de Costa Rica y se distinguió por sus procederes humanitarios. Felipe II le concedió en 1565 el título hereditario de Adelantado de Costa Rica, que ostentaron sus descendientes hasta 1823. Fue una trágica coincidencia que las historias de los antiguos atrajeran a los destructores de su civilización. Los españoles llegaron impulsados por las noticias sobre sus tesoros, pero también por la conversión de los nativos a la religión católica. Los indígenas debían ser rescatados de sus creencias paganas, de ser necesario por la fuerza. Los hombres santos de las tribus eran torturados y asesinados, los objetos rituales eran destruidos. La población indígena fue obligada a construir misiones y a realizar otros trabajos. Pero un efecto destructivo mucho mayor fue el causado por las enfermedades traídas por los españoles, para las que los indígenas no eran inmunes. Las epidemias atacaron y casi exterminaron la población. Tuvieron lugar varias rebeliones, pero sin éxito. La gran migración de los anasazi hacia el sur fue detenida.
Entre las costumbres más destructivas del hombre blanco estaba la noción de la propiedad de la tierra, así como la posibilidad de poseer la naturaleza. Las autoridades estaban imponiendo nuevas normas en cada faceta de la vida de los aborígenes. Su cultura fue reprimida y sus largas cabelleras cortadas. Todo parecía indicar que la antigua cultura se perdería y que los lazos con el pasado serían borrados. Pero no ocurrió así. El secreto, los rituales y leyendas fueron trasmitidos de generación en generación. Las tradiciones indígenas norteamericanas siempre han girado en torno de los espíritus. Para los descendientes de los antiguos pobladores, el cañón del Chaco es un lugar sagrado. Un lugar secreto morado por los espíritus del pasado. ¿O tal vez por extraterrestres? Los anasazi ocupaban, en varios grupos, la superficie de los estados actuales de Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México. Su civilización ha dejado varios vestigios monumentales en distintos lugares, de los cuales dos han sido clasificados como patrimonio mundial por la Unesco. Los restos encontrados por los arqueólogos demuestran un conocimiento de la cerámica, el textil y la irrigación. Además, dibujaban símbolos que no han sido descifrados y observaban los desplazamientos solares. Se considera que los descendientes actuales de los anazasi son los indios pueblo, entre ellos los zuñi y los hopi, aunque no se conoce con seguridad si hay continuidad étnica entre ellos y los antiguos anasazi, o si la continuidad es sólo geográfica. La civilización de los anasazi desapareció completamente antes de la llegada de los europeos a América. Se ignora, ya que no hay pruebas escritas, con qué nombre se designaban a sí mismos los anasazi, y su posible conexión étnica con los pueblos indígenas actuales. De hecho, el término anasazi es sólo el nombre que les dan los navajos contemporáneos al antiguo pueblo constructor de ciudades. Con toda probabilidad no habrían estado relacionados étnicamente con los navajos sino con los indios pueblo. Se usa el término “indios pueblo” para referirse a todas las civilizaciones indias autóctonas, que tienenuna arquitectura típica en pequeños pueblos, y que son presumiblemente descendientes de los anasazi. Los indios hopi utilizan más bien la palabra hisatsinom, ya que consideran la palabra anasazi como despectiva. Por último, los historiadores reagrupan bajo la designación «anasazi» a distintas culturas similares, que residieron en la misma zona: los hohokam, los mogollón y los pataya, desaparecidos todos antes del siglo XVI.
Se dispone de distintas fuentes para reconstruir la existencia de los anasazi. Una son los relatos tradicionales de los pueblos amerindios transmitidos oralmente. La artesanía y las creencias de los descendientes de los anasazi permiten formular una serie de hipótesis serias. Otra fuente la constituye el testimonio de los conquistadores españoles que exploraron la región a partir del siglo XVI. La expedición más importante, tal como ya hemos indicado, fue la de Francisco Vázquez de Coronado, que buscaba la ciudad de oro de Cibola. Las crónicas y cartas enviadas por los exploradores son una fuente muy importante de informaciones, siempre que se tomen con precaución. A finales del siglo XIX, los granjeros Charley Mason y los hermanos Wetherill descubrieron los principales emplazamientos anasazi. Las excavaciones arqueológicas empezaron realmente con el sueco Gustav Nordenskjöld. El clima árido de la región permitió una buena conservación de millares de objetos, muchos elaborados con fibra vegetal. Varios esqueletos han sido estudiados por los antropólogos, lo que ha proporcionado datos sobre la salud, la alimentación y la morfología de los anasazi. Su desaparición se ve relacionada con la leyenda del pájaro de fuego, que se cree hacia su aparición en ciertas fechas donde había una alineación estelar. Todo ello nos induce a pensar en una conexión ovni. Según las últimas teorías, los primeros asentamientos humanos en América datan de al menos hace veinte mil años. Los antepasados de los indios se establecieron en el suroeste de América del Norte hace unos doce mil años, justo coincidiendo con el posible hundimiento de la Atlántida y el final de la última era glacial. Los arqueólogos han desenterrado herramientas líticas de esta población en el asentamiento de Clovis. Cazaban grandes animales, como mamuts, que se extinguieron rápidamente. Tras la última glaciación, el clima se hizo más seco y caluroso. En América Central los olmecas practicaban las plantaciones de maíz desde el segundo milenio antes de Cristo. Fueron sustituidos por las sucesivas civilizaciones de Teotihuacán, como los zapotecas y los aztecas. Estos últimos eran contemporáneos de la época de máximo apogeo de la civilización anasazi. Con la llegada de los españoles, en el siglo XVI, las culturas amerindias sufrieron cambios radicales. Los grandes imperios americanos desaparecieron y las distintas tribus de los indios pueblo sustituyeron a los anasazi.
Se encuentra plenamente probado que durante la última glaciación, la Glaciación de Würm o Wisconsin, la concentración de hielo en los continentes hizo descender el nivel de los océanos en unos 120 metros. Este descenso hizo que en varios puntos del planeta se crearan conexiones terrestres, como por ejemplo Australia-Tasmania con Nueva Guinea; Filipinas e Indonesia; Japón y Corea. Uno de esos lugares fue Beringia, nombre que recibe la región que comparten Asia y América, en la zona en que ambos continentes están en contacto. Debido a que el Estrecho de Bering, que separa Asia de América, tiene una profundidad de entre 30 y 50 metros, el descenso de las aguas dejó al descubierto un amplio territorio que alcanzó 1500 kilómetros de ancho uniendo las tierras de Siberia y Alaska, hace aproximadamente 40.000 años. Existía entonces un puente terrestre entre Asia y Alaska, que apareció cuando los glaciares del último período glaciar estaban en su máximo, aprisionando millones de kilómetros de precipitación que normalmente habrían ido a los océanos. La falta de esa agua redujo el nivel del mar de Bering más de 90 metros, bastantes para convertir los bajos del estrecho en un puente de tierra que unía los dos continentes. Su primera formación sucedió aproximadamente hace 40.000 años, manteniéndose unos 4.000 años. Su segunda formación se produjo aproximadamente hace 25.000 años, permaneciendo hasta aproximadamente hace 11.000 a10.500 años, cuando volvieron a subir las aguas al final de la glaciación, inundando gran parte del territorio y separando Asia de América por el Estrecho de Bering. El dato más importante para establecer una teoría migratoria durante la última glaciación es el hecho de que Canadá estaba completamente cubierta de hielo durante la última glaciación, invadida por dos gigantescas placas: la Placa de Hielo Laurentina y la Placa de Hielo de la Cordillera. Esto hacía imposible la entrada al continente más allá de Beringia.
Apareció entonces la teoría del «corredor libre de hielo». Según esta teoría, en los instantes finales de la última glaciación, comenzaron a derretirse los bordes en contacto de las dos grandes placas de hielo que cubrían Canadá, abriendo un corredor libre de hielo de unos 25 km de ancho, que seguía el valle del río Yukón y luego el borde este de las Montañas Rocallosas por el corredor del río Mackenzie. Los científicos que sostienen la teoría estiman que esto ocurrió hace unos 14.000 años, aunque otros científicos cuestionan la fecha y afirman que no pudo haber sucedido hasta hace unos 11.000 años, invalidando así la posibilidad que quienes originaron las culturas de Folsom y Clovis usaran esa ruta, ya que estas ya existían en esta última fecha. Una vez abierto el corredor, los seres humanos que estaban en Beringia pudieron avanzar hacia el interior de América y dirigirse al sur. La teoría ha sido ampliamente aceptada como parte integrante del consenso de Clovis, pero no hay evidencias directas que prueben el paso de seres humanos por ese corredor. El primero en proponer la posibilidad de ese corredor fue el geólogo canadiense W.A. Johnston en 1933, y quien acuñó el término «corredor libre de hielo» fue Ernst Antevs, en 1935. A partir de esos datos cronológicos, se desarrolló entonces una teoría migratoria sosteniendo que las tribus asiáticas, que habían penetrado en Beringia, permanecieron allí varios miles de años hasta que, poco antes de finalizar la última glaciación, hace unos 10.000 años, y de que el Puente de Beringia se inundara, se formara un estrecho corredor libre de hielo que les permitió dirigirse al sur. Esta teoría se articuló con los descubrimientos de la cultura Clovis, que databan de hace unos 13.500 años, para concluir que había sido integrada por los primeros migrantes que ingresaron por el Puente de Beringia, de la que a su vez habrían descendido todas las demás culturas indoamericanas. El primero en componer un posible modelo migratorio de asiáticos hacia América a través de Beringia fue Caleb Vance Haynes, en un artículo publicado en la revista Science, en 1964. Esta explicación, conocida actualmente como teoría del poblamiento tardío o «consenso Clovis», fue aceptada en forma generalizada durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX. Más recientemente se ha fortalecido la posibilidad de que los pobladores de América, provenientes de Beringia, utilizaran una ruta alternativa hacia el sur bordeando la costa. Debido al descenso del nivel del océano, esa posible ruta se encontraba al oeste de la actual costa norteamericana y en el presente está cubierta por las aguas del océano Pacífico, complicando los estudios arqueológicos. En un reciente estudio submarino se encontró una herramienta de piedra de una antigüedad de 10.000 años a una profundidad de 53 metros. Pero todas estas teorías no invalidan las posibles conexiones con continentes desaparecidos, como Mu o la Atlántida, ni tampoco las posibles conexiones extraterrestres.
La historia de los anasazi sigue siendo un misterio debido a la ausencia de registros escritos. La arqueología permite sin embargo establecer unas fases cronológicas de fechas aproximativas. La región del suroeste de los Estados Unidos fue ocupada por poblaciones de tradición Sohara hacia el 5500 a. C. Los Cesteros se implantaron en los territorios montañosos y semiáridos poco antes de la era cristiana. Los anasazi sucedieron a los Cesteros hacia el siglo VIII. La sedentarización progresiva de los cazadores-recolectores, asociada al desarrollo de la agricultura, produjo una nueva cultura llamada de los Pueblos, en referencia a las poblaciones construidas por los anasazi de Mesa Verde en los grandes cañones de Colorado. El inicio de esta cultura, llamada periodo Pueblo I, del 700 al 900 d.C., se caracteriza por pequeñas casas solitarias y el cultivo del algodón. El periodo Pueblo II, del 900 al 1100 d.C., marca el apogeo de la cultura anasazi, representada por una elaboración más artística de los adornos. El periodo Pueblo III, del 1110 al 1300 d.C., marca el deterioro de su cultura. A partir del año 1300 d.C., los anasazi se refugian en el valle de Río Grande y en el centro de Arizona. Se pierden sus huellas poco antes de la llegada de los españoles. Las razones de este éxodo no son conocidas. Existen varias hipótesis, como un cambio climático que amenazó las cosechas, un medio deteriorado que redujo las tierras cultivables disponibles, sobrepoblación, o tal vez guerras. No obstante, dada la ausencia de documentos escritos y la limitación de los conocimientos actuales no es posible probar ninguna de dichas hipótesis. Los arqueólogos han encontrado restos de esta cultura en cuatro estados estadounidenses. La aridez marca la mayor parte de la zona que toma un aspecto desértico o semidesértico. Los dos ríos más importantes que recorren estas tierras son el río Grande y el Colorado. Los inviernos son fríos y la nieve puede recubrir el suelo. La diferencia de temperaturas entre el verano y el invierno es bastante considerable. Al este, las Montañas Rocosas alcanzan los cuatro mil metros. El área de la cultura anasazi se extiende sobre todo por las mesetas del Colorado, recorridas por ríos y arroyos entre cañones. Los habitantes se instalan sobre todo en las mesetas. La geología de la región es bastante compleja y ofrece todo tipo de materiales, desde la arenisca a la roca volcánica. La flora y la fauna dependen de la altitud, la aridez y la naturaleza del sedimento.
