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sábado, 16 de febrero de 2013
Porqué históricamente los ricos desprecian a los pobres
En el siguiente artículo especial para la BBC, Beard explica por qué los prejuicios de clase no son una novedad.
En la antigua Roma, las clases bajas podían ser realmente bajas.
Había bandas de “buenos para nada” y “vagabundos” que pasaban toda la noche en bares de mala muerte, ahogando sus penas en alcohol. Además de hablar sobre los conductores de cuádriga (el equivalente antiguo de los futbolistas), su único entretenimiento era armar pelea y apostar.
Se sentaban en las mesas de juego, y hacían ruidos horribles con sus narices.
Está de más decir que esta imagen sobre la vida de un pobre en Roma no proviene de los mismos pobres.
Fantasías de ricos
Los párrafos de más arriba citan, casi palabra por palabra, la descripción de las condiciones sociales en la capital del Imperio Romano que ofreció un historiador pudiente del siglo IV, Amiano Marcelino.
Para ser justos con Amiano, también dijo muchas cosas crudas sobre la élite. “Son esas personas que un día son demasiado amigables y al próximo ni te reconocen, que gastan demasiado dinero en comer bien o -para introducir un toque característico de Roma- se rodean con batallones de sirvientes eunucos”.
Pero esta visión sobre el comportamiento de la clase baja es el tipo de fantasía que han tenido los ricos desde entonces.
Yo creo que Amiano nunca pisó un bar corriente cualquiera y nunca pensó en la falta de lógica de lo que estaba diciendo: si estos personajes realmente eran tan pobres, ¿acaso cómo podían pagar por lo que consumían toda la noche?
Doble moral
Y en cuanto a las apuestas, es el caso clásico de los dobles estándares morales. A la élite romana le gustaba apostar.
El emperador Claudio incluso escribió un libro sobre cómo ganar con los dados y una de las frases más famosas jamás pronunciadas por un general romano surgió justo en una mesa de apuestas: “Alea iacta est” o, en español, “el dado está echado” o “la suerte está echada”, como se cree que dijo Julio César.Pero apenas los pobres mostraban un interés similar por las apuestas, la élite se asustaba y empezaba a predecir un colapso moral inminente.
En términos generales, los romanos de clase alta no tenían mucho tiempo para dedicarle a los pobres, ya fueran libres o esclavos, aunque también les tenían algo de miedo. Con frecuencia se referían a ellos como una “turba” o “multitud”.
Pero más allá de los insultos o los apodos que usaban, lo cierto es que las fechorías que los ricos atribuían a los pobres de la antigua Roma se parecen sorprendentemente a las que todavía escuchamos hoy.
Para comenzar, se culpaba a los pobres de abusar de los servicios que se les ofrecían, no por parte del estado de bienestar sino por sus benefactores ricos.
Amiano, por ejemplo, señaló con disgusto cómo los pobres pasaban sus días merodeando por los toldos del teatro que se instalaban para que los asistentes romanos comunes y corrientes pudieran protegerse del ardiente sol durante las presentaciones al aire libre.
“Aquí”, vociferó, “hay personas que prácticamente están viviendo bajo los toldos”.
Tal vez no se le había ocurrido que se trataba de personas que no tenían ningún lugar a donde ir para refugiarse. Digo: ¿Por qué tendría alguien que pasar su vida deambulando si tiene una casa a donde llegar?
“Parásitos de los subsidios”
El merodeo en los toldos del teatro no es un gran tema hoy en día. Pero, de todos modos, las quejas de Amiano tienen mucho en común con las quejas modernas sobre los “parásitos de los subsidios”.
Mi madre, que vivió durante la fundación del servicio de salud pública de Reino Unido, el NHS, se acordaba de cómo en los ’40 y ’50 la prensa estaba llena de historias sobre cómo algunas personas estaban poniendo casi de rodillas a la economía de la nación porque estaban comprando no uno sino dos pares de anteojos del NHS, además de dos cajas de dientes postizos.
Como señalaba con frecuencia, ¿para qué podría alguien necesitar dos cajas de dientes? ¿para tener una de repuesto, por si la primera se pierde?
Algunas obsesiones más recientes se refieren a los holgazanes inmorales que aparentemente escogen tener otro bebé para incrementar los subsidios que reciben del estado.
Supongo que debe haber algunas personas que sí intentan esto, pero en todo caso lo que necesitan no es una clase de moral sino una de matemáticas y economía del hogar.
Pero imaginar que una gran cantidad de personas transitan por ese camino es una opinión absurda sobre todo el proceso reproductivo y de sus incertidumbres, el dolor, las responsabilidades y los gastos.
No es algo que escuche con frecuencia en boca de muchas mujeres.
La otra manera en que la clase alta tradicionalmente habla de los que son menos afortunados es, por supuesto, dividiéndolos en los pobres buenos y los pobres malos.
“Familias trabajadoras”
En el siglo XIX se hablaba de los pobres de “mérito” y los de “poco mérito”. Nuestro equivalente de los de mérito son “las familias trabajadoras”.
Los políticos de todos los partidos mencionan todo el tiempo esta frase en la radio o la televisión. Es casi como si se les hubiera dicho que nunca pueden decir sólo “familias”, sin su adjetivo acompañante.
Tal vez yo no soy muy influenciable, pero cada vez que los escucho siento simpatía hacia los irresponsables, perezosos o -por Dios santísimo- por los solteros que no tienen familias. ¿Acaso son menos dignos del tiempo de nuestros políticos y de nuestro cuidado sólo porque no tienen hijos?
Pero hay puntos más serios que deben ser discutidos.
Para comenzar, no se requiere mucho cálculo político para ver que si se considera a algunas personas “de poco mérito”, muy pronto se convertirán en eso. No hay mejor forma de convertir a un niño en un problema que enviarlo al rincón como castigo.
Pero bueno, con el riesgo de sonar algo santurrona, también hay una pregunta irritante sobre el progreso humano. Sería bueno pensar que hemos avanzado un poco desde la época de Amiano hace más de 1.500 años.
En algunos casos, por supuesto, lo hemos hecho. Nos podemos considerar afortunados de saber que los ricos no se rodean de batallones de sirvientes castrados.
¿Pero no sería también una señal de progreso si tratáramos a todos como personas dignas de cuidado, más allá de si tienen mérito o son trabajadoras?
Sería bueno pensar, en otras palabras, que podríamos convertir en prioridad el cuidado de los antisociales, las personas con sobrepeso, los fumadores y hasta quienes hacen ruidos horribles con sus narices.
Pero me temo que no hacemos eso todavía.
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