Los restos del decapitado hallados en la cueva de Lapa do Santo / DANILO BENARDO
En 2007, en una remota cueva de Lagoa Santa, en el este de Brasil, un equipo de científicos encontró un enterramiento que parecía único en el mundo. Dentro de la cavidad descubrieron un cementerio con decenas de tumbas.
Se trataba de cazadores y recolectores quecomenzaron a habitar en esta zona de América del Sur hace más de 12.000 años.
Eran grupos reducidos que se alimentaban de plantas, frutos y caza. Nada fuera de lo normal.
Pero, en una de las tumbas, la número 26, los excavadores encontraron algo que aún hoy no pueden explicar. A medio metro bajo tierra, bajo grandes losas de piedra, hallaron la calavera de un hombre. Sobre su cara, o lo que quedaba de ella, habían colocado sus dos manos tapándole los ojos. En la mandíbula y las vértebras había marcas de corte indicando que fue decapitado.
La decapitación es un comportamiento bien conocido en pueblos ancestrales de América. En este continente, los actos de este tipo más antiguos datan de hace unos 3.000 años. Este y otro tipo de sacrificios formaban parte de los rituales bélicos y religiosos de los incas y otros pueblos.
Lo raro de lo encontrado en la cueva brasileña de Lapa do Santo, donde se han realizado los nuevos hallazgos, es, primero, su ubicación. Hasta ahora, todos los decapitados hallados en América del Sur antes de la Conquista estaban en la zona de los Andes y se atribuyen a las civilizaciones que allí se asentaron: incas, nazcas, moche, wari, lo que llevó a pensar que estas prácticas rituales eran exclusivas de los pueblos de la zona.
Pero Lagoa Santa está muy lejos de los Andes y su decapitado es mucho más antiguo.
Sobre su cara, o lo que quedaba de ella, habían colocado sus dos manos tapándole los ojos
Eso es lo que dice un estudio de los restos hallados en Brasil publicado ayer en la revista PLoS One. El trabajo lo ha dirigido André Strauss y en él ha participado Domingo Salazar-García, un investigador español que trabaja a caballo entre el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, la Universidad de Valencia y la Universidad de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Él ha sido el encargado de extraer colágeno de los huesos para datar la muerte gracias a los átomos de carbono-14 que conserva el cadáver. Su veredicto es que el hombre de Lagoa Santa murió hace 9.000 años, lo que le convierte de lejos en el decapitado más antiguo de América y uno de los más viejos del mundo.
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“En Europa, durante el periodo Magdaleniense, se conocen casos en los que la parte superior del cráneo era preparada para usarse como recipiente, pero no hay signos de decapitación tan clara como en este caso”, explica. Las marcas de corte que se han hallado en los huesos apuntan a que el corte se hizo con lascas de piedra afilada de unos 2 centímetros. Los investigadores creen que se trataba de un hombre joven, de unos treinta años.
Cráneo completo de la tumba 26 /MAURICIO DE PAIVA
“A partir de aquí barajamos varias hipótesis”, explica Salazar-García. “La decapitación puede ser una medida punitiva dentro del grupo o explicarse en el contexto de una guerra”, señala. “En muchas ocasiones se mutilaba a los enemigos derrotados y sus restos se transforman en trofeos que se lucían en lo alto de un palo o colgados con una cuerda”.
Al analizar el cráneo de la tumba 26, los expertos comprobaron que, más allá de las marcas de corte, no tenía otras lesiones que podrían mostrar que su cabeza fue conservada como trofeo. “Además, estos objetos solían exhibirse durante un largo tiempo y en este caso sabemos que le enterraron poco después de morir”, detalla Salazar-García.
Ritual religioso
Los dientes de aquel hombre han aportado otra prueba importante. Los alimentos y el agua que consume cualquier persona dejan una marca del lugar en el que transcurrió su infancia en forma de isótopos de estroncio. Salazar-García analizó el esmalte dental del decapitado y lo comparó con el del resto de individuos encontrados en el cementerio de Lapa do Santo. Los resultados indican que todos tenían la misma proporción de isótopos, es decir, probablemente todos crecieron en el mismo entorno geográfico y pertenecían al mismo grupo. Así las cosas, la hipótesis de un acto de violencia entre enemigos pierde fuerza. El hecho de que las manos y otras partes del esqueleto apareciesen articuladas junto al cráneo apoyan que se tratara de una forma de transmitir un mensaje, posiblemente religioso.
“Que yo sepa no existe ningún otro enterramiento con estas características”, explica Salazar-García. “No se ha encontrado ningún otro objeto junto al decapitado, por lo que pensamos que, en esta época, la forma de expresar sus principios cosmológicos respecto a la muerte era a través de la manipulación del cadáver”, detalla. “Este individuo no tenía las manos dejadas caer aleatoriamente de cualquier manera, sino que las colocaron, amputadas, sobre la cara, una mirando hacia arriba y otra en posición contraria. Tal vez esta composición corporal podría asociarse a un ritual en el que se utilizara la muerte, algo tan personal, como herramienta de cohesión del grupo al compartirla entre los miembros de la comunidad", añade. Todo esto es importante porque sitúa el comienzo de estos ritos en tiempos anteriores al de las grandes civilizaciones americanas, en un lugar insospechado hasta ahora y por razones diferentes al de otras culturas posteriores, explican los autores del estudio.
Aún quedan muchas dudas sobre el decapitado más antiguo de América. Aunque el estudio antropológico, la disposición de los restos y el carbono apuntan a que las manos y el cráneo son de la misma persona, solo el ADN puede confirmarlo. El equipo de investigación está actualmente realizando esas pruebas, entre otras. También, en la misma cueva, han encontrado otros rastros de rituales, como una calota (parte superior de un cráneo) llena de dientes de varios individuos. Su significado, al igual que el del ritual de las manos y la cabeza cortada, es aún un misterio difícil de aclarar.
Juan José Ibáñez, investigador del CSIC, ha estudiado otrosenterramientos rituales de hace más de 10.000 años hallados en Siria. En su caso encontró varios cráneos a los que se les había machacado la cara y que interpreta como una venganza ritual. En el caso de la investigación en Lapa do Santo, el experto destaca que “es un estudio muy bien elaborado en el aspecto técnico”. Está de acuerdo en que no se trata de un episodio de violencia entre grupos, pero cree que puede haber más explicaciones posibles. “En caso de que se tratara de un ritual de veneración a los ancestros, se esperaría que el cráneo hubiera sido manipulado y expuesto entre su extracción y su deposición en la fosa en que se encontró. ¿Cuándo, si no, se realizó la supuesta veneración?”, se pregunta.
En su opinión, habría una tercera vía para entender aquel acto. “Como interpretábamos en el caso de los depósitos de cráneos de Tell Qarassa Norte [Siria], el enterramiento de Lapa do Santo muestra indicios de que se pretendía limitar la capacidad de interacción del individuo inhumado, quizás con las personas vivas”, opina. “Así se podría explicar que se cortaran sus manos (instrumentos de acción), se tapara su cara (instrumento de relación) y se sellara el conjunto con dos gruesas lajas de piedra. Este tipo de comportamiento de protección de los vivos con respecto a difuntos que se consideran potencialmente dañinos ha sido documentado etnográficamente”, concluye.
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