La cueva de Altamira, situada en el municipio español de Santillana del Mar, Cantabria, fue descubierta en 1868 por Modesto Cubillas, quien estando de caza encontró la entrada al intentar liberar a su perro, que quedó atrapado entre las grietas de unas rocas. Sin embargo, el descubrimiento de una cueva más no tuvo la menor transcendencia entonces, puesto que la zona se caracteriza precisamente por albergar miles de grutas.
Modesto se lo comunicó a Marcelino Sanz de Sautuola, rico propietario local y aficionado a la paleontología, de cuya finca era aparcero. Pero el acaudalado caballero no la visitó hasta al menos 1875-1876, cuando la recorrió en su totalidad, descubriendo algunos signos abstractos, como rayas negras, a los que en principio no dio ninguna importancia. Sin embargo, en el verano de 1879, volvió a la cueva acompañado por su hija María de 8 años.
El descubrimiento de María
La pequeña se adentró en la cavidad natural hasta llegar a una sala lateral, mientras su padre permanecía en la boca de la gruta. Allí vio unas pinturas en el techo y corrió a decírselo a su progenitor. Sautuola quedó sorprendido al contemplar tan grandioso conjunto rupestre, con aquellos extraños animales que cubrían la casi totalidad de la bóveda de roca.
Retrato de María Sanz de Sautuola, descubridora del arte rupestre de Altamira, de quien se dice que exclamó al ver las pinturas: “¡Mira, papá, bueyes!”
Las pinturas de Altamira, Patrimonio Mundial desde 1985, fueron el primer conjunto pictórico prehistórico de gran extensión conocido en su momento, pero la novedad del descubrimiento resultaba tan sorprendente que inspiró una comprensible desconfianza en los estudiosos de la época: el realismo de sus escenas provocó en un principio un debate en torno a su autenticidad. Incluso se llegó a sugerir que el propio Sautuola debía haberlas pintado entre las dos visitas que realizó a la caverna, negando así su origen paleolítico. Otros se las atribuyeron a un pintor francés que se había alojado por un tiempo en casa del guía de la cueva.
Por aquel entonces se creía que las antiguas y salvajes tribus de trogloditas eran incapaces de crear arte, ya que si el arte es símbolo de civilización, debería haber surgido en las últimas etapas de la historia del ser humano, y no entre pueblos salvajes de la Edad de Piedra. De hecho, el reconocimiento de Altamira como una obra artística cuya autoría se debía a hombres del Paleolítico requirió de un largo proceso en el que, asimismo, se fueron definiendo los estudios sobre la Prehistoria.
Ahora, casi 140 años después, según recientes investigaciones y tal y como informa Efefuturo, los hombres prehistóricos que ocuparon la cueva no solo habrían utilizado conchas como adorno, en colgantes o para decorar sus ropas, sino que, algunos de los caparazones recuperados también podrían haber sido empleados para obtener el ocre necesario para realizar dichas pinturas rupestres.
Concha analizada con sus trazas de utilización y residuos de colorante.
Se trata de un trabajo iniciado en el año 2013 y cuyo primer firmante es el investigador delInstituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria (IIIPC) David Cuenca. Un estudio que la revista Journal of Archaeological Science ha adelantado en su edición online, elaborado por un equipo multidisciplinar de investigadores de la Universidad de Cantabria y del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira.
Lapas y bígaros
Hasta ahora, los científicos sabían que los moluscos se utilizaban en la prehistoria como fuente de alimento, y sus conchas como elementos ornamentales, pero según la reciente y exhaustiva investigación, durante 9.000 años también se les podría haber dado un uso posterior para la obtención del ocre, un pigmento que con toda probabilidad fue empleado para crear las obras pictóricas rupestres de Altamira.
“No hay un análisis directo de los pigmentos, porque es complicado hacerlo, pero la relación contextual de las conchas y la ubicación de alguna de ellas en la sala de Polícromos (la de los conocidos bisontes) y otros elementos documentados hacen pensar que, con toda probabilidad, junto a otros elementos también utilizados, las conchas formaron parte del ‘kit’ para obtener ocre”, ha explicado David Cuenca en declaraciones recogidas por Efefuturo.
Bígaros encontrados en el nivel magdaleniense de la cueva de Altamira durante las excavaciones de 1881.
Para poder llegar hasta estas conclusiones, los investigadores analizaron químicamente y una a una más de 7.000 conchas, comparándolas con las huellas y raspaduras descubiertas sobre las paredes de roca. La gran mayoría resultaron ser conchas de lapas, pero también se han encontrado en la cavidad ejemplares de bígaros. Sin embargo, estos últimos sólo fueron utilizados como fuente de alimento, puesto que su morfología no permite emplearlos como herramientas de trabajo.
Además, se han observado más de seiscientas conchas al microscopio, documentándose más de medio centenar de ejemplares empleados para obtener el característico pigmento rojizo de las famosas pinturas de la cueva, raspando los bloques de ocre con los bordes de las lapas.
“En toda esa secuencia podemos encontrar diferente cantidad de instrumentos de lapa que han sido empleados para esta finalidad. Lo espectacular es encontrar este tipo de elementos a lo largo de toda la secuencia de ocupación y realización de arte rupestre”, ha apuntado finalmente el investigador.
Bisonte magdaleniense de Altamira.
Autor: Mariló T. A.
articulo publicado en...http://www.ancient-origins.es/noticias-historia-arqueologia/el-kit-los-antiguos-pintores-las-lapas-los-bisontes-altamira-003703?nopaging=1
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