Sin embargo, los anasazi sabían utilizar los recursos naturales y respetaban el equilibrio de la naturaleza. Recolectaban las hojas de la yuca, dominaban la irrigación e importaban los productos que no eran capaces de encontrar en la región. Los anasazi estaban en contacto con otras culturas amerindias próximas. Los hohokam y los mogollón son los más conocidos. Los científicos los reagrupan en una sola categoría, ya que tenían varios rasgos comunes, como la irrigación, la caza, pueblos construidos en adobe, ladrillo o piedra, cerámica decorada y relaciones comerciales con Mesoamérica. Se diferenciaban en aspectos tales como que los hohokam incineraban a sus muertos y los mogollón eran sobre todo cazadores. Gracias a la arqueología se conocen una gran variedad de casas y poblaciones anasazi. Las viviendas más antiguas eran muy modestas, pequeñas casas primitivas lo suficientemente grandes para alojar a una familia. Tenían cimientos poco profundos. El tejado estaba hecho con tierra y ramas. El fogón se encontraba en el centro. Con el crecimiento demográfico, las viviendas se reagruparon en aldeas. Este hecho manifiesta una organización colectiva más o menos consciente del espacio. A partir del siglo X, estos pueblos pueden alojar varias centenas de habitantes. Se sitúan en mesetas como en Cañón Chaco o abrigándose bajo los abruptos acantilados de Mesa Verde. Los anasazi escogían lugares excepcionales para instalarse. Varios pueblos se sitúan bajo impresionantes acantilados en el siglo XIII. Ciertas excavaciones se realizan en las paredes de gigantescos cañones. La orientación de los pueblos les protegía de la lluvia y la nieve en invierno y de los mayores calores del verano. Además, presentan la ventaja de ser una protección natural frente a los ataques enemigos. En cambio los alejaban de las plantaciones, haciéndolas menos accesibles a los habitantes. Los muros de las casas están hechas con una especie de adobe llamado jacal en México aplicados a unas rejillas hechas de madera. Las construcciones mejor conservadas tenían una estructura de piedra unida por mortero. También conocían el ladrillo cocido. En distintos pueblos, ciertas casas guardan huellas de pintura decorativa sobre un revestimiento de yeso, arcilla o directamente sobre el adobe.
Los anasazi dejaron numerosos petroglifos en los acantilados del desierto norteamericano. Se trata de dibujos más o menos estilizados, grabados en las paredes de los cañones. Algunos de esos dibujos están pintados en la roca. Pueden estar solos o cubrir varios metros cuadrados. Los dibujos pueden superponerse durante periodos muy largos, por lo que petroglifos muy antiguos pueden estar entremezclados con otros del siglo XIX. Los arqueólogos sólo pueden elaborar hipótesis sobre su significado. Hay espirales de hasta 75 centímetros de diámetro que podrían evocar el movimiento del Sol o el tiempo que pasa. Podrían ser una especie de calendario ritual. Para los indios Pueblos actuales simbolizan las migraciones de las tribus. Varios tipos de petroglifos están relacionados con los solsticios de verano e invierno. Los de Fajada o Hovenweep National Monument indican claramente esos momentos del año. Las alineaciones de edificios prueban que los anasazi sabían prever el ciclo draconítico lunar de 18,6 años. La órbita de la Luna está en un plano inclinado con respecto al plano de la eclíptica, y tiene una inclinación de aproximadamente cinco grados. La línea de intersección de este plano con la eclíptica define dos puntos en la esfera celestial, el nodo ascendente y el nodo descendente. Estos nodos no son fijos sino que giran retrogradando y dando una vuelta completa en aproximadamente 18.6 años. El tiempo que tarda la Luna para volver al mismo nodo es de nuevo más corto que un mes sideral, ya que los nodos van a su encuentro. A esto se le llama el mes draconítico, y tiene una duración media de aproximadamente 27 1/5 días. Es importante para predecir los eclipses, ya que éstos tienen lugar cuando el Sol, Tierra y Luna están en una línea. Ahora, visto de la Tierra, el Sol sigue la eclíptica, mientras la Luna sigue su propia órbita, que es inclinada. Los tres cuerpos sólo están en una línea cuando la Luna está cerca de la eclíptica, es decir, cuando está cerca de uno de los nodos. El término draconítico se refiere al dragón mitológico que vive en los nodos y regularmente se come el Sol o Luna durante el eclipse. Se sabe que ciertos miembros de los anasazi se provocaban de vez en cuando visiones tomando sustancias alucinógenas.
Se han encontrado por ejemplo semillas de datura en Mesa Verde. Las ceremonias se practicaban en altares de los cuales se han conservado algunos ejemplares de madera pintada. Las excavaciones permitieron encontrar báculos de oración que eran ofrecidos a los «espíritus». El Cañón del Chaco parece representar para ciertos estudiosos un gran centro de peregrinación de las poblaciones circundantes. Los anasazi adoraban el dios Kokopelli y a los kachinas, al igual que los hopi, que eran espíritus invisibles. Existían ceremonias colectivas destinadas a invocar a los espíritus para que protegieran a la comunidad. Se organizaban en las kivas. La religión de los anasazi era pues próxima a la animista. Como ejemplo se encontraron restos de un loro enterrado ritualmente en Nuevo México. Las kivas eran habitaciones circulares excavadas en el suelo y recubiertas de un techo. En parte bajo el nivel del suelo, se descendía por una pequeña escalera para practicar el culto o reunir al consejo del pueblo. En el centro se encendía una hoguera y el humo se sacaba por un tubo de ventilación con deflector. Las kivas más grandes podían dar cobijo varias centenas de personas sentadas en taburetes de piedra. Las grandes kivas de Cañón del Chaco tenían un diámetro de 18 metros y estaban subdivididas en partes según los puntos cardinales. Las fiestas religiosas relacionadas con los ciclos agrícolas se celebraban en estas habitaciones y estaban reservadas a los hombres. La sociedad anasazi debía parecerse a la de los Pueblos actuales. Se organizaban probablemente alrededor de un sistema matriarcal, en que la pareja se instalaba en la casa de la madre de la esposa, y matrilineal. Las mujeres son las propietarias del patrimonio familiar, casa y terrenos. El marido integra con el matrimonio el clan de la esposa, y a ésta le estaba permitido divorciarse. Los arqueólogos no están seguros de que los anasazi vivieran en clanes. Más bien creen que se organizaban en un sistema igualitario, sin agrupaciones sociales jerarquizadas. Para Jerry J. Brody, la cultura anasazi es «de la que tenemos mayor constancia de las culturas prehistóricas del suroeste estadounidense». Parece probado que los anasazi no tenían escritura, ni rueda, ni moneda. Tampoco conocían la metalurgia.
Sin embargo, los conquistadores españoles estimaban que un pueblo que tejía el algodón estaba civilizado. Su dominio de la irrigación, de las construcciones en piedra, de edificaciones de varios pisos, y sus conocimientos de astronomía daban testimonio de una cultura rica y dinámica. Si se considera que se es una civilización cuando existe cierto grado de urbanización, los anasazi lo eran, ya que ciertos pueblos podrían haber contado hasta con seis mil habitantes. Los pueblos de Cañón del Chaco estaban tan próximas que habrían formado una aglomeración de quince a treinta mil habitantes. Los anasazi consiguieron la proeza de edificar en lugares inaccesibles, aparentemente sin utilizar animales o herramientas metálicas. Las grandes casas de Cañón del Chaco necesitaron para su construcción de millones de bloques de gres y varias centenas de millares de vigas. Por todo ello, cabe considerar que aún no se han revelado todos los misterios sobre la civilización de los anasazi. Si bien muchos aspectos de la historia de los anasazi no son conocidos debido a la inexistencia de fuentes escritas, existe evidencia material de que ejercieron una presión creciente sobre el ambiente. Esto podría haber provocado un “colapso” ecológico provocado por la sobrexplotación de los bosques cercanos, lo cual a largo plazo podría haber tenido efectos adversos en el clima de la región y el nivel de erosión del terreno. De hecho, el caso de la cultura anasazi es uno de los ejemplos arquetípicos tratados por Jared Diamond en su libro Colapso, en que se analiza por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen debido al colapso de diversas culturas antiguas por problemas de falta de sostenibilidad ecológica. Los hopi están asentados actualmente en el estado de Arizona, cerca de la costa del Pacífico. Entre ellos y la costa se halla el estado de California. Y en el extremo norte de este estado existe un volcán nevado llamado Shasta. Las leyendas indias del lugar explican que en su interior se halla una inmensa ciudad que sirve de refugio a una raza de hombres blancos, dotados de poderes superiores, supervivientes de una antiquísima cultura desaparecida en lo que hoy es el océano Pacífico. Y ello nos lleva al hipotético continente perdido de Mu.
Un sinfín de vestigios hablan de civilizaciones perdidas, arrasadas por cataclismos, sumergidas bajo los océanos y destruidas. Por doquier vemos islas que en realidad son picos de cerros de antiguos continentes desaparecidos. También vemos semejanzas culturales que hablan de grandes migraciones de poblaciones. Asimismo, observamos la existencia de razas cuyo origen constituye un misterio, y cuyos conocimientos son difíciles de explicar. Son pruebas contundentes de la existencia de civilizaciones remotas. Algunas tradiciones y antiguos documentos nos dicen que el continente de Mu fue donde el hombre hizo su aparición y que esta tierra fue el Jardín del Edén bíblico. Mu se encontraba al oeste de América y hacia el este de Asia, y, por lo tanto, en el Océano Pacífico. En las partes que no se sumergieron aún quedan vestigios de templos, tradiciones , estatuas y símbolos sagrados. Y estas pruebas e inscripciones dan testimonio de los recuerdos de una raza desaparecida, originaria de Mu. Mucha de la evidencia es proporcionada por templos a, monumentos y estatuas de piedra, incluyendo las canteras de donde procedía la piedra. En estas canteras se ha encontrado estatuas sin terminar, y como estos descubrimientos se han efectuado en islas del Pacífico, ello demostraría que estas islas fueron una vez parte del continente sumergido. La destrucción final de Mu se produjo por un cataclismo imprevisto. Esta teoría está basada en las obras del coronel británico James Churchward (1851-1936). La documentación y los datos basados en la supuesta edad del Manuscrito Troano, de los mayas, demostrarían que la tierra de Mu existía hace más de 12.500 años. Según explica dicho manuscrito: “En el año 6 de kan, el 11 muluc, en el mes de zrc, ocurrieron terribles terremotos que continuaron sin interrupción hasta el 13 chuen. El país de las lomas de barro, la tierra de Mu, fue sacrificada. Después de dos conmociones, desapareció durante la noche, siendo constantemente estremecida por los fuegos subterráneos que hicieron que la tierra se hundiera y reapareciera varias veces y en diversos lugares, Al fin, la superficie cedió y diez países se separaron y desaparecieron. Se hundieron 64 millones de habitantes 8.000 años antes de escribirse este libro“. Los códices mayas son libros escritos antes de la conquista y en su escritura se emplean caracteres jeroglíficos, que muestran algunos rasgos de la civilización maya. Los códices han sido nombrados tomando como referencia la ciudad en la que se localizan. El Códice Dresde es considerado el más importante. Los mayas desarrollaron su tipo de papel en una época relativamente temprana, ya que hay pruebas arqueológicas del uso de cortezas desde inicios del siglo V.
