domingo, 6 de marzo de 2016
TUTANKAMÓN
Planeta azul se presenta nuevamente, en esta oportunidad con el enigmático Rey egipcio de la XVIII Dinastía. Quien subió al trono con sólo doce años con el nombre de Tutankhatón. Tras abolir el culto a Atón, dios único impuesto por Akenatón, y retomar los cultos a Amón su nombre fué cambiado por el de Tutankamón. El nombre de su esposa y hermana Ankhesenpaatón fue igualmente sustituido por Ankesenamón. Durante su corto reinado, la clase sacerdotal retomó el poder perdido durante los reinados anteriores. Tutankamón murió misteriosamente a los 18 años de edad, tras mostrar una clara oposición a las persecuciones realizadas en contra de los partidarios de Atón. Fue sucedido en el trono por Ay, alto funcionario de la corte de Akenatón, tras desposarse con la joven viuda del rey. El Faraón egipcio de la XVIII dinastía (?, h. 1372 – Tebas ?, 1354 a. C.). Tutankamón era yerno del faraón Akenatón, que murió sin dejar hijos varones; por ello le sucedieron sus yernos, Semenkera y Tutankamón. Este último, hermano del anterior, accedió al trono hacia el 1360 a. C. De hecho, hasta la muerte de su suegro, Tutankamón llevó el nombre de Tutankatón, en honor del dios solar Atón, cuyo culto había impulsado Akenatón con carácter casi monoteísta. Tres años después de acceder al trono, el nuevo faraón restableció el culto tradicional y, consiguientemente, el poderío de los sacerdotes de Amón, seriamente debilitado en el reinado anterior. Al mismo tiempo, devolvió la capitalidad a Tebas, abandonando la capital creada por Akenatón en Amarna; y, para simbolizar estos cambios, sustituyó su propio nombre por el de Tutankamón (que significa «la viva imagen de Amón»). El reinado de Tutankamón no tuvo otro significado que este restablecimiento del orden tradicional del Egipto faraónico, bajo la influencia de los sacerdotes y generales conservadores. Llamado el faraón niño por la temprana edad en que asumió el trono, Tutankamón murió cuando sólo contaba 18 años y llevaba seis de reinado, probablemente en un motín palaciego. Tutankamón debe su fama a que su tumba fue la única sepultura del Valle de los Reyes que llegó sin saquear hasta la edad contemporánea; su descubrimiento por Howard Carter en 1922 constituyó un acontecimiento arqueológico mundial, mostrando el esplendor y la riqueza de las tumbas reales y sacando a la luz valiosas informaciones sobre la época. En comparación con las de otros faraones, la tumba de Tutankamón es de proporciones modestas y no presenta grandes ornamentos, posiblemente debido a la repentina e inesperada muerte del joven soberano, que obligó a preparar precipitadamente su mausoleo. No obstante, sus cuatro salas (la antecámara, la cámara del tesoro, la cámara sepulcral y el anexo) contenían intacto el ajuar funerario completo del faraón, y constituyen por ello un inapreciable tesoro arqueológico. El equipo de Howard Carter empleó diez años en catalogar más de cinco mil piezas, desde los objetos más sencillos y cotidianos hasta los adornos más exquisitos. Las paredes de la cámara sepulcral eran las únicas que estaban decoradas con pinturas referentes al ritual funerario y al entierro del monarca. La antecámara contenía multitud de estatuas de animales que flanqueaban tres lechos de madera dorada: dos vacas que representan a Meheturet, diosa egipcia de la fecundidad, dos efigies de la leona Mehet y una figura de Anmut con cuerpo de guepardo y cabeza de hipopótamo. A ambos lados de la puerta de la cámara funeraria, como si fuesen centinelas, aparecían sendas estatuas de madera que representan en realidad al mismo faraón. Había además arcas pintadas con incrustaciones, vasos de alabastro y otros objetos. De hecho, tanto la antecámara como la cámara del tesoro y el anexo se hallaban repletos de los innumerables y valiosísimos enseres que componían el ajuar funerario del faraón, dispuestos en un desorden y abigarramiento semejantes al de un trastero; tal revuelo y el hecho de que los sellos de la entrada estuviesen rotos ha llevado a suponer que la tumba sobrevivió a por lo menos un intento frustrado de saqueo. Uno de los muebles más preciosos era el trono, recubierto de oro y piedras preciosas, con patas de león y serpientes aladas sobre los brazos. Otra pieza excepcional la constituye, entre los muebles, un arca de madera estucada; su superficie está adornada con escenas del faraón en lucha contra el caos, contra los enemigos y contra los animales de la estepa. De gran calidad artística son también los carros, arreos de caballos y bastones de mando. Un armario guardaba dos de estos últimos, uno en oro y otro en plata, primorosamente cincelados La cámara sepulcral estaba toda ella ocupada por un gigantesco armario o capilla de madera recubierta de oro, que se introdujo desmontada y que contenía otras tres encajadas en su interior, también de madera y oro. En el espacio comprendido entre las paredes y la capilla se encontraban los remos que servían para navegar por el más allá y otros