lunes, 30 de septiembre de 2013
Tartessos: en busca del reino perdido
Los tartesios ¿eran fenicios?
Piel de toro
Pectoral de oro en forma de piel de toro, procedente de El Carambolo. Los casi tres kilogramos de oro que en 1958 se hallaron en el cerro de El Carambolo, próximo a Sevilla, precedieron la excavación, entre los años 2002 y 2005, de un recinto sagrado edificado allí en el siglo VIII a.C., que fue remodelado y ampliado en el siglo siguiente. Aunque este santuario es de tipo fenicio, su altar en forma de piel de toro extendida, que se corresponde con los pectorales del tesoro que tienen igual forma, constituiría un rasgo original del mundo tartesio. Puede que las joyas que forman el tesoro de El Carambolo fuesen ornamentos de una imagen de culto (quizás adornaron toros sagrados) o atributos sacerdotales.
Crédito: Oronoz / Album
Según cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a. C. las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: «El rey Salomón tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram [rey de Tiro], y cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones». La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el siglo VII a.C., pero nos remite tres siglos atrás, cuando la opulencia mineral del sur de la península Ibérica atraía hasta el otro extremo del Mediterráneo a los primeros navegantes semitas. La mayoría de historiadores lo tiene claro: el primer autor que mencionó a Tarsis se estaba refiriendo a las relaciones comerciales que los israelitas mantenían con Tartessos, el reino situado más allá de las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), en el Bajo Guadalquivir, que rigió el mítico rey Argantonio. Desde esta primera mención, el aura enigmática en torno a Tartessos no se ha desvanecido. Viajeros, filólogos y arqueólogos se han lanzado durante decenios a la búsqueda de los restos de aquella civilización que floreció entre los años 1000 y 500 a.C., para desaparecer luego y caer en un olvido silencioso que ha durado hasta hace poco, inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas.
Tartessos y la Atlántida
El interés por la misteriosa Tartessos se remonta a la Antigüedad. Diversos historiadores y viajeros griegos de los siglos VI al IV a.C. dejaron constancia de lo que se sabía, o creía saberse, sobre aquella civilización. Tal fue el caso de Hecateo de Mileto, de Heródoto y, sobre todo, de Avieno, que en su Ora marítima hablaba de un río llamado Tartessos que ceñía la isla en la que se encontraba la ciudad, también denominada Tartessos. Otro autor del siglo IV a.C., Eforo, se refería igualmente a «un mercado muy próspero, la llamada Tartessos, ciudad ilustre, regada por un río que lleva gran cantidad de estaño, oro y cobre de Céltica». A todos ellos se sumó una referencia aún más intrigante, la de la Atlántida cantada por Platón en sus Diálogos, particularmente en el Timeo, y que muchos no dudaron en identificar con Tartessos. ¿A qué, si no, podría aludir Platón cuando describe la Atlántida como «una gran isla, más allá de las columnas de Heracles, rica en recursos mineros y fauna animal»? Incluso arqueólogos contemporáneos han creído hallar los restos de la Atlántida en la región tartesia. Pero, de momento, se trata de una conexión imposible, basada más en las fabulaciones que en las certezas. Tal es caso de la tesis del francés Jacques Collina-Girard, que ubicó en 2001 la Atlántida en la isla Espartel, a medio camino entre Cádiz y Tánger; y de los avistamientos de Rainer Kuehne, quien en 2004 dijo haber localizado con imágenes aéreas los vestigios del templo de «plata» consagrado a Poseidón y el templo «dorado» levantado en honor a Cleito en la Marisma de Hinojos, cerca de Cádiz.
Al margen de la cuestión de la Atlántida, el primer autor que intentó localizar con exactitud Tartessos fue un filólogo, Antonio de Nebrija, responsable de la primera gramática castellana. En 1492, Nebrija identificó Tartessos con el río Betis (Guadalquivir) y con el paisaje de brazos marinos que formaba el río en su desembocadura. Pero las conjeturas de Nebrija, emitidas desde la intuición, no contaban con ningún tipo de respaldo arqueológico.
Tras las riquezas de Argantonio
La investigación arqueológica se hizo esperar hasta el siglo XIX. El primero que removió las entrañas andaluzas en busca de Tartessos fue George Bonsor, un pintor anglofrancés que quedó fascinado por los paisajes de Andalucía y que, desde la década de 1880, cambió lienzo y acuarela por pico y pala en cuanto comprobó el potencial arqueológico que se extendía bajo sus pies. Nadie le había enseñado a excavar, pero su ilusión pudo más que su bisoñez. Bonsor recuperó un alijo de piezas tartésicas en diversas necrópolis sevillanas como las de Cruz del Negro, Carmona, Setefilla y Cerro del Trigo.