Según parece, en aquel tiempo aconteció este catastrófico acontecimiento. De acuerdo al antiguo Manuscrito Troano, el continente entero fue repentinamente sacudido por terribles terremotos, por lo que las tierras se balancearon y subieron como las olas del océano. La tierra tembló y se agito como las hojas de un árbol azotado por una tormenta. Templos, palacios, monumentos y estatuas se derrumbaron, por lo que las ciudades se convirtieron en montones de escombros. La tierra se levanto y cayó, se estremeció y se agito, y las llamas procedentes de las profundidades de los volcanes lo envolvieron todo. Mu se convirtió en un verdadero infierno viviente, bajo una espesa nube de humo negro, completado con enormes tsunamis que invadían las planicies, destruyendo todo lo que encontraban. Los lamentos de la gente llenaron el aire, mientras un sol rojo se hundía tras el negro horizonte. Durante la terrorífica noche, iluminada por enormes rayos y con truenos ensordecedores, la tierra de Mu se hundió en un gran abismo de fuego, llevándose consigo a unos 64 millones de personas. “Mientras Mu se hundía en un abismo de fuego – dice Churchward -, otra fuerza la atacaba“. Millones de millas cuadradas de agua se abalanzaron sobre un estremecido continente. De todos lados, enormes olas se abalanzaron sobre la tierra, entrando en ebullición al contactar con el fuego. De esta forma el continente de Mu fue destruido. Después Churchward explica que diversas cimas se mantuvieron por encima del nivel del mar, convirtiéndose en las numerosas islas que actualmente cubren la superficie del Pacífico. Todas ellas fueron pobladas por gente que pudo escapar del hundimiento de Mu. Mientras tanto, el mar se fue calmando gradualmente. Pero la situación de estos sobrevivientes era realmente penosa, ya que habían sido despojados de su refugio, ropa, herramientas y alimentos. Y fue en medio de esta espantosa escena de aguas vaporosas y nubes repletas de ceniza y humo, que la mayoría de ellos perecieron, y los pocos que quedaron retrocedieron hacia los obscuros senderos del salvajismo, teniendo que recurrir al canibalismo para poder asegurar su supervivencia. El canibalismo siguió vigente en muchas islas del Pacifico, incluso durante la primera mitad del siglo XX
En 1868, el coronel James Churchward, que era un oficial del ejército británico en la India, se hizo amigo de un monje de un templo Hindú, quien le enseñó varias antiguas tablillas de arcilla, que habían estado escondidas en las bóvedas del templo durante varios siglos, habiendo sido abandonadas por los sacerdotes del templo durante muchos años. Con la ayuda del monje, Churchward aprendió a descifrar las inscripciones de las antiguas tablillas. Mientras las traducía, se dio cuenta que había tropezado con la increíble historia de un gran continente perdido, que fue aparentemente la primera gran civilización sobre la Tierra. Hablaban de una gran civilización que se había alzado, florecido y decaído muchos milenios antes que todas las civilizaciones conocidas. Era el gran continente de Mu, la supuesta madre patria de todas las razas de la tierra. Durante varios años Churchward siguió los huellas de esta misteriosa civilización, poniendo juntas las piezas de un gran rompecabezas. A partir de la información obtenida, una maravillosa imagen se empezó a formar en su mente: la impresionante figura de un vasto continente en el océano Pacífico y sus habitantes. El resultado de las investigaciones de Churchward fue su sorprendente libro “El continente perdido de Mu”. Pero, como ha pasado con otros pioneros, Churchward fue objeto de burla y críticas por parte de los arqueólogos de su tiempo, y muy pocos se tomaron sus descubrimientos y teorías de una manera seria. Sin embargo, de los estudios de las cartas marinas del fondo del océano Pacífico, efectuados por el escritor sobre antiguas civilizaciones, Gerry Foster, aprendemos que hay una base geológica razonable para poder explicar la existencia de un gran número de islas a través del Pacifico, como debidas a los restos de un continente que pudo haber sido sumergido por la actividad de las placas tectónicas. Es sabido que existe una región altamente inestable, rodeada por un “anillo de fuego” de volcanes y propensa a terremotos, donde las placas tectónicas chocan entre sí. Además, existen cadenas de montañas en el fondo del mar, de las que casi la mayoría son volcánicas, así como también existen profundos abismos conocidos como “fosas”. También podemos hacer referencia a la teoría de Churchward sobre la existencia de cámaras de gas bajo tierra, que se colapsaron después de perder la presión interna de gas.
La teoría de Churchward, al menos geológicamente, parece bastante creíble. En efecto, han habido una gran cantidad de elevaciones y hundimientos en tan inestable Océano, y muchas de las cadenas de islas pudieron estar en un nivel más alto sobre el nivel del mar, para formar cadenas montañosas continuas alargándose a través de una gran parte de la mitad oeste, ocupando una importante parte del Pacífico. Si se estudian las últimas exploraciones del fondo del océano Pacífico, se verifica que es plausible que las cadenas de islas pudieron ser cadenas montañosas continuas sobre el nivel del mar, extendiéndose entre mil y dos mil millas. El grupo de islas Midway y Hawai, en el Pacífico Norte, que forman la cadena montañosa submarina de Hawai, es un típico ejemplo de lo indicado. Ellas pudieron formar una conexión entre las cadenas de la isla Line, en la cadena del centro del Pacífico y, más abajo, con las cadenas de islas contiguas en el Pacífico Sur. Todo ello indica que pudo haber un continente extendiéndose desde Japón y la India, por el este, cruzando por la isla Pitcairn, y la Isla de Pascua, en el sur, pasando por las islas Marquesas, cercanas al ecuador, y Hawai, en el norte. No debemos ignorar la placa sumergida del sureste del Pacífico, que corre por el norte-nordeste, hacia la costa oeste de centro América, y en medio de la cual encontramos la isla de Pascua. a solo dos mil millas de la costa oeste de Sudamérica. De acuerdo a la teoría de Churchward, pudo ser posible una navegación muy cómoda para un imperio de marineros como era la gente de Mu. La teoría de Churchward apunta a la necesidad de la existencia de un gran continente que ocupase prácticamente la mitad del océano Pacífico. Su teoría encaja muy bien con el origen y los movimientos de varios pueblos antiguos, incluyendo a los atlantes y los naacals que, junto con los lemurianos, formaban las tres principales razas de la humanidad. Naacal es el nombre de un pueblo antiguo y la primera civilización que existió según algunos investigadores, como Augustus Le Plongeon y más tarde James Churchward. Según James Churchward, la lengua madre (el naacal) nació en la cuenca del Tarim (China) en el corazón de Asia, de una civilización de aspecto caucasiano europeo que desapareció hace unos 1500 años, hasta que hace pocos años fueron descubiertos los restos momificados de sus habitantes, asombrando a los científicos al comprobar que su aspecto no tenía nada que ver con los chinos, sino con los europeos.
Volviendo al monte Shasta, el único supuesto testigo que accedió a la ciudad, el médico Dr. Doreal, afirmó en 1931 que la forma de construcción de sus edificios le recordó las construcciones mayas o aztecas. El nombre Shasta no procede del inglés, ni de ninguno de los idiomas ni dialectos indios. En cambio, es un vocablo sánscrito, que significa sabio o venerable. Sin tener noción del sánscrito, las tradiciones indias hablan de sus inquilinos como de seres venerables que moran en el interior de la montaña blanca, por ser ésta una puerta de acceso a un mundo interior de antigüedad milenaria. Notificaciones de los habitantes de la cercana colonia de leñadores de Weed refieren apariciones esporádicas de seres vestidos con túnicas blancas que entran y salen de la montaña, para volver a desaparecer al tiempo que se aprecia un fogonazo azulado. Narraciones recogidas de los indios sioux y apaches confirman la convicción de los hopi y de los indígenas de la región del monte Shasta, de que en el subsuelo del continente americano mora una raza de seres de tez blanca, superviviente de una tierra hundida en el océano Pacífico. Pero también mucho más al norte, en Alaska y en zonas más al norte, esquimales e indios hablan una y otra vez de la raza de hombres blancos que habita en el subsuelo de sus territorios. Descendiendo hacia el Sur, en México hay la creencia de que bajo la pirámide del Sol en Teotihuacán, la ciudad de los dioses, se esconde en el interior del subsuelo una ciudad en la cual se afirma que reside un dios blanco. Si nos trasladamos a la península del Yucatán, hallaremos en su extremo norte, oculta en la espesura de la selva, una ciudad descubierta en 1941 que se extiende sobre un área de 48 km2, y que guarda en el silencio del olvido más de 400 edificios que, en alguna época remota, conocieron el esplendor. Fue hallada por un grupo de muchachos que, jugando en las inmediaciones de una laguna en la que solían bañarse, se toparon con un muro de piedras trabajadas, oculto por la vegetación. No teniendo los mexicanos recursos suficientes para acometer la exploración del lugar, requirieron ayuda norteamericana, acudiendo dos arqueólogos especializados en cultura maya, adscritos al Middle American Research Institute de la Universidad de New Orleans.
También ellos determinaron que el proyecto de limpieza y estudio de la enorme ciudad sobrepasaba sus posibilidades, por lo que habría que crear una asociación con otras entidades. La segunda guerra mundial logró que el proyecto fuera momentáneamente archivado. Hasta que, en 1956, la Universidad de New Orleans, asociada con la National Geographic Society y con el Instituto Nacional de Antropología de México reemprendió las investigaciones. E. Wyllys Andrews, IV (1916 – 1971), el arqueólogo que dirigía la expedición, se dedicó a recoger informaciones entre los indios de la región. Un chamán le hizo saber que la ciudad se llamaba Dzibilchaltún, palabra que era desconocida en el idioma maya local, y que la laguna era llamada Xlacah, cuya traducción sería ciudad vieja. Queriendo averiguar el motivo de este nombre, le fue narrada al arqueólogo norteamericano una leyenda transmitida por los indios de generación en generación, y que afirmaba que, en el fondo de la laguna, existía una parte de la ciudad que se alzaba arriba, en la jungla. De acuerdo con la narración del viejo chamán, muchos siglos antes había en la ciudad de Dzibilchaltún un gran palacio, residencia del cacique. Cierta tarde llegó al lugar un anciano desconocido que solicitó hospedaje al gobernante. Si bien demostraba una evidente mala voluntad, el gobernante ordenó sin embargo a sus esclavos que preparasen un aposento para el viajero. Mientras tanto, el anciano abrió su bolsa de viaje y de ella extrajo una enorme piedra preciosa de color verde, que entregó al soberano como prueba de gratitud por el hospedaje. Sorprendido con el inesperado presente, el cacique interrogó al huésped acerca del lugar del que procedía la piedra. Como el anciano rehusaba responder, su anfitrión le preguntó si llevaba en la bolsa otras piedras preciosas. Y dado que el interrogado continuó manteniéndose en silencio, el soberano montó en cólera y ordenó a sus servidores que ejecutasen inmediatamente al extranjero. Después del crimen, que violaba las normas sagradas del hospedaje, el propio cacique revisó la bolsa de su víctima, suponiendo que encontraría en ella más objetos valiosos. Mas, para su desespero, solamente halló unas ropas viejas y una piedra negra sin mayor atractivo. Lleno de rabia, el soberano arrojó la piedra fuera del palacio. En cuanto cayó a tierra, se originó una formidable explosión, e inmediatamente la tierra se abrió engullendo el edificio, que desapareció bajo las aguas del pozo, surgido en el punto exacto en el que cayó a tierra la piedra. El cacique, sus servidores y su familia fueron a parar al fondo de la laguna, y nunca más fueron vistos. Hasta aquí la leyenda.