objetos. Delante de las puertas de las capillas se depositó un vaso de perfume de alabastro, con aplicaciones de oro y marfil. Dentro de la última capilla se hallaba un gran ataúd de cuarcita con tapa de granito rojo, que contenía también en su interior otros tres sarcófagos encajados. El último de ellos, de oro macizo, conservaba el cadáver momificado del faraón, con el rostro cubierto con un máscara de oro con incrustaciones de cornalina, lapislázuli, turquesas y otras piedras preciosas; por lo general, se piensa que tal máscara constituye un retrato idealizado del difunto. En los vendajes de la momia se habían depositado numerosas joyas y amuletos. Todos los tesoros encontrados en la tumba se encuentran en la actualidad en el Museo de El Cairo, y su contemplación requiere varias horas al visitante, incluso para un examen superficial; considerando la escasa importancia histórica del breve reinado de Tutankamón y su prematura muerte, produce vértigo imaginar lo que se habría hallado en las tumbas de los grandes faraones de no haber caído en manos de los saqueadores. Existe una leyenda popular entorno al rey Tut, “La maldición de Tutankamón”. Con todo, el descubrimiento de la tumba de Tutankamón fue uno de los grandes hitos de la historia de la arqueología, y sin duda el más mediático. La amplia resonancia y el interés que despertó en todo el mundo se prolongó artificialmente atribuyendo la muerte del mecenas de la expedición, lord Carnarvon, a «la maldición de Tutankamón», una afortunada invención periodística que pasaría a la literatura de terror y, a partir de La Momia (1932), protagonizada por Boris Karloff, al cine de serie B. Es cierto que a la muerte de Lord Carnarvon siguió la de otras personas vinculadas directamente o indirectamente con el hallazgo; hacia 1930, la prensa sensacionalista computaba ya veintitrés víctimas de la maldición. Sin embargo, la relación de muchas de ellas con las excavaciones era tangencial o nula, y la causa de su fallecimiento era casi siempre tan corriente como la del propio lord Carnarvon, que había fallecido en abril de 1923 por la infección de una picadura de mosquito. Creado ya un misterio donde no lo había, sebuscaron también explicaciones científicas del mismo, y se atribuyeron las defunciones a esporas de hongos u otros tóxicos contenidos en el aire enrarecido de la tumba, obviando el hecho de que Carter y casi medio centenar de personas que participaron directamente en los trabajos seguían vivos. Resulta irónico que esta morbosa fabulación, alimentada durante años, se originase precisamente en un descubrimiento egiptológico. A diferencia de las necrópolis de otras civilizaciones, en que se emplearon como estrategia disuasoria, las tumbas egipcias carecen de inscripciones destinadas específicamente a execrar a los sacrílegos. Por lo demás, casi cinco mil años de expolios y profanaciones (no sólo de aventureros y arqueólogos occidentales: los súbditos de todo recién enterrado faraón fueron siempre los primeros en intentarlo) no han dejado noticia alguna de venganzas de ultratumba anteriores a la de Tutankamón. Médicamente hablando, el joven monarca tenía muy malas cartas. Su familia, la llamada dinastía XVIII egipcia, había experimentado varias crisis sucesorias desde la llegada al trono de su ancestro común Tuthmosis I. En Egipto, para preservar el linaje regio, no era raro en la familia real el recurrir a matrimonios incestuosos. La familia tutmósida, la de Tutankamón, tenía un altísimo nivel de consanguinidad. De hecho, este factor se ha puesto repetidamente de manifiesto en la peculiar figura del padre de Tutankamón, el llamado rey hereje Akenatón. Algunos aspectos del especial estilo de representar su figura se pueden explicar acudiendo a afecciones médicas conocidas, como el síndrome de Marfan. Lo mismo se puede decir de sus posiciones en el tema religioso y su inclinación hacia un misticismo claramente acentuado, que se puede poner en relación con afecciones como la epilepsia. Los españoles somos históricamente conscientes de lo que el incesto puede hacer a una dinastía que la practica como manera de perpetuarse, y el final de nuestros Austrias, con el ejemplo de Carlos II, no deja lugar a dudas. La proverbial promiscuidad borbónica asegura, sin embargo, que los reyes crezcan fuertes, sanos e inmunológicamente diversificados. l rey no era muy corpulento, aunque tenía una estatura de 1,80 metros aproximadamente. Un reciente estudio publicado en 2010 establece con bastante seguridad que Tutankamón era hijo de la momia encontrada en la tumba KV55 del Valle de los Reyes, de la que muchos especialistas ya pensaban que podría ser la de Akenatón a pesar de los problemas para establecerlo así. Este estudio lo confirma. Por lo tanto, los problemas heredados de su familia le afectarían de lleno. Su madre, de acuerdo al mismo estudio, sería una momia femenina encontrada en la tumba KV35 también del Valle de los Reyes. Esta momia fue conocida durante mucho tiempo como la “dama joven” y