Todas las culturas de todas las épocas han celebrado los cambios de ciclo. Hoy lo hacemos de una forma más comercial, pero seguimos conectando con una herencia atávica, festiva y supersticiosa que nos sirve para recordarnos que estamos vivos.
Aunque solo sea para jugar, no perdemos nada por seguir alguna de las supersticiones más populares cuando llegue fin de año. Rituales al fin que, tanto si sirven para canalizar nuestras energías como la psique, seguro que nos harán tomar conciencia de que hemos superado un ciclo más.
EL CLÁSICO: UVAS DE LA SUERTE
El ritual es bastante nuevo. Se lo inventó en 1909 un grupo de cosecheros para dar salida a un excedente en la producción de uvas. Decidieron envolverlas en paquetitos de 12 uvas y venderlas como “uvas de la suerte”. Es imposible no verlas en las cenas de fin de año, más ahora que ya se venden en lata, peladas y sin pepitas. La tradición dice que debemos pedir un deseo por uva mientras las comemos al son de cada una de las campanadas que marcan el fin y el inicio del año. Eso sí, los expertos en esoterismo advierten que antes debemos tocar cada una de las uvas para que se impregne de nuestra energía y pedir los deseos en grupos de cuatro: cuatro para el cuerpo (temas materiales), cuatro para la mente (temas emocionales) y otros tantos para anhelos que tengan un valor espiritual.
ROJO POR DENTRO…
Un dicho asegura que “en fin de año quien no viste por dentro de rojo ante el amor y el sexo no tiene arrojo”. Hay muchas versiones respecto al origen de esta superstición, que tiene por objeto darnos fuerza, vigor y suerte la noche de fin de año: desde la que asegura que es una forma de convocar las fuerzas eróticas diablescas hasta la que sostiene que es un homenaje al Sol que fertiliza la tierra. Para la experta en cromoterapia Almudena Crespo, “ciertamente el rojo es un tono que vibra en sintonía con las emociones más vitales y nos ayuda a canalizar la energía sexual. Pero que funcione después de toda una noche loca de excesos en bebida y comida es puro milagro”. La superstición esotérica indica que, además de rojas, las prendas interiores deben impregnarse con aroma de vainilla, la fragancia de la pasión.
EL BRINDIS DE LOS DESEOS
Para que sea mágico de verdad –recordemos que debemos pedir un deseo– en el interior de la copa debe haber una pieza de oro. Según el experto en simbología Lluis Alsinet, “brindamos con dos elementos femeninos: el líquido, que alude a la emoción y el pensamiento abstracto, y la copa, un cáliz que simboliza el útero fertilizador que da la vida. Pero, además, al incluir el oro, el metal puro y noble, incorporamos al Astro Rey, el Sol, el arquetipo masculino”. Eso sí, antes de brindar debemos tener claro qué vamos a pedir y ser coherentes con los deseos preguntándonos qué pasará en nuestra vida si se cumplen.
LA FUERZA DE LAS LLAVES
Si queremos jugar a mantener viva una superstición que algunos investigadores consideran que nació en el pueblo hebreo y que fue el ritual que llevaron a cabo los judíos expulsados de España (ritualizaron las llaves de sus casas y luego las escondieron para volver un día a ellas), debemos contar con doce llaves (otra tradición indica que tantas como años tengamos), que anudaremos juntas y colgaremos tras la puerta de entrada de la casa. Debemos colgarlas justo cuando comience el cambio de día, en los últimos minutos del 31 de diciembre. Deben permanecer en la cerradura durante todo el día 1 y antes de que concluya las sacaremos de dicho lugar y las guardaremos en una bolsa de tela negra.
Necesitamos contar el tiempo, precisamos de una fecha que nos recuerde que un ciclo termina y otro se inicia. Antiguamente, en la mayoría de las culturas y antes del establecimiento de los calendarios, este cambio de ciclo venía determinado por períodos de luz que marcaban la vida y tiempos de oscuridad que reflejaban la muerte. Etapas que venían determinadas por las estaciones. En el fondo, actualmente no vamos desencaminados: a partir de enero, que es cuando estrenamos el año, aunque imperceptiblemente, los días se alargan y, conforme se suceden, disfrutamos de más luz, del nacimiento simbólico de la vida. Lo mismo que conmemoraban los antiguos.