Pero continuemos con estas ruinas del Yucatán septentrional. La expedición acabó por descubrir una pirámide que albergaba ídolos diferentes de las representaciones habituales de las divinidades mayas. Otro edificio cercano se revelaría como mucho más importante. Se trataba de una construcción que difería totalmente de los estilos tradicionales mayas, ofreciendo características arquitectónicas jamás vistas en ninguna de las ciudades mayas conocidas. En el interior del templo, adornado todo él con representaciones de animales marinos, Andrews descubrió un santuario secreto, tapiado con una pared, en el que se encontraba un altar con siete ídolos que representaban a seres deformes, híbridos entre peces y hombres. Seres similares por lo tanto a aquellos que en tiempos remotos revelaron inconcebibles conocimientos astronómicos a los dogones, en el Africa central, y a aquellos otros que nos refieren las tradiciones asirias cuando hablan de su divinidad Oannes. En 1961, Andrews regresó a Dzibilchaltún, acompañado en esta ocasión de dos experimentados submarinistas, que debían completar con un mejor equipamiento la tentativa de inmersión efectuada en 1956 por David Conkle y W. Robbinet, que alcanzaron una profundidad de 45 metros, a la cual desistieron en su empeño debido a la total falta de luz reinante. En esta segunda tentativa, los submarinistas fueron acompañados por el experimentado arqueólogo Marden, famoso por haber hallado en 1956 los restos de la H.M.S Bounty, la nave del gran motín. Después de los primeros sondeos, vieron claro que la laguna se desarrollaba en una forma parecida a una bota, prosiguiendo bajo tierra hasta un punto que a los arqueólogos submarinistas les fue imposible determinar. Al llegar al fondo de la vertical, advirtieron que existía allí un declive bastante pronunciado, que se encaminaba hacia el tramo subterráneo del pozo. Y allí se encontraron con varios restos de columnas labradas y con restos de otras construcciones. Con lo cual parecía confirmarse que la leyenda del palacio sumergido se fundamentaba en un suceso real.
El enclave de Dzibilchaltún, en Yucatán, presenta ciertas similitudes con las misteriosas ruinas de Nan Madol, la ciudad muerta del océano Pacífico, del que afirman proceder los indios americanos. También allí se conserva una enigmática ciudad abandonada y devorada por la jungla, a cuyos pies, en las profundidades del mar, los submarinistas descubrieron columnas y construcciones engullidas por el agua del mar. En la Micronesia, situado en las misteriosa isla del pacifico de Pohnpei o Panape, se encuentran las misteriosas ruinas de Nan Madol. En una angosta y frondosa selva junto a la costa sobre 92 islotes artificiales aparecen las ruinas de la civilización de uno de los grandes reyes de los mares del sur llena de misterio y leyenda. Phonpei es considerado por muchos una isla secreta dado su difícil acceso. Las ruinas están situadas en 92 islotes artificiales. Las estructuras de Nan Madol son de pura roca de basalto, contándose unos 40.000 bloques, algunos pesando 200 toneladas. El complejo mide un total de 60 hectáreas. En Jalisco, México, y a unos 120 km tierra adentro del cabo Corrientes, cuentan los indígenas que se oculta un templo subterráneo en el que antaño fue venerado el Emperador del Universo. Y se dice que, cuando finalice el actual ciclo evolutivo, volverá a gobernar la Tierra el antiguo pueblo desplazado. Tal afirmación guarda relación con el legado que encierran los pasadizos de Tayu Wari, en la selva del Ecuador. Viajando hacia el Sur llegamos al estado mexicano de Chiapas, junto a la frontera con Guatemala. Allí moran unos indios diferentes, los lacandones, de tez blanca, por cuyos secretos subterráneos ya se había interesado, en marzo de 1942, el mismo presidente Roosevelt. Los lacandones se llaman a sí mismos hach winik, que significa “verdaderos hombres“. Los hach winik son hablantes de un idioma estrechamente relacionado con el maya yucateco. Los lacandones se dividen en dos grupos, denominados los del norte, que habitan principalmente en las localidades de Nahá y Metzaboc, y los del sur, ubicados en la localidad de Lacan ha Chan Sayab. Los lacandones fueron un imperio que se resistió a la invasión española. En el momento de su primer encuentro con los españoles, en 1530, los lacandones habitaban un territorio reducido al sur de la selva lacandona, teniendo como centro la laguna de Lacam-Tun, hoy laguna de Miramar. Los lacandones, le dieron nombre a la selva. Vivían en la parte meridional de la selva, fueron insumisos y sólo pudieron ser sometidos hacia finales del siglo XVII, casi a la par que los itzáes de Petén.
Abandonaron la ciudad lacustre de Lacam-Tun a fines del siglo XVI, cuando ésta fue destruida por una expedición militar proveniente de la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Se retiraron hacia el sureste y erigieron una nueva ciudad a pocos kilómetros de distancia del río Lacantún, llamándola Sac-Bahián. Por esta razón pudieron prolongar su independencia por más de siglo y medio, hasta que fueron sometidos finalmente en 1695, al ser invadido su último reducto, Sac-Bahián, por tropas españolas venidas simultáneamente de Chiapas y Guatemala. Los españoles trasladaron algunos lacandones hacía el poblado de Dolores, en México, cerca de la frontera con Guatemala y finalmente a Santa Catarina Retalhuleu, en 1769. Se documentó la presencia de los que ellos llamaron “últimos supervivientes“, tres ancianos: dos hombres y una mujer. Es muy probable que algunos sobrevivientes terminaran mezclándose con los nuevos habitantes y que otros se trasladaran a otras zonas para alejarse de los invasores, para preservar sus costumbres y la lengua del pueblo maya originario de la selva Lacandona. Los lacandones, desde finales del siglo XVII, son resultado de una mezcla de pueblos que se consideran originarios de la península de Yucatán y del Petén guatemalteco. Emigraron durante diversos periodos hacia la selva chiapaneca huyendo de los intentos de congregarlos en pueblos establecidos por las autoridades coloniales. Se piensa que estos nuevos habitantes de la selva eran miembros de varias tribus que, hasta el siglo XIX, se distribuían dentro de un área mucho más extensa, que abarcaba no sólo la selva chiapaneca sino también el Petén, Belice y parte de la península de Yucatán. Y que se diferenciaban e identificaban a través de un amplio sistema de linajes. Las referencias sobre la presencia de los actuales lacandones en la selva se remontan a las últimas décadas del siglo XVIII, en documentos que dan cuenta de diversos intentos de catequización de los indígenas. El primero de ellos, entre 1788-1797, se refiere a la concentración de los lacandones en el poblado de San José de Gracia Real. El intento fracasó y retornaron gradualmente a la selva. Desde esta época los nativos establecieron relaciones comerciales con los mestizos de Palenque. Por otra parte, a los lacandones del sur se les intentó evangelizar, sin resultado alguno, a principios del siglo XIX. A este fracaso siguió un segundo intento en 1862 por parte de religiosos capuchinos. Sin embargo, aunque los religiosos se llevaron consigo a algunos nativos, las penalidades del camino, así como los cambios de costumbres y clima, obligaron a los religiosos a permitir el retiro de los indígenas a sus lugares de origen.
Cuentan los lacandones que saben, a través de sus antepasados, que en la extensa red de subterráneos que surcan su territorio se hallan, en algún lugar secreto unas láminas de oro, sobre las que alguien dejó escrita la historia de los pueblos antiguos del mundo. Se dice que también describía lo que sería la Segunda Guerra Mundial, que involucró a todas las naciones más poderosas de la Tierra. Este relato llega a oídos del Presidente Roosevelt a los pocos meses de sufrir los Estados Unidos el ataque japonés a Pearl Harbor. Estas planchas de oro guardan una estrecha relación con las que se esconden en los túneles de Tayu Wari, en el Oriente ecuatoriano. Podemos seguir 50 km de túneles hacia el Sur. Desde Chiapas pasa bajo tierra guatemalteca. En 1689 el misionero Francisco Antonio Fuentes y Guzmán no tuvo inconveniente en dejar descrita la maravillosa estructura de los túneles del pueblo de Puchuta, que recorre el interior de la tierra hasta el pueblo de Tecpan, en Guatemala, situado a unos 50 km del inicio de la estructura subterránea. A finales de la década de 1940 apareció un libro titulado Incidentes de un viaje a América Central, Chiapas y el Yucatán, escrito por el abogado norteamericano John Lloyd Stephens, que en misión diplomática visitó Guatemala en compañía de su amigo, el artista Frederick Catherwood. Allí, en Santa Cruz del Quiché, un anciano sacerdote español le narró su visita a una zona situada al otro lado de la sierra y a cuatro días de camino en dirección a la frontera mexicana, que estaba habitada por una tribu de indios que permanecían aún en el estado original en que se hallaban antes de la conquista. En conferencia de prensa celebrada en New York, tiempo después de la publicación del libro, añadió que, recabando más información por la zona, averiguó que dichos indios habían podido sobrevivir en su estado original gracias a que, siempre que aparecían tropas extrañas, se escondían bajo tierra, en un mundo subterráneo dotado de luz, cuyo secreto les fue legado en tiempos antiguos por los dioses que habitan bajo tierra. Y aportó su propio testimonio de haber comenzado a desandar un túnel debajo de uno de los edificios de Santa Cruz del Quiché, por el que, en opinión de los indios, antiguamente se llegaba a México en una hora.
Motivo que representa un español a caballo, por lo tanto es una de las mas recientes, post-conquista.
Motivo naturalista, una serpiente Coral.
Panel con escenas y motivos superpuestos.
Arroyo Los Molles, entre el Cerro Inti Huasi y el Veladero.
El Cóndor Andino y otros motivos al pie del Cerro Colorado.
Varios motivos en el Cerro Colorado.
Escena con Guerreros ataviados con plumas para el combate. Se supone una batalla entre Comechingones y Sanavirones.
Mortero para pigmentos al pie del Cerro Colorado
Morteros
Motivo Bicolor
Motivo conocido como el Búho, creemos que es un motivo zooantropomorfo que representa al chamán ataviado de búho.
Caciques, detalle mural Cerro Colorado
Oquedad Cerro Inti Huasi.
Oquedad. Cerro Colorado
Zoomorfos del Cerro Inti Huasi
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Chaman y cóndor. Cerro Colorado
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Pictografías del Cerro Inti Huasi,
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Zoomorfos, chamanes, reptiles, detalle Cerro Colorado.
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Saurios y dibujos abstractos.
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Geométrico y zoomorfos.
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En octubre de 1985, Andreas Faber Kaiser relata que tuvo ocasión de acceder, junto con Juan José Benítez, con los hermanos Vilchez y con Gretchen Andersen, a un túnel excavado en el subsuelo de una finca situada en los montes de Costa Rica. Se internaron en una gran cavidad que daba paso a un túnel artificial que descendía casi en vertical hacia las profundidades de aquel terreno. Los lugareños, que llevaban años limpiando aquel túnel de la tierra y piedras que lo taponaban, narraron que al final del túnel se halla el Templo de la Luna, un edificio sagrado, uno de los varios edificios expresamente construidos bajo tierra hace milenios por una raza desconocida que, de acuerdo con sus registros, habrían construido una ciudad subterránea de más de 500 edificios. En 1986, y ya bastante más al Sur, Andreas Faber Kaiser se internó en solitario en la intrincada selva que, en el Oriente amazónico ecuatoriano, llegando hasta la entrada de un sistema de túneles conocidos por Los Tayos, Tayu Wari en el idioma de los indios jívaros que los custodian. En estos túneles, el etnólogo, aventurero y minero húngaro Janos Moricz había hallado años atrás, y después de buscarla por todo el subcontinente sudamericano, una auténtica biblioteca de planchas de metal. En ellas, estaba grabada, con signos y escritura ideográfica, la relación cronológica de la historia de la Humanidad, el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos de una civilización extinguida. Por los testimonios recogidos, a partir de allí partían dos sendas subterráneas principales. Una se dirigía al Este hacia la cuenca amazónica en territorio brasileño, y la otra se dirigía hacia el Sur, para discurrir por el subsuelo peruano hasta Cuzco, el lago Titicaca, en la frontera con Bolivia, y finalmente alcanzar la zona lindante a Arica, en el extremo norte de Chile. De acuerdo con las informaciones recogidas en Brasil por el periodista alemán Karl Brugger, con cuyo asesinato en la década de los 80 desaparecieron los documentos de su investigación, se hallarían en la cuenca alta del Amazonas diversas ciudades ocultas en la espesura, construidas por seres procedentes del espacio exterior en épocas remotas, y que conectarían con un sistema de trece ciudades ocultas en el interior de la cordillera de los Andes. Se sabe que, en la época de la conquista, los nativos ocultaron sus enormes riquezas bajo el subsuelo, para evitar el saqueo de las tropas españolas.