el estudio de 2010 nos indica que era hermana del propio Akenatón, hija, por tanto, de Amenhotep III, cuya momia se conserva, y de Tiyi, su esposa, momia también conservada, conocida como la “dama anciana” y encontrada junto a la de su hija en la misma tumbaKV35. Los padres de Tutankamón eran, por tanto, hermanos. Esta circunstancia incrementa de modo exponencial las consecuencias de la consanguinidad en Tutankamón. Ambos progenitores tenían la misma carga genética problemática que se multiplicaba al confluir en el joven monarca. En la misma tumba del rey, KV62, aparecieron dos fetos femeninos, cuyos análisis posteriores determinaron que eran hermanas entre sí e hijas del rey. Un indicador más, quizá, de su pedigrí incestuoso. La esposa de Tutankamón, Ankhesenamon, era hermana suya también, al menos de padre. Ese mismo estudio (y varios otros realizados antes y después) muestran las consecuencias que esta consanguinidad puede haber tenido sobre las características físicas y malformaciones del cuerpo del joven faraón. Por lo pronto, se identificó al rey como paciente de la llamada enfermedad de Köhler, una osteocondrosis que afecta al hueso escafoide del pie. Consiste en una necrosis del hueso por falta de riego sanguíneo. Las consecuencias más obvias serían el dolor y la inflamación y una evidente cojera que limitaría considerablemente su movilidad. Además, Tutankamón padecía una desviación de la columna, probablemente relacionada con la malformación anterior. La cojera del rey se comprueba arqueológicamente por la existencia de bastones para caminar entre los objetos del ajuar funerario descubiertos por Howard Carter en su tumba. Molesta como sería esta afección, sin embargo, ella no supone una amenaza para la vida de quien la padece. Sin embargo, la momia del rey ha desvelado que también padecía malaria, en su variedad más virulenta, y que había sido infectado varias veces por el mosquito portador de la enfermedad a lo largo de su corta vida. La malaria puede desencadenar un shock circulatorio o causar una respuesta inmunológica fatal. En cualquier caso, su padecimiento crónico surte un efecto debilitante, dejando al paciente mucho más expuesto a cualquier otra afección. Hubiera mermado la resistencia de su sistema inmunológico y evitado que su problema de necrosis en el pie mejorara. Todo ello en un cuerpo especialmente poco apto, por la consanguinidad, para la salud. Sobre su muerte apenas sabemos nada. Tampoco sabemos demasiado sobre su vida, deberíamos admitir. Sus apenas dieciocho años de vida entran en el campo de la especulación. Pero claro, teniendo en cuenta las circunstancias del hallazgo de su tumba y su cuerpo, es razonable la curiosidad sobre la razón que llevó éste a aquélla. El asesinato es una opción siempre atractiva para personajes históricos. Añade interés y hace recaer una atención dramática sobre el sujeto. También juega con la presencia de buenos y villanos. Todo esto se traduce, voluntariamente o no, en beneficios y notoriedad, a veces breve, para quien lo propone. Cuando Howard Carter abrió el sarcófago que contenía el cuerpo del rey se encontró con que las resinas se habían endurecido de tal manera que era muy difícil separar del cuerpo los vendajes y ambos del sarcófago que los contenían. Se probaron varios métodos, incluido la exposición del sarcófago al sol tebano para que las resinas se reblandecieran. No cedieron. Carter decidió, pues, cortarlas con cuidado. Con todo, este forcejeo y manipulación del cuerpo, las resinas y los vendajes ha alimentado la polémica. Porque algunas lesiones que la momia presenta han podido producirse después de la muerte. Así, el cráneo, hoy separado del cuerpo, presenta una fractura en su base y una fisura que sería consistente con un gran golpe. Si lo recibió en vida habría que buscar a un villano. El anciano Ay, suegro de Akenaton y quien le sucedería en el trono, es un candidato perfecto para estar detrás de este golpe, literal y metafóricamente. El pobre Ay es un personaje histórico antipático que no le cae bien a nadie. Si las lesiones se produjeron tras la muerte los responsables serían unos embalsamadores poco cuidadosos o un arqueólogo impaciente. Algo menos dramático. En 2005, un análisis por TAC reveló que el rey se había fracturado una pierna por la rodilla poco antes de su muerte, ya que el hueso no tuvo tiempo de soldar. Fue una fractura especialmente complicada. Al parecer, la fractura se infectó. Podemos imaginar los efectos de una infección importante en un cuerpo debilitado inmunológicamente y afectado por una malaria virtualmente crónica, además de otras afecciones. En 2012, otro informe propuso que el monarca sufrió un ataque epiléptico, enfermedad tradicionalmente relacionada con su padre Akhenaton, y que este ataque le habría hecho caer al suelo produciendo la mencionada fractura.
RECOPILACION INVESTIGATIVA: ING. REYNALDO PEREZ MONAGAS
https://rey55.wordpress.com/2016/03/06/183-tutankamon/
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