lunes, 4 de abril de 2016

Existen pasajes subterráneos llenos de tesoros en Sudamérica.


Cuando los españoles llegaron a América, los nativos les contaron de “El Dorado” un lugar misterioso repleto de grandes tesoros que durante siglos fue buscado por los exploradores atraídos por la idea de encontrar una ciudad cubierta de oro. Muchos de ellos murieron en el intento y al final se consideró que era solo una leyenda, pero como muchas leyendas, detrás del mito se esconde un realidad...

El escritor Charles Johnston sobre una conversación que tuvo en 1887 con Blavatsky menciona:

« Ella dijo que había una Logia de Adeptos en América del Sur. “Es su tradición ancestral la que los conquistadores españoles encontraron [en las leyendas locales sobre] la ciudad de oro de Manoa o El Dorado. Su raza está conectada con los antiguos Egipcios, y sus Adeptos todavía preservan el secreto de su morada inviolable.” »
(Collected Writings VIII, p400)

William Judge, uno de los fundadores de la Sociedad Teosófica, originalmente en la revista the Theosophist (jul-dec 1885) relató el encuentro que tuvo con un Adepto en Venezuela:

« Casi todos mis amigos en la India y en Europa saben que viajaba frecuentemente a la parte norte del continente sudamericano y también a México. ... Un día muy caluroso en julio de 1881, me encontraba parado frente al pórtico de la iglesia de Santa Teresa en la ciudad de Caracas Venezuela. En donde una gran multitud se agolpaba a la puerta y justo en ese momento salía una procesión, con un niño a la cabeza tocando una matraca para espantar al diablo.

Mientras observaba esto, una voz en inglés me dijo: “es curioso que hayan preservado esta costumbre tan antigua”. Volteándome, vi a un anciano de apariencia muy notable que sonriendo de manera muy peculiar me dijo: “ven conmigo y platiquemos”. Lo seguí y pronto me llevó hacia una casa que yo ya había notado frecuentemente, sobre cuya puerta había una curiosa tableta española antigua que consagraba el lugar al patrocinio de San José y María.

Aceptando su invitación entré y de inmediato vi que ésta no era una casa ordinaria de Caracas. En vez de los sirvientes venezolanos sólo había hindúes limpios, semejantes a los que frecuentemente había visto en la isla inglesa vecina de Trinidad, y en vez de los desagradables olores de ajo y otras cosas usuales de la ciudad, flotaban en el aire deliciosos perfumes, solamente conocidos por los orientales. Así que llegué a la conclusión de que me encontraba en una agradable aventura.

Nos sentamos en un cuarto decorado con tapices y ventilado por punkahs [grandes abanicos hindúes colgados del techo] que evidentemente habían sido puestos ahí no hacía mucho tiempo, y comenzamos a platicar. Yo trataba de descubrir quién era este hombre, pero él me evadía. Aunque él no admitía ni negaba conocer la Sociedad Teosófica y a la señora Blavatsky o a los Mahatmas, él hacía constantemente referencias por las que yo estaba seguro de que él sabía todo acerca de ellos y se había acercado a mí en la iglesia con un propósito.

Después de una larga plática, durante la cual vi que él me estaba observando y sentía la influencia de sus ojos, él me dijo que tenía la libertad de explicar un poco, ya que habíamos llegado a conocernos suficientemente. Que no había llegado ahí de vacaciones o por negocios, sino sólo para llevar a cabo su deber.

Yo le mencioné los pasajes subterráneos que se dice que existen en el Perú llenos de tesoros y luego él dijo que la historia era cierta y que su presencia ahí, estaba conectada con esto. Estos pasajes se extendían desde Perú hasta Venezuela donde estábamos. En el Perú estaban escondidos y había obstrucciones de tal naturaleza, que ningún hombre tenía el poder de removerlas para poder llegar a ellos; pero en este lugar las entradas no estaban tan bien resguardadas, aunque en 1812 un temblor había derribado mucho de la ciudad.
. . .
[Es por eso que] estos hombres en la India que conocían el secreto, lo habían enviado ahí para evitar que nadie encontrara las entradas. Sólo en ciertas estaciones del año era posible descubrirlas y una vez que se terminara la estación él partiría dejando el lugar seguro, ya que hasta que volviera de nuevo el periodo nadie podría encontrar las aberturas sin el consentimiento y ayuda de los Adeptos. »

(Posteriormente el relato fue recopilado por Jasper Niemand en el libro Letters That Have Helped Me con el título “A Weird Tale”)

En una sociedad materialista como la nuestra, cuando se menciona la palabra “tesoro” inmediatamente surge en la mente de la gente oro, piedras preciosas, objetos valiosos, pero en el ámbito esotérico se está refiriendo más precisamente a todo un Conocimiento que se está esperando poder dárselo a la humanidad cuando está ya esté suficientemente desarrollada para recibirlo. Sobre el tema Blavatsky dice:

« Todas las antiguas bibliotecas enterradas, esa vasta cantidad de tesoros que deben mantenerse escondidos hasta que el Karma requiera su restauración para que sean usados por los humanos, están protegidos, dijo ella, para que no sean descubiertos por el profano, por imágenes ilusorias de rocas sólidas, de suelo sólido ininterrumpido, por abismos inaccesibles, o cualquier otro obstáculo que hace que se regrese la persona equivocada pero cuya Mâyâ se disuelve cuando el que debe encontrarlos llega en el momento adecuado. »

OBSERVACIÓN

Actualmente se suele asociar la ciudad mítica El Dorado con la Atlántida. Y aunque suene fantasioso, puede que tenga algo de realidad. No me acuerdo donde lo leí y por lo tanto no puedo asegurar que sea cierto, pero tengo entendido que originalmente ese tesoro de Conocimiento fue ocultado ahí por los Adeptos de la Atlántida, justo antes que la decadencia de su civilización provocara la catástrofe que la hizo desaparecer. Y en esos pasajes subterráneos estará escondido y resguardado hasta que la humanidad haya evolucionado lo suficiente para merecerlo recibir otra vez.

¿TESTIMONIO?

El Padre Crespi hizo una gran labor humanitaria en Ecuador. Los indígenas, solían retribuirle con regalos. Muchos siendo figuras fabricadas por los nativos, pero también le dieron enigmáticos objetos con ideogramas en relieve desconocidos y varias placas con personajes de las mitologías sumeria, babilónica y asiria. Cuando les preguntó de donde los habían sacado, le respondieron que los habían encontrado en los sistemas de cuevas subterráneas de la selva.

Mucho se ha especulado de su proveniencia, ya que en principio la civilización Mesopotámica no tuvo contacto con América. La mayoría de los investigadores piensan que fueron recientemente elaboradas. Otros especulan que fueron llevadas ahí por una civilización intraterrestre o extraterrestre. Después de la muerte del Padre Crespi, su colección ha casi desaparecido. Yo sospecho que en caso de ser autenticas piezas arqueológicas (porque también hay casos de falsificación, ver las piedras grabadas de Ica) entonces podrían estar relacionadas con ese tesoro escondido. Tal vez piezas que fueron añadiendo nuevos Adeptos.

Padre Crespi










fuente/esoterismo-guia.blogspot.com

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