Para ello, los incas utilizaron los sistemas de subterráneos ya existentes desde muchísimo antes, construidos por una raza muy anterior a la inca, y a los que algunos de ellos tenían acceso gracias al legado de sus antepasados. Posiblemente, el desierto de Atacama en Chile sea el final del trayecto de los túneles, en el extremo Sur. Estamos hablando pues de la zona que las tradiciones de los indios hopi, en la Arizona norteamericana, señalan como punto de arribada de sus antepasados cuando, ayudados por unos seres que dominaban tanto el secreto del vuelo como el de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas, se vieron obligados a abandonar precipitadamente las tierras que ocupaban en lo que hoy es el océano Pacífico. Volvien do a México, tenemos que los toltecas dejaron Tollan en el 987 d.C. bajo el liderazgo de Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl, molestos con las abominaciones religiosas y buscando un lugar donde poder dar culto como en la antigüedad. Así fue como llegaron a Yucatán. Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl fue un personaje histórico del México antiguo. Según las más recientes investigaciones, nació el 13 de mayo de 895 d.C., en un sitio llamado Michatlauhco, hoy asociado con el pueblo de Amatlán de Quetzalcoatl, estado de Morelos, México. Desapareció a los 52 años en la costa de Coatzacoalcos, Veracruz. Quetzalcóatl es también el nombre del legendario personaje tolteca, Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. Hijo de Mixcóatl y Chimalma, fue el último rey de Tollan o Toílan, ciudad que algunos estudios han identificado con la de Tula. En la mitología mesoamericana, Tollan era la ciudad gobernada por Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada. Tollan está vinculada con otro lugar mítico, el Tamoanchan, una especie de paraíso. No debe confundirse la ciudad mítica con las ciudades de Tula, Cholula y Teotihuacan, todas ellas nombradas Tollan en virtud de ser grandes capitales. Según el mito, los habitantes de Tollan cultivaban algodón de colores, maíz de la mejor calidad y vivían en paz. Sin embargo, Tezcatlipoca, el eterno rival de Quetzalcóatl, lo embriagó con pulque (octli) y lo hizo fornicar con su hermana Xochiquétzal. Avergonzado por lo ocurrido, Quetzalcóatl se retiró de la ciudad que gobernaba, prometiendo regresar en otro año que llevara el nombre de aquél en que había nacido: Ce- Ácatl (Uno Caña). El significado de su nombre es el inicio de la trecena y último día del cuarto mes Huei Tozoztli, dedicado al autosacrificio. Su denominación como Quetzalcóatl se debe al culto al que pertenecía. Algunos autores creen que Tollan es hoy la ciudad de Tula, situada en el estado de Hidalgo, México. La leyenda dice que cayó por las tentaciones que los dioses presentaron al último rey de Tula y que están asociadas a situaciones bélicas, no religiosas, anteriores al estado mexica. Teotihuacán, la ciudad de los dioses, es anterior a estas urbes.
La antropóloga Carmen Cook de Leonhardt afirmó que Amatlán de María Magdalena de Quetzalcóatl, uno de los barrios de Tepoztlán, había sido la cuna del príncipe Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl. El entonces presidente mexicano, José López Portillo, aceptó la propuesta y de alguna manera se “oficializó” el hecho histórico de que Quetzalcóatl había nacido en Amatlán. El novelista e investigador mexicano del Instituto de Investigaciones Estéticas, Fernando Zamora, discute este hecho en su tesis: Quetzalcóatl nació en Amatlán: Identidad y nación en un pueblo mesoamericano, publicado por la Universidad Iberoamericana. La antropóloga Carmen Cook basó su afirmación en base a tres estelas en las que se le representaba como serpiente emplumada y como planeta Venus. De acuerdo con Cook, en dicha estela y teniendo en cuenta la forma en que Venus se mueve por el cielo, encontró que el padre del dios serpiente fue el rey tolteca Mixcóatl y que su madre se llamaba Chimalma. Dos de los cerros que rodean Amatlán llevan dichos nombres desde tiempos prehispánicos, lo cual condujo a Carmen Cook a la convicción de que Amatlán era el lugar de nacimiento de Quetzalcóatl, hecho que si bien no ha recibido aceptación por parte de la comunidad científica, suele ser aceptado como verdadero por la gente del estado de Morelos en general y por el pueblo de Amatlán de Quetzalcóatl en particular. Se han desarrollado diversos mitos sobre la personalidad de Quetzalcóātl. Desde que era un extraterrestre, hasta que era un vikingo o un cristiano náufrago. Sin embargo, su biografía se conserva en diversos documentos, tales como los Anales de Cuauhtitlan, las informaciones de Bernardino de Sahagún y de Īxtlixōchitl, así como las leyendas de Morelos. Leyendo esos documentos se puede reconstruir su vida. A los trece años fue estudiante en la ciudad de Xōchicalco. En el 925 lo eligieron rey en Tula. Poco después fue “tentado” por el dios Tezcatlipōca, motivo por el cual le expulsaron del reino. Hacia el 981 fue recibido por el rey maya Ulil en las ciudades de Chichén Itzá y Uxmal. Regresó al altiplano de México y radicó en la ciudad de Cholula, donde se dedicó al trabajo pedagógico. En 947 se dirigió a la ciudad de Hueitlapala, cercana a la actual Coatzacoalcos, donde se embarco en una “balsa de serpientes” y allí se auto incineró. Tal vez esto hace referencia a las llamas de una nave aérea en la que embarcó
Debido a la nobleza de su vida y enseñanzas le nombraron Nacxitl Quetzalcōātl, ‘cuarto paso de la serpiente emplumada’ o Mocōnetzín ‘el hijo del maguey’. Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl definió el canon del saber tōltēca, recogido en diversos documentos, principalmente en el libro oral Huēhuehtlahtōlli, ‘antiguas palabras’, conservado a través de las transcripciones de Olmos y Bernardino de Sahagún. La enseñanza de Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl se recoge en el siguiente verso del Códice Matritense: «Dios es uno, Quetzalcóātl es Su nombre. Nada pide, sólo serpientes y mariposas le ofreceréis». Otra leyenda nos dice que Cē Ācatl Tōpīltzin Quetzalcóatl fue el rey sacerdote de la ciudad de Tollan en el siglo X de nuestra era. Tollan-Xicocotitlan (Tula) era la capital de la cultura tōltēca. Él era el principal sacerdote del dios Quetzalcóātl, y tomó de los dioses las artes y ciencias para darlas a los hombres, al igual que el Prometeo griego. Sustituyó el sacrificio humano por el de aves, mariposas y otros insectos. Después de verse en un espejo que le mostró Tezcatlipōca, consideró que su rostro era horrible, por lo que se dejó crecer la barba y posteriormente comenzó a usar una máscara. Cē Ácatl Tōlpīltzin es considerado como representación de dicha divinidad en la tierra, por lo que lleva una vida ejemplar y casta. Sin embargo, no todos los habitantes de Tollan-Xicocotitlan lo ven con buenos ojos y comienza a tener enfrentamientos con los adoradores de Tezcatlipōca, y son ellos, por medio de engaños, quienes hacen que se embriague y falte a su celibato. Debido a su terrible falta, Cē Ácatl Tōlpīltzin Quetzalcóātl debe abdicar y partir exiliado, junto con sus seguidores, a la Península de Yucatán y a los países de Mesoamérica, no sin antes haber prometido su regreso. Pero Cē Ácatl Tōlpīltzin Quetzalcóātl, según cuenta la leyenda, no muere en el exilio, sino que se embarca de nuevo en las costas del Golfo y desaparece en las aguas, convirtiéndose en “la estrella de la mañana”, Venus. Cē Ácatl Tōlpīltzin Quetzalcóātl prometió regresar en cierta fecha del Xiuhpohualli que coincidió con la llegada de los españoles en el año de 1518, lo cual atemorizó a los mexicas, que se consideraban herederos de la cultura tolteca, a pesar de haber alterado sus enseñanzas. De acuerdo al libro de Jorge Larde y Larin, El Salvador: descubrimiento, conquista y colonización: “En los albores de 1520 el capitán Hernán Cortés permanecía aparentemente victorioso en Tenochtitlan, pues ocupaba en paz y sosiego la capital de los tenochcas, mexicas o aztecas y retenía prisionero a Moctezuma Xocoyotzin, el huey tlatoani o emperador de aquella nación. A su real o campamento militar llegaron unos nobles emisarios enviados por los señores de Huehuetlapallan o Antigua Tlapallan, un misterioso país oriental ubicado en la región del lago sagrado de Güija, de donde, según todas las tradiciones, leyendas y pinturas antiguas, dimanaron las altas culturas precolombinas de América invocadoras de Quetzalcōātl, el Lucero de la Aurora”.
Cē Ácatl Tōlpīltzin Quetzalcóātl aparece en muchas de las culturas, leyendas y tradiciones en los países mesoaméricanos, reconociéndolo como aquel que edificó, reconstruyó y glorificó muchas ciudades o centros ceremoniales de Mesoamérica durante su exilio. Según la leyenda, Quetzalcoátl llegó a la zona Maya, en el sureste del actual México, donde fue reconocido como un gran jefe guerrero, fundó la liga de Mayapán y conquistó la ciudad de Chichen Itzá, donde fue conocido bajo el nombre de Kukulkán, y donde se encuentra el templo que lleva su nombre. Seguramente los toltecas podrían haber encontrado un lugar más cercano que Yucatán, haciendo así su viaje menos arduo y evitando pasar por territorios de tribus hostiles. Sin embargo, decidieron llevar a cabo una larga caminata de más de mil quinientos kilómetros hasta una tierra completamente diferente de la suya, ya que era llana, sin ríos y tropical. Los Toltecas no se detuvieron hasta llegar a Chichén Itzá. Curiosamente se dirigieron a una zona en donde se encuentra el cráter de Chicxulub. ¿Conocían su existencia? El cráter de Chicxulub es un antiguo cráter de impacto cuyo centro aproximado está ubicado al noroeste de la península de Yucatán, en México. Este centro se encuentra cerca de la población de Chicxulub, a la que el cráter debe su nombre. Y Chichen Itzá está dentro del área que abarca el gigantesco cráter, ahora totalmente cubierto. La traducción al español del nombre en lengua maya del poblado de Chicxulub, que se encuentra al oriente del puerto de Progreso, en Yucatán, es «pulga del diablo». El cráter mide más de 180 kilómetros de diámetro, formando una de las zonas de impacto más grandes del mundo. Se estima que el asteroide que formó el cráter medía al menos diez kilómetros de diámetro. Fue descubierto por Antonio Camargo y Glen Penfield, geofísicos que trabajaban en Yucatán para la empresa paraestatal de Petróleos Mexicanos en busca de yacimientos de petróleo a finales de la década de 1970. Inicialmente, no se pudo encontrar pruebas que evidenciaran que esa inusual estructura geológica era, en realidad, un cráter de impacto, por lo que se abandonaron las investigaciones.