A Bonsor lo siguió el alemán Adolf Schulten, gran impulsor de la investigación en el yacimiento de Numancia, de donde salió enemistado con las autoridades culturales españolas. Schulten quería seguir el ejemplo de su compatriota Schliemann, que había desenterrado Troya gracias a su fe en las fuentes clásicas. La Ora marítima de Avieno sería para Schulten lo que la Ilíada había sido para Schliemann; y el Coto de Doñana haría las veces de colina de Hissarlik, en Turquía, donde Schliemann encontró, en 1873, la Troya cantada por Homero.
Schulten pretendía demostrar que Tartessos yacía en las Marismas de Doñana y pasó a la acción con la ayuda de Bonsor. Se hizo con las herramientas necesarias y dirigió la ambiciosa aventura de localizar allí Tartessos. Pero al final lo único que encontró fueron unas ruinas de época romana en el llamado Cerro del Trigo. Schulten fracasó, pero su contribución no dejó por ello de ser importante. Su obra Tartessos, publicada en 1924, sirvió para ordenar todos los conocimientos que se tenían sobre la antigua civilización del Guadalquivir y constituyó el punto de partida de investigaciones posteriores.
Todos los testimonios legados por las fuentes se refieren a Tarsis o Tartessos como una civilización de alma metalúrgica: «El más elegante de los mercados, la ciudad del oro y la plata…». Tanto es así que Argantonio, el rey tartesio por antonomasia, lleva la plata (Arg-) incorporada a su nombre. Pero...
la literatura se elevó a certeza arqueológica el 30 de septiembre de 1958, el día en que una cuadrilla de obreros que trabajaban en un terreno de un club de cazadores de Sevilla –la Real Sociedad de Tiro al Pichón–, en la localidad de Camas, cuatro kilómetros al oeste de Sevilla, hizo un sensacional descubrimiento: un recipiente de barro en cuyo interior aparecieron 16 placas, dos brazaletes, dos pectorales y un collar. Todas las piezas eran de oro macizo y pesaban casi tres kilos. Después de analizarlas, el arqueólogo Juan de Mata Carriazo concluyó que era «un tesoro digno de Argantonio».
El hallazgo del tesoro de El Carambolo (se lo llamó así por el cerro de 91 metros de altura, de este nombre, en el que se encontró) alborotó los foros científicos cuando muchos se resignaban ya a una Tartessos virtual. El Carambolo se convirtió en la imagen de cabecera de la cultura tartesia y Juan de Mata Carriazo, en el padrino del descubrimiento. Durante tres años, Mata Carriazo excavó el yacimiento que representaba a la Tartessos tangible. Desenterró muros, estudió cerámicas, cotejó niveles estratigráficos y demostró, por fin, que Tartessos no era una alucinación de los autores de la Antigüedad.
De este modo, los estudiosos pudieron definir un mapa de la civilización tartesia, que se extendía por la mitad sur de la Península. Diversos yacimientos quedaban, así, asociados con Tartessos: en la provincia de Huelva, los de La Joya y el Cabezo de San Pedro; en la de Sevilla, El Gandul y Carmona; en Córdoba, La Colina de los Quemados; en Bajadoz, Medellín y Cancho Roano, e incluso en Portugal se considera tartesio el yacimiento de Alcácer do Sal. También cabe incluir en el área tartesia la localidad gaditana de Mesas de Asta, la Asta Regia romana. El término Regia es una interesante pista sobre el tipo de organización política del mundo tartésico; investigadores como Manuel Bendala sospechan que alguna élite tartésica gobernó estas tierras antes de que Roma le pusiera nombre.
En años recientes, la cuestión que más debate ha suscitado en torno a la cultura de Tartessos es la de su relación con el mundo fenicio. A partir del siglo VIII a.C., navegantes y comerciantes fenicios fundaron ciudades y factorías en el sur peninsular, especialmente en las provincias de Málaga, Granada, Cádiz, Almería y Alicante; un territorio, pues, muy próximo al de los tartesios, con quienes sin duda los fenicios mantuvieron contactos de todo tipo, tanto económicos como culturales y artísticos.
¿Tartesios o fenicios?
Tradicionalmente, se ha pensado que ambas áreas, pese a la cercanía geográfica y a las relaciones que se establecieron entre ellas, permanecieron sustancialmente independientes una de otra. El territorio nuclear tartesio se ha ubicado tradicionalmente lejos de la costa, mientras que lo fenicio se asocia al litoral andaluz y alicantino. Sin embargo, algunos estudiosos plantean hoy en día que entre tartesios y fenicios se dio una auténtica fusión cultural, hasta el punto de que en términos arqueológicos se hace muy difícil distinguir en muchas ocasiones qué elementos son tartesios y cuáles fenicios.