Necesitamos contar el tiempo, precisamos de una fecha que nos recuerde que un ciclo termina y otro se inicia. Antiguamente, en la mayoría de las culturas y antes del establecimiento de los calendarios, este cambio de ciclo venía determinado por períodos de luz que marcaban la vida y tiempos de oscuridad que reflejaban la muerte. Etapas que venían determinadas por las estaciones. En el fondo, actualmente no vamos desencaminados: a partir de enero, que es cuando estrenamos el año, aunque imperceptiblemente, los días se alargan y, conforme se suceden, disfrutamos de más luz, del nacimiento simbólico de la vida. Lo mismo que conmemoraban los antiguos.
UNAS MÁGICAS LENTEJAS
Sí, efectivamente, parece algo extraño y poco frecuente. Se trata de una vieja superstición que todavía se lleva a cabo en algunas aldeas de Pakistán –aunque los seguidores del Islam celebran el cambio de año en otra fecha– y que consiste en recibir el nuevo tiempo con un baño purificador y la ingesta de un puñado de lentejas. La mañana del último día del año se llena un gran recipiente con agua y se ponen en su interior distintas plantas aromáticas. Se introduce además una bolsita con un puñado de lentejas, habitualmente 5, seguramente porque cinco son los pilares que sustentan el Islam: fe, oración, purificación, ayuno y peregrinación. Por la noche, cuando se inaugura el nuevo año, el agua que ha sido macerada con las plantas sirve para realizar una limpieza del cuerpo. Tras esta purificación es costumbre tragar una a una las cinco lentejas mientras se piden cinco deseos para el nuevo año.
PORTAZOS DE FIN DE AÑO
Leyendas y supersticiones hay para todos los gustos. Una muy curiosa asegura que si queremos finalizar el año dejando todo lo malo fuera de nuestra casa, justo en el momento en que estemos cambiando de año debemos ir a la puerta de la vivienda y abrirla y cerrarla de golpe una vez por campanada mientras pensamos que con cada una de esas acciones alejamos el mal. Según el experto en simbología Lluis Alsinet,
“la puerta es un pasaporte a lo que rechazamos o recibimos, según abramos o cerremos. En la Edad Media creían que cerrar una puerta de golpe servía para alejar a los espíritus nefastos del hogar. Seguramente la superstición procede de aquel tiempo”.
“la puerta es un pasaporte a lo que rechazamos o recibimos, según abramos o cerremos. En la Edad Media creían que cerrar una puerta de golpe servía para alejar a los espíritus nefastos del hogar. Seguramente la superstición procede de aquel tiempo”.
HACER UN MUÑECO
La superstición nos recuerda mucho al vudú, pero nada tiene que ver con él. La tradición se lleva a cabo en algunas aldeas del centro de África, pero existen costumbres similares muy lejos de allí, en el ámbito rural de Vietnam. Consiste en que la noche del cambio de año las mujeres cortan un mechón de su cabello pensando en lo nefasto que han vivido durante los últimos tiempos y creyendo que el pelo contiene la memoria de lo vivido. Es algo así como un lastre del día a día. Confeccionan un muñeco con paja y hojas en el que insertan su cabello. Después queman el muñeco y con él el mal que han acarreado en los últimos tiempos. Esta acción sirve como ritual purificador para entrar en el Año Nuevo de forma armónica.
FIN DE AÑO EN LA CAMA
Muchos pueblos creen que el año será según se inicia. Si se inaugura con llanto será un año de desgracia y, si es con risas, de dicha y alegría. Tal vez por ello en algunas culturas nos proponen una noche de fin de año distinta: tomarnos las uvas en la cama y con la pareja, lo que simbólicamente nos garantizará tener dicha afectiva y familiar, e incluso fertilidad. Según Gerardo Herbás,
“entre algunos inuit permanecer acostado con la pareja en las noches de cambio de ciclo garantiza la fertilidad y la salud”. Quizá venga de ahí la tradición, aunque hay otra más cercana: entre los celtas uno de los muchos ritos de iniciación de los aspirantes a druidas consistía en pasar la noche de fin de año (que ellos celebraban en Shamain, nuestra noche de difuntos) enterrados al pie de un árbol sagrado. Al nacer el día de Año Nuevo (nuestro actual 1 de noviembre) salían de la tierra en la que habían estado durmiendo.
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