A través de su contacto con Alan Hildebrand, un geólogo canadiense, Penfield y Camargo fueron capaces de obtener muestras que sugerían que el cráter había sido consecuencia de un impacto. Las pruebas de un origen por impacto del cráter incluyen «cuarzo chocado», una anomalía gravitatoria y la presencia de tectitas en el área circundante. También la presencia de iridio y en ocasiones de platino como metal asociado. La edad de las rocas y los análisis isotópicos mostraron que esta estructura data de finales del período Cretácico, hace aproximadamente 65 millones de años. La principal evidencia es una delgada capa de iridio encontrada en sedimentos del límite K/T en varios afloramientos de todo el mundo. El iridio es un metal escaso en la Tierra, pero abundante en los meteoritos y asteroides. Recientemente se ha reafirmado la hipótesis de que el impacto es el responsable de la extinción masiva del Cretácico-Terciario. En efecto, entre las consecuencias del choque destaca la extinción de diversas especies, entre ellas los dinosaurios, como lo sugiere el límite K/T. Aunque algunos críticos argumentan que el impacto no fue el único motivo y otros debaten si en realidad fue un único impacto, o si en la colisión de Chicxulub participaron una serie de asteroides que podrían haber impactado contra la Tierra aproximadamente al mismo tiempo. Las pruebas recientes sugieren que el objeto podría haber sido una parte de un asteroide mucho más grande que, tras una colisión en el espacio distante hace más de 160 millones de años, se dividió en una familia de asteroides más pequeños. Pero, ¿cuál era la razón de los toltecas para llegar a la ciudad sagrada que los mayas ya habían abandonado? La respuesta la tenemos que buscar en sus ruinas. Chichén Itzá se ha comparado con la ciudad romana de Pompeya, en donde, después de quitar las cenizas volcánicas bajo las cuales yacía enterrada, salió a la luz una ciudad romana, con sus calles, sus casas y sus murales. En Chichén Itzá había que quitar la cubierta selvática, que permitiría una visita a una ciudad maya del «Imperio Antiguo», y una imagen de Tollan, tal como sus emigrantes la habían visto por última vez. Pues cuando los toltecas llegaron, reconstruyeron y construyeron Chichén Itzá a imagen de su antigua capital. Los arqueólogos creen que en este lugar hubo una importante población incluso en el primer milenio a.C. Las Crónicas de Chilam Balam dan fe de que hacia el 450 d.C, Chichén Itzá era la principal ciudad sagrada de Yucatán. Entonces, se le llamaba Chichén, «la boca del pozo», pues su rasgo más sagrado era un cenote o pozo sagrado al cual llegaban peregrinos de todas partes.
La mayor parte de los restos visibles de aquella época de dominación maya están situados en la parte sur, lo que han dado en llamar el «Viejo Chichón». Es aquí donde están ubicados la mayor parte de los edificios descritos y dibujados por Stephens y Catherwood, y llevan nombres tan evocadores como Akab-Dzib («lugar de la escritura oculta»), la Casa de las Monjas, el Templo de los Umbrales, etc. Los últimos en ocupar Chichén Itzá antes de la llegada de los toltecas fueron los itzaes, tribu que algunos consideran parientes de los toltecas y otros ven como emigrantes del Sur. Fueron ellos los que le dieron al lugar su actual nombre, que significa «La boca del pozo de los itzaes», y construyeron su propio centro ceremonial al norte de las ruinas mayas. Los edificios más famosos del lugar, como la gran pirámide central («el Castillo») y el observatorio (“el Caracol”) los construyeron ellos, los itzaes. Luego se apoderarían de éstos los toltecas, que los reconstruirían cuando recrearon la antigua Tollan en Chichén Itzá. El descubrimiento fortuito de una entrada permite al visitante de hoy pasar por el espacio que queda entre la pirámide de los itzaes y la de los toltecas, que cubre a la anterior, y ascender por la antigua escalinata hasta el santuario itzá, en donde los toltecas instalaron una imagen de Chac Mool y de un jaguar. Una de las esculturas más peculiares de la arqueología mexicana es sin duda la que conocemos con el nombre de Chac Mool, encontrada principalmente en las zonas de Chichén Itza y Tula. Se trata, en la mayoría de los casos, de una figura humana reclinada hacia atrás, con las piernas encogidas y la cabeza girada, en cuyo vientre descansa un recipiente circular o cuadrado. El nombre maya con el cual se le conoce fue asignado por el viajero Auguste Le Plongeon, quien en sus excavaciones en Chichén Itzá encontró una de estas esculturas y la trasladó a Mérida a finales de 1874. Tres años después la figura se envió a la ciudad de México, lo que provocó una fuerte protesta por parte de su descubridor. Posteriormente se han encontrado otras esculturas de este tipo en diferentes lugares de Mesoamérica, si bien son más abundantes en Tula, Hidalgo, y en Chichén Itzá, Yucatán, sin olvidar que en la Ciudad de México se han hallado varias, como la que se recuperó en 1943 en la calle de Venustiano Carranza, que está labrada en el típico estilo azteca, o la excavada frente al adoratorio de Tláloc en la etapa II (1390 d.C.) del Templo Mayor de Tenochtitlan, la cual aún conserva sus colores originales.
El mito maya y su representación, haciéndose eco de los «mitos» de Oriente Próximo y sus representaciones, parecen haber conservado los elementos celestiales del relato y el simbolismo del número siete, en su relación con el planeta Tierra. Es significativo que en las imágenes mayas y toltecas, que pueden verse en las paredes del juego de pelota, algunos jugadores lleven como emblema un disco solar, mientras que otros llevan el de una estrella de siete puntas. Es éste un símbolo celeste, confirmado por el hecho de que en Chichén Itzá, por todas partes, se puede ver la imagen de una estrella de cuatro puntas en combinación con el símbolo del «ocho» para el planeta Venus. Asimismo, en otros lugares del noroeste de Yucatán, las paredes de los templos se decoraban con símbolos de estrellas de seis puntas. El representar a los planetas como estrellas con diferente número de puntas tuvo su origen en Sumer. Basándose en lo que habían aprendido de los nefilim, los sumerios no contaban los planetas tal como lo hacemos nosotros, desde el Sol hacia fuera, sino desde el exterior hacia el centro. Así, Plutón era el primer planeta, Neptuno era el segundo, Urano el tercero, Saturno el cuarto, Júpiter el quinto, Marte el sexto, la Tierra el séptimo y Venus el octavo. Las representaciones mayas/toltecas aparentemente seguían la iconografía de Oriente Próximo. Como se puede ver, los símbolos encontrados en Chichén Itzá y en otros muchos lugares de Yucatán son casi idénticos a aquellos mediante los que se representaba a los distintos planetas en Mesopotamia. De hecho, el empleo de símbolos de estrellas con puntas a la manera de Oriente Próximo se hace más insistente a medida que uno se mueve hacia el noroeste de Yucatán y su costa. Allí, en un lugar llamado Tzekelna, se encontró una notabilísima escultura, que se exhibe en la actualidad en el museo de Mérida. Esculpida a partir de un gran bloque de piedra, al que la estatua aún está unida por su parte trasera, representa a un hombre de marcados rasgos faciales, posiblemente tocado con un casco. Tiene el cuerpo cubierto con un traje ceñido, con escamas o costillas. Bajo el brazo doblado, sostiene un objeto que el museo identifica como «la forma geométrica de una estrella de cinco puntas». Sobre el vientre, sujeto con correas, lleva un extraño dispositivo circular. Los expertos creen que, por algún motivo, identificaba a los que lo portaban como dioses de las aguas. En un lugar cercano llamado Oxkintok, se encontraron grandes esculturas de deidades que formaban parte de enormes bloques de piedra. Los arqueólogos suponen que habrían servido como columnas de apoyo estructurales en los templos. Una de ellas es una representación femenina. Su escamado atuendo aparece también en varias estatuas y estatuillas de Jaina, una isla que se extiende cerca de la costa de esta parte noroccidental de Yucatán, en la cual se levantó un templo de lo más inusual. La isla habría servido como necrópolis sagrada porque, según las leyendas, era el lugar del último descanso de Itzamna, el dios de los itzaes. Era un antiguo gran dios, que habría llegado sobre las aguas para desembarcar allí, y cuyo nombre significaba «aquel cuyo hogar es el agua».
Los textos, las leyendas y las creencias religiosas se combinan, de este modo, para señalar la costa del golfo de Yucatán como el lugar en donde un ser divino o deificado habría desembarcado para crear poblaciones y una civilización en aquellas tierras. ¿Habría escogido este lugar por tener conocimiento de la existencia del cráter de Chicxulub? ¿Tal vez debido a las pruebas de un origen por impacto del cráter, que incluyen «cuarzo chocado», una anomalía gravitatoria y la presencia de tectitas en el área circundante, así como la presencia de iridio y en ocasiones de platino como metal asociado? Los recuerdos colectivos de un ser divino llegado a Yucatán debieron de ser el motivo que impulsó a los toltecas a emprender el camino hasta este rincón de Yucatán, y concretamente hasta Chichén Itzá, dónde emigraron en busca de una reactivación y una purificación de sus creencias originales. Se trataba de un regreso al lugar en donde todo había comenzado, y en donde tendría que desembarcar de nuevo aquel dios que había dicho que volvería desde el otro lado del mar. El punto principal del culto de Itzamna y de Quetzalcóatl, y quizá también de los recuerdos del dios Balún Votan, personaje mítico que forma parte de la historia del pueblo maya y que según la leyenda condujo a su pueblo a lo largo de un inmenso territorio mesoamericano, era el cenote sagrado de Chichén Itzá, el enorme pozo que había dado su nombre a Chichén Itzá. Tal vez este pozo tiene alguna extraña conexión con el cráter de Chicxulub. Situado directamente al norte de la pirámide principal y conectado con la plaza ceremonial por medio de una larga avenida procesional, el pozo tiene en la actualidad algo más de 20 metros de profundidad entre la superficie y el nivel del agua, con otros treinta metros más o menos de agua y cieno más abajo. La boca del cenote, de forma oval, mide alrededor de 87 metros de largo y 52 de ancho. Existen evidencias de que el pozo se agrandó artificialmente y de que, en otro tiempo, hubo una escalinata que llevaba hacia abajo. Aún se pueden ver los restos de una plataforma y un santuario en la boca del pozo. Allí, según escribe el obispo Landa, se llevaban a cabo ritos para honrar al dios del agua y las lluvias, se arrojaba a doncellas en sacrificio y los fieles que se apiñaban alrededor echaban ofrendas preciosas, preferiblemente de oro.
En 1885, Edward H. Thompson, que se había ganado una gran reputación por ser el autor del tratado titulado Atlantis not a Myth, consiguió que se le asignara un consulado de los Estados Unidos en México. No pasó mucho tiempo antes de que comprara, por 75 dólares, más de 250 kilómetros cuadrados de selva, en donde se encontraban las ruinas de Chichén Itzá. Haciendo de aquellas ruinas su hogar, Thompson organizó para el Museo Peabody de la Universidad de Harvard una serie de inmersiones sistemáticas en el pozo con el objetivo de recuperar sus sagradas ofrendas. Sólo se encontraron alrededor de cuarenta esqueletos humanos; pero los buzos sacaron miles de ricos objetos artísticos. Más de 3.400 estaban hechos de jade, una piedra semipreciosa que era la más apreciada por mayas y aztecas. Entre los objetos había cuentas, varillas nasales, tapones para los oído, botones, anillos, pendientes, globos, discos, efigies, figurines, etc… Más de 500 objetos llevaban grabados en los que se representaba tanto a animales como a personas. Entre estos últimos, algunos llevaban una visible barba, con un aspecto muy parecido al de las paredes del templo del juego de pelota. Aún más significativos eran los objetos de metal que sacaron los buzos. Centenares de ellos estaban hechos de oro, y algunos de plata y de cobre, descubrimientos muy llamativos dada la escasez de aquellos metales en la península de Yucatán. Algunos de los objetos estaban hechos de cobre dorado o de aleaciones de cobre, incluido el bronce, lo que indica una sofisticación metalúrgica desconocida en tierras mayas, y evidencia que los objetos se habían traído desde tierras distantes. Pero lo más desconcertante de todo fue el descubrimiento de discos de estaño puro. Hay yacimientos de estaño en muchas partes de América del Sur, con yacimientos menores en el sur de Perú, en Colombia y Brasil y en el noroeste de Argentina, y grandes yacimientos de casiterita explotables en el norte de Bolivia. Estos yacimientos ya eran explotados en el año 1000 para la fabricación de bronce de estaño por las culturas andinas, incluyendo la posterior cultura inca que consideraba el bronce de estaño como la «aleación imperial». En América del Norte, la única fuente conocida explotable de estaño en la antigüedad se encuentra en Zacatecas, en el norte de México, a bastante distancia de Yucatán, que suministró a las culturas occidentales mexicanas estaño suficiente para la producción de bronce. Entre los objetos de metal, exquisitamente trabajados, había numerosas campanas, así como objetos rituales, como copas y lavamanos, anillos, tiaras, máscaras, ornamentos y joyas, cetros y objetos de propósito desconocido.