Ésta es justamente la teoría que mantienen dos arqueólogos sevillanos, Álvaro Fernández Flores y Araceli Rodríguez Azogue, que entre 2002 y 2005 excavaron en el yacimiento de El Carambolo, ampliando la investigación que había llevado a cabo Mata Carriazo décadas atrás. En su opinión, El Carambolo no sería un asentamiento indígena, producto de la civilización tartesia, sino un santuario fenicio, dedicado a la diosa Astarté, que alcanzó su máximo esplendor en el siglo VII a.C. y se abandonó en el siguiente. Una sentencia que reduce Tartessos a atrezzo imaginario y cuya onda expansiva ha sacudido a la comunidad científica.
Ambos autores mantienen que el área de expansión colonial de los fenicios se extendió incluso a Extremadura. Creen que los objetos bautizados como tartésicos (entre ellos, el propio tesoro de El Carambolo) son la expresión colonial de un pueblo semita que se asentó en Cádiz allá por el siglo X a.C. para luego expandirse por la costa y el interior peninsular. De esta forma, El Carambolo sería un santuario fenicio, resultado de un cierto «mestizaje» entre lo semita y lo local. Se podría comparar con la colonización española de América tras la llegada de Cristóbal Colón. Si uno contempla la huella dejada por los españoles en catedrales o iglesias de América Latina, ¿las catalogaría como obras españolas o locales?
Un reciente congreso, celebrado en Huelva en diciembre del año 2011, ha dado resonancia a las posiciones de los «tartesoescépticos», aquellos que dudan de que Tartessos pueda ser considerada como una cultura diferenciada. El debate se ha trasladado incluso a las vitrinas del Museo Arqueológico de Sevilla. Allí se exponen, también desde diciembre de 2011, las piezas del tesoro de El Carambolo, que durante décadas habían permanecido a buen recaudo en la caja fuerte de un banco. Pero ahora los visitantes leen una nueva denominación de origen: fenicia.
Sin embargo, para la mayoría de especialistas el dictamen de Fernández Flores y Rodríguez Azogue peca de atrevido. Creen, por el contrario, que en El Carambolo sí se advierten rasgos específicamente tartesios. Una evidencia de ello se encontraría en el altar con forma de piel de toro que ha aparecido en el epicentro del recinto sagrado, la misma forma de los pectorales del tesoro de El Carambolo. En ningún santuario fenicio se encuentran altares con este perfil; únicamente en territorio hispano. Otros altares del área tartesia tienen la misma forma que el hallado en el Carambolo, como los de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) y Cerro de San Juan (Coria del Río, Sevilla). Cuenta el mito griego que Hércules, después de matar al gigante Gerión –el primer rey de Tartessos, según la leyenda–, se apropió de su rebaño de toros rojos, en el que fue el décimo de los doce trabajos atribuidos al héroe griego. Así, pues, el toro es el salvoconducto de Tartessos para no arder en la pira de las invenciones históricas.
La gran divinidad fenicia
La diosa Astarté en un trono flanqueado por esfinges. Estatuilla descubierta en Tutugi (Granada). Siglo VII a.C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.
Crédito: Oronoz / Album
En tiempos de Salomón
Salomón y la reina de Saba. Relieve en bronce dorado por Lorenzo Ghiberti. 1438-1440. Puerta del Paraíso, en el baptisterio de Florencia. Salomón, monarca de Israel, vivió hacia 970-931 a.C. El libro bíblico de los Reyes hace referencia a las naves que el soberano enviaba junto con Hiram I de Tiro a Tarsis, identificada con Tartessos por muchos autores, y que volvían cargadas de metales preciosos y productos exóticos. El emporio fenicio de Tiro tendió una amplia red comercial sobre el Mediterráneo occidental, y fueron precisamente navegantes tirios quienes fundaron Gadir (Cádiz), considerada la primera ciudad de Occidente.
La llegada de los fenicios
Barco fenicio de guerra, dotado de un espolón para embestir las naves enemigas. Pendiente de oro fechado hacia 404-399 a.C. La tradición que sitúa la fundación de Cádiz hacia 1100 a.C. quizá recoge los primeros contactos comerciales de los fenicios con Tartessos, pues las excavaciones realizadas entre 2008 y 2010 en el solar del Teatro Cómico de esta ciudad sitúan su nacimiento más tarde, entre finales del siglo IX y comienzos del siglo VIII a.C. En el período previo se habrían consolidado los intercambios entre tartesios y fenicios, cuyas demandas de metales y otros bienes habrían transformado las sociedades indígenas.