Los objetos más importantes eran discos grabados o estampados con escenas de enfrentamientos. En éstas, personas con diferentes atuendos y de rasgos diferentes se enfrentaban entre sí, quizás en combate, en presencia de serpientes terrestres o celestes, o de dioses celestes. El dominante o héroe victorioso se representaba siempre con barba. Es evidente que estos personajes barbudos no eran dioses, pues a los dioses celestes o serpiente se les mostraba por separado. Su aspecto, diferente del dios celeste alado y con barba, aparece en relieves grabados en paredes y columnas de Chichén Itzá, junto con otros héroes y guerreros, como algunos con larga y fina barba, a uno de los cuales alguien apodó «El Tío Sam». La identidad de esta gente con barba es un enigma. Lo que es seguro es que no eran indígenas nativos, puesto que a éstos no les crecía el vello facial y, por lo tanto, no podían tener barba. Entonces, ¿quiénes eran estos forasteros? Sus rasgos son «semitas», o más bien mediterráneo orientales, aún más destacados en los objetos de arcilla que llevan imágenes faciales. Ello ha llevado a varios investigadores a identificarlos como fenicios o «marinos judíos», que quizás perdieron el rumbo y fueron llevados por las corrientes atlánticas hasta las costas de Yucatán, cuando el rey Salomón y el rey fenicio Hiram juntaron sus fuerzas para enviar expediciones marítimas a circundar África en busca de oro, hacia el 1000 a.C. o unos cuantos siglos después, cuando los fenicios fueron ahuyentados de sus ciudades portuarias en el Mediterráneo oriental, fundaron Cartago y navegaron hasta África occidental. A despecho de quiénes pudieran haber sido esos marinos, los investigadores académicos más conservadores desechan radicalmente cualquier idea de una travesía deliberada. Explican las innegables barbas como barbas postizas, que los indígenas se pegaban en la barbilla, o bien dicen que se trata de supervivientes ocasionales de algún naufragio. Claro está que el primer argumento no hace más que llevar a esta pregunta: si los indígenas imitaban a alguna persona barbada, ¿de quiénes se trataba?
Tampoco parece válida la explicación que afirma que se trata de unos cuantos supervivientes de naufragios. Las tradiciones nativas, al igual que la leyenda de Votan, nos hablan de viajes repetidos de exploración seguidos por asentamientos y la fundación de ciudades. Las evidencias arqueológicas contradicen la idea de unos cuantos supervivientes ocasionales arrojados a una playa. A los barbados, a los que se les ve en diversas actividades y circunstancias, se les ha representado a lo largo de toda la costa del golfo de México, en localidades del interior y hasta en la costa del Pacífico. Y no se les representa estilizados, ni mitificados, sino retratados como gente real. Algunos de los más sorprendentes ejemplos se han encontrado en Veracruz. La gente a la que inmortalizaron eran claramente idénticos a los dignatarios semitas occidentales a los que tomaban como prisioneros los faraones egipcios durante sus campañas asiáticas, tal como los representaron los vencedores en sus inscripciones conmemorativas de las paredes de los templos. Todo parece indicar que unos marinos mediterráneos llegaron a América mucho antes que Colón. Las pistas arqueológicas son desconcertantes, pues llevan a un enigma aún mayor. Se trata de los olmecas, y sus aparentes orígenes negros africanos. Como se ve en muchas representaciones, los barbados y los olmecas se encontraron, cara a cara, en la misma zona y en la misma época. De todas las civilizaciones perdidas de América Central, la de los olmecas es la más antigua y la más desconcertante. Aparentemente fue la civilización madre, la que todos copiaron y adaptaron. Apareció a lo largo de la costa del golfo de México a comienzos del segundo milenio a.C. Estaba en pleno florecimiento en alrededor de cuarenta lugares hacia el 1500 a.C. y, difundiéndose en todas direcciones, pero principalmente hacia el Sur, dejaron su huella por toda América Central hacia el 800 a.C. La primera escritura en glifos de Centroamérica aparece en el reino de los olmecas; y lo mismo se puede decir del sistema numérico de puntos y barras. Las primeras inscripciones del calendario de la Cuenta Larga, con la enigmática fecha de comienzo en 3113 a.C.; las primeras obras de arte escultórico grandiosas y monumentales; la primera utilización del jade; las primeras representaciones de armas o herramientas manuales; los primeros centros ceremoniales; las primeras orientaciones celestes, todo ello fue obra de los olmecas.
No es de sorprender que algunos, como J- Soustelle, en su obra The Olmecs, hayan comparado la civilización olmeca en Centroamérica con la de los sumerios en Mesopotamia, que se considera que fueron la primera gran civilización del antiguo Oriente Próximo. Y, al igual que la civilización sumeria, los olmecas también aparecieron de repente, sin ningún precedente o período previo de avance gradual. En sus textos, los sumerios describían su civilización como un regalo de los dioses, los visitantes a la Tierra que surcaban los cielos y, de ahí, que se les representara como seres alados. Los olmecas expresaron sus «mitos» en el arte escultórico, como en una estela de Izapa en la que un dios alado decapita a otro. Este relato en piedra es notablemente similar a otra representación sumeria. Apodados olmecas («pueblo del caucho»), debido a que su región en la costa del golfo era conocida por sus árboles de caucho, en realidad eran un enigma. Aparentemente eran forasteros en tierra extraña, forasteros de allende los mares, un pueblo que no sólo pertenecía a otra tierra, sino a otro continente. En una zona de costas pantanosas en donde la piedra es rara, ellos crearon y dejaron tras de sí monumentos de piedra que asombran hasta en nuestros días. De éstos, los más desconcertantes son los que retratan a los propios olmecas. Se trata de gigantescas cabezas de piedra esculpidas con una increíble habilidad y con herramientas desconocidas. El primero en ver una de estas gigantescas cabezas fue J. M. Melgar y Serrano, en Tres Zapotes, en el estado de Veracruz. La describió en el Boletín de la Sociedad Geográfica y Estadística Mexicana (en 1869) como «una obra de arte y una magnífica escultura que lo que más sorprende es que parece representar a un etíope». Unos dibujos anexos reproducían fielmente los rasgos negroides de la cabeza. Pero hasta 1925 los expertos occidentales no confirmaron la existencia de tan colosales cabezas de piedra, cuando un equipo arqueológico de la Universidad de Tulane, encabezado por Frans Blom, encontró «la parte superior de una colosal cabeza que estaba profundamente hundida en la tierra», en La Venta, un lugar cercano a la costa del golfo, en el estado de Tabasco. Cuando se desenterró la cabeza, media casi 2,5 metros de alta y 6,4 de diámetro, y pesaba alrededor de 24 toneladas. No cabe duda de que representa a un negroide africano con un visible casco. Con el tiempo, en La Venta se encontrarían mas cabezas, cada una con sus diferencias individuales y con cascos diferentes, pero con los mismos rasgos faciales.
Otras cinco colosales cabezas olmecas se encontraron en la década de 1940 en San Lorenzo, un asentamiento olmeca a casi 100 kilómetros de La Venta. El descubrimientos lo hicieron las expediciones arqueológicas dirigidas por Matthew Stirling y Philip Drucker. Y los equipos de la Universidad de Yale que les siguieron, liderados por Michael D. Coe, descubrieron más cabezas e hicieron lecturas de radiocarbono que dieron fechas en torno al 1200 a.C. Esto significa que la materia orgánica, en su mayor parte carbón, encontrada en aquel lugar, tenía aquella antigüedad. Pero el lugar mismo y sus monumentos bien podrían ser más antiguos. De hecho, el arqueólogo mexicano Ignacio Bernal, que descubrió otra cabeza en Tres Zapotes, data estas colosales esculturas hacia el 1500 a.C. Hasta ahora se han encontrado dieciséis de estas enormes cabezas, que miden entre metro y medio y tres metros de altura, y llegan a pesar hasta 25 toneladas. Quienquiera que las esculpiera estuvo a punto de esculpir algunas más, pues, junto a las cabezas terminadas, se ha encontrado gran cantidad de grandes piedras que se habían extraído ya de la cantera y se habían redondeado hasta darle la forma de una pelota. Las piedras de basalto, terminadas y sin terminar, se llevaron desde su origen hasta lugares en donde no existe la piedra, recorriendo distancias de 100 kilómetros o más, a través de selvas y pantanos. Cómo se extrajeron estos colosales bloques de piedra, cómo se transportaron y, por último, cómo se esculpieron y se erigieron en su destino, sigue siendo un misterio. Sin embargo, está claro que para los olmecas era muy importante conmemorar a sus líderes de esta manera. Viendo una galería de retratos de estas cabezas, se puede ver con claridad que se trataba de personas, todas ellas de la misma estirpe negroide africana, pero con sus propias personalidades y con diferentes tocados. Las escenas de enfrentamientos grabadas en las estelas de piedra y otros monumentos, nos ofrecen una imagen de los olmecas como gente alta, de constitución fuerte y con cuerpos musculosos. Eran gigantes en estatura, sin duda, a los ojos de la población indígena, de estatura más pequeña.
Para que no supongamos que se trata sólo de representaciones de unos cuantos líderes y no de la verdadera población de etnia negroide africana, formada por hombres, mujeres y niños, los olmecas dejaron tras ellos, esparcidas por una inmensa región de Centroamérica, que va desde el golfo hasta la costa del Pacífico, miles de representaciones de sí mismos. En esculturas, en grabados en piedra, en bajorrelieves, estatuillas, siempre vemos las mismas caras de aspecto negroide africano, como en los jades del cenote sagrado de Chichén Itzá o en las efigies de oro encontradas allí. También en numerosas terracotas encontradas desde la isla de Jaina hasta el centro y el norte de México, e incluso como jugadores de pelota, como en los relieves de El Tajín. En algunas terracotas y, aún más, en las esculturas de piedra, se retrata a los olmecas sosteniendo bebés, un acto que debió de tener un significado especial para ellos. Pero no son menos intrigantes los asentamientos en donde se encontraron las colosales cabezas y otras representaciones de los olmecas. Su tamaño, magnitud y estructuras dejan ver la obra de unos colonizadores organizados, no la de unos cuantos náufragos. La Venta era en realidad una pequeña isla en una pantanosa región costera, que fue conformada artificialmente, rellenada de tierra y construida según un plan preconcebido. Los principales edificios, entre los que se incluye una inusual «pirámide» cónica, montículos alargados y circulares, estructuras, patios pavimentados, altares, estelas y otros elementos de factura humana, se dispusieron con una gran precisión geométrica a lo largo de un eje norte-sur que se extendía casi cinco kilómetros. En un lugar carente de piedra, se utilizó una sorprendente variedad de piedras. Cada una fue elegida por sus cualidades especiales. Se utilizaron en la construcción de estructuras, monumentos y estelas, a pesar de que hubo que trasladarlas desde grandes distancias. Sólo la pirámide cónica precisó de 28.300 metros cúbicos de tierra. Todo esto supondría un tremendo esfuerzo físico. También precisaba de un alto nivel de experiencia en arquitectura y mampostería, de lo cual no había precedente en Centroamérica. Obviamente, todos estos conocimientos debieron aprenderlos en algún otro lugar.
Entre los extraordinarios descubrimientos de La Venta había un recinto rectangular que estaba circundado o vallado con columnas de basalto, el mismo material con el que se esculpieron las enormes cabezas. El recinto protegía un sarcófago de piedra y una cámara funeraria rectangular que también estaba techada y rodeada de columnas de basalto. En el interior, varios esqueletos yacían sobre una plataforma baja. En conjunto, este descubrimiento único, con su sarcófago de piedra, parece haber sido el modelo para la extraordinaria cripta de Pacal, en Palenque. Al menos, la insistencia en el empleo de grandes bloques de piedra, aun cuando tuvieran que ser traídos desde tan lejos, para monumentos, esculturas conmemorativas y enterramientos, debería servir de pista sobre el enigmático origen de los olmecas. No menos desconcertante fue el descubrimiento en La Venta de centenares de objetos artísticamente tallados del poco común jade, incluidas unas extrañas hachas elaboradas con esta piedra semipreciosa, que no se puede encontrar en la zona. Después, para hacer aún mayor el misterio, todos estos objetos fueron enterrados deliberadamente en largas y profundas zanjas. Éstas, a su vez, se cubrieron con diferentes capas de arcilla, de diferentes clases y colores, con miles de toneladas de tierra traída desde varios lugares distantes. Increíblemente, las zanjas tenían el fondo cubierto de miles de baldosas de serpentina, otra piedra semipreciosa verde azulada. La mayoría de los expertos supone que las zanjas se cavaron para enterrar en ellas preciosos objetos de jade, pero los suelos de serpentina también podrían estar sugiriendo que las zanjas se construyeron mucho antes, con un propósito completamente distinto. Pero se utilizaron para enterrar unos objetos muy apreciados, como esas extrañas hachas, una vez dejaron de necesitarlas. No existen dudas de que los olmecas abandonaron sus asentamientos hacia los comienzos de la era cristiana, y que incluso intentaron enterrar algunas de sus colosales cabezas. Quienquiera que llegara a sus poblados después, lo hizo con ansias de venganza, ya que algunas de las cabezas fueron derribadas de sus bases, para después hacerlas rodar hasta los pantanos. Otras cabezas muestran marcas que denotan haber sido golpeadas.