Crédito: Dagli Orti / Corbis
Búsqueda en Doñana
Adolf Schulten (1879-1960). Además de su actividad como arqueólogo, Schulten estudió profundamente la etnología y la geografía de Iberia. Tras excavar en el área de Numancia entre 1905 y 1914, este arqueólogo alemán volvió a España una vez concluida la primera guerra mundial, y se enfrascó en la búsqueda de la capital de la legendaria Tartessos de la que hablaban los autores griegos, que él situaba en Doñana. Aunque no tuvo éxito en esta empresa, su Tartessos. Contribución a la historia más antigua de Occidente (1924) constituyó un hito en el estudio de la cultura tartésica.
Crédito: Oronoz / Album
En tierras de Extremadura
Arreo de caballo procedente de Cancho Roano, con la forma de «señor de los caballos» (despotes hippon). A principios del siglo VI a.C., en el valle de la Serena (Badajoz) se levantaba un palacio-santuario que fue reedificado en dos ocasiones, la última a principios del siglo V a.C.; su arquitectura y los altares en forma de piel de toro extendida recuerdan los de El Carambolo. El santuario de Cancho Roano, excavado desde 1978, se ha relacionado con las élites tartesias, y su ubicación en Extremadura atestigua la amplia difusión de la cultura tartésica y de la influencia oriental que la caracterizaba.
Crédito: Sebastián Celestino
El influjo oriental
En orfebrería, con la presencia fenicia se introdujeron motivos y técnicas orientales. Pendiente de oro del tesoro de La Aliseda. Siglo VII a.C. MAN, Madrid.
Crédito: Photoaisa
La metrópoli fenicia
Desde el siglo IX a.C., la poderosa ciudad fenicia de Tiro estableció contactos comerciales con el mundo tartésico. En la imagen, ruinas de la Tiro romana.
Crédito: Egmont Strigl / Age Fotostock
Guerrero con escudo y carro
En las estelas funerarias de guerreros halladas en Extremadura y Andalucía se ha visto una manifestación de la cultura tartésica. Estela de Solana de Cabañas. Siglos VIII-VI a.C. MAN, Madrid.
Crédito: Photoaisa
El rey del fin del mundo
Esta ánfora muestra la lucha entre Hércules y Gerión, mítico soberano de tres cabezas
que gobernaba Tartessos, país situado en los confines del mundo conocido. Siglo VI a.C.
Crédito: Oronoz / Album
Tesoro de La Aliseda
El conjunto de piezas de oro hallado en La Aliseda (Cáceres), que tal vez fue el ajuar funerario de una dama de alcurnia, permite apreciar con claridad el influjo fenicio en el ámbito de Tartessos. Así sucede con el cinturón, que consta de más de sesenta piezas en las que se han representado temas orientales como grifos alados, palmetas y un hombre luchando con un león.
Crédito: Prisma
Los relatos griegos
Casco griego de tipo corintio hallado en la ría de Huelva en 1930. Siglo VI a.C. Real Academia de la Historia, Madrid. Narrado por Heródoto, el viaje de Coleo de Samos a Tartessos, hacia 640-630 a.C., es el primer testimonio de la presencia griega en Occidente. La historiadora M. E. Aubet observó que los autores griegos transmitieron una imagen idealizada de Tartessos, en la que los dioses y los personajes mitológicos (como Heracles o Gerión) se mezclan con personajes en apariencia históricos, como Argantonio, en un mundo de leyendas que giran en torno a las principales riquezas del país: la plata, la agricultura y la ganadería.
Crédito: Oronoz / Album
Por Daniel Casado Rigalt. Universidad a Distancia de Madrid, Historia NG nº 102
Para saber más
Tartessos desvelado. La colonización fenicia del suroeste peninsular y el origen y ocaso de Tartessos. Álvaro Fernández Flores y Araceli Rodríguez Azogue. Almuzara, Córdoba, 2007.
Tartessos. Contribución a la historiamás antigua de Occidente. Adolf Schulten. Almuzara, Córdoba, 2006.
Tartessos. Jesús Maeso de la Torre. Edhasa, Barcelona, 2003 (novela).
Fuente
Tartessos. Reino Legendario
POBLADO ÍBERO/TARTESSO DE CERRILLO BLANCO - PORCUNA (JAÉN) - FOTOS
Tarteso existió
Tartessos y los primeros reyes de España
EL TEMPLO DE CANCHO ROANO, LA CONEXIÓN EXTREMEÑA CON LA LEGENDARIA ATLÁNTIDA
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