Entre los muchos enigmas de La Venta tenemos el descubrimiento en las zanjas de unos espejos cóncavos de mineral de hierro, con magnetita y hematites, cristalizados, moldeados y pulidos a la perfección. Después de estudiarlos y de hacer algunos experimentos, los expertos del Instituto Smithsoniano de Washington D.C. llegaron a la conclusión de que los espejos pudieron ser utilizados para enfocar los rayos del sol, para encender fuego o con «propósitos rituales», la forma que tienen los expertos de decir que no saben para qué servía un objeto. Pero el mayor enigma en La Venta es el lugar en sí mismo, pues está exactamente orientado según un eje norte-sur, con 8 grados de inclinación al oeste del verdadero norte. En diversos estudios se ha demostrado que esta orientación fue premeditada, con el objetivo de permitir la observación astronómica, quizá desde la cúspide de la «pirámide» cónica, cuyas prominencias podrían haber servido como indicadores direccionales. En un estudio especial de M. Popenoe-Hatch, titulado Papers on Olmec and Maya Archeology N° 13, University of California, se llegó a la conclusión de que «el patrón de observación hecho en La Venta hacia el 1000 a.C. habría que remontarlo a un cuerpo de conocimientos desarrollado un milenio antes. El asentamiento de La Venta y su arte del 1000 a.C. parecen reflejar una tradición basada en gran parte en los tránsitos de estrellas sobre el meridiano que tuvieron lugar en los solsticios y los equinoccios de alrededor del 2000 a.C.». Unos inicios que en el 2000 a.C. harían de La Venta el «centro sagrado» más antiguo de Centroamérica, precediendo a Teotihuacán salvo por la época legendaria en que sólo los dioses moraban allí. Aún así, puede que no sea ésa la verdadera fecha en que los olmecas llegaron allí tras cruzar los mares, pues su Cuenta Larga comienza en el 3113 a. C. Pero sí indica en qué medida se adelantaron a civilizaciones más famosas, como las de los mayas o los aztecas. En Tres Zapotes, cuya fase previa sitúan los arqueólogos entre 1500 y 1200 a. C., se pueden ver, esparcidas por el lugar, construcciones de piedra, rara en la zona, terrazas, escalinatas y montículos. Se han localizado al menos otros ocho lugares en un radio de 24 kilómetros desde Tres Zapotes, lo que nos sugiere que debió de ser un gran centro rodeado de poblaciones satélites. Además de las cabezas y de otros monumentos escultóricos, también se desenterraron gran cantidad de estelas; una de ellas, la «Estela C» lleva la fecha de Cuenta Larga del 7.16.6.16.18, que equivale al 31 a. C., confirmando la presencia de los olmecas en este lugar en aquella época.
En San Lorenzo, las ruinas olmecas están compuestas por estructuras, montículos y terraplenes, entremezclados con estanques artificiales. La parte central de este lugar se construyó sobre una plataforma de factura humana de alrededor de 2 kilómetros cuadrados, que fue elevada unos 56 metros por encima del terreno circundante. Se trata de-una proeza que empequeñece muchas obras modernas. Los arqueólogos descubrieron que los estanques estaban interconectados a través de un sistema de conductos subterráneos «cuyo significado o función resultan aún desconocidos». En todas partes, además del arte monumental y de los edificios de piedra, hay montículos por docenas y otras evidencias de movimientos de tierra deliberados. Sin embargo, las obras de sillería, los terraplenes, las zanjas, los estanques, los conductos y los espejos deben tener algún sentido, aun cuando los expertos modernos no alcancen a comprenderlo, así como la presencia de los olmecas en América Central, a menos que se plantee la improbable teoría de los supervivientes de un naufragio. Los historiadores aztecas describieron a los olmecas como los remanentes de un antiguo pueblo de habla no náhuatl, que crearon la civilización más antigua de México. Las evidencias arqueológicas apoyan la idea y demuestran que, desde una base que lindaría con el golfo de México, en donde La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo conformarían un triángulo, la zona de asentamientos e influencia olmecas cruza por el Sur hacia la costa del Pacífico de México y Guatemala. Expertos en terraplenes, maestros de la sillería, excavadores de zanjas, canalizadores de aguas, fabricantes de espejos, ¿qué estaban haciendo los olmecas en Centroamérica? Las estelas los muestran emergiendo de «altares» que representan entradas a las profundidades de la tierra o en el interior de cuevas, con un desconcertante surtido de herramientas, como en una estela de La Venta, en la que es posible discernir los enigmáticos espejos, que están sujetos a los cascos de los que llevan las herramientas. En conjunto, las capacidades, las escenas, las herramientas, parece que nos llevan a la conclusión de que los olmecas eran mineros, venidos al Nuevo Mundo para extraer algunos metales preciosos -probablemente oro, aunque quizá también algún otro mineral .
Las leyendas de Votan, que hablan de túneles a través de las montañas, apoyan esta conclusión. También el hecho de que, entre los antiguos dioses, cuyo culto adoptaron los pueblos nahuatlacas de los olmecas, estuviera el dios Tepeyolloti, que significa «corazón de la montaña». Era un dios de las cuevas con barba; su templo tenía que ser de piedra, y debía de estar construido preferiblemente en el interior de una montaña. Su símbolo jeroglífico era una montaña perforada y se le representaba con una herramienta parecida a un lanzallamas, al igual que se puede observar en Tula. Da la impresión de que este supuesto lanzallamas, el mismo que se supone sostenían los atlantes, se utilizaba probablemente para cortar la piedra, no sólo para tallarla. Esto resulta manifiesto en un relieve conocido como Daizu N° 40, que se descubrió en el Valle de Oaxaca. En él se muestra a una persona en un lugar estrecho, utilizando el supuesto lanzallamas contra la pared que tiene delante. El símbolo del «diamante» que hay en la pared significa un mineral, pero aún no se ha descifrado cuál. Tal como atestiguan gran cantidad de representaciones, el enigma de los «olmecas» africanos se entremezcla con el enigma de los barbados del Mediterráneo oriental. Se les plasmó en multitud de monumentos en todos los asentamientos olmecas, en retratos individuales o en escenas de enfrentamientos. Curiosamente, algunos de los enfrentamientos se representan como si hubieran tenido lugar en el interior de cavernas. En uno de Tres Zapotes aparece incluso un ayudante que lleva un dispositivo aparentemente luminoso, en un tiempo en que, supuestamente, sólo se utilizaban antorchas. No menos sorprendente es una estela de Chalcatzingo en donde aparece una mujer de tipo «caucásico» manipulando lo que parece un sofisticado equipo técnico. Een la base de la estela hay un revelador signo de «diamante». Todo parece establecer una relación con los minerales. Probablemente los barbados del Mediterráneo llegaron a América Central al mismo tiempo que los africanos olmecas. Lo que no sabemos es si eran aliados, se ayudaban entre sí, o competían por los mismos minerales o metales preciosos. Nadie puede decirlo con certeza, pero Sitchin cree que los africanos olmecas llegaron allí primero, y que las raíces de su llegada hay que buscarlas en esa misteriosa fecha de comienzo de la Cuenta Larga: el 3113 a.C.
Aun cuando podríamos determinar la correspondiente fecha Occidental del 0.0.0.0.0. 4 Ahau 8 Cumku, todavía queda la pregunta de por qué los olmecas o mayas usaron este día como la fecha inicial para la era maya actual. Discutiendo el calendario hindú, Aveni menciona “una conjunción de todos los planetas visibles en la constelación de Aries, evento que se calcula haber ocurrido a medianoche del 17-18 de febrero del año 3100 a.C.”. Es sorprendentemente cerca del año 3113 a.C. fechado como 0.0.0.0.0. ¿Podría ser que los olmecas o los mayas consideraron esta misma conjunción como el principio de la era actual? Puesto que todos los planetas visibles nunca se alinean exactamente, es difícil de dar una fecha precisa de cuando todos ellos están en conjunción. Así una diferencia de 13 años como resultado de algún método particular de cálculo es explicable. Si esta hipótesis es verdadera, entonces los olmecas o los mayas tenían conocimientos astronómicos suficientes para poder calcular posiciones planetarias en el pasado distante. Pero en realidad no se conoce por qué comenzó la Cuenta Larga, pero parece que terminó con guerras o disturbios. Los expertos se preguntan por qué en muchos asentamientos olmecas existen evidencias de una destrucción deliberada, tales como monumentos deformados, incluidas las colosales cabezas, objetos rotos, monumentos derribados, como si se tratara de una venganza. Y no parece que toda esta destrucción tuviera lugar de golpe. Parece como si los poblados olmecas se hubieran ido abandonando gradualmente, primero el «centro metropolitano» más antiguo, cercano al Golfo, hacia el 300 a. C., para más tarde ir abandonando los lugares más al Sur. Hemos visto la evidencia de una fecha equivalente al 31 a.C. en Tres Zapotes, que sugiere que el proceso de abandono de los centros olmecas, seguido por la vengativa destrucción, pudo durar varios siglos, a medida que los olmecas iban cediendo terreno y retirándose hacia el Sur. Las imágenes de este turbulento período en esa zona meridional de los dominios olmecas los muestran cada vez más como guerreros, con máscaras aterradoras de águila o de jaguar.
En uno de estos grabados en la roca en las regiones meridionales se ve a tres guerreros olmecas, dos de ellos con máscaras de águila, con lanzas en las manos. En la escena se puede ver también a un cautivo desnudo y con barba. Lo que no queda claro es si los guerreros están amenazando al cautivo, o lo están salvando. Lo cual deja sin aclarar la intrigante pregunta de si estaban en el mismo bando los negroides olmecas y los barbados del Mediterráneo oriental ,cuando aquellos tiempos turbulentos hicieron añicos la primera civilización de América Central. Parece que los negroides olmecas y los barbados del Mediterráneo oriental compartieron el mismo destino. En uno de los asentamientos más interesantes que hay cerca de la costa del Pacífico, en Monte Albán, levantado sobre inmensas plataformas de factura humana y con extrañas estructuras construidas con fines astronómicos, existen docenas de losas, erigidas en un muro conmemorativo, que llevan las imágenes grabadas de estos negroides africanos en posiciones un tanto retorcidas. Durante mucho tiempo, se les llamó Danzantes, pero los expertos coinciden ahora en que representan los cuerpos mutilados y desnudos de olmecas, supuestamente muertos durante alguna sublevación violenta de los indígenas de la zona. Entre estos cuerpos, se puede ver también el de un hombre con barba y una nariz semita, que, como es obvio, compartió el mismo destino de los olmecas. Se cree que Monte Alban se pobló hacia el 1500 a.C., y que fue un centro importante desde el 500 a.C. Así, tras unos cuantos siglos de grandeza, sus constructores terminaron con sus cuerpos mutilados, tal como vemos en las piedras, victimas de aquellos a los que supuestamente habían enseñado. Y así se terminó con la edad de oro de los forasteros de allende los mares, que se convirtieron poco menos que en una leyenda.
Fuentes:
- Andreas Faber Kaiser – Los túneles de América
- Gary A. David – La zona de Orión: Ciudades antiguas estrellas del suroeste americano
- Zecharia Sitchin – Los Reinos Perdidos
- James Churchward – El continente perdido de Mu
- Articulo publicado y fuente... Old Civilizations
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